Mostrando entradas con la etiqueta Filosofía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Filosofía. Mostrar todas las entradas

La puerilidad de todo, nota suelta

El mundo se vuelve cambiante e irrelevante desde el momento mismo en que necesitamos escribir cosas sobre él, construir relatos para dar cientificidad a los hechos, para volverlos tangibles y fiables como si el solo hecho de su existencia no revelara su necesidad. Ahora bien, esto en ciencia es plausible, pero en literatura se vuelve odioso. Así que, cuanto más escriba una persona para explicar algo, más tedioso se vuelve su relato y más vacuo. Su puerilidad está constituida desde el momento mismo en que se le empieza a nombrarse. La aridez de las Humanidades radica en esa necesidad monstruosa de equipararlas con las ciencias, de sistematizarlas y darles un lugar unívoco, pero esa obstinación, lejos de volverlas atractivas, las vuelve irrecuperables, las aleja para siempre de sí mismas y de su esencia primordial. No obstante, estamos condenados, por la anemia de la época, en continuar con esta perorata infernal. Cuanto más una persona se obstina por explicar algo, más irrelevante se vuelve y, en este mundo de locos, pierde credibilidad. La poesía sería honorable si no se publicase, si alguien guardase en un cajón toda su prosa y toda su lírica y se descubriera cientos de años después, por serendipia, o por cualquier otro evento similar, que esa persona era un Cervantes al que nunca le interesó figurar en la plana de luminarias y best-sellers. ¿Estoy resentida por eso con Benedetti o con Sabines, o con mis más estimados poetas? En lo absoluto, sobre todo porque mis poetas favoritos no escribieron en esta época en que se ha puerilizado y mercantilizado todo. Ellos escribieron en una época en la que era casi un gesto provinciano publicar y tenía, de hecho, una utilidad práctica; buscaba informar a los hombres o llevarlos al desvarío, pero no buscaba un escaparate en instagram, followers, o la desprestigiada fama de los influencers. Por eso, queridos lectores, no prostituyan sus letras ni prostituyan sus ideas, es mejor que los plagien y que pasen completamente desapercibidos por la vorágine de la época, que ser recordados entre la inmunda turba de escritores plagiarios. Incluso, es mejor que con sus textos se construyan relatos falsos, o apócrifos, para atribuírselos a inexistentes intelectuales para propulsar una ideología, que ser recordados por la historia.

Esperanza de Manual

La esperanza es un rayo que efluye de nosotros y, un día, la enfermedad general de la sociedad o el desconsuelo, se lo lleva. Por eso, mantener la esperanza en estos días, se torna en un mecanismo de defensa autoaprendida –en una estrategia de espantosa alienación– que, si bien nos protege de los embates del colectivo, al mismo tiempo nos aleja de la posibilidad real de cambiar desde sus más reales estructuras todo aquello que nos aqueja. Por eso, aunque moleste al más fiel de mis lectores, para mí la esperanza se ha convertido en un lastre, en una forma de la fe que nos lleva al autoengaño y, más en el fondo, en una forma de egoísmo. En una plegaria que rezamos cuando nos sentimos impotentes y resulta más cómodo “enconcharse” –esa palabra extraña pero necesaria en estos momentos, por insustituible–, que salir a la realidad, encararla y hacer algo de fondo, para que cambie, en vez de rezar. Muy horroroso todo el mecanismo de la esperanza. Una forma de la fe y el autoengaño que estos días no tolero. Hipocresía burguesa, o pequeñoburguesa, que no nos lleva a ninguna parte más que al (provisorio) bienestar individual. ¿Esperanza? Inacción. ¿Esperanza? Autoconsolación. ¿Esperanza? Zen egoísta de carácter yoico lleno de individualismo. ¿Esperanza? Falsa sanación, falsa camino. Esperanza que invoca una sociedad agrietada que lo único que sabe hacer es rezar padresnuestros de treinta y tantos centavos para que el cielo no se le venga encima. Me da asco la sociedad y su esperanza cristiana. Nada ha cambiado. No puedes pasar de la indolencia, como por arte de magia, a la esperanza, sin haber hecho nada real por tu sociedad. Eso se llama ser acomodaticio, buscar la autoaceptación y la aceptación mostrando una plegaria vacía de acciones para congratularte con la sociedad. Se llama buscar el perdón entre el pópulo mostrándote poseedor de una falsa humildad que te homogeneiza a los otros, sin haber hecho nada real (como los otros) por los demás. Se llama llano egoísmo y llana enfermedad social. La esperanza en 2021, ante el contexto de la pandemia, se llama oportunismo. La esperanza es el canto automansturbatorio que se canta la sociedad a sí misma para celebrar que no ha muerto —en parte gracias a su egoísmo—, como ya murieron los otros. Y en verdad sé que existen faros que no inciden en esta caracterización y tal vez por ese grupo valdría la pena conservar nuestra fe en la esperanza, pero, ¿entonces?, ¿cuándo recibirían sanción los que sí han hecho el daño solo porque tenemos que precavernos de este tipo de señalizaciones en aras de los que no lo han hecho? Se me hace un acto de una hipocresía colosal y de un pequeñoburguismo a cuál más, intolerable. ¿Cómo puede haber esperanza, si se ha revelado que la sociedad, como tal, es un monstruo? Discúlpenme, queridos lectores circunstanciales, detentadores de la esperanza —enajenados o no—, pero yo de su sociedad de la esperanza, me deslindo; su sociedad de manual que no encara los hechos más puramente existenciales que son necesarios para nuestra pervivencia aquí en la tierra, no sirve.

Una reflexión alrededor de un tuit —fragmento—

Hoy quiero recordar este texto que escribí hace un par de años, bueno, hace un par de un par de años, Una reflexión alrededor de un tuit, y, en realidad, solo pongo un fragmento. Aunque ya está aquí en el blog, querría volver a postearlo porque creo el mismo esconde una realidad que los humanos seguimos sin comprender y que, tal vez un día, llevados por la necesidad —que es la reina—, seamos capaces de interiorizar y de llevar a cabo:

Nuestra soledad y nuestras horas de meditación —que son posiblemente nuestras horas más felices, más fecundas y más completas—, precisan inexorablemente de material empírico y, a veces, de material empírico socialmente elaborado, culturalmente elaborado. Estamos confundidos en el universo. Somos parte constitutiva de él y, quizá sin saberlo, puede ser que todos nosotros formemos parte de un todo orgánico que indefectiblemente está condenado a ser afectado por sus partes. El todo por las partes y ellas entre sí. Ningunos valores de los que construyamos —éticos o estéticos— nos alejan de nuestra condición biológica, de la necesidad. No nos hace mejores tener un credo religioso que no tenerlo; no nos hace mejores escuchar Bach que no escucharlo. No tiene que ver con cualidades metafísicas, tiene que ver con la utilidad; con la necesidad de relacionarnos humanamente.

http://la-ciudad-de-eleutheria.blogspot.com/2013/05/una-reflexion-alrededor-de-un-tweet.html

Lo mejor es no pensar

He estado pensando un buen en lo siguiente: lo mejor es no pensar. ¿Por qué sin embargo no pude haber llegado a esta conclusión sin haberlo pensado, es decir, sin haber pasado por un proceso reflexivo a través del cual pude llegar a esta conclusión? ¿Por qué tuve que pensar para arribar a ella? Aquí, tal vez, alguien me dirá: pero no tuviste que pensar para llegar a ella, lo sentiste y luego lo concluiste. A lo que yo contestaría: pero aun para concluir esto tuve que pensar, tuve que realizar algún cálculo lógico que me permitiera derivar esta conclusión de mis premisas, premisas que en este caso serían mis sentimientos. Luego, aunque entiendo que haya gente que sostiene con gran ahínco que todas nuestras decisiones son hechas por la voluntad y no por la razón, lo cierto es que es imposible que la voluntad actúe sin que no se entere nuestra razón, nuestro pensamiento. Sin embargo, lo opuesto no es necesariamente cierto: hay miles de veces en que podrá actuar la razón sin que se entere la voluntad. Aquí la pregunta nodal sería, entonces, la siguiente para no seguir dando vueltas en círculos interminables: cuando digo que lo mejor es no pensar, ¿debe atribuirse a este decir una valoración positiva o una valoración negativa?, ¿o debe no atribuirse ninguna valoración? Si lo mejor es no pensar y si no hay nada mejor que esto, ¿por qué tuve que pensar para llegar a esta conclusión o a algo que es mejor, que es no pensar? O, en otras palabras, ¿por qué el no pensar requiere del pensar para pensarse y para autoafirmarse? ¿Por qué la presencia de pensamiento me permite llegar a algo mejor, que es su ausencia? Y, más todavía que es todo el meollo del asunto, ¿por qué puedo llegar a lo mejor, que es no pensar, a partir de lo no mejor? ¿Hay, cualitativamente hablando, una obligación de ser mejores?

La resiliencia, como una herramienta del futuro

 

 Una de las cualidades que más sorprenden en las personas, es la capacidad para resistir los embates. A esta capacidad en la actualidad se le llama resiliencia, pero no sería despreciable en algún modo acudir a los griegos y a los pensadores latinos –a Séneca, por ejemplo– para saber cómo se concebía en aquella época a este tipo de capacidad en el hombre.

Séneca en particular se refería a esta habilidad como una habilidad para la existencia, es decir, una habilidad a través de la cual el hombre enfrenta la adversidad. Por ejemplo, en uno de sus libros Séneca afirma: “Las cosas prósperas suceden a la plebe y los ingenios viles: y al contrario, las calamidades y terrores, y la esclavitud de los mortales, son propios del varón grande. El vivir siempre en felicidad, y el pasar la vida sin alguna turbación del ánimo, es ignorar una parte de la naturaleza. ¿Eres un gran hombre? ¿Cómo saberlo si no te ha dado la fortuna oportunidad con que ostentar tu virtud? Viniste a los juegos de Olimpia y en ellos no tuviste competidor: llevarás la corona olímpica, pero no la victoria”, en donde es claro que Séneca otorga un sentido de grandeza a quienes no sucumben a sus propios derroteros y se ciernen sobre el vulgo que los aprisiona. Pero en donde es también ostensible que Séneca valora en gran manera la capacidad del hombre para apartarse de la muchedumbre y el pensamiento común y en este sentido hacer gala de su propia capacidad para trascenderse y trascender la esfera de lo ordinario como una forma de acrisolarse. 

Asimismo, es posible establecer una relación entre la resiliencia, concebida como la capacidad para resistir la adversidad, y la suerte, suerte sobre la cual Séneca sentencia con las siguientes palabras: “La fortuna no quita sino lo que ella dio, y como no dio la virtud, no puede quitarla: ésta es libre, inviolable, firme, incontrastable, y de tal manera fortalecida contra los sucesos, que no sólo no puede ser vencida, sino siquiera inclinada.” Es decir, para Séneca, como se observa, no hay modo de hacer que la suerte empeore, porque nuestro destino no está sujeto a veleidad, nuestro destino está en nuestras manos y nos pertenece inexorablemente. Es de los idiotas pensar lo contrario y de los sabios tener fe en nuestra propia templanza y en nuestro propio juicio, juicios y templanza a los que cabe llamar virtud. 

Séneca finalmente entendió la injusticia inherente al mundo y en este sentido sentenció que a las personas más afortunadas no les estaría permitido la procrastinación, el ocio y, en algún sentido, el no ser partidarios de la resiliencia. Séneca afirma con estas hermosas palabras: “Muchas cosas no son lícitas para ti que sí lo son para los hombres humildes que están despreciados en los rincones: la grande fortuna es servidumbre muy grande.”

Y tú, querido lector, ¿qué opinas de las posiciones de Séneca? ¿Piensas que es posible conciliar y contrarrestar la adversidad de la vida con una buena dosis de resiliencia? 

*La imagen ha sido tomada de Internet. 

Rosario Castellanos, la filósofa

¿Por qué todos sentimos adoración por Rosario Castellanos? Supongo que porque hay violencia y verdad en sus textos. Yo la leía por primera vez mucho antes incluso de ingresar a la universidad y fue a través del seno materno que tuve contacto con esta autora. Sin embargo, mi encuentro más contundente con ella lo tuve cuando tuve entre mis manos Mujer que sabe latín, por un lado, y una edición en pastas blancas de Poesía no eres tú, por el otro. Mi lectura de sus textos no era la de una iniciada, era obsesiva. Pero la obsesión no me venía a instancias de algo definible en su prosa ni en su biografía. La obsesión radicaba en la cualidad racional que hay en sus escritos, en el análisis que hay en sus textos, en la contundente filósofa que habla incluso para escribir poesía. En Rosario Castellanos hay inteligencia y hay lamentos, pero no un lamento que se deja llevar por un gusto por lo irracional, sino todo lo contrario, un lamento que renuncia a no ser racionalizado y en ese sentido puede entenderse por qué algunas veces hemos adivinado la vena masoquista en la autora. Las cartas a Ricardo son una muestra irrefutable de dicha predilección. Pero, entonces, ¿qué es la poesía en esta autora? La poesía, diría yo, es dolor, pero de un dolor que se destila depurado, de un dolor que no se regocija en su propia impasibilidad para exorcizarse. Si hay catarsis, esta necesita ser pulverizada antes de alcanzar su estado poético y es pulverizada a través del lenguaje, en un doble ejercicio de autosublimación metafísica y creación poético-literaria. La poesía, en este sentido, se lleva el tiempo, el viento y la sombra en su formulación. Refleja en sus contornos la calidad de espejo que hay en las letras y las torna imágenes. No es extraño por dicha razón que la poesía de Rosario Castellanos le parezca a mucha gente una poesía llena de tristeza, pues como han razonado los más profundos filósofos, en el pensamiento hay tristeza y no solo hay acción y no siempre hay fuerza para catapultar la praxis transformadora. La poesía de Rosarios Castellanos, su literatura y su filosofía, deberían erguirse en un futuro no muy lejano como grandes monumentos a la capacidad de pensar, esa que estamos perdiendo.

Es verdad, también, no hay ni cómo negarlo, que Rosario Castellanos representó un papel y supo enfundarse una máscara al rostro. Es verdad que no es la misma después de los existencialistas franceses. ¿Pero quién no ha necesitado de grandes espíritus para acrisolarse? Ella, como el gran espíritu que fue, reconoció en sus letras y en sus ensayos sus influencias, no le regateó al tiempo ni al arte una sola de sus palabras.

La realidad del arte

Escribo sobre el arte porque cada vez es más evidente que el arte está en peligro y que su existencia aparece alienada, si bien es innegable su necesidad. Escribo porque es necesario que alguien escriba y diga algo sobre este estancamiento del arte. Escribo porque, en realidad, lo que ha sido dicho sobre el arte no me satisface, porque muy pocos han logrado decir con plena convicción qué no es el arte y por qué debiera de existir. Bueno, no –me corrijo–, el arte no es que tenga un imperativo axiológico encima de sí que diga que deba de existir. El arte existe, es, su realidad material es necesaria, producto de una determinación social que humaniza a los hombres y no producto del capricho de una persona que quiere imponernos su concepción del mundo o sus ideas sobre el arte. El arte no es un instrumento, ni siquiera un objeto ni mucho menos una abstracción, el arte es más simple y sencillamente una extensión de los hombres, una manifestación de su ser que tiene lugar en el contexto de la ecología que constituye el espacio concreto que da cobijo a los hombres. El espacio material e ideologico que lo conforma. En este sentido, el arte es cultural, es endémico y es lúdico, pero también es orgánico, y requiere de la actividad del hombre. Por eso el arte en su espacio no solo conforma al hombre, sino que lo performa, es parte de la escenografía que constituye el entorno natural del que solo es un invitado más de un huésped más inmenso y más importante: la tierra, la naturaleza.

Blogger Templates by Blog Forum