Ejercicio de admiración (la obsesión)


De Lágrimas y de Santos fue el segundo libro que leí de Cioran; iba en la preparatoria, sobra decir lo joven que era en ese entonces [1]. Leerlo la primera vez me reveló que esa necesidad rayana algunas veces en lo mórbido por comprender la experiencia religiosa, no era en todos los casos una disposición exclusiva a una persona creyente sino también posible en la figura de un ateo. Era como una especie de envidia mística, y una nostalgia por todas las obras producidas bajo ese éxtasis. No era —no es Cioran—, en ningún modo, un hombre religioso, ni un hombre con un sentimiento de lo místico. Yo más bien diría que es absolutamente lo contrario, un espíritu estéril en materia metafísica, alguien incapaz de creer en el absoluto; hambriento de éste, y de su fantasía.

Quizá por eso no sea extraño que los pensadores a quienes más haya admirado Cioran, Eliade, Marcel, y también sus amigos (valga decirlo), fueran, precisamente, hombres de profundas convicciones místicas. Hombres que en el siglo del crimen lógico —en la expresión de Camus—, se hayan atrevido a enarbolar una metafísica de lo inasible.

(Y con inasible, por supuesto, me refiero a todo aquello que se le escapa al hombre cuando no se le escapa ya cualquier certeza).

Pero momento, hay algo incompleto en mi narración. Lo mismo que a Marcel, o a Eliade, Cioran se arrobó también con espíritus más bien en las antípodas de los primeros: Paul Valéry, Benjamin Fondane o un Fitzgerald. ¿Cuál es, entonces, el denominador común entre estos hombres?, ¿cuál es la materia común que los reúne y hace de ellos motivo de encomio en el filósofo rumano? La respuesta es: la obsesión.

Y la obsesión solo le es dable a dos clases de espíritus, o a los locos, o a los desgraciados.

En los primeros puede fructificar en formas inusitadas. La locura escapa a más de un instrumento de detección y lo mismo impulsa a un megalómano a conquistas de origen muertas (pienso en Napoleón) que a un santo a la nostalgia mística (pienso en Juana de Arco).

Que haya sido la obsesión en Cioran, aquel motor con el que un hombre llega al fondo de sus convicciones y toca fondo (sin punto de retorno muchas veces) y no la comprobación, aquel territorio neutro en donde las obsesiones combustionan, solamente prueba que en la cadena de nuestras pasiones el efecto precede a la causa por una suerte de proceso de inversión involuntario en donde todas nuestras esperanzas se invierten también, y ya sea que emprendamos empresas imposibles, o que hagamos de nuestra degradación motivo de sublimación, entonces, o bien ocurrirá que escapemos de este proceso de alimentación iterativa —negándolo como lo hacen los esquizofrénicos—, u ocurrirá que hagamos de él motivo de nuestras transformaciones —como ocurre con los santos y los hombres místicos.

Los lindes de ambos procesos son apenas distinguibles.

NOTAS

[1] Llegó a mis manos como un obsequio.

[2] Hace un par de semanas me dio por releer uno que es, para mi gusto, el mejor texto de Cioran, Ejercicios de Admiración y otros Textos. Volví a experimentar, como a lo largo de todo este tiempo que he escrito para mi blog y otras palestras virtuales, esa necesidad de aparador de mostrar alguno de ellos; en particular, dos que exhiben alguna de la prosa ensayística —siglo XX— más preciosa que haya podido leer hasta ahora y con el potencial de remover tantísimas cosas: Fascinación del mineral (Roger Callois) y Los comienzos de una amistad (Mircea Eliade). En lugar de colocarlos, se me ocurrió rendir similar homenaje (este arrojo) al filósofo de la lucidez. Comparto mi ejercicio de admiración.  

[3] Quizá este sea el tercer post que le dedico a Cioran en Eleutheria; uno que recuerdo mucho es Mentira en la Mentira que, dicho sea de paso, no ha dejado de ser la epistemología del amor más honestamente expuesta que le haya podido leer a algún filósofo.

[4] Por supuesto, ya encarrerada, me re-refiné el libro con el que inicio el escrito. Agradezco que en todo este trajín, sea solamente mi estilo el que haya quedado muy infectado por la experiencia (espero).


Bach: Toccata In C Minor, BWV 911


La memoria como moralidad [Gaza]

No sé si la memoria sea la condición de la moralidad, pero desde luego es la condición de su posibilidad. Y seguramente, tras chunche transitivo, no sería exagerado concluir que, de hecho, la memoria es la condición de la moralidad.

La moralidad es la preservación de unas mores o costumbres previa una experiencia, tras la cual se ha observado la conveniencia de esos usos para un grupo o comunidad en un determinado tiempo. Pero esa preservación no nada más ocurre en la oralidad o en los relatos, que vendrían a constituir la memoria histórica colectiva, sino que precisan de un imaginario personal, adonde cada individuo vaya implantando su concepción de esa memoria, a veces libremente, a veces no tanto. Es una memoria colectiva que va extendiéndose en cada miembro de la comunidad para que pase de ser una invocación a un hecho establecido, a un uso. En el proceso de implantación, dicha memoria corre el riesgo de distorsionarse y, de hecho, casi es imposible que no lo haga pues se supone —de acuerdo con lo que dicen corrientes epistemológicas y teorías cognitivas—, que los hechos pasan siempre por el tamiz de la interpretación del sujeto y que dicho tamiz le hace cosas a la información que llega (algo que pasa, por ejemplo, cuando se aprecia una obra artística, como comentaba en esta entrada hace meses).

El tiempo, como nos lo dijo primero Kant y como nos lo comprobó después la teoría de la relatividad especial, no es un fenómeno absoluto; el espacio y el tiempo —decía Kant— constituyen las formas de la sensibilidad, por lo tanto, no es que estén allí existiendo autónomamente en algún topos, sino que son relativas a la observación humana, son un a priori sensible humano. De esto, quizá se deduzca que las nociones mismas de causalidad y de cambio, no sean más que eso, intuiciones humanas, y no hechos que tengan existencia por sí mismos. Como el problema del tiempo es un problema de medición, del marco de referencia del observador y, por tanto, de la perspectiva que se tenga sobre un fenómeno desde el propio marco de referencia, no sería demasiado exagerado extrapolar esto mismo a las mediciones que los pueblos hagan del tiempo y la forma en cómo han apreciado distintos fenómenos. Por supuesto, en el caso del tiempo como entidad física, se trata de un hecho correlativo a la medición y, por ende, susceptible de ser sometido a comprobaciones experimentales como de hecho ocurre. Luego, extrapolar biunívocamente este hecho para fundamentar un relativismo cultural que, de suyo, no pasa de justificar más que las observaciones de un grupo pero no lo que fuera de él en sí mismo ocurra, de una vez adelanto que no busco esta extrapolación para dar sustento a tal ocurrencia puesto que personalmente creo que el marco de referencia humano es lo bastante común, inmenso e incluyente, como para suponer que en todos los casos unos vean unas cosas, y otros, otras y, entonces, resulte imposible sostener acuerdos. Sin duda, hay regiones que nos son completamente desconocidas a unos de otros; pero hay otras que nos son compartidas universalmente, que el solo hecho de nuestra condición humana nos impele a compartirlas.


Pero vayamos a aquello que no compartimos. Es más, dividámoslo en dos partes. I) Lo local relativo a cada grupo y sin resonancias universales; y II) Lo universalmente compartido.

I) Lo local relativo a cada grupo y sin resonancias universales

Para entender a detalle la memoria, las costumbres, los mitos, hierofanías de que cada grupo es copartícipe, hace falta algo más que paciencia y disposición, hace falta tiempo; pero más o menos todos sabemos que hay departamentos en las universidades, eruditos y grupos académicos completamente volcados a estudios culturales cuyos resultados aparecen en publicaciones, boletines, libros, enciclopedias a los que es posible tener eventualmente acceso y aprender. De estos estudios se han observado los siguientes comportamientos que aparecen más o menos comunes, en su ocurrencia, a todos los grupos y particulares en su manifestación (de este listado, se infiere el inciso II).

a) Cada grupo articula en un relato el conjunto de sus creencias.
b) La transmisión del mismo —su reproducción—, constituye su legitimidad.
c) A lo largo de la transmisión, el relato va deformando parcialmente, adecuándose a necesidades del momento.
d) Cuando la digresión en c) se separa demasiado de la realidad, seguramente es para legitimar posiciones de poder de algún subgrupo en ascenso o en camino a.
e) En el relato se inscribe una cosmogonía, normas prácticas, la condición del saber, una jerarquización de los elementos del grupo en subgrupos o capas, etc.
f) Al interior del relato, aparece el subrelato que lo legitima y, con ello, el statu quo que allí se establece.
g) Aunque la condición del saber del grupo social (sigo aquí a Lyotard), reproduce en sus instituciones toda la estructura necesaria al funcionamiento del statu quo, también es verdad que es regularmente desde este propio saber, de donde emergen los críticos y detractores del relato mismo (esta última idea es un diferendo que tengo con Lyotard). El grupo se realimenta a sí mismo: de su propio seno emergen sus revoluciones.
h) El grupo alternativamente recurre a su propio relato para legitimar o deslegitimar sus acciones.
i) Al margen del gran relato suscrito por todos, siempre aparece latente el pequeño relato más íntimo, más familiar de las costumbres; cuando este relato contrae, el grupo entra en crisis.

II) Lo universalmente compartido.

a) El mamífero humano se aglutina en manadas o grupos (quiero decir, nosotros).
b) La moral cristaliza en un relato y, si el relato modifica, la memoria lo hace. Se relativizan valorizaciones en favor de:

  1. Necesidades prácticas.
  2. Cotos de poder.
  3. Aportaciones del saber que desmitifican antiguas valorizaciones.
c) La relativización puede operar en base a condiciones objetivas (por ejemplo, descubrimientos científicos) o subjetivas (cuando sucede por poder).
d) La moral se supedita a un relato, es decir, a una memoria.
e) Por su oralidad, los relatos muchas veces quedan plasmados en fuentes documentales por lo que todo el tiempo es posible revisar las condiciones del saber, las aseveraciones que se hagan sobre el pasado y, muy principalmente, la legitimidad de la moralidad de un grupo (con legitimidad no me refiero a la validez de una moral en turno, sino a determinar el grado de su imposición, cuando la hay).
f) Si el gobierno del grupo no cuenta con su legitimización, entonces, el gobierno no puede hacer nada.
g) No siempre es común el contenido del relato (la moralidad) a todos los grupos. Es común la existencia del relato en sí y el uso de una moralidad determinada.
h) Algunas veces los grupos entre sí se horrorizan de los otros relatos, pero es objetivamente posible evitar conflictos sobre este particular si cada grupo se limita a reconocer que el otro tiene también su relato y prescinde de la tentación de condenar (desde su propio criterio) el relato antagónico. Por supuesto, las críticas no condenatorias parecen aportar salud a los destinatarios.

Todo esto apunta —y éste sí es ya un comentario a título personal— a que en todo momento el sujeto será libre de determinar, no ya la validez sino la legitimidad de su relato. Pensar en la validez exige incursionar en consideraciones sobre ética, y no en consideraciones morales. Creo que he expuesto en ocasiones anteriores mis puntos de vista sobre esto y, a fuerza de no ser imperativa con ello, prefiero no expresar mis opiniones. Solamente que, la única forma posible de actuar desde la más pura amoralidad no es prescindiendo de un canon moral (eso es imposible), sino de una concepción ética y afirmativa de la vida (valga el pleonasmo).

Hasta aquí con este resumen.

¡¡ ALTO A LA MASACRE EN GAZA

Unos comentarios sobre MoReNa y la izquierda mexicana*


Más que de amiguismo, Andrés Manuel padece de cierto aristocratismo intelectual, y el problema es que ha sido con dicho aristocratismo en tanto criterio de elección que se han estado seleccionando a los representantes de MoReNa, como ha podido verse en los últimos días. Desde luego, mucha gente está molesta por esto y lo está con toda razón. A mí parecer, sobre este hecho cabría hacer al menos las siguientes consideraciones:

1) Esto no debería de extrañarnos por dos cosas A) La democracia es y ha sido siempre un despotismo-aristocratismo (Kant extendido) y solamente si se fuera muy ingenuo o muy superficial en el análisis, se podría llegar a concluir con convicción que la democracia vaya a ser el medio por el cual la humanidad termine de dotar de una vez y para siempre, a las sociedades postmodernas, de plena igualitariedad entre sus miembros. Esto sucede no solamente porque detrás del proceso de elección de representantes haya un criterio aristocrático para elegirlos, sino porque las democracias de nuestro tiempo son, en realidad, liberaldemocracias, o dicho explícitamente, sistemas políticos funcionales al sistema económico vigente (el capitalismo). Y en el capitalismo la igualdad es imposible porque el capitalismo es un modelo estructuralmente injusto. B) Ya en 2006 este mismo criterio acompañó el proyecto enarbolado por AMLO; no se trata de algo nuevo (pero su “antigüedad”, obviamente, no necesariamente le blinda de críticas, no tendría por qué).

2) ¿En qué momento la izquierda pasó de sostener un proyecto revolucionario, que busca la aniquilación del capitalismo, a sostener como su máximo ideal al socialdemócrata? Y con ello, hacerla de comparsa, de estructura legitimadora del capitalismo y sus desequilibrios (como lo hacen los partidos políticos, como lo está queriendo hacer MoReNa ahora mismo).

3) ¿Qué es la izquierda y cuáles son sus reivindicaciones más importantes? ¿Qué no se supone que las reivindicaciones de la izquierda son de linaje humanista? Hasta tenemos a grandes humanistas como Sartre en el siglo XX, reabasteciendo al marxismo de su razón de ser (y eso por no hablar de los intelectuales de izquierda mexicanos que tanto han enriquecido en ese sentido, el relato de la izquierda), con el propósito de darle esa nota distintiva, destinada a convertirla en una ideología superior a la sostenida por la derecha o eso se pretende. De modo que, con esta premisa en mente, ¿cómo puede concebirse auténticamente de izquierda alguien que no hace suya dicha reivindicación? Y hacerla suya, no nada más es gritarla a los cuatro vientos: es vivirla en la acción. El humanismo entraña una postura ética con tesis fortísimas, entre las que destacan: la asunción de la libertad humana y, por consiguiente, el derecho y el respeto al otro. Si no somos capaces, la gente de izquierda, de dialogar entre nosotros con respeto a quien se tenga de interlocutor, ¿cómo podemos al mismo tiempo sostener dicha ideología? No abandonar la autocrítica, yo creo que esa debiera ser nuestra primera convicción como gente de izquierda, antes que ver robustecido el ego a instancias de los reconocimientos hechos a nuestras personalísimas contribuciones. Quien no quiera reconocer que MoReNa ha incurrido en graves errores (y, desde luego, Andrés Manuel), creo que está faltando un poco a ese principio básico tan necesario y quizá radicalmente definitorio del provenir de la izquierda y su permanencia. Si no sabemos MoReNa para qué (y con esto quiero decir, por qué sería necesario este movimiento y qué lo hace distinto de otros) y si tampoco sabemos cómo, entonces, mejor dejarnos de retóricas infladas de elocuentes pretensiones que bien podrían pertenecer al catálogo de cualquier prontuario de izquierdas de cualquier país.

4) Gente muy inteligente de este país entre los que destacan intelectuales como Héctor Díaz Polanco, Pedro Miguel y otros, encargados de redactar los documentos fundacionales de MoReNa, sostienen que si se opta nuevamente por este camino de la democracia y la posibilidad de hacer de MoReNa un partido político, además de un movimiento ciudadano, es en parte porque las experiencias de izquierda exitosas latinoamericanas recientes, muestran que se ha arribado allí por un camino electoral. Nada más, que yo veo aquí un problema: Queremos los resultados que han logrado otros países de izquierda, pero no asimilamos los procesos (radicales) que varios de dichos países han tenido que librar para llegar adonde están ahora, procesos que llegan a durar del orden de las tres o cuatro décadas. No estoy conminando a esas vías “radicales” (la peor cosa que se puede ser en estas fechas), estoy señalando que a la gente de izquierda de este país, al intelectual de izquierdas, le está haciendo falta obstinarse menos, mirar tantito de lejos su convicción y preguntarse si basta con la ética (el proceder político pacífico, demócrata y muy institucional) para lograr las metas deseadas. A mí parecer, hay un enorme vacío entre los objetivos previstos y los métodos para alcanzarlos (el objetivo es la justicia y la igualdad; el método, la socialdemocracia electoral).

*El escrito se originó por unos reclamos inadecuados que me tocó presenciar en FB.

¡The Elegy Song!, in a solitaire ejecución




"Mala fe" en Sartre


"Si hemos definido la situación del hombre como una elección libre, sin excusas y sin ayuda, todo hombre que se refugia detrás de la excusa de sus pasiones, todo hombre que inventa un determinismo, es un hombre de mala fe."

EL EXISTENCIALISMO ES UN HUMANISMO, Jean Paul Sartre

El filósofo es el poeta muerto


La ración de vitalidad que le toca a la especie —tan natural— y que sabe tan perfectamente encarnar el poeta en su canto, perece un poco bajo el ojo del filósofo y de su lucidez.

Por esa razón, el filósofo es el poeta muerto: porque a la exposición de su razón, deviene el análisis libre de metáforas: de cómo esa ración de vitalidad que nos es dada, es en realidad frágil, fugaz y, sobre todo, precaria.

Yo creo que da igual que lo llamemos Día de Muertos o Halloween. En el nombre no se preserva la tradición si no se ha preservado ya en los hechos.

La petición de “calaverita” por parte de niños disfrazados la noche del 1, creo que es una prueba irrefutable de esta tendencia que incorpora una costumbre sajona a nuestras tradiciones. Creo que sería más fácil reconocer que entre la cultura hispanoamericana del mexicano y la cultura occidentalizada del yanqui se ha efectuado ya un proceso sincrético, en lugar de negarnos a aceptar dicha realidad reduciendo el asunto a una cuestión nominal y, en cualquier caso, frívola. 

Y si no me parece más frívola, es porque omito detenerme a hablar del otro sincretismo-influjo que se padece ya en la música y en otras expresiones del arte. 

Por supuesto, a mí no me desagrada ese sincretismo: el arte (hablo del arte) en general más bien me alegra el entendimiento o, dicho con toda la fuerza de mi postmodernidad: me alegra el corazón el arte (hablo del arte).

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