Lo mejor es no pensar
martes, 24 de noviembre de 2020 by Eleutheria Lekona
He estado pensando un buen en lo siguiente: lo mejor es no pensar. ¿Por qué sin embargo no pude haber llegado a esta conclusión sin haberlo pensado, es decir, sin haber pasado por un proceso reflexivo a través del cual pude llegar a esta conclusión? ¿Por qué tuve que pensar para arribar a ella? Aquí, tal vez, alguien me dirá: pero no tuviste que pensar para llegar a ella, lo sentiste y luego lo concluiste. A lo que yo contestaría: pero aun para concluir esto tuve que pensar, tuve que realizar algún cálculo lógico que me permitiera derivar esta conclusión de mis premisas, premisas que en este caso serían mis sentimientos. Luego, aunque entiendo que haya gente que sostiene con gran ahínco que todas nuestras decisiones son hechas por la voluntad y no por la razón, lo cierto es que es imposible que la voluntad actúe sin que no se entere nuestra razón, nuestro pensamiento. Sin embargo, lo opuesto no es necesariamente cierto: hay miles de veces en que podrá actuar la razón sin que se entere la voluntad. Aquí la pregunta nodal sería, entonces, la siguiente —para no seguir dando vueltas en círculos interminables—: cuando digo que lo mejor es no pensar, ¿debe atribuirse a este decir una valoración positiva o una valoración negativa?, ¿o debe no atribuirse ninguna valoración? Si lo mejor es no pensar y si no hay nada mejor que esto, ¿por qué tuve que pensar para llegar a esta conclusión o a algo que es mejor, que es no pensar? O, en otras palabras, ¿por qué el no pensar requiere del pensar para pensarse y para autoafirmarse? ¿Por qué la presencia de pensamiento me permite llegar a algo mejor, que es su ausencia? Y, más todavía —que es todo el meollo del asunto—, ¿por qué puedo llegar a lo mejor, que es no pensar, a partir de lo no mejor? ¿Hay, cualitativamente hablando, una obligación de ser mejores?