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Lo mejor es no pensar

He estado pensando un buen en lo siguiente: lo mejor es no pensar. ¿Por qué sin embargo no pude haber llegado a esta conclusión sin haberlo pensado, es decir, sin haber pasado por un proceso reflexivo a través del cual pude llegar a esta conclusión? ¿Por qué tuve que pensar para arribar a ella? Aquí, tal vez, alguien me dirá: pero no tuviste que pensar para llegar a ella, lo sentiste y luego lo concluiste. A lo que yo contestaría: pero aun para concluir esto tuve que pensar, tuve que realizar algún cálculo lógico que me permitiera derivar esta conclusión de mis premisas, premisas que en este caso serían mis sentimientos. Luego, aunque entiendo que haya gente que sostiene con gran ahínco que todas nuestras decisiones son hechas por la voluntad y no por la razón, lo cierto es que es imposible que la voluntad actúe sin que no se entere nuestra razón, nuestro pensamiento. Sin embargo, lo opuesto no es necesariamente cierto: hay miles de veces en que podrá actuar la razón sin que se entere la voluntad. Aquí la pregunta nodal sería, entonces, la siguiente para no seguir dando vueltas en círculos interminables: cuando digo que lo mejor es no pensar, ¿debe atribuirse a este decir una valoración positiva o una valoración negativa?, ¿o debe no atribuirse ninguna valoración? Si lo mejor es no pensar y si no hay nada mejor que esto, ¿por qué tuve que pensar para llegar a esta conclusión o a algo que es mejor, que es no pensar? O, en otras palabras, ¿por qué el no pensar requiere del pensar para pensarse y para autoafirmarse? ¿Por qué la presencia de pensamiento me permite llegar a algo mejor, que es su ausencia? Y, más todavía que es todo el meollo del asunto, ¿por qué puedo llegar a lo mejor, que es no pensar, a partir de lo no mejor? ¿Hay, cualitativamente hablando, una obligación de ser mejores?

El valor instrumental de la vida frente al relativismo

Tu pensamiento es soberbio, me cuesta seguirte, pero me ofrece una certeza: he de seguir andando el camino del silogismo (tal vez te ofenda esto o te deprima). Los elementos de Euclides, si bien no son verdaderos (entendiendo verdad como correspondencia con la realidad: se sabe que esto es tautológico, ¿quién se encargará de verificar tal correspondencia?, ¿será verdadera su verificación?) me ofrecen un remanso lógico, ¿algún día lograré derivar aquello que me parece absurdo de mi realidad de premisas lógicamente consistentes que prueban tal absurdez? Creo que mejor me quedo con Sofía Kowalevskaya, inmersa en la increíble dulzura de sentir que existe todo un mundo del que el yo se halla totalmente ausente. Mas créeme, el relativismo ético o moral o como se diga, desprecia a la vida misma y, con ello, a la moral; por encima de la vida, coloca a la libertad del hombre; la vida es entonces sólo importante en la medida en la que es un medio -el único quizá- para hacer elecciones. La vida deja de tener valor per se, y adquiere sólo un valor instrumental. Tal vez la opción viable -desde el relativismo- para los que no entendemos el relativismo sea el elegir a la vida por sobre la libertad. Afortunadamente, el relativismo me lo permite.

-octubre de 2009, © Todos los derechos reservados.

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