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Queridos y entrañables lectores de Eleutheria: después de tantos años de escribir para este lugar he decidido mudarme a una nueva bitácora por motivos esencialmente técnicos. He intentado por todos los medios posibles aligerar la carga de esta bitácora pero ello implicaría de algún modo deshacerme de parte del material y de los sidebars puestos en el lugar. Sin embargo, no estoy dispuesta a hacerlo. En dicho caso, he optado alternativamente por abrir este nuevo espacio y empezar desde ceros. No sé hasta cuándo vaya a escribir allá pero sin duda estoy determinada a escribir (y pensar) el resto de mis días, como perfectamente podrán imaginarse quienes me leen desde hace tiempo. Así que, yo, la escribiente, espera poder continuar con sus escritos por un tiempo más y, en esta nueva andanza, espero poder seguir contando con sus visitas. Dejo un saludo a todos. 

Liga para acceder al nuevo espacio.

Un comentario adicional

Publicado el 25 de junio en mi cuenta tumbrl (aquí).

Admitir la normalización de la violencia por el lenguaje de la afición mexicana no significa en mi opinión negar otras violencias; la croata o la rusa, por ejemplo. Esa deducción es innecesaria. Y también es innecesaria la deducción etnocéntrica, pues remite a un desprecio probablemente ficticio (salvo en quienes de facto ejercen ese desprecio y en cuyo caso la admisión de la normalización sería apenas pretexto para dar despliegue a su fobia). Admitir el arraigo de nuestra cultura a las «malas» palabras significa si acaso admitir algo acerca de nuestra idiosincrasia. Pero es inapropiado pensar que se trata de un asunto esencial de nuestro ser en sí e inmodificable, o de nuestra «mexicanidad». Esta aclaración es importante puesto que hay quienes, al expresar su incomodidad con el «puto», convirtieron un problema social (o incluso cultural) en uno ontológico. Sin embargo, si hubiera sido ése el caso —si se hubiera cedido a la conversión— entonces creo que dicho gesto debiera verse como una decisión personal y no como algo necesariamente a deducirse una vez admitidos los problemas particulares de nuestra idiosincrasia, o de nuestra sociedad. Y también creo que han sido pocos quienes han caído en esa tentación (me atrevo a invocar a las conciencias retrógradas de siempre). Le voy más a que las redes sociales sirven a la interpretación abierta y que ello en ocasiones deriva en confusión o en interpretaciones erróneas.

Bueno, sigo con mi discusión.

Sol Gabetta, Baiba Skride, Nicolas Angelich / Solsberg Festival. KLOSTER OLSBERG



Sol Gabetta, Baiba Skride, Nicolas Angelich / Solsberg Festival. KLOSTER OLSBERG - 31/05/2014

Fuente: aquí.

Del «puto» que ofendió a todos. Esbozos para una opinión

(Van en negritas mis intervenciones).

La FIFA no proscribió a México las leperadas de su lenguaje, la FIFA únicamente intenta reglamentar el uso de una expresión normalmente vejatoria, o de una expresión cuya función es de hecho ambigua por sus diversas significaciones. Las leperadas para los mexicanos tienen diversas funciones dependiendo del contexto; sin embargo, comunidades culturales que no sean la mexicana no tienen de principio la obligación de conocer dichos usos. Por tanto, reitero, me parece todavía más moralina la reacción de indignación de algunos mexicanos ante la determinación de la FIFA, que la determinación de la FIFA misma (*). No es un tema de moral, es un tema de aceptar que nuestras relaciones sociales normalizan por el lenguaje, y ahí hay claramente —en la palabra «puto»— una relación social utilizada indistintamente para significar incluso homofobia (y no solamente homofobia, por extensión). Hay quienes incluso afirman que el «puto» se utiliza entre los varones homosexuales para referir el carácter más bien femenino de algunos de ellos. Así, además de una connotación homófoba —como dicen—, habría una probable connotación machista.  Sí, culturalmente las leperadas en México tienen connotaciones que exceden al mero insulto; sin embargo, esto no tiene por qué ser sabido por todos y ni siquiera compartido. Y más aún, las groserías también tienen la otra función, la función de insultar. Tienen, al menos, una doble función: una función social de juego y camaradería y una función también social que expresa hostilidad, discriminación y otras actitudes vejatorias y estúpidas. Personalmente, no entiendo a la gente sintiéndose airada con la FIFA por su determinación. Me parece, ésa sí, una actitud moralina. ADENDA. Por lo demás, apelar a la libertad de expresión (ver artículo de Jesús Silva Herzog Márquez) es, en mi opinión, mal enfocar el asunto: ni siquiera está en los estatutos de la FIFA prohibir, o más explícitamente: la FIFA no puede impedir de hecho a su afición ninguna porra. No se trata de eso, desde mi perspectiva. No hay aquí nada prohibitivo sino punitivo. Lo que la FIFA pretendía en cambio (y que ya desistió, como se sabe) era imponer una sanción ante el probable uso discriminatorio del término, sanción por ocurrir en el marco de una oleada de actitudes discriminatorias investigadas por la FIFA. Así, la alegata que personalmente sostengo en este escrito, no está dirigida a la afición mexicana y su porra, mi texto es una reacción ante la actitud francamente moralizante de quienes insisten en reivindicar la pureza del término apelando a los más inverosímiles argumentos en pro de la multiculturalidad. Reitero, el problema no es ya —no para mí— que el término haya sido utilizado por la porra mexicana, el problema es pretenderla una palabra libre de connotaciones denigratorias. Que la FIFA multe o no, resulta irrelevante a estas alturas, en cambio me importa y me interpela toda esta negativa de algunos de mis coterráneos a admitir el origen del término y la insistencia de otros a hilarlo con una prohibición de nuestros usos lingüísticos. Absurdo en verdad.

Ahora bien, dice Netzaí Sandoval en este estudio: «México ocupa el segundo lugar en crímenes por homofobia, en toda Latinoamérica»En dicho artículo Netzaí especifica que el adjetivo en cuestión ha de considerarse vejatorio en función del destinatario; es decir, de si la persona a quien va dirigido, exhibe en efecto las características de lo que el adjetivo en sí pretende declarar. Sin embargo, y si aun no fuera ese el caso, dice Netzaí: estas palabras «claramente resultan discriminatorias para todo sujeto con una preferencia sexual diversa»Y luego digo yo que: incluso si no lo fueran, se podría estar vejando no ya al destinatario, sino al sujeto genérico homosexual que esa palabra en forma despectiva presuntamente designaría. (Si incluso no hubiese una intención despectiva, habría qué preguntar a la comunidad de homosexuales varones su opinión al respecto). Luego, en un reporte de Aristegui Noticias se lee: «El grito se inventó desde hace varios años en las tribunas mexicanas, cuando veían juegos de equipos con una fuerte rivalidad. Ahora, en el Mundial, el grito ya se escucha también en partidos en los que no juega México, pues otras aficiones han adoptado la expresión». Y dice CONAPRED en ese mismo reporte: «El grito de ‘puto’ es expresión de desprecio, de rechazo. No es descripción ni expresión neutra; es calificación negativa, es estigma, es minusvaloración. Homologa la condición homosexual con cobardía, con equívoco, es una forma de equiparar a los rivales con las mujeres, una forma de ridiculizarlas en un espacio deportivo que siempre se ha concebido como casi exclusivamente masculino”, explicó Conapred. Y apuntó: “las expresiones racistas, clasistas, xenofóbicas, machistas y homofóbicas buscan descalificar, intimidar, negar, reducir y anular». 

(Adenda). Nuestras violencias no son solamente verbales pero esperamos aprender de ellas, se arguye; nuestras violencias son físicas y esperamos aprender de ellas, se insiste otra vez. Me produce francamente hastío la puerilidad y la hipocresía de todos los recursos retóricos invertidos en justificar nuestra idiotez. De acuerdo, no debe sustraerse a nadie su libertad de expresarse pero tampoco creo que deba a nadie eximírsele de su responsabilidad, y si nuestro hablar y nuestro actuar violentan al otro creo que irremediablemente generarán de algún modo una respuesta. Si no la respuesta muchas veces abusiva y tonta de la autoridad —que nos molesta cuando nos sentimos anarquistas pero que no evitamos cuando podemos efectivamente serlo—, sí quizá la respuesta del violentado. (Continuaré, supongo, superada de monotonía).

Hasta aquí con la intervención.

(*) Se entiende que pueda haber razones futbolísticas para considerar absurda la pretensión de la FIFA de sancionar (que la FIFA misma aclaró se trata de un rumor) y en el ámbito de esas consideraciones se puede estar de acuerdo con esa apreciación. Pero desde una consideración extrafutbolística me parece innegable que dentro del fútbol —como en otros deportes— hay, sí, expresiones de violencia ha tiempo normalizadas, aceptadas e incluso incuestionables. #TrueStory

«Agriluna». ¡Próximamente!

Imagen: Editorial Pronombre.
Todos los derechos reservados.

Those eyes of yours without a face...




"Eyes without a face" ~ Billy Idol

Modificado domingo 4 de octubre, 2015



Misiva a Juan Gelman

Juan Gelman, te recuerdo no solo por tus letras sino por tus luchas políticas. No fuiste uno de esos intelectuales fáciles que separan estética de ética como si fuera posible habitar cuerpos distintos para cada experiencia, o como si uno habitara medios mundos. Tu poesía me llenó de melancolía alguna que otra tarde y leí con avidez tu columna en Página 12 de los últimos años. ¿Sabes? la redacción de mi carta es quizá un poco argentina. Pasa que he sido una lectora contumaz de la literatura del Sur: hasta ese punto afecta en mi escritura (aunque esta vez dejo que así ocurra).

Adonde viajes poeta —que es un decir—, que tus semillas queden bien dispersas por los lares de los todavía vivos y los que vendrán. Y que se decupliquen los Juan Gelman poetas del mundo con su compromiso político a cuestas, quienes no cesan de pensar la otredad ni lo rotundamente otro (o lo absoluta). Aquí termino.

PD. En retrospectiva me pregunto —y me lo he preguntado siempre— si no la dimensión personal (lo planteo como condicional), la dimensión subjetiva enriquecida en la otredad, otorga a la poesía una dimensión que de otro modo no tendría.

Leyendo un poema de Rosario (precioso poema de Rosario)

Presencia


Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido
mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.

Esto que uní alrededor de un ansia,
de un dolor, de un recuerdo,
desertará buscando el agua, la hoja,
la espora original y aun lo inerte y la piedra.

Este nudo que fui (inexplicable de cóleras,
traiciones, esperanzas,
vislumbres repentinos, abandonos,
hambres, gritos de miedo y desamparo
y alegría fulgiendo en las tinieblas
y palabras y amor y amor y amores)
lo cortarán los años.

Nadie verá la destrucción. Ninguno
recogerá la página inconclusa.
Entre el puñado de actos
dispersos, aventados al azar, no habrá uno
al que pongan aparte como a perla preciosa.
Y sin embargo, hermano, amante, hijo,
amigo, antepasado,
no hay soledad, no hay muerte
aunque yo olvide y aunque yo me acabe.

Hombre, donde tú estás, donde tú vives
permaneceremos todos.

—Rosario Castellanos.


Hace escasos días el gobierno británico concedió el perdón a Alan Turing después de haberlo obligado a la castración química y haberlo sometido a aislamiento por su homosexualismo; este último hecho es probablemente lo que terminó por moverlo a suicidio hace sesenta años si es que esa hipótesis no es descartable. Alan Turing es quizá una de las figuras más importantes de la computación teórica y de la historia de la computación contemporánea. Esbozó en su «máquina universal de Turing» los principios teóricos, las prescripciones y reglas que debe satisfacer un algoritmo para decidir si es Turing-computable; es decir, para definir cuándo un problema expresable en lenguaje natural es soluble por medios computacionales. Para ello definió una función recursiva que debía probar si un conjunto de entradas llamadas los inputs del sistema eran capaces de generar una solución —llamada el output del sistema— toda vez que fuesen procesados por la máquina universal, bajo el supuesto de que podemos identificar una función recursiva a una máquina de Turing. Ahora bien, la máquina universal de Turing constaba de una banda infinita dividida en celdas susceptibles de almacenar un símbolo y de una cabeza lectora-escritora que avanzaba linealmente por la cinta procesando los símbolos de cada una de las celdas, o bien reescribiéndoles; de este mecanismo elemental se deduce la importancia de esta máquina teórica pues define por otra parte los elementos constitutivos de una computadora. La prueba de Turing aquí descrita define además uno de los teoremas más importantes en teoría de la computación y se le conoce con el nombre de The Halting Problem. Lo que resumo en este pie de página puede consultarse con más detalle en textos como «Teoría de la Computación y Lenguajes formales» de Brookshear o en «Introducción a la teoría de la computación (autómatas y lenguajes formales). Notas de clase» de Elisa Viso. O en fin, en algún manual sobre Teoría de la Computación o en Wikipedia misma.

El perdón a Alan Turing

En esta historia, siento menos estupor ante las acciones discriminatorias del gobierno británico contra Alan Turing hace sesenta años (pues me pregunto si no vale la pena dejarle el género como prejuicio a quienes necesitan asumirlo como algo más que un llano descriptor) que perplejidad ante la simpleza con que un gobierno se limpia de sus errores con sus propios condenados, como en las mejores épocas del fascismo, pero con las técnicas más modernas del tecnofascismo y sus medios electrónicos. Es decir, me pregunto si en esos indultos que otorga la autoridad a sus perdonados —en este caso, en el perdón a Alan Mathison Turing— no hay en el fondo el mismo gesto despótico con que se aprisiona a sus perseguidos. Pues mientras que Turing queda convertido por un lado en el mártir de una sociedad puritana y estúpida, ocurre por el otro que en el registro histórico de la corona británica es ella misma quien se levanta contra sus propios errores y decide reconocerlos con bombo y platillo —porque difícilmente el gobierno británico habría dicho no a la solicitud de una sociedad orgullosa de practicar valores democráticos si, como ocurre, esa sociedad es la sociedad del gobierno británico—, y entonces perdona a Alan Turing por una injusticia pasada. Y quizá nosotros, que no debemos ser críticos sino regocijarnos por todo —porque no se puede ser crítico y regocijarse al mismo tiempo; es más, porque ser crítico supone ya una incapacidad para el regocijo— no nos quede más que gritar ¡albricias! Turing consiguió el perdón. [1]

Por lo demás, simpatizo a plenitud con el gesto político de ese listado de 37 mil personas que incluyen al físico Stephen Hawking y creo que deben sentirse muy complacidos con el edicto. Es una pequeña victoria si se lo ve desde esta perspectiva. No ironizo.

Cierro con una reflexión que probablemente parecerá muy radical pero la deslizo así: como suave reflexión, como acto que invita a pensar:

Perdón y suicidio se identifican en una sociedad que no aprende a aprender sin infligir dolor al otro, en una sociedad —o en un grupo minúsculo de ella, con tristeza— que se arroga la gracia de la indulgencia. El suicidio no es tanto la condición de quien se sabe libre sino el lamento de quien se sabe abandonado. Ningún perdón resucitará a Turing aun si «limpia» su nombre (¿de qué?) y ninguna sociedad debiera someterse al patético espectáculo de solicitar a sus opresores su perdón. En este caso, haríamos más construyendo un memorial a nuestros y nuestras Alan Turing caídos, y reproduciendo sus relatos en nuestros textos, que solicitando perdones o reconocimientos.

Nota: 


[1] Asumiendo la acepción corriente de «crítica» que no necesariamente coincide con su acepción filosófica.

*Publicado en Rebelión.

«Reflections», Santiago Caruso




Reflections, Santiago Caruso

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