Una nota sobre Poesía y Psicoanálisis


La poesía es hermosa pero intoxicante. Me gusta dejar pasar varias semanas, o hasta meses, antes de leer poesía. Cuando vuelvo a algún libro de poesía —y casi siempre ocurre como necesidad— es como si me estuviese internando en un bosque mágico, en una terapéutica. Como un acto balsámico.

En eso los lacanianos han tenido razón, solamente que este descubrimiento es anterior a ellos y no pasa necesariamente por adscribirse a sus teorías. Cualquiera humildemente puede llegar al descubrimiento.

Ya los poetas de estas tierras (Nezahualcóyotl pienso) daban esas curaciones a sus pueblos. El icnocuícatl, ¿no es acaso un conjuro metafísico para el mexica afrentado?, ¿no lo fue acaso?

La palabra en general y no nada más la poesía. Las palabras como algo más que una abstracción estéril.

Y me imagino que los mejores psicoanalistas son, fundamentalmente, o filósofos o literatos. Los yerros del psicoanálisis descansan sobre su tradición hermenéutica, aunque sobre eso mismo se cierna también su fuerza como terapia.

Autogobierno: comentarios a ese post


Hace un par de meses publiqué una entrada aquí en el blog a la que intitulé Autogobierno. Es una entrada breve y desde el momento en que la terminé pensé que quizá podría tratarse de un texto no muy claro debido a una cierta dosis de ironía con que estaba escrito (hablo aquí de ironía como figura retórica y no como burla o sarcasmo).

Debido a unos comentarios que me hizo Navegaciones en Twitter sobre dicha entrada, quiero ahora hacer una versión comentada de la misma (yo creo que me va a quedar más larga dicha versión que la entrada en sí).

La entrada puede leerse completa aquí.

Lo que voy hacer a continuación es tomarla en cada uno de sus párrafos, desde el primero al último, e ir comentando lo que pretendo expresar en cada uno de ellos. Usaré el formato Párrafo k, Comentario al párrafo k.

Párrafo 1:

La necesidad de los gobiernos (su existencia) revela que el hombre, incapaz de autogobernarse, cede el control de parte de sí a un órgano coercitivo. Pero aun si el hombre se conquistara a sí mismo, este órgano coercitivo no habría de desaparecer por completo pues existe una región supraindividual (allí donde concurren todas las dinámicas individuales interactuando) en cuyo seno insurge un mecanismo o ente que como suma de partes constituye a uno particular de los diversos sistemas vivientes por largo tiempo caracterizado; hablo del denominado sistema social (recordar que un sistema no existe porque exista su abstracción, su abstracción ha sido necesaria para la descripción de un fenómeno real).

Comentario al Párrafo 1:

Sostengo aquí que es verdad que el hombre, a lo largo de toda su existencia, ha buscado su autogobierno. Con autogobierno quiero decir: moderar sus pasiones, su pathos. Y que como se trata de una empresa en la que, de una u otra forma, se alcanzan solamente logros parciales, entonces el hombre que no cesa en su búsqueda,  desde muy tempranas épocas pudo encontrar una forma de dar salida al asunto instituyendo un catálogo de acciones a que debía someterse el colectivo en aras de, en parte, dar satisfacción a dicha búsqueda. Ese catálogo y sus mutaciones, por la obligatoriedad que prescribe en el grupo, constituye lo que hoy día conocemos como órganos coercitivos (códigos, códices, mandamientos, reglamentaciones, etcétera). Esto me parece que ha ocurrido en la vasta mayoría de las civilizaciones y grupos humanos, desde el neolítico hasta nuestros días.

Justamente hace apenas unos días, publicaba una entrada en donde platicaba cómo me había dado mucha risa leer unos mandamientos taoístas que implícitamente revelan algunas de las tonterías que cometía el hombre de aquellos tiempos (tonterías que en algunos casos se siguen cometiendo). Las religiones y sus estatutos, me parece, surgen también de esa búsqueda humana por la moderación de las pasiones. Cuando el hombre introduce estos códigos por primera vez, el hombre ha introducido también una comprensión ética de la vida y dicha comprensión casi necesariamente implica una asunción dualista sobre la existencia. Incluso en el misticismo monista de ciertas doctrinas de Oriente, al aterrizar los credos al obrar práctico, hay también una conversión hacia algún dualismo.

De la observación anterior, da la impresión de que perviviera en el hombre un interminable jaloneo entre el despliegue de sus pasiones y las consecuencias de dicho despliegue. Es decir, a esa necesidad de ir moderando su pathos, el hombre ha ido oponiendo la comprensión de algún ethos. Por supuesto, hay humanos que han decidido en contrapartida, renunciar a cualquiera de dichas comprensiones éticas (yo digo que eso es sólo parcialmente posible) y, así, deshacerse del agobio que dicha comprensión pudiera producirles, pero ésa es otra historia.

Continúo. Después, comento que aun si el hombre lograra cierta perfección en su autogobierno, tendría necesariamente que existir, por limitado que fuera, un gobierno para todos (común), a instancias de aquella región supraindividual mencionada en el texto en la que confluyen las dinámicas de todos los individuos interactuando, y adonde ya no llega el papel rector del autogobierno. La vida social dicho llanamente.

Bien, antes de ir con el siguiente párrafo, quiero aclarar que lo que he planteado en este primero que acabo de comentar, es una descripción general de la condición del individuo en relación al dominio que tiene de sí y cómo, a razón de un autodominio imperfecto o insatisfactorio (que puede incluir, entre otras cosas, lesiones a terceros), han surgido órganos coercitivos que no han hechos más que normalizar convenciones hechas por el social a fin de introducir (o eso ha creído el hombre) armonía en sus relaciones (el surgimiento de religiones es la primera forma de estos órganos y por eso no es raro que en la antigüedad el gobierno estuviera normalmente amarrado a la religión, los llamados órdenes teocráticos).

Termino con esta puntualización: En este primer párrafo de aquel texto considerado como descripción el párrafo, no hay juicios de valor míos, ni preferencias, ni deseos expresados.

Párrafo 2:

Lo que en cambio sí podría ocurrir es la llamada utopía. Es decir, si nuestra hipótesis se hiciera cierta, entonces contaríamos con todos los elementos para positivamente ver arribar un mundo en donde la capacidad coercitiva de los gobiernos fuese reducida a su máximo posible. El corolario es claro: por utópica que sea dicha posibilidad, es una a la que no deberíamos de renunciar tan fácilmente; simplemente porque, como ya dije, dicha reducción sería un indicador de la buena conducción del individuo, de cierta eficacia en su autogobierno.

Comentario al párrafo 2:

Aquí lo que simplemente estoy diciendo es que pareciera verificarse alguna especie de relación proporcional inversa entre el dominio del individuo o autogobierno y el grado de coerción de los gobiernos: a mayor autodominio en los individuos, menor grado de coerción de los gobiernos y, por ende (pienso) menor riesgo de vivir sojuzgados por tiranías. Desde luego, asumir esto no presupone que las interacciones sociales deban cancelarse; solamente que esta situación idealmente tendría que derivar en mejores relaciones sociales entre las personas. El autogobierno individual (de la parte) vendría a ser una versión a escala del autogobierno social (del todo).

Párrafo 3:

Hay todo un perorar largo que podría derivarse a partir de esta idea. Pero ahora quiero ser sucinta y llegar a la conclusión más útil posible y pronta de extraer de esta consideración: que muy a pesar de todo y muy por encima de esa pequeña legión de orates queriendo someter a poblaciones enteras a su mentecato gobierno, resulta siempre saludable cualquier acción encaminada a hacer reducir el papel coercitivo de un gobierno cualquiera a menos que queramos ver su instauración por medios aún más indeseables: el de la cancelación del mayor número de interacciones sociales entre los individuos; el de un gobierno no coercitivo sólo posible por la vía de hombres eremitas diseminados por el orbe, sabios lo suficiente como para respetar a los demás y, entonces sí, la desaparición del gobierno a instancias del autogobierno (por supuesto, una reducción drástica en la tasa poblacional haría posible la vuelta a pequeñas comunidades en donde la pugna gobierno/autogobierno apenas si subsistiría).

Comentario al párrafo 3:

Aquí termino con un absurdo y es adonde comienzan las inyecciones de ironía. Sugiero que sería ridículo tener que llegar al extremo de cancelar las interacciones entre los individuos —esa región supraindividual— como única forma posible de evitar la existencia de gobiernos coercitivos y lo sugiero con una ironía. Es lo que estoy diciendo. Pero aunque ironizo, y todo, no deja de brillar allí también la idea general que se sostiene en todo el texto: la del autogobierno. O sea, la autoconstrucción del individuo como condición sine qua non a la instauración de un gobierno poco autocrático o poco coercitivo y lograr entonces armonizar mejor entre los societales. Del absurdo allí planteado, se deduce que siempre serán preferibles —y necesarias—  cualesquiera acciones del colectivo encaminadas a hacer reducir las tiranías de los gobiernos que cancelar las interacciones sociales y, con ello, el gobierno de todos. Por lo tanto, todo hay en mi texto, menos la intención de atomizar.

Finalmente, en ese mismo párrafo planteo que ésa no sería, como es obvio, la única forma de obrar en dirección a hacer reducir el papel coercitivo de los gobiernos (quizá debería añadir en este punto que cuando escribí dicho texto lo hice algo divertida a causa del argumento ad reductio —reductio ad absurdum— que, como ocurrencia, estaba utilizando a fin de hacer concluir su contrario).

El último párrafo creo que es manifiesto en su significado y me ahorro la copia y el comentario.

Termino con esta explicación (no me excuso, solo explico):

Pienso que si hay algún pecado* de que se me pudiera acusar en aquel texto, entonces ese pecado sería abstraer en exceso y no, en sí, generalizar**. Generalizo en el primer párrafo y en los subsiguientes me reduzco a desarrollar la idea dejando multitud de casos particulares intocados (no tocarlos no implica su negación).

Ahora bien, si incluso ofreciendo esta explicación, se considerara de todas maneras se trata de un texto demasiado generalizador, entonces yo acepto la crítica porque a lo mejor hay algo que yo ya no estoy alcanzando a ver. Es posible.

*Es una hipérbole.
**Por supuesto, también están el estilo o la escritura pero esto no lo tomo muy a pecho porque nunca he tomado clases de escribir y es normal que lo haga con muchas deficiencias.

Epigrama


“La crítica es la cortesía del filósofo”.
Adolfo Sánchez Vázquez

La estupidez y sus códigos


Hace rato mientras leía una lista de mandamientos taoístas, me estaba literalmente atacando de risa. Se me agolparon en la mente todos los actos de estupidez que hemos tenido que perpetrar la especie para aprender del mundo (echar a perder, como se dice). Ipso facto, me vino a la cabeza la imagen de algún homo sapiens sapiens de épocas pasadas acometiendo alguno de dichos crímenes —menores relativamente—, obrando desde su bruta racionalidad o desde el más puro placer. Luego, recordé cómo de niña disfrutaba con hacer a las cochinillas bola y jugar con ellas cuales balones de fútbol sin la mínima empatía ante el sufrimiento que pudiese yo estar ocasionándoles a dichas criaturas. Tuve que esperar a que muriera mi primer perro y me durara el duelo por encima de la normalidad y se llegara en casa al exceso de hablar conmigo personas adultas, puesto que pasaban y pasaban los días y yo nomás no podía dejar de llorar por mi perro muerto, y hacerme ver la situación, etcétera, tuvo que pasar ese hecho para que yo pudiera comprender el sufrimiento en los animales y sentir la más plena empatía por sus dolores (esta es la experiencia más clara que llega a mi conciencia como analogía).

En cada uno de nosotros parece repetirse la sucesión de todas las civilizaciones que nos precedieron. En algunos casos, en nuestra infancia parecen repetirse algunos rasgos y costumbres de civilizaciones prehistóricas y civilizaciones antiguas; luego, llega la primera pubertad, y los dogmatismos y etnocentrismos se apoderan plenamente de nuestros espíritus: la historia de creerse uno el ombligo del mundo y poseer esta audiencia imaginaria (no entraré en el bochornoso detalle sobre hasta cuánto se pueden llegar a extender estos síntomas). Después, llegarnos la Ilustración en plena vida preparatoriana y pretendernos ser los más sabiohondos: la razón lo puede todo y otras excentricidades. Continuar el recorrido, y avanzar en los otros estadios si bien nos va, asumiendo como naturalmente se hace a instancias de nuestra herencia positivista, que: A) el progreso existe y B) describe una trayectoria lineal como una flecha que corre hacia adelante; hasta, finalmente, llegar a hacer coincidir el día de nuestra muerte con el máximo grado de esplendor que como civilización hayamos podido alcanzar en nuestro espíritu.

[Por cierto, en este punto me horroriza pensar que esté atravesando yo en estos momentos por mi postmodernidad o que tenga que, en algún momento (forzosamente), tener que atravesarla.]

Copio el par de los mandamientos que me sumieron en el mencionado ataque de risa:

“No aplastarás con los pies, intencionalmente, a los insectos y las hormigas.”

“No te subirás a los árboles para destruir los nidos y coger los huevos.”

Un hecho quizá nimio que me confirma el sentido que personalmente confiero a la existencia de reglas, códigos, códices, reglamentaciones y normatividades en el mundo. Son la tentativa humana por intentar normalizar el destierro o disminución de dicha estupidez de nuestras vidas.

Constituyen lógicamente, la respuesta humana ante nuestra ilimitada capacidad —como necesidad— de autoaniquilación y destrucción de nuestro entorno; prueban que en el estrecho marco de su acción, el hombre ha encontrado formas de su obrar menos nocivas que otras (o más), y que existe una razón empírica a la que instintivamente se ciñe el hombre por cuanto le garantiza la conservación de la especie (pareciera que cuanto más avanza el hombre en el uso de su razón como adquisición, más se convenciera del sinsentido de dicha razón empírica; que suicidarse, por ejemplo, no tendría por qué tomarse como un acto contra ningún orden natural ¿Serán el progreso de la razón y la razón auténticas aberraciones de nuestra especie?).

Una lógica en algunos casos precaria; una lógica, en sus formas sofisticadas modernas, apabullante. Pero, a fin de cuentas, una lógica siempre insuficiente frente a la inabarcable gama de respuestas psicológicas en la criatura del homo sapiens sapiens.

Comienzo a formular una respuesta absolutamente contraria a cierto espíritu nihilista de mi época que, en realidad, es muy anterior a éste. A aceptar que, como necesidad, el hombre es lo que es en sí mismo y que, haya o no un fin intrínseco a su existencia (trascendental o no, evolutivo o no evolutivo), dicho fin es, como muchas cosas en el hombre, artificial. Abrazar esta capacidad de artífice.  

EPÍLOGO

Me alegra que a lo largo de todas las épocas de la humanidad, se hayan alzado siempre espíritus humanistas contra doctrinas nihilistas*, negadoras de la vida. En la mayoría de los casos, dicho espíritu nihilista no ha obrado con maldad ni más. E incluso, de sus doctrinas han derivado valiosas directrices éticas para el hombre.

Algunos espíritus nihilistas:

Jesucristo.
El Buda.
Algunos de los filósofos románticos.
Algunos de los filósofos de la postmodernidad.

Algunos espíritus o doctrinas no nihilistas (humanistas más bien):

La versión ética del cristianismo (el luteranismo por ejemplo).
La versión ética del budismo.
La versión ética de la mayoría de las religiones del mundo.
El humanismo mismo.
Nietzsche.
Varias de las filosofías de la existencia (Ernesto Sabato, Jean Paul Sartre, Albert Camus, Martin Heidegger).
Etc.

El problema, desde luego, de estas impugnaciones contra el nihilismo consiste en conciliar la asunción ética de la existencia con la intención soterrada (o incluso desvío no intencionado) que esta vuelta lleva al colocar a la voluntad humana demasiado encima de otros acontecimientos del mundo. Hay, pues, un intenso jaloneo entre la proclamación de la voluntad humana y el peligro de que dicha voluntad se tiranice; pasar del ego al egotismo.

*El nihilismo como lo concibió la doctrina india de la negación del mundo y de la vida y no el nihilismo activo propugnado por F. Nietzsche, una vuelta más bien contra esas negaciones del ser.

A propósito del Nóbel de literatura**

No sé por qué, pero cada que se otorga un Premio Nóbel de Literatura me siento ligeramente abrumada. Bueno, sí sé; ahora habrá que acudir a las librerías a buscar información del susodicho, mirar, estimar, husmear la obra —oler el papel de ser posible—, juzgarla.

En algunos casos quedaremos encantados y nos sentiremos conformes con el jurado de Estocolmo. En otros, escapará a nuestra más elemental comprensión el premio.

Pero no procederé irreductiblemente: existe toda una gama de opciones a considerar, algunas de las cuales son rotundamente inclusivas; mientas otras, no lo son ni de lejos. Listaré algunas:

1) Tomar la concesión del premio pero desde un punto de vista contrario: un criterio para no acceder a él. Si lo dan los suecos, algo debe de andar mal (en este caso se obra así por meras presunciones de marginalidad, aunque una marginalidad amorfa, débil y hasta digna de otro mote).

2) Abrazar con absoluto comedimiento la concesión. Es más, esperarla con impaciencia los días previos a su anuncio; tener los centavos ya ahorrados con el propósito expreso de dirigirse a la más cercana de las librerías con tal que al día siguiente, bien temprano, ir trepado ya en el micro, el metro, el metrobús —el auto— con el ejemplar bajo el brazo (no debe faltar el separador en este caso).

3) Ser absolutamente indolente al suceso. No tener ni la más ínfima idea de qué cosa es el Premio Nóbel de Literatura (ni el de la Paz, ni el de Medicina, ni el de Física, ni el de Economía, por extensión).

4) Hacer la valoración desde la propia ideología. Por ejemplo, si se milita en las filas del antiimperialismo, el anticapitalismo y todos los antis habidos y por haber —cuya expresión afirmativa por lo regular se encuentra en algún ismo (marxismo, anarquismo, maoísmo o meramente izquierdismo, etcétera)—, entonces, sospechar. Es más, sospechar hasta el límite. Y así, hurgar en el pasado del galardonado buscando encontrar el mínimo atisbo de su posible cuanto probable culpa. Ir a los expedientes a fin de averiguar en los siguientes puntos: a) sus relaciones con el burocratismo cultural, b) su militancia política desde luego, c) el tamaño de su complacencia con: c.1) todas las formas de la postmodernidad (literarias, filosóficas, culturales), c.2) el conflicto árabe-israelí c.3) la Venezuela de Chávez, Evo Morales y la UNASUR, c.4) otras, d) su adhesión a alguna vanguardia, e) sus contribuciones a la llamada ruptura, f) si es un disidente de las ideologías hoy denostadas (de trasnoche) o si se adhiere a éstas y por ello ganar las simpatías con los anti g) si asumió alguna posición particular frente la teoría estética (realista) del socialismo soviético h) and so on. (Hago una pausa para decir: no me culpen si pienso en el nombre de Mario Vargas Llosa; más bien excúlpenme).

5) Hacer la valoración desde el grado de sujeción a que las modas literarias dictan y someten. En mi opinión, aquí se encuentran los casos más patéticos; cito un caso: el del eternamente enamorado de la literatura y haberse refinado todas las novelas de Marcela Serrano, Isabel Allende, Laura Esquivel, Mario Benedetti (no sin antes haber soslayado su breve* pero elocuente obra ensayística), algún Márquez, Elena Poniatowska, la infaltable cuanto sobreestimada Rayuela de Cortázar (¿por qué Rayuela pasa por un texto tan transgresor?), etcétera. Desde luego, este espécimen no cejará en fregarnos el TL o el muro del Face con algún fragmento de Los Amorosos (y hasta fregar al mismísimo Sabines huelga decir, que mora ya en alguno de esos centros que tan magníficamente caracterizara Dante). Puede que incluso, en un caso de los muy patológicos y aberrantes, este ser se confiese alegre diletante de un desafortunado cuanto socorrido Paulo Coelho (no lo digiero). Se trata en suma, del lector sentimental —kitsch él—, poseedor de una brújula siempre en búsqueda pero mal calibrada. A este lector, por su inmensurable magnanimidad, por su mirada siempre renovada y/o virginal, no puede más que amársele. Un abrazo y una sonrisa a este lector.

6) Por supuesto, estará también el especialista de las letras, el filólogo, el ungido del lenguaje, capaz del análisis más veraz y riguroso; audaz en las puntualizaciones, agudo en la argumentación, sereno en los encomios pero generoso, quirúrgico en la crítica. Una guía, una luz para el lector amateur.

7) Sopesar en la originalidad de la obra, penetrar en su justo valor, su contribución a las letras y a la cultura; hacer o contrahacer la literatura, posarse amanuense o ser artífice.

8) Tampoco faltarán los houellebecquianos, murakamianos, felices por que hayan quedado incontaminados del premio sus autores —supongo.

9) Pasar el suceso sin pena ni gloria. Ni jota hay qué decir, hay que buscar el bocado, mejor leer en cuánto quedó el huevo o elucidar el misterio de El Lazca (pienso que el misterio de El Lazca se resuelve asumiendo que experimentó un crecimiento corporal postmortem al modo en que a Sierva María de Todos los Santos le creciera el pelo ya difunta) o imaginar el paro nacional patriótico (al que no habremos de atrevernos) en contra de la laboral. En este grupo quedarán los panpolíticos, que allí se les reduce el mundo (ajá).

10) No nos causa tanto emoción el Nóbel de Literatura como el de Física: hacemos ciencia.

11) Valerte un soplete, no el premio, sino su prestigio imponderado.

12) Ser un lector tardío.

13) Lo mismo que eres un trasnochado anti e ista en política, lo eres en las artes: siempre vas a la zaga de los textos pasados y te enseñoreas con pensar que el recorrido andado por el impulso civilizatorio a escalas de tiempo ad hoc, lograrás hacerlo tú mismo pero con longitud tu propia vida; aunque como solamente cuentas con un promedio ponderado para estimar su duración, calculas que te faltan todavía un par de décadas antes de llegar a los nóbeles más recientes.

14) El diletante (y su reacción) de lo que me ha dado por llamar el pensamiento rígido  (lógica, filosofía y lenguaje) y suspirar porque él se sujeta a otras fuentes de la cultura, además de las literarias y sus modas.

15) Otras variedades.

16) Ninguna de estas.

FIN

*Breve en comparación con su obra poética.
**Me acabo de enterar hace unos minutos del Nóbel a la UE; sí me reí bastante.

Saxofón 12

Philip Glass / Lautten Compagney
"Melody for Saxophone No.12"

La revolución bolivariana consiste en transitar de un capitalismo salvaje (neoliberalismo) hacia un socialismo del siglo XXI. Con el epíteto “socialismo del siglo XXI”, lo que se pretende es fijar distancia con otros socialismos, distinguir a este socialismo de los socialismos del siglo XX, algunos de los cuales habrían de degenerar en socialismos totalitaristas o, simplemente, ver derruidos sus sueños y aspiraciones ante el imparable impulso capitalista. 

Una cualidad muy interesante de este socialismo del siglo XXI es que su oposición al capitalismo no es, lógicamente, una oposición al mercado en general. Este socialismo entiende bien que la existencia de mercados como práctica es necesaria a la actividad comercial en general, actividad a la que necesariamente ha tendido el hombre tanto en civilizaciones antiguas como modernas. 

Otra cualidad interesante es que adopta al sistema democrático como sistema e instrumento para la elección de sus representantes populares; es decir, conserva e importa el ideal democrático propio de los liberalismos. En ese sentido, este socialismo del siglo XXI es socialdemócrata.

Hasta aquí, no constituye en apariencia una ruptura tajante con modelos ya conocidos. ¿En qué radica entonces su veta revolucionaria?, ¿en qué medida podemos afirmar que es revolucionario este proceso? Podemos afirmar que es revolucionario al introducir un cambio que es más bien un retorno: vuelve a depositar en manos del estado el control de sus recursos energéticos, el recurso mismo de su actividad comercial y, fundamentalmente, sustraer de manos privadas la función social de dotar a sus soberanos de los servicios básicos en sanidad, educación, vivienda; tiene semejanzas en esto con la función del Estado benefactor de la primera mitad del siglo XX, suscriptor —como era— de un pacto social con sus soberanos. 

Si me es más natural parangonarlo con el estado benefactor del capitalismo es porque, a diferencia de los estados socialistas del siglo XX que igualmente suscribían este pacto, el socialismo del siglo XXI no nombra a un sóviet o poder centralizado para la ejecución operativa de su gobierno, sino que conserva la figura de un primer mandatario elegido democráticamente. Por otra lado —como ya mencioné—, no liquida la actividad comercial en general, sólo la regula.

¿Por qué, sin embargo, a pesar de conservar importantes semejanzas con las liberaldemocracias se trata de un proceso tan vilipendiado, cuanto revolucionario? En mi opinión, esto sucede porque ha sido tal el desgaste de recursos y la competencia rapaz entre los monopolistas, —los magnates capitalistas del mundo— que la pérdida de cualquier mercado, el proteccionismo de fronteras sobre recursos estratégicos (el petróleo venezolano por ejemplo) constituye ya un golpe letal a estos rapaces. Hay, además, importante factores geopolíticos que hacen de Venezuela, con su revolución bolivariana, una amenaza en el hemisferio. Me refiero específicamente a su comercio con países del ridículamente llamado eje del mal (el eje del bien dixit); Irán, por ejemplo, China. Pero, sobre todo, me refiero al proceso de integración-regionalización cristalizado con el surgimiento de la CELAC y de la UNASUR durante los últimos años.

Es increíble cómo, la decisión soberana de una nación de reservar para sí la administración de sus recursos, los derroteros de su gobierno, etcétera, puede alterar en tal forma a los artífices del statu quo del sistema-mundo* capitalista. 

Pero además, la más revolucionaria de las acciones del gobierno chavista ha consistido en meter al orden a la clase empresarial venezolana que, hasta antes de ’98, mantenía hambriento y expoliado al pueblo; y luego, tomar las decisiones de gobierno con arreglo a los intereses de la nación en su conjunto y no nada más supeditarlos a los de un grupo o élite; en eso ha consistido propiamente la revolución bolivariana. Y por supuesto, escucharemos a los medios-chacha de la periferia aullar lastimeros los vilipendios, cosas como que el proceso bolivariano es dictatorial, veremos a sus ideólogos vociferar las consignas manufacturadas desde sus think tanks y enarbolar, idealistas, los principios más nobles del liberalismo, que no han pasado de ser lindas aspiraciones en nuestros países supuestamente sí democráticos.

Nadie dice que en Venezuela se viva como Alice in Wonderland, o que no haya por qué ser críticos con las decisiones de aquel gobierno. Lo que simplemente se está diciendo es que: 1) Seamos críticos en todo momento; no nada más unos ratos sí y otros no y 2) Justo por el punto anterior, con el mismo rigor que los analistas chachos de Occidente miran el proceso bolivariano, exigirles miren los procesos de los gobiernos de que ellos son lacayos. Pero como esto es pedir demasiado, con que lo hagamos nosotros, ya habrá habido algún avance.

Comparto este artículo que compartiera primero Camila Vallejo desde su cuenta Twitter.

*La idea de los sistemas-mundo fue acuñada por Braudel y popularizada por Immanuel Wallerstein, de quien la tomo prestada.

La defensa como necesidad, no como violencia (más de sempitema)


Cuando un grupo de personas, una pequeña sociedad, un pueblo, etcétera, decide oponerse por medios articulados no violentos a sus opresores, entonces, eso se llama una elección; una elección que resulta de una reflexión, de un razonamiento. Pero cuando un pueblo se opone a sus opresores, no por vías pacíficas sino de las llamadas ahora violentas, entonces, raras veces ésa es una acción razonada. No se tiene allí una elección, no se obró allí con libertad. Se obró por necesidad.

A mí me parece que amplios espectros de la autonombrada izquierda mexicana no ha logrado entender este aserto tan simple y, así, es común escuchar o leer algunos argumentos erigidos sobre lo que en mi opinión son premisas falsas.

Cuando se arguye que se equivocan los grupos al elegir luchas por vías violentas, veo aquí dos errores:

1) El ya señalado: raras veces se trata de una elección; es una necesidad.
2) Es un error de comprensión importante pretender que es violento alguien que se está defendiendo de una violencia primera de que ha sido objeto él: se llama DEFENDERSE, no se llama VIOLENCIA y aunque personalmente siempre he sentido rechazo por actuar defensivamente como reacción a una agresión (creo que se podría apelar a otros medios) también pienso que llegado cierto momento, si las agresiones y la violencia no cesan, entonces, es legítima la reacción. Lo que quiero decir es que si hemos de consentir en tildar de violenta a esa actitud defensiva en llamarla violenta, entonces, si queremos ser congruentes, deberíamos al mismo tiempo consentir que es una violencia provocada, que es una violencia justificada (no por sus medios).

¿Cuál es mi punto?, ¿a qué quiero llegar? ¿A animarlos de hacernos de piedras, azadones, palos para defendernos de la opresión oligarca? Absolutamente no. Sólo quiero animarlos, invitarlos, a no hacer propias las palabras, el discurso mismo de los opresores para calificar (denostar, demonizar) algo que, de facto, ellos han provocado. No aceptemos en consentir que quienes toman una lucha no pacífica versus la opresión oligárquica sea gente violenta. No seamos tan ligeros en reproducir ideas y pensamientos (no nuestros) en nuestras propias bocas. Ésa es mi invitación.

Al margen de todavía poner dos que tres gotas de esperanza sobre vías razonables de lucha, pongo otro tanto de mi esperanza en la siguiente idea: el azar y la necesidad. Esas dinámicas que escapan a nuestro control pero que eventualmente derivan o han derivado en bienestar para sociedades enteras o, incluso, en períodos de paz para una civilización completa así se trate de cortos períodos de tiempo.

Son singulares los casos en que dichas dinámicas insurgen sin la participación de los pueblos; incluso hay a veces allí, algún fermento de renacimiento cultural o esplendor. 

El movimiento y las mutaciones no el quietismo, ni la inacción— parecen ser los mecanismos más básicos generadores de cambios. Insustituibles, cuanto necesarios.

Cadena ω de ancha longitud |ω|



Ningún segundo sin proferir una ausencia, sin vomitar un exabrupto, sin roer un poema con el nervio de tu imaginación punzante.

Anatemas y anfibios. Ánades y anemias. Angiospermas y ágatas mestizas.

Rozar la greba, desde la piel —por dentro—.

Luego, salir de ella y desatarse el proceso irrestañable.

Escribir sin la inspección.



Blogger Templates by Blog Forum