De Dios y las religiones
miércoles, 24 de noviembre de 2010 by Eleutheria Lekona
miércoles, 24 de noviembre de 2010 by Eleutheria Lekona
Posted in: Tema común | | |
No hay palabras para expresar la dulzura de sentir que existe todo un mundo del que el Yo se halla totalmente ausente.
Sofia Kovalevskaya
“La formalidad rigurosa de la sintaxis, sólo tiene sentido cuando detrás de ella se encuentra la riqueza creativa de la semántica”. José Alfredo Amor Montaño
¿Sabes qué pasa? Que no me había percatado de que tuviste a bien responder al último comentario que hice en "Despierta Libertad". ...
Me niego a vivir en el mundo ordinario como una mujer ordinaria. A establecer relaciones ordinarias. Necesito el éxtasis. Soy una neurótica, en el sentido de que vivo en mi mundo. No me adaptaré al mundo. Me adapto a mí misma.
Anaïs Nin
"...México es un país extraordinariamiente fácil de dominar porque basta con controlar a un solo hombre: el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia mexicana a un ciudadano [norte]americano, ya que eso llevaría otra vez a la guerra. La solución necesita de más tiempo: debemos abrirle a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de Estados Unidos.
México necesitará de administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queremos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros."
Entrada del diario de Richard Lansing, secretario de Estado del presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson, en 1924.
"Si tengo la desfachatez de creerme en posesión de la verdad es porque nunca he amado nada sin a la vez odiarlo."
E. M. Cioran
"Porque el mundo del que somos responsables es éste: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha, pero también el único que nos da la plenitud de la existencia; el que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el roce de la mano que amamos; esta sangre, este fuego, este amor, esta espera de la muerte. Este deseo de convertir la vida en un terruño humano."
Matamos lo que amamos.
Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca.
A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia,
a veces menos.
Matamos lo que amamos.
¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con
un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos.
Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la
esperanza es poca
y el dolor
no se puede compartir.
El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.
Ah, pero el odio,
su fijeza insomne
de pupilas de vidrio;
su actitud
que es a la vez reposo
y amenaza.
El ciervo va a beber
y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua
y la imagen.
Se vuelve
—antes que lo devoren—
(cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.
Damos la vida sólo
a lo que odiamos.
ROSARIO CASTELLANOS
Que me conmines al caos no me aleja de ti ni de tu pretendida astucia para olvidarme. Ya no más celeridad en medio de estos días calmos. Te quiero a ti cual Luna clara en medio de la noche, pareces perla primigenia suspendida en un vacío sin fondo. Llegaré a ti vestida de blanco por si aún te atormenta la ausencia de colores en mi silueta.
¿Quieres escuchar mi voz? Entonces tómate la molestia de escuchar también mi canto. Lograrás aprehender las notas de mis melancólicas melodías y las cantarás después, mucho después de la puesta del Sol, cuando yo ya no esté aquí, sino observándote oculta tras un árbol milenario; entonces estudiaré tus movimientos, tu manera de mirar hacia el horizonte, tu forma de postrar la cabeza cuando –pensativo, ausente o triste- escoges la tierra como receptáculo de tus cavilaciones. Estarás en una isla desierta, sabrás apreciar con todos tus sentidos la belleza de un mar salvaje con cielo eléctrico o la tristeza de un sol abrasador sobre el océano amigo. Pero no memorizaré tus movimientos, sólo los contendré infinitamente en mi alma.
ELEUTHERIA LEKONA
“Es obligación de los pueblos reaccionar cada vez que el engaño pretenda alzarse para posponer la verdad.” Salvador Allende
No eres un asidero al cual yo vuelva para paliar mi soledad o mis tristezas. Tú eres mi soledad y mis tristezas.
Eleutheria L.
Defensa de la alegría
Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.
MARIO BENEDETTI
Había venido desde lejos a buscar el sol y el sol hallado al fin, me era hostil. ¿Y si me lanzase desde lo alto del acantilado? Mientras hacía consideraciones más bien sombrías mirando a la vez los pinos, las rocas y las olas, sentí de repente hasta qué punto me encontraba sometido a este bello universo maldito.
E. M. Cioran, “Ese maldito yo”
-¿Cenizas? No, yo quiero que los gusanos me roan… que el hedor de mi carne descompuesta azuce a las criaturas del subsuelo. Y yacer envuelta por la tierra.
Eleutheria L.
Escogiste un derrotero de mediocres. El confort de la lejanía. La tibieza de la duda. No una vida vivir. No amar. No ser. Asirte, en suma, a la pregunta metafísica. Al tormento de la nada y renunciar a la lluvia, a las estaciones, al Sol, a los días.
Eleutheria L.
La humanidad permanece irremediablemente en la caverna de Platón, gozando todavía -su antiquísima costumbre- con meras imágenes de la verdad.
Susan Sontag,
On Photography
Cómo quisiera acariciarte con mis palabras…
Rozar tus oídos con mi boca y,
como una danzarina loca,
bailar en rededor tuyo…
Bajo esta lluvia o fuera.
Eleutheria L.
Escucha la pequeña belleza, grillo, escúchala que tú también cantas y con tu música haces de mis oídos laderas de tu voz, de tus historias de silente hablante.
Sé que la escuchas grillo porque ya no hablas y que, lejos, compartes conmigo esta eufonía.
Recuerdo cuando fui luciérnaga y paseaba contigo por el pasto –mojado- y gotas de agua nos bañaban.
Recuerdo grillo, tu compañía de saltarín, de cuasi-saltamontes, en estas geografías de enebro y tulipán y el viento fuerte sobre nosotros tirándonos y nosotros que sobrevivimos a él para transformarnos en gaviotas o en hombres que, como la alegoría del andrógino, buscarnos después –perdidos y nauseabundos de nosotros mismos, revulsivos, grillo.
Yo no supe grillo, del confort de tu cacofonía –que a mí me pareció melopeya vulgar, anodina (no como tú, grillo).
Grillo veraniego, grillo nocturno, de invierno, de casas de campo, de descanso, lejos de mí, a través del viento; frente a un cristal-espejo de mis melancolías. Grillo eterno, de siempre, sempiterno, en lontananza que inventa que le pienso, que te pienso grillo lejos de mí sin sucumbir en mí.
¿Por qué eres grillo?, ¿Por qué ya no eres rostro, ni manos? Grillito tonto. Haces que me parezca luego a una mantis y me crea que Dalí habla de mí en sus libros hechos de moho en bibliotecas de moho también.
¿Ves cómo todo es hermoso, grillo? Desde tu canto, tus manos de grillo, tus ojos de grillo, tu estúpido mirar de grillo incólume que no se inmuta ni frente a una carcajada en contra de él (así es el grillo –ni hablar).
Los grillos me acompañan desde aquellos viajes de infancia. El grillo –con su canto- anunciaba la llegada al lugar. El bosque tropical hacía su aparición, me apeaba ansiosa de clavarme en la agua de aquella poza artificial. El grillo había parado de cantar y me dejaba a mi suerte; me prometía al oído mi libertad para aquellos días y me dejaba tomarme mi raspado de tamarindo después de la chapuza-chapuzón.
Grillo veraz y atroz, delator. Le caían mal mis gatos –de siempre- porque de siempre el gato –necio- me seguía; como hasta ahora que los gatos me siguen.
Y era un grillo pérfido también -¿te acuerdas de la palabra, amigo cometa?
Y un grillo manantial y páramo y erial y nada. Monocorde.
Y no entiendo cómo pueda haber tantos grillos en el mundo y, de tantos, aparezcas tú, hayas sido tú, -¿por qué grillo?
Me vienes tanto, grillo.
Pero ir hacia la oscuridad en la claridad de tu vaivén, de tu huida, de ti que no comprendiste, grillo del tiempo.
Por Eleutheria
Sólo el pensamiento que se hace violencia a sí mismo es lo suficientemente duro para triturar los mitos.
Max Horkheimer y Theodor W. Adorno
Preserva tu derecho a pensar, puesto que incluso pensar erróneamente es mejor que no hacerlo en absoluto. —Hypatia de Alejandría—.
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Hola Eleutheria:
Antes de dar mi opinión sobre este tema, creo que es conveniente situarme. Soy musulmana desde hace unos pocos años. En mi infancia recibí, como cualquier niña vasca de la época, una educación católica muy superficial, pero desde mi adolescencia hasta hace poco me he contado entre las ateas y mi grupo de amistades estaba formado casi exclusivamente -y lo sigue estando- por ateos o agnósticos. Unos pocos de ellos no han comprendido mi conversión al Islam y, de manera tácita, han ido enfriando la relación. Otros, a los que también les ha desagradado el cambio, tienen la delicadeza de esforzarse en olvidarlo. Unos pocos se han mostrado honestamente curiosos. Todo esto es muy explicable porque, al menos en España, el Islam es una religión que los medios de comunicación tratan como una lacra social.
Estos datos biográficos me parecen pertinentes porque me sitúan en el grupo -más bien minoritario- de las personas para las que la religión ha sido un descubrimiento personal y no una costumbre asumida desde la infancia. Las cosas que creemos, hacemos o sentimos desde la infancia nos parecen tan naturales que no nos suelen plantear preguntas. Sonreír para demostrar afecto, utilizar cubiertos para comer, creer que las cosas que soltamos en el aire caerán o sentirnos mal cuando no se nos tiene en cuenta son actos, creencias, sentimientos que o nos han sido inculcados o hemos experimentado por nosotros mismos desde una edad tan temprana que, salvo que tengamos cierto talante filosófico, no nos paramos siquiera a considerar qué significan o si están bien o mal. Supongo que en otros tiempos el sentimiento religioso era una de esas cosas que no resultaba necesario plantearse.
Pero como yo he terminado experimentando el hecho religioso tras un largo período de mi vida en el que tal hecho me resultaba algo peor que indiferente, es casi inevitable que ahora piense mucho sobre este asunto sorprendente y novedoso para mí, que me provoca tanto bienestar como confusión, tanta vergüenza como seguridad, tanta paz como inquietud. Esa inquietud es similar a la que se siente cuando por primera vez nos gusta un chico, o una determinada novela, o cuando un angustioso sentimiento de culpa mancha nuestra hasta entonces virginal conciencia. Por eso me surgen preguntas que quizá los creyentes de toda la vida nunca han tenido, de puro acostumbrados que están a las experiencias religiosas:¿Por qué me pasa esto? ¿Qué significa?
(Continúa...)
Pretendo exponer aquí algunas de las conclusiones a las que he llegado, porque entran de lleno en el tema que has tratado en tu post.
Cuando yo digo "Dios existe" estoy diciendo algo radicalmente distinto a, por ejemplo, "Los extraterrestres existen." La segunda frase significa afirmar que creo que hay algo con unas determinadas características ocupando un lugar en el espacio-tiempo. Tal afirmación es fáctica, remite a cosas y hechos del mundo. Este es el tipo de afirmaciones que corresponde a la ciencia elucidar. Por el contrario, "Dios existe", según yo lo experimento, no significa para mí que en algún lugar remoto haya un ser increíblemente poderoso o superior, ni tampoco que tal ser exista en la forma de un ente invisible que está, como un inmenso fantasma, en todos los sitios a la vez. ¿Pero si no remite a nada ni a nadie concreto, qué significado tiene decir "Dios existe"? Científicamente hablando, y planteada así, es una frase, no ya falsa o verdadera, sino carente de significado.
En realidad existen infinidad de frases que no tienen significado para la ciencia y que sin embargo nos parecen absolutamente normales y comprensibles. Por ejemplo: "Es malo matar a un inocente" o "Este cuarteto de Beethoven es bellísimo." De hecho, cualquier frase que implique la expresión de un gusto o disgusto ético o estético, de un deseo, de un ruego, una orden, etc. es inverificable por la ciencia. Es más, a pesar de que nos parece lo contrario, el 99% de la humanidad se pasa el 99% del tiempo de sus vidas ocupada en pensamientos de este tipo. No suelen interesarnos las cosas del mundo por sí mismas, como le ocurre al científico en los momentos en los que se dedica a su trabajo, sino que las cosas del mundo nos interesan en cuanto que nos gustan o disgustan, nos asustan o nos tranquilizan, nos alegran o entristecen, etc. Lo más importante de nuestras vidas no es saber cómo es el mundo, sino decidir si hacer esto o hacer lo otro, evitar lo que nos disgusta, buscar lo que deseamos, etc. Pero lo que nos gusta, lo que deseamos, todo eso no lo determinamos por un cálculo racional o por un conocimiento científico. La razón aquí nos sirve para descubrir qué medios son los mejores para conseguir tal o cual objetivo, pero nunca nos puede decir qué objetivos son buenos.
Si abstraemos al máximo este conglomerado de movimientos de nuestra voluntad a los que viene a reducirse la vida, llegamos, más o menos como hizo Platón, a condensarlos todos en dos o tres conceptos como "Bien", "Belleza", etc. O como Kant, en dos o tres preguntas, como "¿Qué debo hacer?", "¿Qué me cabe esperar?", etc.
(Sigue...)
Las cosas por las que más nos movemos, por las que más peleamos en la vida, tienen que ver con nuestra peculiar manera de entender el Bien. Cuando vemos que un ser querido está enfermo o que está sufriendo una terrible injusticia ¿qué moviliza todo nuestro ser y genera toda esa angustia? Si intentamos ponerle un nombre a todas estas situaciones, abstrayéndolas, podemos decir "Es el Mal". En este sentido, podemos afirmar, utilizando un modo de hablar absolutamente distinto al de la ciencia, que "El Mal existe"
Es importante comprender aquí que primero se tienen unas experiencias, en este caso unas intensas experiencias éticas, y después, con la necesidad de hacerlas comunicables por el lenguaje y con la capacidad de utilizar conceptos abstractos, es cuando llamamos Mal o Bien a la generalización de esas experiencias. ¿Quién puede negar que esas experiencias existen? Su existencia es infinitamente más primaria, común e importante para los seres humanos que la existencia fáctica, científica, del sol y de la luna. El problema es que para referirnos a ellas usamos el mismo lenguaje que el que tenemos para referirnos al sol y a la luna. Por eso el verbo "existir" en la frase "El Mal existe" es algo radicalmente distinto al mismo verbo en la frase "Existe el Sol". En la Frase "Existe Dios" pasa lo mismo.
"Existe Dios" es la verbalización estándar en las religiones monoteístas para afirmar la existencia en general de la experiencia religiosa. La experiencia religiosa en este sentido, es como la estética o la ética. Dios, Belleza, Bien, Demonio, Fealdad, Mal, son sustantivos que intentan objetivizar, para poder ser comunicado por el lenguaje, lo que no es objetivizable.
Se me reprochará que esa manera tan filosófica mía de entender a Dios no es ni mucho menos la de la mayoría de la gente, ni la oficial de los jerarcas y guías religiosos de cada fe. Pero no lo es sencillamente porque la mayoría de los creyentes no siente ninguna necesidad de pensar filosóficamente a Dios. Ellos tienen una experiencia religiosa y punto. Pasa algo exactamente igual con la ética. Para ser una persona con fortísimas y frecuentes experiencias éticas no es preciso filosofar sobre qué es el Bien o el Mal. Idem para la estética. Mis experiencias religiosas supongo que no deben ser muy distintas de las que tienen millones de personas en el mundo. En ese sentido, todas creemos que "Dios existe", como creemos que existen actos buenos y malos o cosas bonitas y feas. La única diferencia es que algunas personas, por su talante o sus circunstancias vitales, se ven impelidas a preguntarse en profundidad qué significan esas palabras y hasta qué punto esas palabras transmiten algo a alguien que no sepa de qué estamos hablando. Las preguntas de mis amigos ateos y mi propio pasado ateo son los que me han llevado a plantearme estas cuestiones y a llegar a estas distinciones filosóficas que en realidad no son necesarias para ser creyente, sino sólo para tratar de explicar y explicarse en qué consiste ser creyente.
Una diferencia fundamental entre las experiencias ética, estética y religiosa es que casi todo el mundo -salvo, dicen, los psicópatas- tienen la primera, la mayoría tiene la segunda y relativamente pocos tienen la tercera. Sin embargo, las tres son educables hasta cierto punto. Por eso, la experiencia religiosa es la que más depende del entorno social y la que más se presta a la hipocresía de quienes fingen tenerla y a la incomprensión de quienes no la han tenido.
Quienes carecen de experiencias estéticas creen que las personas que muestran su entusiasmo ante un cuadro o una obra musical son unos impostores o unos snobs. Los psicópatas no comprenden los, a su juicio, estúpidos reparos morales de la mayoría de la gente. Los que carecen de experiencias religiosas, como me pasaba a mí hasta hace poco, piensan que el creyente es un ignorante, o un hipócrita, o alguien que busca un cómodo consuelo ficticio.
Pero ¿cómo se comunican verbalmente las experiencias éticas, estéticas o religiosas a alguien que no las posee, cómo se demuestran científicamente? Ciertamente, no hay modo alguno de hacerlo. Por eso a los no creyentes habría que pedirles que tengan fe solo en una cosa: en que hay quienes sí la tienen.
Saludos.
UNO
Hola Dizdira:
Desde temprano en la mañana miré tu comentario. Tuve que salir al centro y apenas vengo regresando presta a escribirte. No sé bien a bien cómo comenzar a responder tu comentario y no lo sé por qué me ha removido muchas cosas. Así que las voy reorganizando, ordenándolas. ¿Con arreglo a qué? No será –en primer lugar- con arreglo a mi necesidad de hacer un par de aclaraciones sobre lo dicho en mi post –que mira que esa necesidad no es pequeña. Por lo general, nos importa en primer lugar lo que piense el otro de uno mismo y, después, lo que uno mismo piensa del otro. Ahora me importa más tu pensar y sentir porque veo que son genuinos, que son profundos y no ordinarios. Te diré que me ha conmovido muchísimo ver cómo te afanas en explicar y explicarte a ti el hecho nada común de haber mudado de reconocerte atea a profesar ahora el credo del islam (¿lo dije bien?). Y si me has conmovido, no es porque yo sea una tierna que llora hasta el tuétano con cualquier capítulo de “Candy, Candy” –bueno, sí lo soy un poco-, sino porque conozco bien esa necesidad que sientes –casi vital- de explicarte a ti el asunto y, luego, por congruencia, a los demás.
Iré numerando.
1. Yo en tus palabras palpo no sólo la tendencia bien natural -de esta mujer lúcida, de esta filósofa que desde ti habla- a optar por el diálogo, a hacer del logos la vía de tu razonamiento; sino que veo –y lo veo muy emocionada- la necesidad de este ser humano a no terminar de dialogar consigo misma respecto a su nuevo estatuto –el de creyente-, sino hasta terminar de entender el por qué de su conversión. Porque aunque sabes que detrás de este sentimiento religioso -que es nuevo para ti-, opera algo de bajo o nulo significado para la ciencia, aunque sabes eso, también comprendes que para ti sí que tiene un significado –cualquiera que éste sea- y que lo tiene porque has llegado a él, poco a poco, sin aún terminar asimilarlo del todo (aunque yo no sé que tú pienses, pero yo creo que uno de los mejores atributos de las cosas que están fuera de nosotros es que uno nunca llega a apropiárselas del todo y, así, resulta de lo más estimulante, reencontrarse en diversos períodos con diversas ideas –propias o no- que alguna vez adquirimos, es decir, tal vez uno nunca termina de asimilar del todo “las cosas”, “las ideas” que una vez hicimos nuestras y constantemente vuelve uno a repasarlas y repensarlas, a reconstruir nuestro punto de vista sobre “las cosas”).
[continúa...]
2. Entiendo, entonces, que cuando usas el término “creyente” –usar esa palabra- lo usas porque traduce o explica el sentimiento místico o religioso que has experimentado; tal vez es el término que más se acerca a lo que tú consideras que te está ocurriendo –que ya lo explicaste- o tal vez ocurre que tú sí entendiste –antes de convertirte- qué significa “creer”, en el entendido –claro- de que dicho entendimiento no es en la misma forma comunicable en que lo es otro tipo de entendimiento (como el ligado a las verdades fácticas, por ejemplo). En esta parte sólo me es posible afirmar que entiendo que la diferencia entre creer en el bien, en la belleza y en Dios no es una diferencia psicológica, aunque sí creo que en los primeros dos casos, gozas de la experiencia humana para corroborarlo, mientras que en el segundo –otra vez- tienes que apelar a otro tipo de verificación, la que –por lo dicho en mi post- no es comprendida por mi propia lógica. Lo que sí, es que de aquí me surge una idea que vengo persiguiendo hace tiempo, no basta con que la comunicación sea eficiente, además, tiene que ser eficaz. Por eso, a veces, los motes, los adjetivos, usarlos sin detenernos a pensar detenidamente en si están realmente significando lo que realmente queremos significar… por eso, a veces, uno debe tomarse su tiempo para mantener una conversación a fin de que haya espacio para las preguntas, las aclaraciones, las dudas. A fuerza de su uso y de su antigüedad, a veces se nos olvida qué exactamente significan las palabras. Yo sí creo que es importante volver a buscar el significado de las palabras –el antiguo y su evolución- y actualizarlas cuando sea menester hacerlo, mas ¿cómo lograr que esa convención sea de todos conocida? El lenguaje, si no nos esmeramos en usarlo con claridad, también puede ser un obstáculo (y lo dice alguien que lo aprecia mucho). Y aquí yo agradezco mucho la claridad y precisión con la que tú te comunicas, aunque –como dices- los no creyentes tendremos que tener fe en que existen sí creyentes aun cuando no entendamos, bien a bien, qué significa ello.
3. Esa necesidad que tienes de explicarte y de explicar, creo poder entenderla. Creo que se parece a la necesidad que tengo yo de explicarme y explicar mis preocupaciones morales; esa búsqueda que en mí permea desde hace algún tiempo. Y justo en este punto –y recordando tu alusión a Kant- te comento –un comentario- que esta semana tras haber arribado a una especie de crisis en mi pensamiento moral, decidí comenzar a leerle, a explorar en su filosofía moral. De modo que me he comprado –para empezar- su “Fundamentación para la Metafísica de las costumbres” y estoy, en general, muy complacida en leerle, descubrir que en este filósofo antaño, se halla muy ordenadamente mucho del pensamiento actual –aunque ya no tan vigente. Concordar con el filósofo en una cosa, la razón como fundamentación última de la moral –según se lee en dicha obra-, y aceptar con él que la ley moral suprema es inmanente a la razón pura. Aunque todavía no sé si para él como para mí –supongo que sí- la razón pura (que es, propiamente, lo a priori, lo que nos es dado inmediato sin necesidad de validación empírica) necesita de la experiencia para tejer o bordar sobre ésta lo que le es propio a ella misma. La razón pura no es tan pura en tanto no sólo discurre sobre ella misma –que sí puede hacerlo. Y Kant lo nota: él sabe que la razón no es una Metafísica –si bien él utiliza ese mote para referirla-, sino una habilidad, un hacer inherente al hombre por su órgano de la mente. La razón pura no es un topos, no es un lugar, es esa capacidad que nos es dada, a priori, merced a la cual elaboramos razonamientos, emitimos ideas. Espero, entonces, terminar de leer este libro y luego leer -para desmenuzar- en su “Crítica de la razón pura” sus disquisiciones sobre los juicios sintéticos a priori y, así, terminar de saber. En fin, creo que me salí ligeramente del tema, pero tu plática me lo trajo a colación.
[continúa...]
ÚLTIMO
4. Ahora mi aclaración. Yo justo cuando expresaba una de las nociones comunes que se tiene de Dios, aquella en donde se le apercibe como un omni-todo y, la otra, en donde me preguntaba hasta cuándo hay que esperar para detectar su existencia y, así, demostrarla, yo justo cuando pensaba eso y lo escribía, sabía que una objeción posible en un creyente es que pensar así es un modo muy materialista de pensar y que la idea o noción de un Dios no tiene la más mínima ligazón con algo demostrable o con algo con una existencia material. Yo, ante esto, no sabría mucho qué decir; mis sentidos son limitados, hasta el momento no he desarrollado otra forma de sentir o palpar la existencia de algo. Lo repito, no me es posible postular la existencia de un ente metafísico porque ni siquiera sé si eso metafísico existe y suponerlo no es –no para mí- congruente con mi propio razonar.
5. Creo que te tenía que comentar algo más, pero ya se me olvidó qué era. En fin Dizdira, ha sido un auténtico goce leerte –por muchas razones- y muchas gracias –enormes- por compartir aquí tu propia y personal vivencia. A muchos nos alimentas. Gracias.
UNO
Querida Eleutheria:
Has traído a colación verdaderos agujeros negros (en el sentido de que uno presiente dónde empiezan pero jamás dónde acaban). Tratarlos breve pero convincentemente es un reto formidable. Aquí mi intento:
La verdad y otros mitos
En cierta ocasión alguien reclamó a Matisse: “Esa mujer tiene el brazo demasiado largo”. Matisse contestó: “No es una mujer, es una pintura”.
En mi modesta opinión muchas veces tendemos a confundir dos cosas que, aunque apelan a lo mismo, no son lo mismo. Me refiero a la realidad y a la verdad (entendida ésta última como la interpretación correcta u objetiva de aquella). Conforme la especie humana fue adquiriendo memoria también desarrolló la capacidad de relacionar hechos para evitar las malas experiencias y favorecer las buenas. Para ello tuvo que interpretar las señales que percibía con sus sentidos y dotarlas de sentido. Sin la posibilidad de un intercambio de experiencias (todavía no existía el lenguaje) y sin el concurso de un registro histórico (mucho menos la escritura) las interpretaciones se limitaban a la experiencia individual. De ahí la importancia de esos dos saltos fenomenales de la especie: el lenguaje articulado primero y la escritura después. De esto se desprende algo muy sencillo pero que tendemos a olvidar con frecuencia: la realidad existía mucho antes de que existieran nuestras interpretaciones de la realidad. Nosotros (y nuestras interpretaciones) somos apenas una parte (insignificante, podría decirse) de esa realidad. Una realidad que hemos venido “descubriendo” conforme se amplían nuestras capacidades perceptivas y nuestros conocimientos acumulados. Para los homínidos de la época del Neanderthal el universo era un valle, después fue un continente, más tarde un sistema solar, luego una galaxia formada por miles de sistemas solares y ahora por millones de millones de galaxias. Bien puede decirse que nuestra capacidad de percepción ha crecido mucho más rápido que nuestra capacidad de explicación de lo que percibimos.
Nadie podrá negar que las primeras explicaciones que pudimos dar (como especie) acerca de lo que percibíamos estaban condicionadas por nuestra experiencia (individual y como especie) y por el desarrollo de nuestra capacidad de percibir la realidad más allá de nuestras posibilidades innatas (con el concurso de aparatos como el microscopio y el telescopio, por nombrar solo dos muy obvios pues hoy “reproducimos” escenarios mediante algoritmos sofisticados o colisionadores de hadrones).
¿No resulta comprensible que en los albores de la humanidad los seres humanos hayamos llegado a conclusiones como que todo tiene un principio y un fin (nacimiento y muerte, día y noche, verano y otoño)? ¿Qué las cosas inertes y las vivas son “intrínsecamente” diferentes y algo hace especiales a éstas últimas? (reproducción). Si las cosas inertes no hablan, no tienen voluntad y no engendran nuevas cosas ¿no resultaba lógico pensar que alguien muy parecido a los seres humanos hubiese creado ese (entonces muy pequeño) universo? ¿Cuántos siglos tuvieron que pasar para que Lavoisier primero (la materia no se crea ni se destruye) y Einstein después (equivalencia final entre materia y energía) nos mostraran que todos los fenómenos naturales son ciclos de un continuum en permanente cambio?
UNO
Querida Eleutheria:
Has traído a colación verdaderos agujeros negros (en el sentido de que uno presiente dónde empiezan pero jamás dónde acaban). Tratarlos breve pero convincentemente es un reto formidable. Aquí mi intento:
La verdad y otros mitos
En cierta ocasión alguien reclamó a Matisse: “Esa mujer tiene el brazo demasiado largo”. Matisse contestó: “No es una mujer, es una pintura”.
En mi modesta opinión muchas veces tendemos a confundir dos cosas que, aunque apelan a lo mismo, no son lo mismo. Me refiero a la realidad y a la verdad (entendida ésta última como la interpretación correcta u objetiva de aquella). Conforme la especie humana fue adquiriendo memoria también desarrolló la capacidad de relacionar hechos para evitar las malas experiencias y favorecer las buenas. Para ello tuvo que interpretar las señales que percibía con sus sentidos y dotarlas de sentido. Sin la posibilidad de un intercambio de experiencias (todavía no existía el lenguaje) y sin el concurso de un registro histórico (mucho menos la escritura) las interpretaciones se limitaban a la experiencia individual. De ahí la importancia de esos dos saltos fenomenales de la especie: el lenguaje articulado primero y la escritura después. De esto se desprende algo muy sencillo pero que tendemos a olvidar con frecuencia: la realidad existía mucho antes de que existieran nuestras interpretaciones de la realidad. Nosotros (y nuestras interpretaciones) somos apenas una parte (insignificante, podría decirse) de esa realidad. Una realidad que hemos venido “descubriendo” conforme se amplían nuestras capacidades perceptivas y nuestros conocimientos acumulados. Para los homínidos de la época del Neanderthal el universo era un valle, después fue un continente, más tarde un sistema solar, luego una galaxia formada por miles de sistemas solares y ahora por millones de millones de galaxias. Bien puede decirse que nuestra capacidad de percepción ha crecido mucho más rápido que nuestra capacidad de explicación de lo que percibimos.
Nadie podrá negar que las primeras explicaciones que pudimos dar (como especie) acerca de lo que percibíamos estaban condicionadas por nuestra experiencia (individual y como especie) y por el desarrollo de nuestra capacidad de percibir la realidad más allá de nuestras posibilidades innatas (con el concurso de aparatos como el microscopio y el telescopio, por nombrar solo dos muy obvios pues hoy “reproducimos” escenarios mediante algoritmos sofisticados o colisionadores de hadrones).
¿No resulta comprensible que en los albores de la humanidad los seres humanos hayamos llegado a conclusiones como que todo tiene un principio y un fin (nacimiento y muerte, día y noche, verano y otoño)? ¿Qué las cosas inertes y las vivas son “intrínsecamente” diferentes y algo hace especiales a éstas últimas? (reproducción). Si las cosas inertes no hablan, no tienen voluntad y no engendran nuevas cosas ¿no resultaba lógico pensar que alguien muy parecido a los seres humanos hubiese creado ese (entonces muy pequeño) universo? ¿Cuántos siglos tuvieron que pasar para que Lavoisier primero (la materia no se crea ni se destruye) y Einstein después (equivalencia final entre materia y energía) nos mostraran que todos los fenómenos naturales son ciclos de un continuum en permanente cambio?
UNO
Querida Eleutheria:
Has traído a colación verdaderos agujeros negros (en el sentido de que uno presiente dónde empiezan pero jamás dónde acaban). Tratarlos breve pero convincentemente es un reto formidable. Aquí mi intento:
La verdad y otros mitos
En cierta ocasión alguien reclamó a Matisse: “Esa mujer tiene el brazo demasiado largo”. Matisse contestó: “No es una mujer, es una pintura”.
En mi modesta opinión muchas veces tendemos a confundir dos cosas que, aunque apelan a lo mismo, no son lo mismo. Me refiero a la realidad y a la verdad (entendida ésta última como la interpretación correcta u objetiva de aquella). Conforme la especie humana fue adquiriendo memoria también desarrolló la capacidad de relacionar hechos para evitar las malas experiencias y favorecer las buenas. Para ello tuvo que interpretar las señales que percibía con sus sentidos y dotarlas de sentido. Sin la posibilidad de un intercambio de experiencias (todavía no existía el lenguaje) y sin el concurso de un registro histórico (mucho menos la escritura) las interpretaciones se limitaban a la experiencia individual. De ahí la importancia de esos dos saltos fenomenales de la especie: el lenguaje articulado primero y la escritura después. De esto se desprende algo muy sencillo pero que tendemos a olvidar con frecuencia: la realidad existía mucho antes de que existieran nuestras interpretaciones de la realidad. Nosotros (y nuestras interpretaciones) somos apenas una parte (insignificante, podría decirse) de esa realidad. Una realidad que hemos venido “descubriendo” conforme se amplían nuestras capacidades perceptivas y nuestros conocimientos acumulados. Para los homínidos de la época del Neanderthal el universo era un valle, después fue un continente, más tarde un sistema solar, luego una galaxia formada por miles de sistemas solares y ahora por millones de millones de galaxias. Bien puede decirse que nuestra capacidad de percepción ha crecido mucho más rápido que nuestra capacidad de explicación de lo que percibimos.
Nadie podrá negar que las primeras explicaciones que pudimos dar (como especie) acerca de lo que percibíamos estaban condicionadas por nuestra experiencia (individual y como especie) y por el desarrollo de nuestra capacidad de percibir la realidad más allá de nuestras posibilidades innatas (con el concurso de aparatos como el microscopio y el telescopio, por nombrar solo dos muy obvios pues hoy “reproducimos” escenarios mediante algoritmos sofisticados o colisionadores de hadrones).
DOS
Cualquiera que haya hecho ciencia sabe que las explicaciones sobre lo que ocurre en la realidad (las verdades particulares que en conjunto conformarían la Verdad última) son todas provisionales e inexactas. Y esto por varias razones, entre otras:
1. El Universo cambia constantemente y las explicaciones debieran ajustarse a esos cambios. Pero algunos de esos cambios suceden tan lenta o tan lejanamente que nos resulta prácticamente imposible detectarlos y mucho menos predecirlos. Para poner un ejemplo ilustrativo: las distancias interestelares son tan inconmensurables que bien podría darse el caso de que los astrónomos estén estudiando la composición (analizando su espectro) de una estrella que ya ni siquiera existe. ¡Tanto ha tardado su luz en llegar hasta nosotros!
2. Todo instrumento de percepción (incluidos nuestros sentidos) y de medición tiene un margen de error que, si bien puede ser desestimado en el corto plazo, a largo plazo puede condicionar resultados muy diferentes.
3. Aún cuando hemos desarrollado aparatos para percibir partes de la realidad negadas a nuestros sentidos nuestra búsqueda se haya condicionada, desde el principio, por nuestra condición humana. Quizá existan porciones de la realidad que nos pasan totalmente desapercibidas.
En conclusión: algo así como la verdad definitiva no existe porque la realidad no es una cosa estática sino un proceso. Pero las “verdades” provisionales y particulares que hemos dilucidado han servido tanto para cosas loables (salud, longevidad, comodidad) como detestables (dominio, explotación, muerte).
Como puede entreverse la especie ha transitado de un pensamiento mágico-religioso a otro sistemático-científico con resultados evidentes. ¿Podemos, con el estado actual de conocimientos y experiencias, seguir apelando al antiguo pensamiento mágico-religioso? Eso lo trataremos en la siguiente entrega.
AP
Eleutheria:
Mil disculpas por las repeticiones. Ignoro como sucedió.
Un abrazo sentipensado,
Arturo
TRES
LA MAYOR VIRTUD DE LA CIENCIA
La ignorancia afirma o niega rotundamente; la ciencia duda.
Voltaire
Suponiendo que aceptamos que la interpretación de la realidad (nuestras conjeturas) es más verdadera conforme más se acerque a la realidad misma y que, estando la realidad en cambio continuo, nuestras interpretaciones deben cambiar para ajustarse a esa realidad cambiante, llegamos al punto en el que los pensamientos religioso y científico resultan claramente antitéticos.
Para el pensamiento religioso existe un ente perfecto que no solo creó sino que conoce de antemano todo lo que sucederá con su creación. Pero lo que hoy sabemos es que el universo es dinámico en múltiples direcciones y que, por ejemplo, al intentar analizar un objeto el investigador puede estar modificándolo o estar siendo modificado por él. Aún cuando todo obedece a una o varias causas la enorme cantidad de variables del sistema universo hace que se perciba como un todo caótico o impredecible. Y todo parece indicar que un átomo es un universo contenido en otro universo llamado molécula contenido en otro universo llamado cerebro contenido en otro universo...
Lo que comúnmente denominamos fe es en realidad un "dogma de fe" que no admite cuestionamientos. En el caso de las religiones reveladas esto es necesariamente así porque, con el correr del tiempo, los razonamientos originales asentados en sus documentos sagrados han ido perdiendo validez conforme conocemos más y mejor a la realidad. Y como las jerarquías religiosas ya desde hace siglos no pueden sostener sus verdades eternas (al contrastarlas con la realidad) han recurrido al expediente fácil de prescindir de la realidad.
No vamos a caer aquí en la tentación arrogante de considerar "torpes" las interpretaciones de los seres humanos de hace dos mil o más años. Quizá nosotros mismos habríamos llegado a semejantes conclusiones en idénticas circunstancias. Pero tampoco se antoja razonable tratar de "interpretar" al mundo ateniéndonos a los "criterios de verdad" de hace más de dos mil años. Y eso a pesar de que en la historia del Universo (parafraseando a Gardel) "dos mil años no son nada".
Volviendo al epigrama de Voltaire podemos decir que la mayor virtud de la ciencia es su continuo mecanismo de autocorrección, su no admitir dogmas y ser un sistema abierto que en el que todo interesado puede participar. En ello radica el gran poder de la ciencia que poco a poco ha desplazado (y continuará haciéndolo) al pensamiento mágico religioso.
Ninguna religión (que habló de milagros como caminar sobre el agua, revivir a los muertos o sanar a los ciegos) ha podido superar los verdaderos milagros de la ciencia: mantener a flote (en el agua y en el aire) toneladas de acero y cientos de personas, volver a hacer latir un corazón con desfibriladores eléctricos o de plano sustituirlo por una prótesis mecánica, cambiar el cristalino y remover las cataratas para devolver la vista. ¿Por qué ante tantos verdaderos milagros subsiste el pensamiento religioso? Eso lo trataremos en la siguiente entrega.
Saludos,
Arturo
Lo primero que quiero decir es que tanto el concepto de belleza como el de Dios están hechos a la medida del ser humano; es decir, un cielo estrellado nos parece bello, por la sensación de bienestar que nos proporciona el contempalrlo, pero a la hora de tratar de demostrar con argumentos que un cielo estrellado es bello nos topamos con que una y otra vez tenemos que recurrir a la subjetividad de nuestros sentidos; algo parecido pasa con el concepto de Dios.
En lo personal ya no me encuentro en la disyuntiva de si Dios existe o no, lo que para mí es indudable es que de existir, Dios no es como lo dice la Biblia, tal vez sea como lo dice el Corán o algún otro texto sagrado, no lo sé pero sospecho que tampoco es como lo dicen el resto de los textos sagrados.
UNO
Alberto,
Muy intrigada esperaba esta última entrega tuya y me has sorprendido porque no pensé que llegara con tanta diligencia.
Quiero ahora comentarte:
1. Yo acepto contigo que, como nos explica la ciencia llamada Física, la estancia del hombre en el universo apenas si es una micra de lo que lleva el universo existiendo [bueno, decir, “lo que lleva el universo existiendo” es meternos en severo lío, ¿qué significa que el universo exista y cómo tendría uno que imaginarse lo opuesto, su no-existencia?; ¿qué había antes en su lugar?, ¿acaso la existencia del universo consiste, justamente, en la existencia del espacio-tiempo? Si antes no había un espacio-tiempo en el que transcurriesen las cosas (materia emergente, átomos, nebulosas y toda suerte de objetos que lo pueblan), ¿qué había?, ¿el espacio-tiempo vacío, sin cosas? o ¿no había espacio-tiempo, no había lugar en donde pudieran cosas ocurrir? Y aunque bien es prudente leer los reportes que el CERN y su gran Colisionador arrojen antes de uno opinar –con espíritu positivista (me río)- ya hemos convenido en no sustraernos a la tarea de elaborar nuestros propios barruntos y, así, satisfacer –se me ocurre- nuestros obsesivos afanes, tomar nota de nuestros aciertos y yerros y, luego, hacer saber con todas sus grafías cuál fue la magnitud de nuestras desviaciones –casi imposible que no las haya]. Por tanto, hablar de la verdad, entendida como realidad, es hablar de algo todo el tiempo sujeto a cambios e imprevistos; pero también acepto contigo –y algo sobre ello digo en el post- la conveniencia de establecer y/o aceptar, pero también rechazar y abominarlas, ciertas verdades locales que en tanto humanidad nos han permitido hacer –como dices tú- o cosas loables o cosas detestables (ambas, en realidad). Mis diatribas contra el relativismo –y qué bueno que tomo conciencia plena de ello y vengo a verbalizarlo aquí para que no se me olvide- no van contra su parte más cientificista, aquélla que afirma la imposibilidad de verdades eternas, de absolutos. Mis principales diatribas van contra una adopción acomodaticia del mismo a modo de eludir cualquier asunción moral o no cualquiera: una en particular que exija nuestra acción. Creo que muchas de las cosas negativas que le ocurren al hombre en este particular punto de la historia tienen qué ver con que éste se ha entregado a la inacción a fuerza de parecerle inútil su contrario; cuando pierdes la esperanza en la utopía o dejas de apreciar como valiosos ciertos ideales –porque, si somos postmodernos, ¿por qué tendrían que tener primacía unos sobre otros?-, se corre el riesgo, como de hecho está ocurriendo ya, de caer en estatismos que, en muchos casos, nos llevan directo a la evasión, a cederle la responsabilidad de nuestro mundo a, por ejemplo, un grupo de hombres estultos que se hacen llamar mandatarios, hombres de negocios o que, en fin, se arrogan el monopolio del conjunto de decisiones que, en principio, a todos atañen. En realidad, en cualquier época de la historia, lo de menos para el humano ha sido contar con pretexto para desresponsabilizarse de lo que sucede en la esfera azul pálida y subesferas; la diferencia ahora es que contamos con más herramientas –las mediáticas- para difundir la inconveniencia de esta postura y, así, intentar revertir sus nocivos efectos.
[Continúa...]
DOS
2. Dizdira explicó bien cómo el hombre primero tiene unas ciertas experiencias –como el malestar de ver sufrir a los suyos- y luego se vale del lenguaje para objetivizarlas y, en consecuencia, comunicarlas (posiblemente, primero surge la necesidad de comunicar y luego se objetiviza). Uno eso a lo que más o menos dijiste –que lo pienso- de no ceder ante el juicio histórico de calificar de torpes las interpretaciones de los antiguos (en particular, señalo, las de orden mítico-religioso). Lo uno y vuelvo a articular mejor lo que habíale ya comentado a Dizdira: ¿cómo saber que algún sentimiento místico o alguna experiencia de ese orden de la que uno de pronto se apropie ya sin soltarla, tendría que necesariamente significar que uno se ha vuelto “creyente” o que uno acepta que Dios existe o que uno, entonces, abraza una cierta doctrina religiosa que aparezca congruente con nuestro nueva adquisición? O urge actualizar lo que se entiende por los términos “Dios”, “creyente”, etcétera o desechamos esos términos y así nos olvidamos de confusiones (a lo mejor yo no estoy bien enterada y para quienes se asumen como creyentes los términos están ya actualizados). Parecerá bagatela esto último que he dicho, pero en verdad pienso que no lo es ¿Por qué? Por la bajísima tendencia de gruesos grupos de humanos a la metacognición, es decir, por este casi nulo inclinarse a pensar sobre los propios pensamientos, sobre las propias ideas, creencias, suposiciones, etc. y todas las consecuencias que con ello deviene como, por ejemplo, la forma en que altos y medios jerarcas religiosos abusan de la fe de sus comunidades. Nada más para ilustrar, recuérdese cómo en 2006, desde los atrios de las iglesias se “invitaba” a la feligresía a entregar su voto al panismo (y seguro reutilizarán ese misma artimaña para entronar –si lo permitimos- al showman llamado Peña Nieto).
3. Espero tu siguiente entrega, recordando lo siguiente dicho por Carl Sagan: “La pseudociencia colma necesidades emocionales poderosas que la ciencia suele dejar insatisfechas” y comentando que –pienso- algo similar ocurre con la religión (claro, otras cosas más le ha dado la religión al hombre (el hombre al hombre); algunas tan magníficas como el arte sacro: intentamos no contemplar a la realidad mutilada, posiblemente, entonces, escapamos de ser maniqueos).
4. Estos pequeños diálogos me han dado mucho material a pensar; espero poder uno de estos días escribir una entrada que posea una mínima de gracejo –algo- del que sale de estos tan escuetos comentarios míos –aunque ello, ni remotamente, sería lo primordial, claro. Yo creo que voy a explicarme bien por qué el relativismo ético posee varias inconsistencias y luego compartirlo acá (tengo un escrito incompleto sobre el tema). Yo me tengo que explicar sobradamente las cosas para sentirme bien cuando adopto alguna convicción.
5. Las repeticiones no me incomodan; sólo sé paciente, una vez que entra tu comentario, asegúrate de que “ya aparece”.
Eleutheria.
Hola Ernesto,
¿Sabes? la bronca no es el origen de dichas asunciones -los conceptos que, como ejemplo, mencionas de la belleza y de Dios-, de ello, como ya dije, entiendo su origen psicológico y, por ende, subjetivo. El punto es –y aquí ya emerge mi punto de vista sobre el asunto, dejando un poco de lado la parte central sobre que versó mi post- que el concepto de belleza, lo pongo por ejemplo, parte de contemplaciones de, por lo regular, objetos que yacen en la realidad –más adelante hago una acotación de esto-, objetos sobre los cuales es posible verificar tal concepto. El concepto de Dios, por otra lado, si bien surge también de situaciones vividas por los humanos dentro de la realidad, va mucho más allá al elaborar asunciones sobre una parte de la realidad que no nos es conocida del todo o no ha sido terminada de escudriñar por los humanos; el concepto de Dios es una afirmación metafísica; mientras que el concepto de lo bello –aun cuando esté influido por el idealismo griego- parte de esta realidad, la física y, a menos que esté ligado –como atributo- a la idea de Dios o de algún trascendente, tiene plena constatación dentro de nuestra realidad (como la belleza por simetría o, simplemente, la belleza que cada quien ve en las cosas). La idea de Dios es para mí sólo eso –una idea-, en tanto no se sepa de algún referente que respalde la posibilidad de que se trata de algo más que una idea –no ya surgida de la mente del hombre y, por tanto, independiente de éste. Si el Universo está habitado por algo más que objetos y entidades cuantificables –como lo fueron los agujeros negros cuando no se contaba con los adminículos para su detección-, entonces, yo pregunto, ¿qué es Dios?, ¿un súper agujero negro?, ¿la parte del universo que nos es aún desconocida? Si a personas les place llamar a eso Dios, bienvenido. Yo prefiero prescindir de ese término porque, además –como ya anotó Alberto- está asociado a ideas de nuestros ancestros –muy naturales para la época- que hoy ya no hay modo de aceptar y por, además, otras connotaciones e implicaciones no muy positivas que hay detrás. También, sé –claro- de personas para las que la idea de Dios ha sido altamente benéfica y yo, sin problema, acepto –como ya dije- que así lo asuman. A la parte de nuestro universo que nos es hoy desconocida –y quizá lo sea siempre-, le llamo la parte desconocida del universo.
[Continúa...]
Pero vuelvo al espíritu del post, me importa más que este tema no genere climas ríspidos entre las personas, que fijar mi propia postura o pretender que la mía es la más chida. Mientras uno le halle congruencia a sus propias explicaciones y éstas no lastimen a terceros, no veo por qué desecharlas, salvo porque el sujeto se sienta proclive a hacerlo. Creo que esta postura no daña mientras no estemos tratando asuntos científicos, académicos o que, en general, requieran de precisión y cero ambigüedades. Uno no va a decir cosas como, mientras tu interpretación de la mecánica cuántica no choque con la mía entonces que cada quien tenga la suya, o tampoco va a ocurrir que para mí el producto vectorial de dos vectores es ortogonal a éstos, mientras que para ti no lo es (mientras estemos dentro de un espacio euclídeo, claro). Nos hallamos allí en otros ámbitos y los sujetos se ven impelidos a aceptar como objetivos ciertos hechos. A las verdades así establecidas -y creo que Russell tiene razón en esa parte- no puede uno más que aceptarlas –si han pasado previamente por cierto proceso de “comprobación” propio del ámbito de conocimiento al que pertenecen. Claro que habrá por allí unas verdades que, no por no ser aún verificables por la ciencia, no llegará el día en que también terminemos por aceptarlas, pero ¿aceptarlas a priori? No, ¿negarlas? Menos. Y esto lo digo en el entendido –y creo que Russell, a pesar de su exacerbado logicismo, lo sabía- de que la ciencia siempre se está validando a sí misma, es decir, revisando –para desecharlo o reconfirmarlo- el conocimiento que ella misma genera, allí está la bonhomía de su método. Preguntarse si es éste o no el único modo de generar conocimiento válido, requiere de otro debate.
Eleutheria.
Querida Eleutheria:
Ésta no es todavía la siguiente entrega sobre "Dios y las religiones". Es simplemente que quisiera reflexionar sobre algunas cosas expresadas en tu comentario.
Considero que como género seguimos imbuidos de un afán por hacer encajar nuestra percepción (escala humana) con la enormidad del universo (antropomorfismo). Me explico: para nosotros tiene sentido pensar que las cosas y los procesos tienen un principio y un fin. Por ejemplo: para nosotros es un hecho contrastable que una persona nace, se desarrolla (crece) y después muere; deja de ser. Sin embargo, para un observador inconmensurablemente macroscópico, que no pudiera advertir nuestros rasgos como personas, nuestras rutinas y nuestros propósitos; un ente para el cual fuésemos sólo partículas diminutas que, en determinadas circunstancias, generan nuevas partículas o que se "disuelven" reincorporándose al medio del cual se "nutre" el conjunto de partículas todavía activas, para un ente tal semejante espectáculo devendría un "proceso". Quizá, si dispusiera de un cerebro, de una lógica y de una experiencia como las nuestras se avocaría al estudio de una sola de esas partículas confiando que de dicho análisis se podría extrapolar algo válido para el conjunto total. Pero también cabría la posibilidad de que considerara semejante proceso uno más de los que observa y de los cuales él mismo es una "fase" (sin particularizar).
Un enfoque de esta naturaleza prescindiría de un principio y un fin absolutos y consideraría todos los procesos particulares (principio y fines, pero parciales) como ciclos o partes de un proceso eterno. Esto implicaría un Universo en perpetua transformación, sí, pero fundamentalmente eterno (sin un antes ni un después). Y al parecer (sólo he leído reseñas) Hawking coquetea con esta idea en su último libro. Huelga decir lo que el establecimiento de semejante paradigma significaría para la idea de un "creador".
Continúa...
Pero los seres humanos no sólo estamos condicionados por nuestra estructura biológica y su reverberación en forma de conciencia racional (ese antropomorfismo atávico); también estamos condicionados por nuestra cultura (actual y pasada) por lo que nos aferramos a los viejos moldes y tratamos de "adaptarlos" a las nuevas "circunstancias". Partiendo del hecho de que nuestras "seguridades" están ancladas a sensaciones emotivas alojadas en la capa más profunda de nuestra memoria (nuestros cerebros) es lógico que, a pesar de aceptar racionalmente los nuevos paradigmas, emocionalmente sigamos atados a los referentes primigenios. Considero que por eso mucha gente que comprende la imposibilidad de un dios como lo presentan las antiguas religiones traten de "adaptarlo" ¡para no tener que prescindir de él!
Finalmente, hay quienes abominan de un mundo sin dios porque están convencidos de que sólo semejante ente perfecto tendría la capacidad para establecer el bien y el mal. Pero la "autoridad" concedida a dios (cualquier dios) no sólo es un vestigio de nuestra infancia cultural sino también una coartada para no tener que asumir que el Universo en sí no tiene una razón o un objetivo (no por lo menos para fines estrictamente humanos) y que si alguna responsabilidad existe debe ser asumida como especie (en primer término) y como individuos (en última instancia).
Si alguien necesita creer en un creador para justificar la existencia del Universo y la suya misma es muy respetable. Y puede imaginarlo como los dioses tradicionales o moldearlo a su absoluta conveniencia. Lo inaceptable es que pretenda imponerlo como modelo universal o como referente ético único.
¿Supone este abandono de un referente moral autoritario un ensalzamiento del relativismo moral a ultranza? En mi opinión sería un despropósito semejante al de pretender que los padres ejerzan de por vida una autoridad coercitiva sobre sus hijos (incluso en la edad adulta). Un día nosotros también (como especie) deberemos asumir la completa responsabilidad de nuestros actos.
Arturo
Vaya, me ha encantado tu comentario. Muchísimo. Sólo una notita: cuando retóricamente me preguntaba sobre el universo, me faltó decir –porque es una posibilidad- que tal vez no haya un antes o un después a éste; es una posibilidad que yo también he contemplado de veras.
Por cierto, leyéndote, me has recordado una lectura que ha tiempo hice a un libro; una lectura que había olvidado ya. Una que, además, se relaciona y me relaciona con mucho de mi actual transitar. Si el viento sopla a mi favor, estaré escribiendo un post sobre el asunto. Gracias.
Te saludo,
Eleutheria.
¿ADIÓS A DIOS?
Después de esta amplia digresión en torno al tema de la verdad vuelvo yo también al tema central: la existencia (o no) de un dios.
Por principio de cuentas quiero decir que jamás me he sentido impelido a demostrar la no existencia de dios por la sencilla razón de que, si todavía funciona la lógica formal, la carga de la prueba recae en quien afirma. Soy ateo (ni siquiera agnóstico) porque intuyo que si en dos mil años ninguno de los teísmos ha podido aportar una sola prueba contundente de la existencia de un dios, es altamente probable que nunca la ofrecerá. Pero, antidogmático como soy, no cancelo de manera definitiva la posibilidad de que ello ocurra. De la misma manera, yo sería el primero en reconocer la perspicacia intelectual de Ptolomeo si alguna vez se demuestra (más allá de toda duda razonable) que en realidad la Tierra es el centro del Universo. Y esto no es ironía, es la mayor prueba que puedo ofrecer de mi apertura total (por absurda que pudiera parecer) a la evidencia fundada. Puedo ser muy amigo de Galileo pero soy más amigo de la verdad (contrastada, contrastable).
Si bien es cierto que los criterios de bondad o belleza son enteramente subjetivos (no sólo a escala individual sino también social) debemos ser capaces de distinguirlos de los hechos. Tal y como Matisse distinguía entre la realidad y su arte. El problema principal que yo encuentro en la argumentación de Dizdira con respecto a lo que ella denomina "experiencias, éticas, estéticas y religiosas" es precisamente la no distinción entre opiniones y hechos. Si yo digo: "dios es bueno (o bello)" estoy formulando una opinión (con base en mis criterios individuales y culturales); pero si yo digo "dios existe" estoy enunciando un hecho que, para ser objetivo, no debiera estar condicionado a mis criterios individuales o sociales. Diré más: la formulación "Dios es bueno", además de ofrecer una apreciación incluye, de manera tácita o implícita, la afirmación de un hecho: dios existe, de lo que se puede seguir, si uno así lo percibe, que es bueno; pero para que dios pueda ser bueno primero debe de existir.
Continúa...
Yo no puedo (ni quiero) negar que Dizdira haya tenido una experiencia religiosa. Pero si ella desea que yo lo crea debe poder ofrecerme pruebas de dicha experiencia. Al final, su solicitud es la misma que la de los dogmas religiosos: "No me pidas una comprobación de que es cierto, simplemente créelo". Pues bien, yo no me siento con derecho a negar su experiencia, pero tampoco con la obligación de creerla. En resumen yo creo que dicha experiencia podría ser cierta pero no podré afirmarla (y mucho menos refutarla) hasta que se me presenten las pruebas. No excluyo, asimismo, la posibilidad de que pudiera existir una forma distinta de comunicar y cotejar experiencias sin recurrir a las demostraciones (método científico) o renunciar a la razón (fe). Y quiero enfatizar, de la manera más clara posible, que no es mi deseo tener una sociedad donde sólo exista un "método" para conocer la realidad, un pensamiento único. Estoy plenamente convencido de que así como la vida apuesta a la diversidad para garantizar su continuidad así nosotros debemos apostar por la diversidad de interpretaciones y métodos. ¿No resultaría absurdo desplazar un dogma para instalar otro, así sea éste último más eficaz o moderno?
No creo que la razón tenga que ser la única herramienta para conocer y experimentar la realidad. Ojalá pudiéramos, algún día, encontrar el lenguaje, el método, para unir a nuestras certezas mucho de lo que aún se tiñe de misterio. A veces, con el arte, me he sentido a los pies de ese umbral ¿será acaso ilusión?
Quiero cerrar este comentario con un fragmento de un libro hermoso que no me canso nunca de leer:
Canek dijo entonces:
—Aunque no se conozca, existe el número de estrellas y el número de granos de arena. Pero lo que existe y no se puede contar y se siente aquí dentro, exige una palabra para decirlo. Esta palabra, en este caso, sería inmensidad. Es como una palabra húmeda de misterio. Con ella no se necesita contar ni las estrellas ni los granos de arena. Hemos cambiado el conocimiento por la emoción: que es también una manera de penetrar en la verdad de las cosas.
[Ermilo Abreú Gómez
Canek, historia y leyenda de un héroe maya]
Un abrazo para todos,
Arturo