La Biblioteca de Alejandría

"La Biblioteca de Alejandría" es un texto que hace algún tiempo, un viejo amigo, hizo llegar a mis manos. Se trata de un magnífico escrito de Carl Sagan que -de manera íntegra- aparece en su libro "Cosmos". No podría decir que es uno de sus textos más cautivadores porque varios de sus textos lo son. Para postearlo aquí no he tenido que esforzarme demasiado, lo he buscado directo en la Web y he hallado bastante. Posteo, a continuación, lo que encontré en este sitio.



Reconstrucción de la biblioteca de Alejandría realizada en la serie ‘Cosmos’ de Carl Sagan


Sobre las Bibliotecas


Cuando nuestros genes no pudieron almacenar toda la información necesaria para la supervivencia, inventamos lentamente los cerebros. Pero luego llegó el momento, hace quizás diez mil años, en el que necesitamos saber más de lo que podía contener adecuadamente un cerebro. De este modo aprendimos a acumular enormes cantidades de información fuera de nuestros cuerpos. Según creemos somos la única especie del planeta que ha inventado una memoria comunal que no está almacenada ni en nuestros genes ni en nuestros cerebros. El almacén de esta memoria se llama biblioteca.


Un libro se hace a partir de un árbol. Es un conjunto de partes planas y flexibles (llamadas todavía "hojas") impresas con signos de pigmentación oscura. Basta echarle un vistazo para oír la voz de otra persona que quizás murió hace miles de años. El autor habla a través de los milenios de modo claro y silencioso dentro de nuestra cabeza, directamente a nosotros. La escritura es quizás el mayor de los inventos humanos, un invento que une personas, ciudadanos de épocas distantes, que nunca se conocieron entre sí. Los libros rompen las ataduras del tiempo, y demuestran que el hombre puede hacer cosas mágicas.


Algunos de los primeros autores escribieron sobre barro. La escritura cuneiforme, el antepasado remoto del alfabeto occidental, se inventó en el Oriente próximo hace unos 5.000 años. Su objetivo era registrar datos: la compra de grano, la venta de terrenos, los triunfos del rey, los estatutos de los sacerdotes, las posiciones de las estrellas, las plegarias a los dioses. Durante miles de años, la escritura se grabó con cincel sobre barro y piedra, se rascó sobre cera, corteza o cuero, se pintó sobre bambú o papiro o seda; pero siempre una copia a la vez y, a excepción de las inscripciones en monumentos, siempre para un público muy reducido. Luego, en China, entre los siglos segundo y sexto se inventó el papel, la tinta y la impresión con bloques tallados de madera, lo que permitía hacer muchas copias de una obra y distribuirla. Para que la idea arraigara en una Europa remota y atrasada se necesitaron mil años. Luego, de repente, se imprimieron libros por todo el mundo. Poco antes de la invención del tipo móvil, hacia 1450 no había más de unas cuantas docenas de miles de libros en toda Europa, todos escritos a mano; tantos como en China en el año 100 a. de C., y una décima parte de los existentes en la gran Biblioteca de Alejandría. Cincuenta años después, hacia 1500, había diez millones de libros impresos. La cultura se había hecho accesible a cualquier persona que pudiese leer. La magia estaba por todas partes.


Más recientemente los libros se han impreso en ediciones masivas y económicas, sobre todo los libros en rústica. Por el precio de una cena modesta uno puede meditar sobre la decadencia y la caída del Imperio romano, sobre el origen de las especies, la interpretación de los sueños, la naturaleza de las cosas. Los libros son como semillas. Pueden estar siglos aletargados y luego florecer en el suelo menos prometedor.


Las grandes bibliotecas del mundo contienen millones de volúmenes, el equivalente a unos 1014 bits de información en palabras, y quizás a 1015 en imágenes. Esto equivale a diez mil veces más información que la de nuestros genes, y unas diez veces más que la de nuestro cerebro. Si acabo un libro por semana sólo leeré unos pocos miles de libros en toda mi vida, una décima de un uno por ciento del contenido de las mayores bibliotecas de nuestra época. El truco consiste en saber qué libros hay que leer. La información en los libros no está preprogramada en el nacimiento, sino que cambia constantemente, está enmendada por los acontecimientos, adaptada al mundo. Han pasado ya veintitrés siglos desde la fundación de la Biblioteca alejandrina. Si no hubiese libros, ni documentos escritos, pensemos qué prodigioso intervalo de tiempo serían veintitrés siglos. Con cuatro generaciones por siglo, veintitrés siglos ocupan casi un centenar de generaciones de seres humanos. Si la información se pudiese transmitir únicamente de palabra, de boca en boca, qué poco sabríamos sobre nuestro pasado, qué lento sería nuestro progreso. Todo dependería de los descubrimientos antiguos que hubiesen llegado accidentalmente a nuestros oídos, y de lo exacto que fuese el relato. Podría reverenciarse la información del pasado, pero en sucesivas transmisiones se iría haciendo cada vez más confusa y al final se perdería. Los libros nos permiten viajar a través del tiempo, explotar la sabiduría de nuestros antepasados. La biblioteca nos conecta con las intuiciones y los conocimientos extraídos penosamente de la naturaleza, de las mayores mentes que hubo jamás, con los mejores maestros, escogidos por todo el planeta y por la totalidad de nuestra historia, a fin de que nos instruyan sin cansarse, y de que nos inspiren para que hagamos nuestra propia contribución al conocimiento colectivo de la especie humana. Las bibliotecas públicas dependen de las contribuciones voluntarias. Creo que la salud de nuestra civilización, nuestro reconocimiento real de la base que sostiene nuestra cultura y nuestra preocupación por el futuro, se pueden poner a prueba por el apoyo que prestemos a nuestras bibliotecas. (pp. 279-82)


Sobre la Biblioteca de Alejandría


Fue en Alejandría, durante los seiscientos años que se iniciaron hacia el 300 a. de C., cuando los seres humanos emprendieron, en un sentido básico, la aventura intelectual que nos ha llevado a las orillas del espacio. Pero no queda nada del paisaje y de las sensaciones de aquella gloriosa ciudad de mármol. La opresión y el miedo al saber han arrasado casi todos los recuerdos de la antigua Alejandría. Su población tenía una maravillosa diversidad. Soldados macedonios y más tarde romanos, sacerdotes egipcios, aristócratas griegos, marineros fenicios, mercaderes judíos, visitantes de la India y del áfrica subsahariana —todos ellos, excepto la vasta población de esclavos— vivían juntos en armonía y respeto mutuo durante la mayor parte del período que marca la grandeza de Alejandría.


La ciudad fue fundada por Alejandro Magno y construida por su antigua guardia personal. Alejandro estimuló el respeto por las culturas extrañas y una búsqueda sin prejuicios del conocimiento. Según la tradición —y no nos importa mucho que esto fuera o no cierto— se sumergió debajo del mar Rojo en la primera campana de inmersión del mundo. Animó a sus generales y soldados a que se casaran con mujeres persas e indias. Respetaba los dioses de las demás naciones. Coleccionó formas de vida exóticas, entre ellas un elefante destinado a su maestro Aristóteles. Su ciudad estaba construida a una escala suntuosa, porque tenía que ser el centro mundial del comercio, de la cultura y del saber. Estaba adornada con amplias avenidas de treinta metros de ancho, con una arquitectura y una estatuaria elegante, con la tumba monumental de Alejandro y con un enorme faro, el Faros, una de las siete maravillas del mundo antiguo.


Pero la maravilla mayor de Alejandría era su biblioteca y su correspondiente museo (en sentido literal, una institución dedicada a las especialidades de las Nueve Musas). De esta biblioteca legendaria lo máximo que sobrevive hoy en día es un sótano húmedo y olvidado del Serapeo, el anexo de la biblioteca, primitivamente un templo que fue reconsagrado al conocimiento. Unos pocos estantes enmohecidos pueden ser sus únicos restos físicos. Sin embargo, este lugar fue en su época el cerebro y la gloria de la mayor ciudad del planeta, el primer auténtico instituto de investigación de la historia del mundo. Los eruditos de la biblioteca estudiaban el Cosmos entero. Cosmoses una palabra griega que significa el orden del universo. Es en cierto modo lo opuesto a Caos. Presupone el carácter profundamente interrelacionado de todas las cosas. Inspira admiración ante la intrincada y sutil construcción del universo. Había en la biblioteca una comunidad de eruditos que exploraban la física, la literatura, la medicina, la astronomía, la geografía, la filosofía, las matemáticas, la biología y la ingeniería. La ciencia y la erudición habían llegado a su edad adulta. El genio florecía en aquellas salas. La Biblioteca de Alejandría es el lugar donde los hombres reunieron por primera vez de modo serio y sistemático el conocimiento del mundo.


Además de Eratóstenes, hubo el astrónomo Hiparco, que ordenó el mapa de las constelaciones y estimó el brillo de las estrellas; Euclides, que sistematizó de modo brillante la geometría y que en cierta ocasión dijo a su rey, que luchaba con un difícil problema matemático: "no hay un camino real hacia la geometría"; Dionisio de Tracia, el hombre que definió las partes del discurso y que hizo en el estudio del lenguaje lo que Euclides hizo en la geometría; Herófilo, el fisiólogo que estableció, de modo seguro, que es el cerebro y no el corazón la sede de la inteligencia; Herón de Alejandría, inventor de cajas de engranajes y de aparatos de vapor, y autor de Autómata, la primera obra sobre robots; Apolonio de Pérgamo. el matemático que demostró las formas de las secciones cónicas (1) —elipse, parábola e hipérbola—, las curvas que como sabemos actualmente siguen en sus órbitas los planetas, los cometas y las estrellas; Arquímedes, el mayor genio mecánico hasta Leonardo de Vinci; y el astrónomo y geógrafo Tolomeo, que compiló gran parte de lo que es hoy la seudociencia de la astrología: su universo centrado en la Tierra estuvo en boga durante 1500 años, lo que nos recuerda que la capacidad intelectual no constituye una garantía contra los yerros descomunales. Y entre estos grandes hombres hubo una gran mujer, Hipatia, matemática y astrónoma, la última lumbrera de la biblioteca, cuyo martirio estuvo ligado a la destrucción de la biblioteca siete siglos después de su fundación, historia a la cual volveremos.


Los reyes griegos de Egipto que sucedieron a Alejandro tenían ideas muy serias sobre el saber. Apoyaron durante siglos la investigación y mantuvieron la biblioteca para que ofreciera un ambiente adecuado de trabajo a las mejores mentes de la época. La biblioteca constaba de diez grandes salas de investigación, cada una dedicada a un tema distinto, había fuentes y columnatas jardines botánicos, un zoo, salas de disección, un observatorio, y una gran sala comedor donde se llevaban a cabo con toda libertad las discusiones críticas de las ideas.

El núcleo de la biblioteca era su colección de libros. Los organizadores escudriñaron todas las culturas y lenguajes del mundo. Enviaban agentes al exterior para comprar bibliotecas. Los buques de comercio que arribaban a Alejandría eran registrados por la policía, y no en busca de contrabando, sino de libros. Los rollos eran confiscados, copiados y devueltos luego a sus propietarios. Es difícil de estimar el número preciso de libros, pero parece probable que la biblioteca contuviera medio millón de volúmenes, cada uno de ellos un rollo de papiro escrito a mano. ¿Qué destino tuvieron todos estos libros? La civilización clásica que los creó acabó desintegrándose y la biblioteca fue destruida deliberadamente. Sólo sobrevivió una pequeña fracción de sus obras junto con unos pocos y patéticos fragmentos dispersos. Y qué tentadores son estos restos y fragmentos. Sabemos por ejemplo que en los estantes de la biblioteca había una obra del astrónomo Aristarco de Samos quien sostenía que la Tierra es uno de los planetas, que orbita el Sol como ellos, y que las estrellas están a una enorme distancia de nosotros. Cada una de estas conclusiones es totalmente correcta, pero tuvimos que esperar casi dos mil años para redescubrirlas. Si multiplicamos por cien mil nuestra sensación de privación por la pérdida de esta obra de Aristarco empezaremos a apreciar la grandeza de los logros de la civilización clásica y la tragedia de su destrucción.


Hemos superado en mucho la ciencia que el mundo antiguo conocía, pero hay lagunas irreparables en nuestros conocimientos históricos. Imaginemos los misterios que podríamos resolver sobre nuestro pasado si dispusiéramos de una tarjeta de lector para la Biblioteca de Alejandría. Sabemos que había una historia del mundo en tres volúmenes, perdida actualmente, de un sacerdote babilonio llamado Beroso. El primer volumen se ocupaba del intervalo desde la Creación hasta el Diluvio un período al cual atribuyó una duración de 432.000 años, es decir cien veces más que la cronología del Antiguo Testamento. Me pregunto cuál era su contenido. (pp. 18-20)


[...]


Sólo en un punto de la historia pasada hubo la promesa de una civilización científica brillante. Era beneficiaria del Despertar jónico, y tenía su ciudadela en la Biblioteca de Alejandría, donde hace 2.000 años las mejores mentes de la antigüedad establecieron las bases del estudio sistemático de la matemática, la física, la biología, la astronomía, la literatura, la geografía y la medicina. Todavía estamos construyendo sobre estas bases. La Biblioteca fue construida y sostenida por los Tolomeos, los reyes griegos que heredaron la porción egipcia del imperio de Alejandro Magno. Desde la época de su creación en el siglo tercero a. de C. hasta su destrucción siete siglos más tarde, fue el cerebro y el corazón del mundo antiguo.


Alejandría era la capital editorial del planeta. Como es lógico no había entonces prensas de imprimir. Los libros eran caros, cada uno se copiaba a mano. La Biblioteca era depositaria de las copias más exactas del mundo. El arte de la edición crítica se inventó allí. El Antiguo Testamento ha llegado hasta nosotros principalmente a través de las traducciones griegas hechas en la Biblioteca de Alejandría. Los Tolomeos dedicaron gran parte de su enorme riqueza a la adquisición de todos los libros griegos, y de obras de áfrica, Persia, la India, Israel y otras partes del mundo. Tolomeo III Evergetes quiso que Atenas le dejara prestados los manuscritos originales o las copias oficiales de Estado de las grandes tragedias antiguas de Sófocles, Esquilo y Eurípides. Estos libros eran para los atenienses una especie de patrimonio cultural; algo parecido a las copias manuscritas originales y a los primeros folios de Shakespeare en Inglaterra. No estaban muy dispuestos a dejar salir de sus manos ni por un momento aquellos manuscritos. Sólo aceptaron dejar en préstamo las obras cuando Tolomeo hubo garantizado su devolución con un enorme depósito de dinero. Pero Tolomeo valoraba estos rollos más que el oro o la plata. Renunció alegremente al depósito y encerró del mejor modo que pudo los originales en la Biblioteca. Los irritados atenienses tuvieron que contentarse con las copias que Tolomeo, un poco avergonzado, no mucho, les regaló. En raras ocasiones un Estado ha apoyado con tanta avidez la búsqueda del conocimiento.


Los Tolomeos no se limitaron a recoger el conocimiento conocido, sino que animaron y financiaron la investigación científica y de este modo generaron nuevos conocimientos. Los resultados fueron asombrosos: Eratóstenes calculó con precisión el tamaño de la Tierra, la cartografió, y afirmó que se podía llegar a la India navegando hacia el oeste desde España. Hiparco anticipó que las estrellas nacen, se desplazan lentamente en el transcurso de los siglos y al final perecen; fue el primero en catalogar las posiciones y magnitudes de las estrellas y en detectar estos cambios. Euclides creó un texto de geometría del cual los hombres aprendieron durante veintitrés siglos, una obra que ayudaría a despertar el interés de la ciencia en Kepler, Newton y Einstein. Galeno escribió obras básicas sobre el arte de curar y la anatomía que dominaron la medicina hasta el Renacimiento. Hubo también, como hemos dicho, muchos más.


Alejandria era la mayor ciudad que el mundo occidental había visto jamás. Gente de todas las naciones llegaban allí para vivir, comerciar, aprender. En un día cualquiera sus puertos estaban atiborrados de mercaderes, estudiosos y turistas. Era una ciudad donde griegos, egipcios, árabes, sirios, hebreos, persas, nubios, fenicios, italianos, galos e íberos intercambiaban mercancías e ideas. Fue probablemente allí donde la palabra cosmopolita consiguió tener un sentido auténtico: ciudadano, no de una sola nación, sino del Cosmos (2). Ser un ciudadano del Cosmos...

Es evidente que allí estaban las semillas del mundo moderno. ¿Qué impidió que arraigaran y florecieran? ¿A qué se debe que Occidente se adormeciera durante mil años de tinieblas hasta que Colón y Copérnico y sus contemporáneos redescubrieron la obra hecha en Alejandría? No puedo daros una respuesta sencilla. Pero lo que sí sé es que no hay noticia en toda la historia de la Biblioteca de que alguno de los ilustres científicos y estudiosos llegara nunca a desafiar seriamente los supuestos políticos, económicos y religiosos de su sociedad. Se puso en duda la permanencia de las estrellas, no la justicia de la esclavitud. La ciencia y la cultura en general estaban reservadas para unos cuantos privilegiados. La vasta población de la ciudad no tenía la menor idea de los grandes descubrimientos que tenían lugar dentro de la Biblioteca. Los nuevos descubrimientos no fueron explicados ni popularizados. La investigación les benefició poco. Los descubrimientos en mecánica y en la tecnología del vapor se aplicaron principalmente a perfeccionar las armas, a estimular la superstición, a divertir a los reyes. Los científicos nunca captaron el potencial de las máquinas para liberar a la gente (3). Los grandes logros intelectuales de la antigüedad tuvieron pocas aplicaciones prácticas inmediatas. La ciencia no fascinó nunca la imaginación de la multitud. No hubo contrapeso al estancamiento, al pesimismo, a la entrega más abyecta al misticismo. Cuando al final de todo, la chusma se presentó para quemar la Biblioteca no había nadie capaz de detenerla. (pp. 333-5)


Sobre Hipatia y la Biblioteca de Alejandría


El último científico que trabajó en la Biblioteca fue una matemática, astrónoma, física y jefe de la escuela neoplatónica de filosofía: un extraordinario conjunto de logros para cualquier individuo de cualquier época. Su nombre era Hipatia. Nació en el año 370 en Alejandría. Hipatia, en una época en la que las mujeres disponían de pocas opciones y eran tratadas como objetos en propiedad, se movió libremente y sin afectación por los dominios tradicionalmente masculinos. Todas las historias dicen que era una gran belleza. Tuvo muchos pretendientes pero rechazó todas las proposiciones matrimoniales. La Alejandría de la época de Hipatia —bajo dominio romano desde hacía ya tiempo— era una ciudad que sufría graves tensiones. La esclavitud había agotado la vitalidad de la civilización clásica. La creciente Iglesia cristiana estaba consolidando su poder e intentando extirpar la influencia y la cultura paganas. Hipatia estaba sobre el epicentro de estas poderosas fuerzas sociales. Cirilo, el arzobispo de Alejandría, la despreciaba por la estrecha amistad que ella mantenía con el gobernador romano y porque era un símbolo de cultura y de ciencia, que la primitiva Iglesia identificaba en gran parte con el paganismo. A pesar del grave riesgo personal que ello suponía, continuó enseñando y publicando, hasta que en el año 415, cuando iba a trabajar, cayó en manos de una turba fanática de feligreses de Cirilo. La arrancaron del carruaje, rompieron sus vestidos y, armados con conchas marinas, la desollaron arrancándole la carne de los huesos. Sus restos fueron quemados, sus obras destruidas, su nombre olvidado. Cirilo fue proclamado santo.


La gloria de la Biblioteca de Alejandría es un recuerdo lejano. Sus últimos restos fueron destruidos poco después de la muerte de Hipatia. Era como si toda la civilización hubiese sufrido una operación cerebral infligida por propia mano, de modo que quedaron extinguidos irrevocablemente la mayoría de sus memorias, descubrimientos, ideas y pasiones. La pérdida fue incalculable. En algunos casos sólo conocemos los atormentadores títulos de las obras que quedaron destruidas. En la mayoría de los casos no conocemos ni los títulos ni los autores. Sabemos que de las 123 obras teatrales de Sófocles existentes en la Biblioteca sólo sobrevivieron siete. Una de las siete es Edipo rey. Cifras similares son válidas para las obras de Esquilo y de Eurípides. Es un poco como si las únicas obras supervivientes de un hombre llamado William Shakespeare fueran Coriolano y Un cuento de invierno, pero supiéramos que había escrito algunas obras más, desconocidas por nosotros pero al parecer apreciadas en su época, obras tituladas Hamlet, Macbeth, Julio César, El rey Lear, Romeo y Julieta. (pp. 335-6)


Notas

1. Llamadas así porque pueden obtenerse cortando un cono en diferentes ángulos. Dieciocho siglos más tarde Johannes Kepler utilizaría los escritos de Apolonio sobre las secciones cónicas para comprender por primera vez el movimiento de los planetas.


2. La palabra cosmopolita fue inventada por Diógenes, el filósofo racionalista y crítico de Platón.


3. Con la única excepción de Arquímedes, quien durante su estancia en la Biblioteca alejandrina inventó el tornillo de agua, que se usa todavía hoy en Egipto para regar los campos de cultivo. Pero también él considero estos aparatos mecánicos como algo muy por debajo de la dignidad de la ciencia.

¿Para Nacional de Labores? Acepto

Como estudiante de posgrado de la Universidad Nacional, como una estudiante comprometida con sus estudios de maestría y amante del conocimiento que liba en su alma mater (la UNAM), me declaro lista a iniciar un paro nacional que incluya la suspensión de labores en mi casa de estudios con el propósito de demandar al gobierno de facto el cese de todas sus embestidas de corte neoliberal. La situación es ya insostenible y frente al último embate que está a punto de dejar a 44 mil electricistas sin el ingreso que reciben como trabajadores de LyFC, la única solución viable (y pacífica) es impulsar un Paro Nacional de Labores cuyo fin sea hacer saber, hacer sentir y hacer recordar al grupo en el poder que el país puede quedar paralizado a no ser que nosotros (la sociedad) decidamos –como lo hemos hecho hasta ahora- que siga su marcha. Las cosas no funcionan si no es con el consenso y la venia de la sociedad, que no olviden los gobernantes que son nuestros representantes y que, más allá de sus propios y muy particulares intereses, están mandatados a acatar la voluntad popular. Si nuestros gobernantes no están de acuerdo con representar la soberanía del pueblo, entonces que vayan pensando en un nuevo constituyente (o la extinción de éste) en donde con sinceridad acepten que ellos pugnan por un gobierno fascista o por una suerte de monarquía despótica.



Saber y compromiso social

José Narro Robles


Alteza, señoras y señores reconocidos con el Premio Príncipe de Asturias, apreciados universitarios, señoras y señores.


Asisto a esta ceremonia lleno de orgullo y agradecimiento, en representación de una universidad cuyos orígenes se remontan a más de cuatro siglos y medio, que ha sido enclave de cultura y de saber, de defensa de las libertades y de la justicia, además de formar parte de la conciencia nacional.


Son millones los alumnos, académicos y trabajadores que pasaron por sus instalaciones a lo largo del siglo XX y de lo que corre del actual; ellos construyeron con su esfuerzo y compromiso a la Universidad Nacional Autónoma de México, a nuestra muy querida UNAM.


En su nombre, en el de su gran comunidad, en el de los ex rectores y autoridades que me acompañan, agradezco profundamente a la Fundación Príncipe de Asturias y al jurado correspondiente por reconocer la calidad del trabajo académico y el compromiso social de nuestra institución. A su alteza, el príncipe de Asturias, y a todos ustedes, les manifiesto el gran significado que tiene para nosotros esta ocasión.


Expreso mi reconocimiento a las personalidades y organizaciones que apoyaron a la UNAM. En especial agradezco al excelentísimo embajador de España en México, quien presentó la candidatura y manifestó siempre su convicción de que la universidad merecía este premio. Gracias a todos los que creyeron que cumplía con los requisitos esenciales: poseer la máxima ejemplaridad y haber logrado una obra de trascendencia internacional.


Comparto esta distinción con los miembros de la comunidad de la UNAM aquí presentes, y de manera especial con los miles de alumnos, profesores y trabajadores universitarios que, gracias a la maravilla de las telecomunicaciones, presencian esta ceremonia en mi país. La distinción es de todos ellos y de las generaciones que hicieron la historia, incluidos aquellos extraordinarios hombres y mujeres del exilio español que nos enriquecieron hace 70 años.


De igual forma, también le corresponde a la sociedad mexicana que ha confiado en su Universidad Nacional y al conjunto de las instituciones de educación superior de España y del resto de Iberoamérica. A todos, muchas felicidades.


El premio que se otorga a la universidad es una gran motivación para reafirmar nuestro compromiso con la educación y las causas de la sociedad. Para el ser humano el conocimiento siempre ha sido importante, pero ahora es fundamental. No hay campo de la vida en el que no influya el saber; por esto preocupa tanto el desinterés de algunos en la materia, como que en muchos sitios no sea una prioridad o que se le escamoteen los recursos para su generación y transmisión.


Sin ciencia propia, sin un sistema de educación superior vigoroso y de calidad, una sociedad se condena a la maquila o a la medianía en el desarrollo.


Por ello, resulta indispensable reivindicar el derecho a la educación. Por ello, es necesario insistir y volverlo a hacer muchas veces. La educación es vía de superación humana, de la individual y de la colectiva. Concebirla como un derecho fundamental es uno de los mayores avances éticos de la historia.


Como bien público y social, la educación superior debe ser accesible a todos bajo criterios de calidad y equidad; por eso duele que en el mundo de hoy, con sus grandes desarrollos, vivan cerca de 800 millones de personas que no saben siquiera leer y escribir.


A algunos les puede parecer que hablar de valores o de humanismo es asunto del pasado, del Renacimiento o del siglo XIX. Se equivocan. También lo es de ahora y del futuro. Frente al éxito quimérico, el egoísmo, la corrupción o la indiferencia, el mejor antídoto son los valores laicos de ayer y siempre.


Por esto, la crisis que enfrenta la población mundial requiere de una revisión a fondo de los valores que transmitimos a los jóvenes. Se debe hacer, en virtud de que la desigualdad y el rezago afectan en el mundo a miles de millones de personas. La modernidad debe traducirse en mejores condiciones para los excluidos de siempre. El verdadero saber no es neutro, debe estar impregnado de compromiso social.


Aprovechemos la oportunidad que nos ofrece el fracaso del sistema financiero para proponer nuevos esquemas de desarrollo que permitan a los jóvenes recuperar la esperanza en un futuro más alentador. El gran reto consiste en alcanzar un progreso donde lo humano y lo social sean verdaderamente lo importante.


Concluyo con la reiteración del agradecimiento por la distinción que recibimos. Se trata, insisto, de un aliciente que fortalece nuestro compromiso con la calidad de la educación y con las causas y necesidades de la sociedad.


Por mi raza hablará el espíritu.


Discurso del rector de la UNAM en la recepción del Premio Príncipe de Asturias 2009, en Oviedo, España.


Tomado de La Jornada

Recomendable también, esta nota publicada en "El País"

Fin de la vacuidad.


"No soy nada.

Nunca seré nada.

No puedo querer ser nada.

Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo..."


Ha sido una semana extraña. De repente, me sentí perder el rumbo y ese sentimiento que continuamente me embarga últimamente volvió a hacer presa de mí: vacuidad.


Un vacío que se expande desde las puntas de mis pies hasta el culmen de mi cabeza, un vacío que me hace sentir y pensar que no soy yo quien ocupa este cuerpo, un vacío que me hace despertar cada mañana perpleja ante la comprensión de mi vida y de la vida que me rodea. Un vacío que se traduce en imposibilidad. Me dejé perder, entonces, unos cuantos días, navegué sin rumbo por los mares de mi propia extrañeza y perdí la brújula. Encantada por las estrellas y su resplandor, pude, sin embargo, hallar el camino de regreso. Pero el camino fue largo y parece como si hubiese durado eternidades. Comparo la duración de mis días de tristeza con la duración de cada uno de los días en que Dios tardó en construir el mundo. Eones.


Mis rabietas se terminan en mis cavilaciones, pero éstas se aglutinan dentro de mi cuerpo y el dolor de los costados se intensifica.


Yo creo firmemente que podría clavar mis pies en la arena y quedarme para siempre mirando el mar. Amo las matemáticas, la filosofía y la ciencia, pero no soy uno de esos investigadores que pueden abstraerse de todo cuanto les rodea a fin de encontrar la demostración de un teorema. No las 24 horas del día las dedico a mis ganas de aprender: me es imposible dedicarme sólo a mis doctos afanes, mientras el mundo se desmorona allá afuera. He estado pensando en buscar un doctorado fueras, hallé algo en España, pero sólo de pensar que no veré a Paola –mi querida hermana- por tres años, la idea pierde su encanto. Entonces hago juegos mentales: de alguna manera me las arreglo y llevo a cabo todos los preparativos para que Paola parta conmigo hacia España. Nos embarcamos en un viaje exhaustivo y nos instalamos allá: todos los demás pueden prescindir de mí, Paola es frágil como una libélula.


Hubo algo bueno esta semana: el texto de Peter Bieri que leímos en la clase de Didáctica de la Matemática. Me pregunto si el Dr. Michael Barot alcanza a atisbar los alcances y significación de ese texto; como quiera que sea, ha sido estupendo que lo haya hecho llegar a mis manos. Mientras lo leíamos, sentí que varias de mis más profundas convicciones habían sido plasmadas en papel por aquel escritor suizo (si bien no estuve de acuerdo, en particular, con su posición relativista). Luego, me metí al Google a buscar más información de él y resulta que trabaja también bajo el pseudónimo de Pascal Mercier (algo nos comentó de esto el Dr. Barot en la clase), pero lo que más me ha cautivado es que este hombre ha escrito una novela intitulada “Tren Nocturno a Lisboa” cuya inspiración le vino a partir de su pasión por el poeta Fernando Pessoa (uno de esos poetas que yo también amo). No sé si Portugal está de moda; yo, en cambio, gozo hasta el estremecimiento del fado que se canta en aquel país (Mísia, Madredeus, Amalia Rodrígues, Mariza, Teresa Salguerio, etc.) y de toda la saudade que campea en su lírica. Conocer el texto de Peter Bieri ha sido, entonces, algo que yo adjetivo con la palabra serendipia. Paola está tomando clases de portugués y me ha prometido prestarme sus textos, libros y diccionario en cuanto termine su curso.


Por cierto, este semestre intenté meter alemán en el CELE y fui rechazada (las vacantes para estudiantes de posgrado se someten a sorteo), de cualquier manera, me felicito por no haber sido aceptada porque el semestre ha sido tan pesado que, prácticamente, no hay tiempo para nada.


Arturo ha comenzado con una tos severa, se me ha perdido mucho en estos días, lo consume el trabajo y sus propios demonios. Yo me creo, por las noches, una Penélope que se sienta a tejer su colcha mientras espera su regreso. Extraño su cercanía, pero sé que, al final, de alguna manera aparece y yo me siento agradecida por su presencia.


Prometo subir en este blog el mentado texto de Peter Bieri, aunque tendré que, primero, pedirle permiso al Dr. Barot (él, junto con otro doctor del IMATE han hecho la traducción del alemán al español).

Gerardo Fernández Noroña

Gerardo Fernández Noroña no se supedita al protocolo parlamentario, Gerardo Fernández Noroña prescinde de la verborrea política para exponer sus argumentos (presa de la indignación), Gerardo Fernández Noroña no goza en los espacios televisivos de buena reputación. Pero también es cierto que Gerardo Fernández Noroña no votó a favor de la oligofrénica propuesta fiscal que -en cambio- PRI y PAN sí votaron, también es cierto que Fernández Noroña anda en la calle a pie sin necesidad de un séquito de guaruras cuidándole, es cierto también que Fernández Noroña no fue quien decretó la extinción de "Luz y Fuerza del Centro" y tampoco fue quien le negó la toma de nota a Martín Esparza siguiéndole el juego a Felipe Calderón y desencadenando con ello la crisis que hoy viven los electricistas. Si hay una reunión de la resistencia en el Hemiciclo a Juarez o si hay que marchar en las calles, lo hace entre la gente y es muy común verlo abordar un colectivo; quien escribe y varios familiares cercanos nos hemos topado con Fernández Noroña, más de una vez, en el transporte colectivo (esto no tendría por qué causar estupor o ser digno de mención, los legisladores son tan sólo nuestros representantes y si nuestra vida política fuese ejemplar no tendría por qué extrañarnos que “nuestros representantes” se mezclen con el pueblo; que anduviesen en colectivo o sin guaruras en sus autos tendría que ser la regla y no la excepción. Sabemos, sin embargo, que esto no es así, sabemos que la mayoría de nuestros políticos –salvo unos pocos hombres honrados- gozan de variedad de privilegios y prebendas). Fernández Noroña no es, pues, un político convencional, Fernández Noroña es un ciudadano que se muestra -y lo hace sin ambages- francamente harto de lo que está ocurriendo; Fernández Noroña es un ciudadano que 1) Conoce su Historia, 2) Posee una inequívoca conciencia cívica. También es claro que Fernández Noroña no es un tecnócrata y que no sabe, en consecuencia, ceñirse al formulismo diplomático y político con el que los políticos más taimados saben encaramarse en posiciones estratégicas o tomar decisiones nefandas para la población. Si Fernández Noroña pudiera -como Javier Lozano, por ejemplo- conservar ese carácter flemático e impasible frente a una andanada de verdades, no sería, entonces, Fernández Noroña. Cuando pienso en la política y sus miembros, observo cómo, los que logran los mejores puestos, los que salen en televisión como si fueran grandes demócratas son los que, al mismo tiempo, implementan las más nocivas políticas para la población, pero ¿qué importa eso?, ¿qué importa si saben vestirse con sus impecables trajes grises, esbozar sonrisas francas y limpias y hablarnos con el dulce y encantador lenguaje de un hombre educado?


Surge la pregunta, ¿es inteligente lo que hizo Fernández Noroña? No, es humano ¿Se le puede acusar de haber roto la posibilidad de un diálogo con Javier Lozano? No, Javier Lozano no estaba allí para dialogar o rendir cuentas (ya lo hemos visto con Kessel o Casrstens; en lo personal, no sé para qué lo llamaron, está tan corrompido nuestro sistema político que nuestras instituciones no sirven sino para legitimar cualquier tipo de ilegalidad y el Congreso no es la excepción), estaba allí para transmitir su visión univocista y unilateral de los hechos (me siento mal por decir esto, pero es el modus operandi con el que han venido trabajando el gabinete usurpador y el propio Calderón; durante los debates de la mal llamada “Reforma energética” pude constatarlo). Si a Javier Lozano realmente le interesase transigir en el tema de los electricistas o rendir cuentas o mostrar la transparencia con la que ha manejado el asunto, entonces –sencillamente- no se hubiese retirado de allí ¿Que Fernández Noroña le hizo el trabajo sucio? No me lo parece. Me queda clara una cosa: los tecnócratas que hoy usurpan el gobierno son capaces de dialogar muy civilizadamente por una sencilla razón: son ellos, con todo el respaldo económico del empresariado y la banca, los que –al final- deciden.


No me parece que sea en el Congreso en donde se pueda librar esta batalla; también estoy segura de que la Suprema Corte avalará el inconstitucional decreto de Calderón. Cada vez estoy más convencida de una cosa: lo única forma de echar atrás la medida es con un Paro Nacional de Labores, pero ¿por qué me engaño? esto es una utopía, nuestra sociedad está lo suficientemente dividida como para poder llevar a cabo tal hazaña.


Por cierto, si bien la actitud de Fernández Noroña puede ser la actitud de un hombre apasionado, es también la actitud de un hombre honesto y sincero. En ese sentido, celebro y admiro su actitud en el Congreso.



Un silencio transoceánico se apoderó del mundo...



Canción: Souffrance

ARTISTA: Orange Blossom

CD: Everything must change


Un silencio transoceánico se apoderó del mundo; todos miran azorados hacia el horizonte, el recuerdo del sonido los persigue atormentándolos: las voces, el ruido citadino, el canto de ciertos animales, ladridos y el maullar de los gatos. Cada sonido se ha perdido.


De la música –se dice- sólo han quedado sus actos congregatorios. Los humanos siguen reuniéndose en los mismos recintos: salas de conciertos, kioscos, auditorios, en el Opera House, la Scala de Milán, el Teatro Colón, en estadios y velódromos. Y lo único que hacen allí es ponerse a llorar desconsolados. Directores de orquesta, músicos, bailarines y cantantes ejecutan sus piezas con todo ardor y entrega.


Nada logra escucharse.

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