Hipatia de Alejandría. Detalle de “La Escuela de Atenas” de Rafael Sanzio. En primer plano, Pitágoras escribiendo. En segundo plano, de pie, mirando al espectador, Hipatia de Alejandría (pintada como Margherita o el joven Francesco Maria della Rovere).
Ha tiempo que no espero con tanto empeño el estreno de una película como ahora. Se trata de “Ágora” de Alejandro Amenábar (de quien me volví fan con su cinta “Tesis”).
Lo que no puedo creer es que sí se haya estrenado ya esa cinta comercial llamada “Avatar” y que “Ágora”, en cambio, no sea aún exhibida. Ha sido estrenada en España (el estreno mundial se celebró allí el 9 de Octubre pasado), en varios países del cono Sur, en EUA y en otros puntos del orbe. Mas a pesar de esta eclosión del filme en salas cinematográficas alrededor del mundo, resulta que acá en México sigue sin estrenarse oficialmente. Avatar, por cierto, ha sido una de mis palabras favoritas en los últimos meses y me prende que al señor Cameron se le ocurra ensuciarla para titular su film (pensamientos clase “gente quisquillosa”); por otro lado, la asociación de estos filmes –emergente de mi psique- quizá tenga que ver con que inician con la misma vocal.
Yo no sé si “Ágora” sea un buen filme, pero la espero fervorosamente por una sencilla razón, la historia gira en torno a la vida de la gran matemática, filósofa y astrónoma de la historia antigua, Hipatia de Alejandría y eso es ya suficiente para querer mirar la película. Por lo pronto, me formulo preguntas: ¿qué versión darán allí de la vida de Hipatia?, ¿recogerán la verdad histórica o erigirán la figura de Hipatia a afiche mitológico?
Últimamente me he obsesionado con la verdad histórica y en las diversas formas en que Hollywood y el cine comercial han contribuido para tergiversarla. Y yo sé que es una tontería que me preocupe por esto en relación a “Agora”. ¿Por qué no, sencillamente, me preocupo por ir a verla con un buen bote de palomas, líquido tóxico oscuro -y adictivo- de sabor agradable y mi querido sempiterno? Imposible, estaré obsesionada con la verdad histórica y, mientras la mire –si es que ello llega a ocurrir- plantearé todo tipo de barruntos; de modo que no habré de disfrutarla en la pureza, sino en medio de cavilaciones de cinéfila altermundista que –ingenuamente- cree y pugna por el criticismo cuando –como bien lo dijera Marcelo Munch- lo único que nos libera es la belleza.
Haré una confesión: estuve a punto de comprarla en un puesto de películas piratas vísperas la navidad, pero ¿qué ocurrió? que al pedirle a la señorita que me probara el clón –cosa que normalmente no hago, pero que, como dirían mis hermanos, los “coños” son molestos en nuestras películas favoritas y hay que erradicarlos a como dé lugar- pues resulta que estaba no en su versión en inglés, sino doblada al español más insoportablemente castizo –y en verdad que me gusta el español ibérico, pero mirar una película en su idioma original no tiene correlato.
Dejo aquí algo de lo que hay sobre Hipatia en algunos de los libros de mi biblioteca personal; no sé si sea menester hacerlo, pues en la Web se halla bastante, pero como yo sigo siendo uno de esos espíritus románticos que ama los libros y los salvaguarda, entonces dejaré también aquí algo de esos rastros. Todo esto, mientras espero su estreno.
…Pero “la verdad histórica” es algo que se pierde en los senderos del tiempo ¿debemos por ello renunciar a buscarla, a revisar –de nuevo- los textos, a conformarnos con la versión oficial y dimitir a los documentos oficiales? Yo digo que no.
Nota final: no tengo la certeza de que los textos referidos señalen la verdad histórica –de hecho, estoy segura de que no son las fuentes más fidedignas-, pero la lectura comparada es un modo de comenzar la búsqueda.
Hipatia
-Va con cualquiera –decían, queriendo ensuciar su libertad.
-No parece mujer –decían, queriendo elogiar su inteligencia.
Pero numerosos profesores, magistrados, filósofos y políticos acudían desde lejos a la Escuela de Alejandría, para escuchar su palabra.
Hipatia estudiaba los enigmas que habían desafiado a Euclides y a Arquímedes, y hablaba contra la fe ciega, indigna del amor divino y del amor humano. Ella enseñaba a dudar y a preguntar. Y aconsejaba:
-Defiende tu derecho a pensar. Pensar equivocándote es mejor que no pensar.
¿Qué hacía esa mujer hereje dictando cátedra en una ciudad de machos cristianos?
La llamaban bruja y hechicera, la amenazaban de muerte.
Y un mediodía de marzo del año 415, el gentío se le echó encima. Y fue arrancada de su carruaje y desnudada y arrastrada por las calles y golpeada y acuchillada. Y en la plaza pública la hoguera se llevó lo que quedaba de ella.
-Se investigará –dijo el prefecto de Alejandría.
Eduardo Galeano, Espejos.
A lo largo de los siglos se ha disuadido a las mujeres de que estudien matemáticas, pero a pesar de la discriminación ha habido varias mujeres matemáticas que lucharon contra lo establecido y acuñaron indeleblemente sus nombres en los anales de las matemáticas. La primera mujer con peso en la materia que conocemos fue Teano, en el siglo VI a. C. Empezó como alumna de Pitágoras antes de convertirse en destacada discípula y casarse con él al cabo del tiempo. A Pitágoras se lo conoce como el “filósofo feminista” porque alentó con entusiasmo la erudición femenina. Teano era, de hecho, una de las veintiocho hermanas de la secta pitagórica.
En los siglos posteriores hombres como Sócrates y Platón continuaron invitando a las mujeres a formar parte de sus escuelas, pero no hubo una escuela matemática de prestigio fundada por una mujer hasta el siglo VI de nuestra era. Hipatia, hija de un profesor de Matemáticas de la Universidad de Alejandría, fue popular por dar los discursos más famosos del mundo conocido y por ser la mejor entre quienes se dedicaban a la resolución de problemas. Matemáticos que habían permanecido durante meses agobiados con un problema concreto le escribían pidiendo una solución, e Hipatia rara vez desencantaba a sus admiradores. Estaba obsesionada con las matemáticas y con el método de la demostración lógica y cuando se le preguntaba por qué no se había casado respondía que lo estaba con la verdad. Al final, su devoción por la causa del racionalismo provocó su caída cuando Cirilo, el patriarca de Alejandría, comenzó a oprimir a los filósofos, científicos y matemáticos, a los que tenía por herejes. El historiador Edward Gibbon da un vivo testimonio de lo que ocurrió después de que Cirilo conspirara contra Hipatia y de que volviera a las gentes contra ella:
En un fatídico día del tiempo sagrado de cuaresma derribaron a Hipatia del carro, la desnudaron por completo, la arrastraron hasta la iglesia y allí murió de forma inhumana a manos de Pedro el Lector y una banda de fanáticos salvajes y despiadados; la carne fue raspada de sus huesos con conchas afiladas de ostras y sus palpitantes miembros fueron entregados a las llamas.
Poco después de la muerte de Hipatia, las matemáticas iniciaron un período de estancamiento, y hasta el Renacimiento ninguna mujer volvió a hacerse un nombre como matemática.
Simon Singh, El Enigma de Fermat.
Desde luego, debemos admitir que a la Edad Media le tocó presenciar una notable decadencia del conocimiento científico respecto de los niveles alcanzados en el mundo griego, y éste sería un caso en que, a primera vista, se tendría la impresión de que el advenimiento del cristianismo, con su característica tendencia a apartar la atención de los hombres de las cosas del mundo presente para dirigirlas a las del mundo futuro, y de los hechos de la naturaleza para dirigirla a las verdades de la fe, sería la causa de tal decadencia. ¿Acaso san Agustín, el patriarca del pensamiento cristiano occidental, no dice que la ciencia es una vana curiosidad que distrae a la mente humana de su verdadero fin, el cual no consiste en contar las estrellas e investigar las cosas secretas de la naturaleza, sino en conocer y amar a Dios? ¿Acaso no fueron los monjes quienes asesinaron a Hypatia? ¿No fue acaso Justiniano quien cerró las escuelas de Atenas que conservaban vivas las luces de la ciencia y la filosofía griegas?
Todo esto es cierto, pero es necesario recordar que la cuestión no es tan simple como parece a primera vista. La ciencia de la que habla san Agustín era la astrología, la cual a los ojos del hombre moderno simplemente no es ciencia, aunque para los hombres de entonces parecía inseparable de lo que hoy se llama astronomía; y de manera semejante, la escuela de Atenas, no obstante su genuina devoción a la ciencia helénica, se inspiraba en el ocultismo y la magia, lo cual es más fatal para el ideal científico que la teología y la filosofía de san Agustín; y en cuanto al asesinato de Hypatia, eso nada tuvo que ver con sus realizaciones científicas, así como el exilio de Einstein de Alemania nada tuvo que ver con la relatividad.
Christopher Dawson, Historia de la Cultura Cristiana.
De referencia obligada es Hypatia (370-415), la docta hija de Teón de Alejandría, profesora de matemáticas y de filosofía, seguidora de la corriente filosófica del neoplatonismo. Comentó la Aritmética y el Canon Astronómico de Diofanto de Alejandría (ca. 250 d. C.) y las Cónicas de Apolonio (ca. 262-190 a. C.). Se dice que ayudó a su padre en la elaboración de los comentarios al Almagesto, obra que constituía el canon astronómico de Tolomeo (ca. 85-165). Asimismo, Teón e Hypatia habrían preparado la edición de los Elementos de Euclides (ca. 300 a. C.) que serviría de base a las múltiples ediciones posteriores. Se interesó asimismo por la creación de aparatos científicos; al parecer construyó un astrolabio plano –usado para medir la posición de los astros y para calcular el tiempo–, y un areómetro –usado para medir la densidad de los fluidos, hecho éste que se menciona en una carta de su alumno Sinesio de Cirene.
Pilar Bayer Isant, Mujeres y Matemáticas.
Excelente artículo sobre Hipatia escrito por la Dra. en Matemáticas Nieves Martínez de la Escalera Castells, UNAM.