Ella no era de aquí...
viernes, 29 de enero de 2010 by Eleutheria Lekona
Cuando estaba a punto de ingresar a la Universidad (y esto quiere decir: cuando estaba a punto de ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras que fue mi primera facultad, y no Acatlán, en donde habría de estudiar más tarde Matemáticas Aplicadas y Computación) un muchacho que conocí en la preparatoria y que hoy es doctor en física espacial me dedicó un texto de Emil Mihal Cioran de nombre el que lleva este post. Hoy que lo veo en lontananza habiendo pasado por Filosofía y Letras, por la FES Acatlán y por la Facultad de Ciencias (mi forma arcana de decir que han pasado ya algunos años) me pregunto ¿realmente era yo así? Hago una inflexión y explico: toda mi vida he sido una mujer absolutamente tímida e insegura y en la prepa lo era especialmente –cosa que se me agudizó con mi ingreso a la Universidad. En la Universidad –recuerdo- decidí incluso no mirar a la gente porque, simplemente, prefería la evasión con tal de no tener que hablar en grupo y quedarme atónita al no saber qué decir, si reír o no o si, simplemente, callar. Esto ha sido una constante en mi vida: puedo desenvolverme perfectamente bien cuando estoy en grupos de menos de cinco personas –siempre y cuando les conozca ya de tiempo- pero si esta suma es excedida, algo dentro de mí se apaga y no puedo hablar porque no sé qué decir; porque sé que no voy con la normalidad (no habla un ego supra estimado, tiendo a sentirme insignificante). Confieso también que no siempre me he sentido conectada con mis contemporáneos –gentes que están a punto de alcanzar las tres décadas o que recién las cumplieron- y que cuando voy a una reunión me hechiza la conversación de los ancianos, mientras que las de mis coetáneos –muy frecuentemente- me parecen menores. Y esto ha sido siempre así. A antros y esas cosas, simplemente, nunca fui y no me interesa ir; siempre me parecieron lugares ajenos, exentos de toda belleza. Hace poco mi hermana me confesó: “¿Sabes qué? hubo un tiempo en que llegué a pensar que eras una persona aburrida y me preguntaba -¿cómo hace mi hermana para no ir a antros?, ¿cómo hace para rechazar las invitaciones que le son hechas?”
Pasa el tiempo y trato de romper con esto; mas las cosas poco han cambiado (aunque ya hablo mucho más y no se diga en estos medios: me convertí en un espíritu locuaz). Sigo quedándome en éxtasis ante la contemplación de las estrellas y entre asistir a una reunión o quedarme en casa con todos mis adminículos (libros, música, películas, gato) prefiero lo último. Reconozco que en mi comportamiento hay algo de patológico y que no es la mejor forma de abrirse paso en la vida. Hoy, con este pequeño ejercicio de “confesión” pretendo despojarme un poco de este género inactual de maldición que pesa sobre mí. Al hacerlo, pueda que rompa con el encanto, pero todo con tal de que la pesadilla de los años no me sea ahorrada. A fuerza de guardármelo todo, pueda que por eso la enfermedad se obstine en posarse sobre mí.
A continuación, reproduzco el texto que me fuera dedicado con estas extrañas palabras y que hoy pesan sobre mí como un lastre pues, lo confieso, rondan en mi mente con cierto malestar: “parece que hubiera sido escrito pensando en ti”. Eso sí, no dejo de reconocer que este texto de Cioran es hermoso y que quien quiera que sea quien se lo haya inspirado, se trata sin duda de un numen.
Y que quede claro, no por esto me leí “Cumbres Borrascosas”; madre toda la vida me habló de la literatura de Emily Brönte.
Ella no era de aquí…
No la vi más que dos veces. Es poco. Pero lo extraordinario no se mide en términos de tiempo. Fui conquistado de entrada por su aire de ausencia y de extrañamiento, sus susurros (no hablaba), sus gestos inseguros, sus miradas que no se adherían a los seres ni a las cosas, su aspecto de espectro encantador. “¿Quién es usted? ¿De dónde viene?”, eran las preguntas que deseaba uno hacerle a bocajarro. Mas ella no hubiera podido responder: hasta ese punto se confundía con su misterio o le repugnaba traicionarlo. Nadie sabrá nunca cómo lograba respirar, a causa de qué extravío cedía el prestigio del aliento, ni qué es lo que buscaba entre nosotros. Lo único cierto es que ella no era de aquí y que compartía nuestra degradación únicamente por urbanidad o curiosidad mórbida. Sólo los ángeles y los incurables pueden inspirar un sentimiento análogo al que se experimentaba en su presencia. Fascinación, malestar sobrenatural.
En el mismo instante en el que la vi por primera vez, me enamoré de su timidez, una timidez única, inolvidable, que le daba la apariencia de una vestal agotada al servicio de un dios clandestino, o de una mística devastada por la nostalgia o el abuso del éxtasis, definitivamente incapaz de volver a las evidencias.
Abrumada de bienes, colmada socialmente, parecía sin embargo destituida de todo, en el umbral de una mendicidad ideal, consagrada a murmurar su indigencia en el seno de lo imperceptible. De hecho, ¿qué podía poseer o proferir cuando el silencio le servía de alma y la perplejidad de Universo? ¿No evocaba acaso esas criaturas de luz lunar de las que habla Rozanov? Cuanto más se pensaba en ella, menos propenso se era a considerarla según los gustos y los puntos de visto de la época. Un género inactual de maldición pesaba sobre ella. Por fortuna, hasta su encanto formaba parte del pesado. Debió haber nacido en otro lugar o en otro siglo, en medio de las landas de Haworth, en la niebla y la desolación, al lado de las hermanas Brönte…
Quien supiera descifrar los rostros podría haber leído fácilmente en el suyo que no estaba condenada a durar, que la pesadilla de los años le sería ahorrada. Parecía, viva, tan poco cómplice de la vida, que uno no podía mirarla sin pensar que nunca más la volvería a ver. El adiós era la ley de su naturaleza, el signo de su predestinación y de su paso por la Tierra; de ahí que lo utilizase como un nimbo, en absoluto por indiscreción, sino por solidaridad con lo invisible.
Ejercicios de Admiración y otros textos, Emil Mihal Cioran.
Es bueno volver por aquí y encontrar este escrito. Que hace que mi curiosidad intente conocerla...
Tu forma de ser serìa patològica sòlo si te hace disfuncionar con el medio en el que te desenvuelves y si te provoca malestar existencial, si es asì entonces debes hacer algo por cambiar. Hay una frase en tu post que corrobora un hecho que he observado: Tù dices que en INTERNET te has vuelto locuaz, escribì sobre eso en este post
Los mecanismos por los cuales funcionamos son individuales, por tu perfil te supongo más bien con una capaciad de aprendizaje y procesamiento muy elevada, y eso hace que te incomode la gente ordinaria y rasa, aún siendo que comprendes que no todos nacen con capacidad y que muchos nisiquiera saben que estan haciendo en este mundo.
<dejé hace mucho rato las juventudes treinteañeras que es como una segunda adolesencia, es una etapa de redefinición ...
No veo nada patológico, al contrario, me parece sencillamente encantador y me viene a la mente la idea de una mujer sumamente enigmática... como los gatos
Es bueno que vuelvas Adrián Versátil,justo ahora que desapareciste con todo y blog...
A veces pareciera que no pertenecemos a un lugar por el hecho, no de poseer una patología, sino mas bien, por el hecho de poseer otra visión y entendimiento de lo que nos rodea, de contar con una sensibilidad extraordinaria que muy pocos tienen la dicha de percibir, ver la belleza en las cosas menos inesperadas para la gente ordinaria, disfrutar de un ensimismamiento, el estar solo, meditar, discernir…
Saludos
Fer
Estimada Eleutheria. Buscando este texto aterrizo en su blog. Le cuento que está dedicado a una poetisa uruguaya llamada Susana Soca.Espero le sirva el dato. Saludos desde Uruguay
No por esto no me leí Cumbres Borrascosas. Errata.