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De un bucle


Tránsito en Espiral, 1962.
Empezando el camino de regreso, ese que hace mucho sabías que habrías de transitar algún día, ese en el que contextos no extraños ni desconocidos se unen en un mismo punto o en una misma señalización para ceder lugar a la desolación y a la imperturbabilidad, una suerte de aturdimiento.

¿Y quién habría de saber que ibas a estar tú allí para atestiguarlo?

Nadie, salvo la nada misma. Nadie, más que tú, que lo has sabido siempre y lo has intuido.

¿Y quién te dijo que iba a ser fácil, sencillo o simple? ¿Sin zigzagueos, ni desviaciones ni quimeras no aburridas?

El retorno es siempre nuestro más anhelado proyecto, aunque no lo sospechemos nunca.

Nacemos, morimos y respiramos para él, para su consecución, para la ejecución minuciosa de cada una de las notas en su partitura.

No es que sin él no haya algo, es que su posibilidad es la condición inexpugnable para que lo haya todo. El to-do, ¿me explico?

Pequeños pasquines imaginarios en donde ves las condecoraciones burdas de tu anhelo. Interno, intrínseco a ti, mesmerilado — fusión de dos palabras que se enquistan en tu estómago para dar pie al no silencio — .

Y allí está, justo en tu amanecer, en este nuevo amanecer sin bultos muertos. 

Música, poesía, lenguaje, los seres que amas, cientos de atardeceres y, como lo habrán de imaginar ya todos, tus formalismos. Tus formalismos, tus formalismos, tus formalismos…

"La Pesadilla del Matemático" (B. R.)

LA PESADILLA DEL MATEMÁTICO

(Bertrand Russell)

La visión del profesor Squarepunt


Explicación Preliminar:


Mi recordado amigo el profesor Squarepunt, el eminente matemático, fue durante toda su vida amigo y admirador de sir Arthur Eddington. Sin embargo, existía un punto en las teorías de sir Arthur que siempre turbaba al profesor Squarepunt, y era aquel el poder místico, cósmico, que sir Arthur confería al número 137. Si las propiedades que a dicho número se le suponían hubieran sido meramente aritméticas, no habría surgido dificultad alguna. Pero era, sobre todo en física, donde el 137 mostraba toda su virtualidad, la cual no era desemejante a la atribuida al número 666. Resulta evidente que las conversaciones con sir Arthur influyeron en la pesadilla del profesor Squarepunt.


El matemático, agotado por un día completo de estudio de las teorías de Pitágoras, se durmió finalmente en un sillón, donde un singular drama visitó sus dormidos pensamientos. Los números, en este drama, no eran las inermes categorías que él había considerado previamente, sino seres vivos, con aliento, dotados de todas las pasiones que estaba acostumbrado a comprobar en sus colegas, los matemáticos. En su sueño, se hallaba él en pie en el centro de una infinidad de círculos concéntricos. El primer círculo contenía los números del 1 al 10; el segundo, del 11 al 100; el tercero, del 101 al 1.000, y así sucesivamente, sin límite alguno, sobre la superficie infinita de una llanura sin confines. Los números impares eran varones, los pares hembras. Junto a él, en el centro, se hallaba Pi, el maestro de ceremonias. El rostro de Pi estaba enmascarado, pues era sabido que nadie podía mirarlo y sobrevivir; pero ojos penetrantes miraban a través del antifaz, inexorables, fríos y enigmáticos. Cada número tenía su nombre claramente señalado sobre su uniforme. Las diferentes clases de números tenían diferentes uniformes y diferentes formas: los cuadrados eran tejas, los cubos eran dados, los números redondos eran bolas, los primos indivisibles cilindros, y los números perfectos llevaban corona. Además de la diferencia de formas, los números eran también diferentes en cuanto a color. Los siete primeros círculos concéntricos poseían los siete colores del arco iris, excepto los formados por el 10, 100, 1.000, y así sucesivamente, que eran blancos, mientras el 13 y el 666 eran negros. Cuando un número pertenecía a dos de estas categorías —por ejemplo si, como el 1.000, era a la vez número redondo y cubo— llevaba un uniforme más honroso, y los más honorables eran los más escasos entre el primer millón de números.


Los números bailaban alrededor del profesor Squarepunt y de Pi un vasto y complicado ballet. Los cuadrados, los cubos, los primos, los números piramidales, los números perfectos y los redondos, se agitaban, entretejiendo cadenas, en una danza infinita y abrumadora; y mientras bailaban entonaban una oda a su propia grandeza:


Somos los números finitos.

Somos la materia del mundo.

Cualquier confusión que aflija a la Tierra

por nosotros es resuelta.

Reverenciamos a nuestro maestro Pitágoras

y profundamente despreciamos a las brujas y a los asnos.

Ni la bruja de Endor, ni al monte de Balaam

reconocemos como fuentes de sabiduría.

Mas, circularmente, en inacabable ballet

nos movemos, como cometas vistos por Halley.

Y honrados por el inmortal Platón

no creemos en la grandeza posterior de ningún mortal

Seguimos las leyes

sin una pausa,

pues somos los números finitos.



A una señal de Pi cesó el ballet, y, uno por uno, los números fueron presentados al profesor Squarepunt. Cada uno hizo un breve discurso, explicando sus méritos peculiares.


1: Soy el padre de todos, el padre de infinita progenie. Ninguno existiría sin mí.

2: No te estires tanto. Sabes que se necesitan dos para hacer más.

3: Soy el número de los triunviros, de los sabios orientales, de las estrellas del cinturón de Orión, de los Hados y de las Gracias.

4: Pero sin mí nada tendría cuatro esquinas; en el mundo no habría honestidad. Soy el guardián de la Ley Moral.

5: Soy el número de los dedos de una mano. Hago pentágonos y pentagramas. Sin mí, el dodecaedro no podría existir, y, como sabe todo el mundo, el universo es un dodecaedro. Así, sin mí, no habría universo.

6: Soy el número perfecto. Sé que tengo rivales advenedizos: el veintiocho y el cuatrocientos noventa y seis pretenden a veces ser iguales a mí. Pero están situados demasiado abajo en la escala jerárquica para contar contra mí.

7: Soy el número sagrado: el número de los días de la semana, el número de las Pléyades, el número de los candelabros de siete brazos, el número de las iglesias de Asia y el número de los planetas, pues no reconozco a ese blasfemo de Galileo.

8: Soy el primero de los cubos, exceptuado el pobre viejo Uno, que hoy día ya no se usa.

9: Soy el número de las musas. Todos los encantos y refinamientos de la vida dependen de mí.

10: Bien está, miserables unidades, que alardeéis; pero soy el dios-padre de las infinitas mesnadas que me siguen. Toda unidad me debe su nombre, y sin mí reinaría el desorden en vez de una estricta jerarquía.


En este momento el matemático, aburrido, se volvió hacia Pi y le dijo:


—¿No cree usted que el resto de las presentaciones deberían darse como efectuadas?


Ante esto, se elevó un griterío general:


11: Sí, yo he sido el número de los apóstoles, después de la defección de Judas.

12, que exclamó:


—Fui el dios-padre de los números en tiempo de los babilonios, y fui un dios-padre superior a ese miserable Diez, que debe su posición a un accidente biológico antes que a excelencia aritmética.


13: Soy el señor de la adversidad. Si se muestra grosero conmigo, le pesará.


Se elevó tal alboroto que el matemático se tapó los oídos con las manos y dirigió una implorante mirada en dirección a Pi. Éste agitó su vara de mando y gritó con voz de trueno:


—¡Silencio!, u os trocaréis en números inconmensurables.


Todos se pusieron lívidos y se sometieron.


Mientras duró el ballet, el profesor había estado observando un número, entre los primos, el 137, que parecía indómito y remiso a aceptar su sitio dentro de la serie. Repetidamente, intentó colocarse delante del 1, del 2 y del 3, haciendo gala de una agresividad que amenazaba destruir la armonía del ballet. Lo que pasmó al profesor Squarepunt aún más que esta desordenada conducta fue la aparición del confuso espectro de un caballero de Arturo, el cual insistía murmurando al oído del 137:


—¡Vamos, ve! ¡Ponte a la cabeza!


Si bien los nebulosos rasgos del espectro hacían difícil la identificación, el profesor reconoció al fin la oscura figura de su amigo sir Arthur. Esto le hizo simpatizar con el 137, pese a la hostilidad de Pi, que trataba de reducir al rebelde número primo.


Por fin, el 137 exclamó:


—Es una maldición el exceso de burocracia que hay aquí. Lo que yo deseo es la libertad para el individuo.


La máscara de Pi contrajo el entrecejo, pero el profesor intercedió diciendo:


—No sea demasiado severo con él. ¿No ha observado que está regido por un Familiar? Conocí en vida a este Familiar y, por lo que veo, puedo garantizar que es él quien inspira los sentimientos antigubernamentales del Ciento Treinta y Siete. En cuanto a mí, me gustaría oír lo que el Ciento Treinta y Siete tenga que decir.


Un tanto recelosamente, Pi dio su consentimiento. El profesor Squarepunt dijo:


—Dime, Ciento Treinta y Siete: ¿cuál es el motivo de tu rebelión? ¿Es una protesta contra la desigualdad lo que te inspira o simplemente que tu ego se ha desbordado por las alabanzas de sir Arthur? ¿O se trata, como intuyo a medias, de una profunda repulsa ideológica de la metafísica que tus colegas han absorbido de Platón? No temas decirme la verdad. Haré de intermediario con Pi, acerca de quien sé tanto, por lo menos, como él de sí mismo.


Ante éstas, el 137 prorrumpió en vehemente discurso:


—¡Tiene usted razón! Es su metafísica lo que no puedo soportar. Pretenden aún ser eternos cuando su propia conducta muestra que no creen en tal cosa. Todos nosotros encontrábamos triste el cielo de Platón y decidimos que gobernar el mundo sensible sería mucho más interesante. Desde que bajamos del Empíreo hemos sentido emociones semejantes a las vuestras: Cada número impar ama a su correspondiente número par, y cada uno de éstos se comporta con afecto hacia los impares, pese a encontrarlos muy extraños. (1)


Nuestro imperio, ahora, es de este mundo, cuya suerte será también nuestra suerte.


El profesor se halló de completo acuerdo con el 137, pero todos los demás, incluyendo a Pi, le consideraron un blasfemo, y se abalanzaron sobre ambos, número y profesor. La infinita hueste, que se extendía en todas direcciones más allá de lo que la vista podía alcanzar, se precipitó también sobre el profesor, con un furioso zumbido. Por un momento se sintió aterrorizado, pero después se recobró, y reuniendo súbitamente su reanimada sabiduría, gritó con voces estentóreas:


—¡Atrás! ¡No sois más que convivencias simbólicas!


Con un lamento de premonición y muerte, el conjunto de la vasta hueste se disipó en la niebla. Al despertarse, el profesor se oyó a sí mismo las siguientes palabras:


—¡Y otro tanto digo de Platón!




Tomado de:


Russell, Bertrand, "Pesadillas de personas eminentes y otras historias", Ilustrado por Charles W. Stewart, Ed. EDHASA, 1989.




(1) Juego de palabras intraducible. Odd, impar en inglés, significa también raro, extraño. (N. del t.)



Mientras se estrena "Ágora"



Hipatia de Alejandría. Detalle de La Escuela de Atenas” de Rafael Sanzio. En primer plano, Pitágoras escribiendo. En segundo plano, de pie, mirando al espectador, Hipatia de Alejandría (pintada como Margherita o el joven Francesco Maria della Rovere).

Ha tiempo que no espero con tanto empeño el estreno de una película como ahora. Se trata de “Ágora” de Alejandro Amenábar (de quien me volví fan con su cinta “Tesis”).

Lo que no puedo creer es que sí se haya estrenado ya esa cinta comercial llamada “Avatar” y que “Ágora”, en cambio, no sea aún exhibida. Ha sido estrenada en España (el estreno mundial se celebró allí el 9 de Octubre pasado), en varios países del cono Sur, en EUA y en otros puntos del orbe. Mas a pesar de esta eclosión del filme en salas cinematográficas alrededor del mundo, resulta que acá en México sigue sin estrenarse oficialmente. Avatar, por cierto, ha sido una de mis palabras favoritas en los últimos meses y me prende que al señor Cameron se le ocurra ensuciarla para titular su film (pensamientos clase “gente quisquillosa”); por otro lado, la asociación de estos filmes –emergente de mi psique- quizá tenga que ver con que inician con la misma vocal.

Yo no sé si “Ágora” sea un buen filme, pero la espero fervorosamente por una sencilla razón, la historia gira en torno a la vida de la gran matemática, filósofa y astrónoma de la historia antigua, Hipatia de Alejandría y eso es ya suficiente para querer mirar la película. Por lo pronto, me formulo preguntas: ¿qué versión darán allí de la vida de Hipatia?, ¿recogerán la verdad histórica o erigirán la figura de Hipatia a afiche mitológico?

Últimamente me he obsesionado con la verdad histórica y en las diversas formas en que Hollywood y el cine comercial han contribuido para tergiversarla. Y yo sé que es una tontería que me preocupe por esto en relación a “Agora”. ¿Por qué no, sencillamente, me preocupo por ir a verla con un buen bote de palomas, líquido tóxico oscuro -y adictivo- de sabor agradable y mi querido sempiterno? Imposible, estaré obsesionada con la verdad histórica y, mientras la mire –si es que ello llega a ocurrir- plantearé todo tipo de barruntos; de modo que no habré de disfrutarla en la pureza, sino en medio de cavilaciones de cinéfila altermundista que –ingenuamente- cree y pugna por el criticismo cuando –como bien lo dijera Marcelo Munch- lo único que nos libera es la belleza.

Haré una confesión: estuve a punto de comprarla en un puesto de películas piratas vísperas la navidad, pero ¿qué ocurrió? que al pedirle a la señorita que me probara el clón –cosa que normalmente no hago, pero que, como dirían mis hermanos, los “coños” son molestos en nuestras películas favoritas y hay que erradicarlos a como dé lugar- pues resulta que estaba no en su versión en inglés, sino doblada al español más insoportablemente castizo –y en verdad que me gusta el español ibérico, pero mirar una película en su idioma original no tiene correlato.

Dejo aquí algo de lo que hay sobre Hipatia en algunos de los libros de mi biblioteca personal; no sé si sea menester hacerlo, pues en la Web se halla bastante, pero como yo sigo siendo uno de esos espíritus románticos que ama los libros y los salvaguarda, entonces dejaré también aquí algo de esos rastros. Todo esto, mientras espero su estreno. 

…Pero “la verdad histórica” es algo que se pierde en los senderos del tiempo ¿debemos por ello renunciar a buscarla, a revisar –de nuevo- los textos, a conformarnos con la versión oficial y dimitir a los documentos oficiales? Yo digo que no.

Nota final: no tengo la certeza de que los textos referidos señalen la verdad histórica –de hecho, estoy segura de que no son las fuentes más fidedignas-, pero la lectura comparada es un modo de comenzar la búsqueda.

Hipatia
-Va con cualquiera –decían, queriendo ensuciar su libertad.
-No parece mujer –decían, queriendo elogiar su inteligencia.
Pero numerosos profesores, magistrados, filósofos y políticos acudían desde lejos a la Escuela de Alejandría, para escuchar su palabra.
Hipatia estudiaba los enigmas que habían desafiado a Euclides y a Arquímedes, y hablaba contra la fe ciega, indigna del amor divino y del amor humano. Ella enseñaba a dudar y a preguntar. Y aconsejaba:
-Defiende tu derecho a pensar. Pensar equivocándote es mejor que no pensar.
¿Qué hacía esa mujer hereje dictando cátedra en una ciudad de machos cristianos?
La llamaban bruja y hechicera, la amenazaban de muerte.
Y un mediodía de marzo del año 415, el gentío se le echó encima. Y fue arrancada de su carruaje y desnudada y arrastrada por las calles y golpeada y acuchillada. Y en la plaza pública la hoguera se llevó lo que quedaba de ella.
-Se investigará –dijo el prefecto de Alejandría.
Eduardo Galeano, Espejos.

A lo largo de los siglos se ha disuadido a las mujeres de que estudien matemáticas, pero a pesar de la discriminación ha habido varias mujeres matemáticas que lucharon contra lo establecido y acuñaron indeleblemente sus nombres en los anales de las matemáticas. La primera mujer con peso en la materia que conocemos fue Teano, en el siglo VI a. C. Empezó como alumna de Pitágoras antes de convertirse en destacada discípula y casarse con él al cabo del tiempo. A Pitágoras se lo conoce como el “filósofo feminista” porque alentó con entusiasmo la erudición femenina. Teano era, de hecho, una de las veintiocho hermanas de la secta pitagórica.
En los siglos posteriores hombres como Sócrates y Platón continuaron invitando a las mujeres a formar parte de sus escuelas, pero no hubo una escuela matemática de prestigio fundada por una mujer hasta el siglo VI de nuestra era. Hipatia, hija de un profesor de Matemáticas de la Universidad de Alejandría, fue popular por dar los discursos más famosos del mundo conocido y por ser la mejor entre quienes se dedicaban a la resolución de problemas. Matemáticos que habían permanecido durante meses agobiados con un problema concreto le escribían pidiendo una solución, e Hipatia rara vez desencantaba a sus admiradores. Estaba obsesionada con las matemáticas y con el método de la demostración lógica y cuando se le preguntaba por qué no se había casado respondía que lo estaba con la verdad. Al final, su devoción por la causa del racionalismo provocó su caída cuando Cirilo, el patriarca de Alejandría, comenzó a oprimir a los filósofos, científicos y matemáticos, a los que tenía por herejes. El historiador Edward Gibbon da un vivo testimonio de lo que ocurrió después de que Cirilo conspirara contra Hipatia y de que volviera a las gentes contra ella:
En un fatídico día del tiempo sagrado de cuaresma derribaron a Hipatia del carro, la desnudaron por completo, la arrastraron hasta la iglesia y allí murió de forma inhumana a manos de Pedro el Lector y una banda de fanáticos salvajes y despiadados; la carne fue raspada de sus huesos con conchas afiladas de ostras y sus palpitantes miembros fueron entregados a las llamas.
Poco después de la muerte de Hipatia, las matemáticas iniciaron un período de estancamiento, y hasta el Renacimiento ninguna mujer volvió a hacerse un nombre como matemática.
Simon Singh, El Enigma de Fermat.
Desde luego, debemos admitir que a la Edad Media le tocó presenciar una notable decadencia del conocimiento científico respecto de los niveles alcanzados en el mundo griego, y éste sería un caso en que, a primera vista, se tendría la impresión de que el advenimiento del cristianismo, con su característica tendencia a apartar la atención de los hombres de las cosas del mundo presente para dirigirlas a las del mundo futuro, y de los hechos de la naturaleza para dirigirla a las verdades de la fe, sería la causa de tal decadencia. ¿Acaso san Agustín, el patriarca del pensamiento cristiano occidental, no dice que la ciencia es una vana curiosidad que distrae a la mente humana de su verdadero fin, el cual no consiste en contar las estrellas e investigar las cosas secretas de la naturaleza, sino en conocer y amar a Dios? ¿Acaso no fueron los monjes quienes asesinaron a Hypatia? ¿No fue acaso Justiniano quien cerró las escuelas de Atenas que conservaban vivas las luces de la ciencia y la filosofía griegas?
Todo esto es cierto, pero es necesario recordar que la cuestión no es tan simple como parece a primera vista. La ciencia de la que habla san Agustín era la astrología, la cual a los ojos del hombre moderno simplemente no es ciencia, aunque para los hombres de entonces parecía inseparable de lo que hoy se llama astronomía; y de manera semejante, la escuela de Atenas, no obstante su genuina devoción a la ciencia helénica, se inspiraba en el ocultismo y la magia, lo cual es más fatal para el ideal científico que la teología y la filosofía de san Agustín; y en cuanto al asesinato de Hypatia, eso nada tuvo que ver con sus realizaciones científicas, así como el exilio de Einstein de Alemania nada tuvo que ver con la relatividad.
Christopher Dawson, Historia de la Cultura Cristiana.

De referencia obligada es Hypatia (370-415), la docta hija de Teón de Alejandría, profesora de matemáticas y de filosofía, seguidora de la corriente filosófica del neoplatonismo. Comentó la Aritmética y el Canon Astronómico de Diofanto de Alejandría (ca. 250 d. C.) y las Cónicas de Apolonio (ca. 262-190 a. C.). Se dice que ayudó a su padre en la elaboración de los comentarios al Almagesto, obra que constituía el canon astronómico de Tolomeo (ca. 85-165). Asimismo, Teón e Hypatia habrían preparado la edición de los Elementos de Euclides (ca. 300 a. C.) que serviría de base a las múltiples ediciones posteriores. Se interesó asimismo por la creación de aparatos científicos; al parecer construyó un astrolabio plano –usado para medir la posición de los astros y para calcular el tiempo–, y un areómetro –usado para medir la densidad de los fluidos, hecho éste que se menciona en una carta de su alumno Sinesio de Cirene.
Pilar Bayer Isant, Mujeres y Matemáticas.
Excelente artículo sobre Hipatia escrito por la Dra. en Matemáticas Nieves Martínez de la Escalera Castells, UNAM.

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