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Acerca del Glifosato

Eleutheria Lekona 
Rebelión
 
Hay un debate en Internet en torno a la toxicidad y los peligros que puede ocasionar a la salud humana el uso del glifosato, componente activo de productos agroquímicos como el 'roundup' de Monsanto y otros herbicidas utilizados en la agroindustria, desde hace varias décadas, con el fin eliminar malas hierbas y crear resistencia en las plantas. El debate básicamente divide a defensores y detractores del glifosato en defensores y detractores del modelo de agronegocios implementado hacia fines de los setentas por las llamadas corporaciones multinacionales; es decir, es probable que quienes se oponen a la utilización de este activo en la agricultura sean además individuos de izquierda anticapitalista, comúnmente adversarios al uso de transgénicos, y que quienes no lo hacen, sean más bien individuos o indiferentes al capitalismo, o simpatizantes del capitalismo o menos anticapitalistas que las personas en el primer grupo. O a quienes preocupa más basar sus aseveraciones sobre el glifosato en informes emitidos por instituciones científicas autorizadas para tal propósito que oponerse al glifosato por el solo hecho de ser comercializado por las corporaciones multinacionales.

Aunque yo creo, de entrada, que una apreciación así sería incorrecta y sesgada. Las personas anticapitalistas están menos interesadas en combatir el capitalismo porque enriquezca a un grupo reducido de personas (cosa que desde luego es cierta) que porque sea un sistema que requiera para su subsistencia causar dolor a millones de seres humanos alrededor del mundo (cosa que también es cierta).

Así que pensar que el debate por el glifosato es un debate de naturaleza ideológica sería desde mi perspectiva un enfoque erróneo del problema, el debate en torno al glifosato es más bien un debate de naturaleza ética y solo quizá, colateralmente, un debate en donde la ideología sesga nuestra postura, introduciendo una apreciación particular frente al problema.

Así pues, me permitiré decir a lo largo de esta discusión que lo que está en el fondo de la cuestión es en realidad la vida y la salud de millones de seres humanos bastante más que el enriquecimiento ilícito de determinadas empresas multinacionales, toda vez que no es irracional admitir que no siempre el enriquecimiento ilícito de las multinacionales pone en jaque la vida de las personas.

Ahora bien, hecha esta aclaración, quisiera a continuación ofrecer en el blog la que quiero sea mi contribución en torno a esta discusión. Dado que no soy experta en bioquímica ni farmacóloga, mi argumentación se limitará a ofrecer un conjunto de comentarios orientadores alrededor de esta problemática desde una perspectiva axiológica, pero procurando siempre apegarme al cúmulo de evidencia científica más fidedigna disponible encargada de valorar el impacto del glifosato en la salud humana y el ambiente.

Sobre el glifosato hay informes científicos a favor y en contra. Los informes a favor han sido generalmente emitidos por organismos y organizaciones que suelen gozar del consenso científico y de la venia de los expertos, y sin cuyo reconocimiento, además, las empresas abocadas a comercializar el glifosato no podrían obtener los permisos necesarios para hacerlo. ¿Quiénes en contraste se oponen a la utilización de este agroquímico? Individuos aislados, comunidades agrícolas, grupos ecologistas, organizaciones campesinas, científicos que un buen día, por razones no del todo claras —o quizás guiados por experiencias empíricas, en el mejor de los casos—, tuvieron sospechas sobre la inicuidad del producto, se decidieron entonces a llevar a cabo experimentos bajo control y descubrieron irregularidades lo suficientemente significativas como para hacerlas públicas. ¿Qué denuncia este sector y que descubrieron estos científicos? Que el glifosato es perjudicial a la salud, que puede ocasionar daños al sistema endocrinológico, predisponer al cáncer, minar el sistema inmunológico y otros inconvenientes. ¿Qué objeciones hay a estos grupos? Que algunos de sus reportes han sido después criticados o cuestionados a razón de la metodología utilizada en los estudios presentados (si bien algunos de esos estudios, así refutados, se habrían publicado después en revistas arbitradas), que son incompatibles con el dictamen de organismos oficiales como la EFSA (según la cual el glifosato es una sustancia inocua para el organismo humano) y que, en suma, no cuentan con evidencia científica concluyente para respaldar sus aseveraciones.

¿Pero qué pasa con el segundo grupo? ¿Por qué podríamos dudar de ellos?

De ellos se duda porque hay voces diciendo a diestra y siniestra —voces todas de izquierda— que las grandes empresas multinacionales tipo Monsanto pagan y hacen lobby para que la comunidad científica hable a favor de productos como el glifosato. ¿Por qué pagarían? Porque, por ejemplo, el glifosato es un producto utilizado en la producción de alimentos transgénicos y, como todos sabemos, la venta de transgénicos reporta altas ganancias a las empresas alimentarias a nivel mundial a pesar de perjudicar la biodiversidad de los distintos alimentos tratados genéticamente, como suelen argumentar quienes están en contra de la alimentación transgénica.

Vamos a hacer la siguiente conjetura. Si la producción de alimentos genéticamente modificados acaba con las distintas variedades de un cierto producto —variabilidad a partir de la cual los pequeños agricultores ofrecen productos únicos y por cuya venta subsisten—, ¿no es esta discusión, además, un problema de economía? ¿No tendrían estos campesinos razones de peso para oponerse a Monsanto por el mero hecho de ser blanco de sus prácticas agricidas, más allá o más acá de que el glifosato perjudique a la salud? ¿Y más allá o más acá de que estos campesinos no incurran en prácticas antiecológicas o no tengan ellos intereses propios?

Para alguien de izquierda anticapitalista esta afectación sería suficiente para oponerse a empresas como Monsanto y apoyar en consecuencia al campesinado, si bien ya hemos dicho que ese no es el meollo de la cuestión. El solo hecho de que Monsanto base su oligopolio en modificaciones genéticas haría de Monsanto una empresa indeseable. Pero si, además, se verificara el rumor sobre la malignidad de su producto, si el glifosato pusiera en jaque la vida de millones de seres humanos, entonces Monsanto no solamente sería despreciable, sino que sería imperativo generar un frente común a nivel mundial en resistencia contra la utilización del glifosato y en lucha por su erradicación.

¿Qué es posible decir a este respecto? La información en este sentido es confusa. Es confusa porque, por un lado, la OMS oficialmente niega la inicuidad del producto; es confusa porque hay por el otro lado estudios anti-OMS y anti-Monsanto que revelan la perniciosidad del glifosato (en algún nivel); y es finalmente confusa porque la OMS misma, a través de subsidiarias como la International Agency for Research Center, informa a la sociedad que el glifosato se halla de hecho en la lista de aquellos productos creados artificialmente por el hombre, potencialmente carcinógenos (clasificación 2A en el listado que ofrece la IARC) y/o perjudiciales a la salud humana.

Ahora bien, veamos el listado y tratemos de entender.

El listado divide a las sustancias carcinógenas clasificándolas en cinco grupos: Grupo 1 (carcinógeno a humanos), Grupo 2A (probablemente carcinógeno a humanos), 2B (posiblemente carcinógeno a humanos), 3A (no clasificable por su carcinogeneidad a humanos) y Grupo 4 (probablemente no carcinógeno a humanos). Luego, en la misma página en la que se encuentra el listado hay un enlace en el que si damos clic podemos ver, sustancia a sustancia, a cuál grupo pertenece cada una de ellas, y es allí a donde nos damos cuenta que el glifosato está clasificado por dicha agencia como una sustancia tipo 2A y figura, por tanto, en la lista de sustancias carcinógenas, así se trate de una sustancia solo probablemente carcinógena.

Allí también podemos ver un montón de sustancias más cuyo potencial carcinógeno es más alto que el del glifosato. Las carnes rojas, que hace poco tiempo entraron a este listado, comparten, por ejemplo, la misma clasificación con el glyphosate. En tanto que en relación al café (en otro listado en pdf si avanzamos la página anterior) existe evidencia limitada según la cual hay una posible relación entre su consumo y el cáncer de vejiga, por ejemplo. Desde luego, aparecen el asbesto, los rayos X, las bebidas alcohólicas, y otras sustancias más tóxicas que el propio glifosato.

Es posible además decir que al glifosato se le ha relacionado (de manera tampoco concluyente), con la llamada enfermedad renal de Centroamérica —observada, además, en lugares como Sri Lanka—, enfermedad que ha ocasionado, según los reportes, que hasta el 15% de la población en una misma región agricultora se halle diagnosticada y en tratamiento contra esta enfermedad. Sobre esta enfermedad, entre otras cosas, distintos especialistas en salud han aducido que puede deberse a diversos factores, a saber: “deshidratación, trabajo pesado en el calor tropical, y la exposición a agrotóxicos”. Lo cual generó que en Sri Lanka, por ejemplo, “se prohibiera la importación de glifosato”. Además, se suele citar a propósito de esta enfermedad un estudio a partir del cual se erigió la sospecha que ve en el glifosato uno de los factores causantes de esta enfermedad.

Glyphosate, Hard Water and Nephrotoxic Metals: Are They the Culprits Behind the Epidemic of Chronic Kidney Disease of Unknown Etiology in Sri Lanka? [1], es el nombre de este estudio, y es en mi opinión un estudio que aporta evidencia significativa a favor de una relación entre el uso del glifosato en los lugares en los que se ha registrado esta enfermedad y los brotes de la enfermedad misma. La pregunta es: si las personas que han contraído la enfermedad no estuvieran expuestas al glifosato, ¿contraerían de todas maneras la enfermedad por el solo hecho de estar expuestas al intenso calor del trópico en sus horas de trabajo y por la deshidratación que tal actividad supone?

Tampoco es improbable —lanzo esto como hipótesis— que el glifosato varíe su toxicidad de una región a otra, dependiendo de la calidad y de los componentes minerales presentes en la composición de la tierra en la que se está utilizando y de otras variables ambientales. Lo cual no es incompatible con la hipótesis médica según la cual el calor en los trópicos sería elemento desencadenante de la enfermedad, por ejemplo.

¿Qué conclusión podemos extraer de todo esto para terminar? Si a mí se me preguntara, preferiría prescindir del glifosato en mi dieta y diría estar de acuerdo con que se prohibiera su comercialización y cesara de utilizarse en la producción de herbicidas, por bajas que fuesen las probabilidades, según algunos estudios, de provocar algún tipo de cáncer. Recordemos que el glifosato se utiliza en vastos territorios de tierra a lo largo del planeta y que muchos seres humanos y animales estarían por tanto en posibilidad de entrar en contacto con esta sustancia. Por otra parte, si bien reconozco que quizás otras personas menos alarmistas que yo, optarían por vivir despreocupadas ante la existencia del glifosato en el ambiente, yo objetaría a esas personas que esa no podría ser una posición válida ante el problema, puesto que este es un asunto que involucra a muchos seres humanos y que si bien uno, personalmente, puede decidir estar expuesta al uso del glifosato y jugársela, sería poco justo tomar esa decisión a título personal (por los demás) sin considerar a quienes no comparten nuestra opinión y quienes al igual que nosotros son víctimas potenciales del glifosato, aun si esto fuese remoto como se insiste en decir.

En resumidas cuentas, es imposible afirmar que el glifosato no sea una sustancia nociva para la salud humana, o, recíprocamente, sería irrealista afirmar que el glifosato es una sustancia inocua para la vida humana. El glifosato es una sustancia potencialmente perjudicial para la vida humana y es por supuesto un hecho inquietante pensar en nuestros (en apariencia) limitados recursos para determinar por ahora cuáles son las probabilidades asociadas a la malignidad de este agrotóxico; o eso es lo que insisten en afirmar los laboratorios a pesar de que hay evidencia empírica significativa en distintas regiones del planeta que asocian el cáncer y otras enfermedades con el uso del glifosato.

En definitiva, considerado esto como un asunto de salud pública, se hace necesaria una discusión amplia, basada en evidencia científica y empírica concluyente, sobre los peligros que el uso del glifosato entraña.

Sucede a veces que la salud humana y la vida están sujetadas a la estadística.

Publicado en Rebelión el 21 de diciembre de 2015. https://rebelion.org/acerca-del-glifosato/

Entrevista con la teóloga y escritora argentina, Eliana Valzura

Cuestionario de Preguntas realizado a Eliana

En primer lugar, gracias por concedernos la entrevista.

Eliana Valzura es teóloga, escritora, licenciada en Letras por la UBA y está a punto de obtener el grado de filósofa en Argentina.

1. Eliana, ¿podrías hablarnos brevemente de tu trayectoria y contarnos por qué decidiste dedicar tu vida al campo de las Humanidades?

2. En Sabactaní, propones una filosofía de existencia a la que llamas teología de intemperie. ¿Podrías decirnos es qué consiste esa teología de intemperie y en qué medida podría ser útil en la actualidad para aquellas personas que se encuentran en una situación de desasosiego a causa de las crisis sistémicas que ha provocado el capitalismo a nivel global?

3. Argentina es uno de los bastiones culturales de Latinoamérica y, personalmente, es un país que amo mucho por todos los grandes escritores que ha dado. Sin embargo, Argentina también es un bastión (igual que México) de parte del pensamiento más reaccionario que se produce en Latinoamérica. Concretamente, la extrema derecha y el liberalismo, en general, son muy socorridos en Argentina. ¿A qué atribuyes esto?

4. ¿Cómo se actualiza la dicotomía entre el Facundo de Sarmiento (y su desprecio al gran salvaje) y el gaucho de José Hernández? ¿Sigue siendo una escisión que desgarra al alma argentina?

5. Me gustaría que nos hablaras un poco del peronismo. Considero que el peronismo como movimiento popular de masas es equivalente al cardenismo en México. Sin embargo, creo que el cardenismo no penetró tanto en las conciencias de los mexicanos como penetró el peronismo en la conciencia de los argentinos. ¿Podrías explicarle a la gente, a grandes rasgos, qué es el peronismo?

6. ¿Por qué hay un sector de Argentina que odia tanto al peronismo?

7. En mi opinión, Cristina Fernández ha sido una de las mejores presidentas que ha dado Latinoamérica en las últimas dos décadas. ¿Por qué hay tantos sectores de la sociedad argentina que la desprecian? Por ejemplo, intentaron acusarla de la muerte de Nisman sin ningún sustento.

8. Leyendo sobre la cuestión en Malvinas, te das cuenta que se trata de una expresión colonialista en pleno siglo XXI, puesto que Inglaterra se ha negado a discutir en la ONU la ilegal ocupación de Malvinas. La ocupación de Malvinas data desde el Siglo XIX (1833) y desde entonces Inglaterra no ha dado ninguna explicación satisfactoria que justifique la colonización de las Islas. ¿Podrías explicarle al auditorio, brevemente, en qué consiste la cuestión Malvinas?

9. En mi opinión, Galtieri y la dictadura militar utilizaron Malvinas para perseguir a marxistas y militantes políticos, particularmente de izquierda, en Argentina. ¿Qué opinas de cómo instrumentalizó la junta militar la cuestión Malvinas?

10. ¿Por qué hay un movimiento muy fuerte en Argentina, de ultraderecha, hoy en día, que se está dando a conocer en todo el continente? Tanto en Argentina y en toda Latinoamérica, ya que pareciera que estos grupos cuentan con un amplio financiamiento. Hay mucho fanatismo en dichos grupos y, sin embargo, pululan. Amén de su popularización por el gran financiamiento que reciben, ¿a qué atribuyes que atraigan a tanta gente? ¿Será una cuestión de falta de educación y pensamiento crítico?

11. Acabamos de atravesar una pandemia que causó muchas muertes y mucho dolor a muchas personas alrededor del mundo. Sin embargo, hubo gente que negó la realidad de la pandemia y adujo que esta pandemia era un pretexto para imponer el nuevo orden mundial. Hubo médicos que suscribieron esta idea y se aglutinaron en un colectivo al que llamaron, Médicos por la verdad. En Latinoamérica, muchos de los miembros más destacados de este movimiento son argentinos. ¿Por qué crees que se da este fenómeno en tu país? Me gustaría que explicaras las causas de la ocurrencia de esto en tu país, si bien es un fenómeno que se registró a nivel mundial.

12. En Estados Unidos acaba de haber un tiroteo escolar en Uvalde, Texas en el que murieron 19 niños en una escuela primaria entre los 9 y los 11 años y cuatro adultos. Ha habido un resurgimiento de la discusión por el control de arma, pero importantes sectores del sector conservador, republicanos y supremacistas se niegan a este control y esgrimen su derecho a portar armas como si fuera superior al derecho a la vida y a la seguridad de los niños y de la población en general estadounidense. Muchos miembros de este sector son cristianos evangélicos. ¿Podrías hablarnos del papel que juega la religión como medio para legitimar el poder? ¿Cómo se imbrican la religión y el poder? Concretamente, ¿es la religión una ideología que sirve para legitimar ciertas posturas políticas? Es algo que observo que ocurre en Estados Unidos. Me gustaría que nos dieras una explicación de esta circunstancia a nivel teológico.

Muchas gracias, Eliana, por tus palabras y por haberle aportado tanto conocimiento el día de hoy al canal. Eleutheria Lekona

16 de junio, 10:42 am

Los vínculos que nos unen al pasado exhiben una rotura

Los vínculos que nos unen al pasado exhiben una rotura; en parte porque hay una suerte de tendencia a desgastarlos, pero en parte porque las personas hemos sido cómplices indolentes de esa no inusitada tendencia, una tendencia que pone en jaque nuestra experiencia de sujetos no libres. Tendencia y condición sintética que muy pocas personas se atreven a discurrir y, mucho menos, a cuestionar. Ahora bien, si cuestionar y discurrir ya es inusual, aceptar se ha vuelto paradójico. Aceptar es la marca de todo lo que caracteriza a mi época. Aceptar la maldad, aceptar la inmanencia, aceptar el dolor, aceptar la falta de empatía con los sujetos que se perciben diferentes, aceptar los cánones estético-morales que nos hayan sido expuestos desde el exterior, aceptar cualquier consigna estéril y estúpida que supuestamente clama contra la injusticia, aceptar la existencia de hechos insólitos y no explicables que ponen en duda la capacidad humana para discernir el bien del mal, aceptar cualquier modalidad de erudición que no atisba en los fundamentos, aceptar la propia carga de conciencia por hechos de los que nos sentimos culpables sin siquiera haber sido partícipes de ellos, pero que históricamente nos han sido legados como si fuera nuestra función resolver las posibles y no improbables diferencias de reyertas pasadas, aceptar, en fin, cualquier cúmulo de cosas que intuitivamente suponemos contra natura pero que muy pocas veces nos atrevemos a poner sobre tela de juicio. Y cuando digo contra natura, no me refiero únicamente a lo que opera contra la moral, sino, más precisamente, a lo que opera contra la razón. Porque si la moral se supone que debe de estar fundamentada sobre la razón, toda vez que cometemos un acto de inmoralidad actuamos secundariamente contra la razón, por lo que todo malentendido que se desprende de nuestra razón pura es básicamente un malentendido que se pone en marcha y cobra fuerza a través de la razón práctica. Así, en la realidad, cada vez que atentamos consciente o inconscientemente contra la razón —ya sea a través de la moral o sin ella—, termina por quedar patentizado que nuestro juicio estético también ha quedado comprometido en ello, toda vez que se acepta —como lo hicieron los pensadores más avezados de este último siglo— que la moral es una forma de la belleza y que en el juicio estético está comprometido el último fundamento de nuestra moral. Así, me pregunto, ¿qué lleva a tanta gente a creer en teorías propagandísticas cuyo único fin es satisfacer su propia necesidad de creer en algo para no sucumbir ante el desvarío o su propia necesidad de no sucumbir a sus propios temores? El temor a perder sus casas, el temor a perder sus bienes, el temor a perder su status socioeconómico, temor a perder ese último cacho de felicidad sobre el que se asienta nuestra cómica existencia. Porque si algo es capaz de lograr la barata propaganda que se propaga desde las máquinas del pensamiento que velan por la prevalencia del statu quo, es obnubilar el pensamiento, es paralizar la mente, es dar cierre a todo posible camino de acción y diálogo entre los seres humanos; pareciera como si se tratara de dividirnos eternamente e impedir nuestra comunicación más honesta, aquella capaz de ocurrir fuera de los suburbios del adoctrinamiento ideológico, aquella falsa ideología que supone que ningún otro mundo es posible y, menos aún, uno en el que no concurra toda la gama de dispositivos tecnocientíficos, tecnoideológicos, tecnopolíticos, que han hecho del hombre del siglo xxi, el hombre masa, el hombre que se acrisola desde las periferias. Periferia política, periferia ideológica, periferia religiosa, cultural, o inclusive económica. Hemos pasado de ser el hombre de la caverna que se solazaba con imágenes curativas para enmascarar la verdad, a ser el hombre perdido en la masa informe de falsos debates y de falsos problemas para ceder paso a la más pura y la más putrefacta estulticia humana, que es otra forma de la maldad. Hoy, en pleno siglo xxi, la gente sigue peleando por defender un modelo a todas luces fallido, un modelo que ha dejado desierto y desolación a su paso, un modelo que no sirve, ni siquiera, para fijar los más elementales condicionamientos para el debate, un modelo que significa muerte, malestar y dolor para millones de seres humanos alrededor del mundo. Por eso, no solo nuestra moralidad está debilitada, lo está también nuestra memoria, nuestros sueños, nuestra esperanza en el presente, nuestra capacidad de autorrenovarnos para crear un futuro hecho para todos en donde todas las posturas puedan pervivir y en donde todos podamos escucharnos. ¿Por qué en lugar de intentar ridiculizar nuestras posturas rivales, no intentamos rescatar lo mejor de aquellas y ver cómo y en qué medida estas se pueden embonar-pegar con nuestras propias creencias y con los hechos ya existentes? ¿Por qué permitimos que quienes mueven los hilos abonen con su amargura y sus tentativas manipulativas a la separación? ¿Por qué? ¿Por qué todo tiene que ser ganar en lugar de escuchar? ¿Por qué todo tiene que estar equiparado con una competencia en lugar de con un sano diálogo o con un cuerpo comunitario de ideas en donde todos participen y cooperen? ¿Por qué nuestras más arduas diferencias no pueden suponer pluralidad de voces? ¿Por qué escuchar a quienes insisten en polarizarnos?, o, peor aún, ¿a aquellos de quienes insisten en la aniquilación de las ideas a través de la caricaturización de quienes las crearon?, ¿por qué no asumir de una vez que existe el mal y que hay que separarnos de él? Es en especial necesario poner atención a la existencia de la psicopatía. Aun si somos conscientes de que hay algo que está muy mal funcionando alrededor de nosotros —ajenos a nosotros y que no podemos controlar— la única real manera de luchar contra todo aquello que nos quiere ser impuesto es uniéndonos, pero uniéndonos, no para tal o cual servicio ideológico, no para tal o cual puesta en marcha de algún ideal largamente acariciado, por bónhomo que este pueda ser, no para exorcizar tanto como para conjurar, no, en suma, para dividir, sino para sumar. ¿Por qué no podemos comunicarnos? ¿Por qué todo tiene que ser demostrar la supremacía de nuestros ideales?, ¿por qué no mostrar flexibilidad y dar cabida a ideales que pueden incluso chocar con los nuestros? ¿A dónde lleva el fanatismo? He aquí la respuesta: a la nada, a la muerte y la desolación y, en último término, al fascismo. Incluso si estamos tan seguros de la urgencia de la situación y nos sentimos en una etapa cataclísmica de la historia de la humanidad, rayana en los apocalipsis y las distopías más alocadas imaginables propias de algún momento finisecular, aun si eso es cierto y nos sentimos desmembrados como sujetos ideológicos y políticos, siempre es posible arreglar nuestros más fundamentales desacuerdos sin polarizar más. Por favor, escuchemos al otro, apelemos al más básico ejercicio de la razón. El mundo no se va a resolver mostrando la supremacía de nuestras ideas, el mundo se va a resolver logrando acuerdos. El mundo se va a resolver con acciones concretas que nos alejen de la posibilidad más real frente a la cual nos enfrentamos la especie humana en estos momentos: la aniquilación de la especie, la posibilidad de fenecer víctimas de nuestro propio impasse, de nuestra propia podredumbre, de nuestro propio egoísmo; tendencias que, evolutivamente, no logran ser erradicadas del todo de todos los sujetos no autónomos que habitan el planeta dado que, desafortunadamente, no en todos los sujetos ha evolucionado con la misma celeridad la corteza prefrontal y, el neocórtex, en muchos casos, es solo parte de los sujetos más avanzados, de los únicos que serán capaces de sacar adelante al planeta pero que, por estadística, representan al más pequeño porcentaje de la población: suena ridículo, pero es simple: la selección “natural”, queridos todos, opera aleatoriamente y nos rigen parámetros normales. Es real y no es retórico, el calentamiento global por causas antropogénicas está llevando a la humanidad a un anticlímax y la única forma de acabar con ello es entendiéndolo. Si ese calentamiento deriva o no en una miniglaciación o en alguna suerte de enfriamiento o de ciclos de climas extremos que alternan entre sí, es tema de otro debate, lo que es relevante aquí es concentrar todos nuestros esfuerzos en mantenernos a flote con el menor número de bajas posibles, tanto de la especie humana como de todos los órganos vivos en general, plantas y animales y, aun microorganismos. Lo relevante es sacar adelante a nuestro planeta con el menor número de daños posibles. Lo relevantes es, pues, lograr un entendimiento al respecto y solucionarlo. Irrelevante es también, por cierto, si esto está siendo exponenciado por las élites y si se magnifican los daños de cara a la opinión pública para imponer aquella o esta agenda económica. Lo perentorio aquí es que debemos unirnos en la medida de nuestras posibilidades. Eso es lo más urgente que hay que entender.

Y, ojo, este entendimiento debe darse sobre esta base: hay alguien que nos quiere separar y la unión debe de ser toda nuestra respuesta. Si hay una política de exterminio poblacional, debe discutirse en otro momento.

25 de junio de 2021

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