La construcción patológica del feminismo pop

Lamento tener que decirles que una vasta mayoría de lo que se produzca sobre feminismo en los próximos años, más lo que se ha producido en los años más recientes, está extraído de mis escritos, de mis correos, de mis disertacioines, de mis charlas mantenidas en mi cotidiano con mis allegados, de mis chats, de mis tesis de maestría y licenciatura, de mis tuits dejados tanto en @theriako como en @Scarbo, de lo que hable con mi hermana por teléfono en mi cotidiano, de todos los correos electrónicos que me había dedicado a enviar a mis amigos en la era prefraude y postfraude, de los ensayos, textos, esquelas, minucias, borradores que haya escrito y enviado por todos mis canales de comunicación, de los Whats y audios que envío en forma cotidiana a mis familiares y amigos, quienes se hallan en México, de mis sesiones que mantengo en Skype con mi terapeuta y de todo lo que en suma pueda ser extraído de mi cerebro a través de medios informáticos.

Y, ojo, no porque yo lo haya elegido, no porque yo haya sido quien otorgó importancia a mis letras o a mis ideas, ni porque yo dijera “ah, Eleutheria, tus cosas son importantes y deben de ser plagiadas”, sino porque esta gente encontró en las mismas y en lo que escribo algo que les resulta atractivo en la tarea de idiotizar e hipnotizar a las personas.

Sí claro, por supuesto que hay mujeres con un discurso autónomo, como en el caso específico de Laura Rita Segato, que no solo no necesitan plagiar a los demás, sino que instruyen a esos demás con sus escritos, pero no es de dichas mujeres de quienes estoy hablando ahorita. Ni tampoco del corpus teórico de muchas feministas de la vieja escuela, como Simone de Beauvoir, Betty Friedman, Christine Delphy, Hélene Cioux, y un largo etcétera, que prueba o tentativamente probaría que no todo está perdido en cuanto al tema de la apropiación ilegal que se hace de la producción intelectual de otra persona. Puesto que quiero pensar que estas mujeres fueron lo suficientemente competentes como para escribir sus propios textos sin tener que acudir a los servicios de un ghostwritter para hacerlo ni sin tener que invisibilizar la existencia de otra mujer.

Hablo de todo esto, por cierto, porque así como es menester hablar del contorno perfectamente definido de las cosas y sus bordes, como diría la poeta argentina, también creo que es necesario hablar con esa misma vehemencia de su rugosidad y exponer las irregularidades y las propiedades amorfas  que hay en ellas con la misma pasión, solo que en este caso específico no requiere hacerlo más que de la capacidad de recurrir al verbo plano, sin mayores adornos, y al entendimiento para exponerlas.

Y qué extraño, porque yo jamás he tenido problemas con reconocer la belleza en los demás. Más bien, al contrario, son los demás quienes han tenido problemas para reconocer la probable belleza que haya en mí y quienes prefieren acudir a las argucias más sucias que hay en la red para apropiarse de mi lenguaje, nociones y esquemas conceptuales, antes que reconocer que pueda haber belleza en todo lo que he escrito.

De hecho, que ocurra esto que en este momento específico cuento, evidenciaría que esta incapacidad para reconocer la belleza que otros tienen es lo que ha justo puesto en jaque mis escritos y la imitación que se hace de ellos. Lo cual, creo, es una actitud patética e imprime al feminismo pop de redes un comienzo patológico. ¿Por qué les hiere tan profundamente todo lo que haya escrito una persona en sus momentos de más profunda jovialidad?

Tal vez molesta que una simple mujer de escuela pública sea quien pusiera en jaque la corrupción que había en la sociedad y no ellos, que ni con todas las destrezas que otorga el dinero pudieron haber creado este mismo discurso sin plagiar, hackear mi computadora y haberse metido a husmear en los más profundo de mi vida para después intentar neutralizarme.

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