Los poetas mienten mucho (leyéndote)


TEMA: Melódie de Orfeo y Eurídice
AUTOR: [Gluck | Sgambati]
INTERPRETA: Yuja Wang


EL ORIGEN DE LA POESÍA.  —Los aficionados a lo fantástico en el hombre, que al par representan la doctrina de la moral instintiva, discurren de esta suerte: "Suponiendo que se haya venerado siempre lo que era útil, como suprema divinidad, ¿de dónde pudo venir la poesía, esa forma de rimar el discurso que, lejos de ayudar a hacerle más inteligible, disminuye su claridad y que a pesar de esto, siendo una burla a toda consideración de utilidad, vemos germinar por todas partes sobre la tierra? ¡La hermosa y salvaje sinrazón os refuta, utilitarios! Precisamente el deseo de librarse siquiera una vez de la utilidad es lo que ha elevado al hombre y le ha inspirado la moral y el arte." Pues bien, en este caso particular tengo que hablar en pro de los utilitarios — ¡tienen razón tan pocas veces!

Fue la utilidad, una utilidad muy grande, lo que se tuvo presente en los antiguos tiempos en que nació la poesía. Se dejó entrar el ritmo en el discurso como fuerza que ordena de nuevo los átomos todos de la frase, que obliga a elegir las palabras y que ilumina con nuevos colores el pensamiento, tornándole más obscuro, más extraño y lejano: la utilidad de esto era en verdad una utilidad supersticiosa. Se quiso grabar los deseos humanos en el espíritu de los dioses por medio del ritmo, cuando se advirtió que el hombre conserva mejor en la memoria el verso que la frase en prosa; por medio de la cadencia rítmica se pensaba que se conseguiría hacerse oír a mayores distancias; la oración rítmica parecía acercarse más a los oídos de los dioses. Pero ante todo, se quiso sacar partido de la subyugación que la música ejerce sobre el hombre; el ritmo es una coacción, engendra un irresistible deseo de ceder, de ponerse al diapasón. No sólo los pasos que dan los pies, sino los del alma siguen el compás, y los hombres discurrían que lo mismo debía suceder en el alma de los dioses. Se trató de obligarles con el ritmo y de ejercer coacción sobre ellos; se les echó, como un lazo mágico, la poesía. Los pitagóricos consideraban la poesía como una enseñanza filosófica y un procedimiento educativo; pero antes hubo filósofos que atribuyeron a la música el poder de descargar las pasiones, de suavizar el alma, de dulcificar la ferocia animi, precisamente por lo que de rítmica tiene la música. Cuando se perdían la tensión precisa y la armonía del alma era preciso ponerse a bailar; tal fue la receta de aquella terapéutica. Con ella apaciguó Termandro un motín, Empédocles amansó un loco furioso y Damón serenó a un mancebo que se moría de amor. Con ella también se ponía en cura a los feroces dioses, sedientos de venganza. Primeramente, se hizo excitando el delirio y la extravagancia de sus pasiones hasta que llegaran al colmo, volviendo frenético al iracundo, ebrio de venganza al que tenía sed de ella. Todos los cultos orgíacos pretenden descargar de una vez la ferocidad del dios, condensada en una orgía, para que después se quede libre y sereno y deje en paz al hombre. Melos significa, según su raíz, un medio de apaciguar, no porque el canto sea dulce de suyo, sino porque sus efectos ulteriores engendran dulzura. Se creía que no sólo en los cánticos religiosos, sino también en los cantos profanos de los más remotos tiempos, el ritmo tenía cierto poder mágico, por ejemplo, cuando se sacaba agua o cuando se remaba. El canto es un hechizo sobre los demonios, a quienes mueve, tornándoles serviciales y convirtiéndoles en esclavos e instrumentos del hombre. En cuanto se pone mano en algo, hay ya motivo para cantar; todo acto requiere el auxilio de los espíritus. Las fórmulas mágicas y los encantamientos parecen haber sido las primitivas formas de la poesía. Cuando se empleaba el verso para un oráculo —y los griegos decían que el hexámetro había sido inventado en Delfos— el ritmo era también un medio de coacción. Hacer que le profetizasen a uno lo porvenir, significó primitivamente (según la más verosímil etimología de la palabra griega): ver que le otorgasen algo determinado al que solicitaba el oráculo. Se creía sujetar lo futuro, ganando a Apolo para su causa, puesto que, según las representaciones antiguas, era aquella deidad bastante más que un dios que predice lo porvenir. Bien mirado todo, ¿qué cosa hubo más útil para el hombre antiguo supersticioso que el ritmo? Mediante él se podía conseguir todo: acelerar mágicamente cualquier trabajo; obligar a un dios a aparecerse, a estar presente, a escuchar, a disponer de lo futuro a voluntad, descargarse el alma del exceso de algún afecto (el miedo, la manía, la compasión, la venganza), y no sólo el alma de cada uno, sino también la del más perverso demonio. Sin el verso no se era nada, con el verso se volvía el hombre casi un dios. Un sentimiento tan hondo no puede ser desarraigado por completo, y aun hoy, después de un trabajo de miles de años para destruir aquella superstición, al más sensato de los hombres lo enloquece en ocasiones el ritmo, aunque no sea más que haciéndole creer que una idea es más verdadera cuando se reviste de la forma métrica y camina con divina cadencia. ¿No es cosa chistosa que los filósofos más graves, a pesar de toda la seriedad con que manejan la certeza, invoquen todavía sentencias de los poetas para dar fuerza y autenticidad a sus ideas, sin ver que es mucho más peligroso para una idea que la aprueben los poetas que no que la contradigan? Homero lo dijo: los poetas mienten mucho.   

EL GAY SABER, Friedrich Nietzsche.

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