El arte y la originalidad


Cuando al artista se le revele que su arte es otra forma de conocimiento y representación del mundo y que éste pueda servir al hombre para desmitificarlo  —o sacralizarlo, según se le antoje— tendrá menos problemas con la cuestión de la originalidad (singularidad) de la obra de arte y con la carga moral que quieren algunos imprimir sobre el acto de copiar sin cita, de hacer pasar por propio algo ajeno. (ESCOLIO: Si el arte es algo más que conocimiento y representación no veo por qué lo fuera más que otros quehaceres intelectuales o porqué pudiera haber algo intrínsecamente noble a este quehacer frente a otros. La tendencia al conocimiento y representaciones es lo universal al hombre; ¿el método? consustancial a dos hechos: 1) Las posibilidades de conocer del hombre, de explicarse los fenómenos (a las emociones, por cuanto subjetivas, les damos preeminencia, pero el hombre nunca ha cejado en la tarea de verterse sobre lo objetivo tampoco; gracias a ello, por ejemplo, es que existen mecanismos de exploración del espacio) 2) El gusto de la época).

Hacer pasar por propio algo ajeno es hacer pasar por propio algo ajeno aquí o en China. Solamente que (y ésta sí es una gran y maravillosa excusa) el ámbito del arte es la invención, la fantasía. Y queda muy difícil determinar cuándo un artista copia para renovar o reconstruir, o cuándo copia con intencionalidad, esto es, porque quiere que se le atribuya suyo algo que, de suyo, no lo es.

En lo personal, prefiero que quede esa, digamos fuga, intersticio espacio, por donde pueden colarse los deshonestos, con tal que el arte florezca, la invención humana, la posibilidad de crear y recrear nuevas formas, nuevos modos de pensamiento, de refrescarnos, y no que, por taparla, la invención se esclerotice (qué bueno —me digo— que yo no soy artista y qué bueno que en los quehaceres humanos de mi interés (lo formal) quede muy claro que el recurso a las ideas de los otros (extenderlas, magnificarlas, etcétera), no sólo es deseable sino necesario; por otra parte, llegan a ser tan claros, tan transgresores o revolucionarios ciertos aportes que casi siempre se sabe cuándo alguien está haciendo alusión a ellos, aun sin ser explícito).

Los lindes entre la honestidad y deshonestidad humanos han sido siempre cosa difícil de determinar dentro del arte o fuera de él. Ojalá quienes copien sin citar por el mero afán de notoriedad instantánea (o por la defensa de cotos de poder), lo aclararan, pero la verdad es que es tan intrascendente su propósito (la notoriedad y la defensa), que da igual si lo hacen o no y que, finalmente, si no lo hacen y llevan implícito un mensaje nuevo, fresco (de otro), hacia los otros, entonces tiene algo de ganancia la cosa (socializar el conocimiento y todo este asunto). Por otra parte —y con esto finalizo— nunca he creído en algo como la "singularidad"; creo más bien que los humanos nos parecemos demasiado, que no es raro que multitud de personas en distintos puntos en simultáneo lleguemos a aseveraciones similares y que esto es tan común que, por ejemplo, en el ámbito científico se acostumbre y se tengan criterios bien claros y establecidos para publicación de novedades y de descubrimientos, es decir, el instrumento paper (consúltese la evolución del cálculo infinitesimal y el archiconocido hecho de la invención de la herramienta por parte de Leibniz y Newton en momentos paralelos).

Tenía tiempo que quería opinar sobre el caso Alatriste y yo creo que, con esta entrada, satisfago en cierta medida dicho propósito, si bien claramente, hay aspectos a que no aludo porque, en fin, me parecen ya muy manidos, no tendría yo gran cosa qué decir. El asunto sucedió hace varios meses, pero ahora que ocurrió el vericueto con Poniatowska no pude evitar regresar a la idea de la honestidad (una a la que circularmente se regresa de cuando en cuando).

Convencida, como estoy, que el ego enfermo del hombre de la postmodernidad es uno de sus grandes lastres, entonces no es de extrañar que éste acuda a consolarse y palíe un poco su mal, pensando o concibiéndose como una criatura singular en oposición a una universal (que no única, porque únicos sí somos todos) y que olvide a ratos cuánto de las obras y hechos universales hemos aprendido y nutrido todos (pienso que en la idea de singularidad de nuestro tiempo recae la universalidad de éste: todos al mismo tiempo nos pensamos singulares: eso compartimos y nos hace comunes). Desde luego, la homogeneización que hace del individuo la masificación cultural del modo de producción capitalista y sus instrumentos es fermento inagotable para la imposibilidad que señalo (la singularidad), amén de que per se, la singularidad es, más bien, singular, escasa o, en todo caso, más habitual, común o propicia en ciertos momentos que en otros (o a ciertas personas que a otras).

Queda pendiente la discusión de si en el capitalismo es aún posible lo universal (yo digo que sí) y cuál es la diferencia entre universalidad y uniformidad (a esta última la tomo aquí como sinónimo de homogeneidad). ADELANTO: La defensa de la universalidad debería de tomarse como imperativo ético. AVISO: Mi actual leit-motiv (el arte).

Aquí termino.

Una cita de Jim Jarmusch que un día encontré navegando por la Web (aquí).

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