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Más de la autocompensación de mis compatriotas

Y otra de las cosas por las que me sucede esto es porque soy de las que no acostumbran a hacer ostensión de su currículum vitae en las redes y, sí, como México es un país de apariencias y de jerarquías, para que te traten bien tienes que llegar y decirles todas las maestrías que tienes y los posgrados, porque así son los mexicanos, o el grueso de ellos para no generalizar injustamente, gente a la que le gusta no que la traten como su igual, sino que la traten como si estuvieran debajo. Otro tip que acostumbra el mexicano para hacer que lo traten bien es llegar a pendejear y ningunear a los otros. ¿Les ha tocado? Bien raro este fenómeno sociológico en mi país. Lo digo porque lo he vivido, no me tratan igual si les digo que soy Juanita Pérez que si se dan cuenta que eres una persona con estudios de postgrado y toda esta parafernalia que indican las normas del buen vivir. Es triste, ¿no? ¿Por qué me molesta y me desquicia todo esto? Porque yo no soy así, trato a las personas siempre con igual dignidad sin importar su bagaje social o educativo. Pues sí, llega un punto en el que te cansas y quieres discurrir de todo esto. ¿Qué le ocurre a mi país? Me pregunto y me lo he preguntado siempre. O más bien, ¿qué le ocurre al mundo.

Los tecnócratas

 
Seguir el enlace para leer el artículo.

Un comentario adicional

Publicado el 25 de junio en mi cuenta tumbrl (aquí).

Admitir la normalización de la violencia por el lenguaje de la afición mexicana no significa en mi opinión negar otras violencias; la croata o la rusa, por ejemplo. Esa deducción es innecesaria. Y también es innecesaria la deducción etnocéntrica, pues remite a un desprecio probablemente ficticio (salvo en quienes de facto ejercen ese desprecio y en cuyo caso la admisión de la normalización sería apenas pretexto para dar despliegue a su fobia). Admitir el arraigo de nuestra cultura a las «malas» palabras significa si acaso admitir algo acerca de nuestra idiosincrasia. Pero es inapropiado pensar que se trata de un asunto esencial de nuestro ser en sí e inmodificable, o de nuestra «mexicanidad». Esta aclaración es importante puesto que hay quienes, al expresar su incomodidad con el «puto», convirtieron un problema social (o incluso cultural) en uno ontológico. Sin embargo, si hubiera sido ése el caso —si se hubiera cedido a la conversión— entonces creo que dicho gesto debiera verse como una decisión personal y no como algo necesariamente a deducirse una vez admitidos los problemas particulares de nuestra idiosincrasia, o de nuestra sociedad. Y también creo que han sido pocos quienes han caído en esa tentación (me atrevo a invocar a las conciencias retrógradas de siempre). Le voy más a que las redes sociales sirven a la interpretación abierta y que ello en ocasiones deriva en confusión o en interpretaciones erróneas.

Bueno, sigo con mi discusión.

Del «puto» que ofendió a todos. Esbozos para una opinión

(Van en negritas mis intervenciones).

La FIFA no proscribió a México las leperadas de su lenguaje, la FIFA únicamente intenta reglamentar el uso de una expresión normalmente vejatoria, o de una expresión cuya función es de hecho ambigua por sus diversas significaciones. Las leperadas para los mexicanos tienen diversas funciones dependiendo del contexto; sin embargo, comunidades culturales que no sean la mexicana no tienen de principio la obligación de conocer dichos usos. Por tanto, reitero, me parece todavía más moralina la reacción de indignación de algunos mexicanos ante la determinación de la FIFA, que la determinación de la FIFA misma (*). No es un tema de moral, es un tema de aceptar que nuestras relaciones sociales normalizan por el lenguaje, y ahí hay claramente —en la palabra «puto»— una relación social utilizada indistintamente para significar incluso homofobia (y no solamente homofobia, por extensión). Hay quienes incluso afirman que el «puto» se utiliza entre los varones homosexuales para referir el carácter más bien femenino de algunos de ellos. Así, además de una connotación homófoba —como dicen—, habría una probable connotación machista.  Sí, culturalmente las leperadas en México tienen connotaciones que exceden al mero insulto; sin embargo, esto no tiene por qué ser sabido por todos y ni siquiera compartido. Y más aún, las groserías también tienen la otra función, la función de insultar. Tienen, al menos, una doble función: una función social de juego y camaradería y una función también social que expresa hostilidad, discriminación y otras actitudes vejatorias y estúpidas. Personalmente, no entiendo a la gente sintiéndose airada con la FIFA por su determinación. Me parece, ésa sí, una actitud moralina. ADENDA. Por lo demás, apelar a la libertad de expresión (ver artículo de Jesús Silva Herzog Márquez) es, en mi opinión, mal enfocar el asunto: ni siquiera está en los estatutos de la FIFA prohibir, o más explícitamente: la FIFA no puede impedir de hecho a su afición ninguna porra. No se trata de eso, desde mi perspectiva. No hay aquí nada prohibitivo sino punitivo. Lo que la FIFA pretendía en cambio (y que ya desistió, como se sabe) era imponer una sanción ante el probable uso discriminatorio del término, sanción por ocurrir en el marco de una oleada de actitudes discriminatorias investigadas por la FIFA. Así, la alegata que personalmente sostengo en este escrito, no está dirigida a la afición mexicana y su porra, mi texto es una reacción ante la actitud francamente moralizante de quienes insisten en reivindicar la pureza del término apelando a los más inverosímiles argumentos en pro de la multiculturalidad. Reitero, el problema no es ya —no para mí— que el término haya sido utilizado por la porra mexicana, el problema es pretenderla una palabra libre de connotaciones denigratorias. Que la FIFA multe o no, resulta irrelevante a estas alturas, en cambio me importa y me interpela toda esta negativa de algunos de mis coterráneos a admitir el origen del término y la insistencia de otros a hilarlo con una prohibición de nuestros usos lingüísticos. Absurdo en verdad.

Ahora bien, dice Netzaí Sandoval en este estudio: «México ocupa el segundo lugar en crímenes por homofobia, en toda Latinoamérica»En dicho artículo Netzaí especifica que el adjetivo en cuestión ha de considerarse vejatorio en función del destinatario; es decir, de si la persona a quien va dirigido, exhibe en efecto las características de lo que el adjetivo en sí pretende declarar. Sin embargo, y si aun no fuera ese el caso, dice Netzaí: estas palabras «claramente resultan discriminatorias para todo sujeto con una preferencia sexual diversa»Y luego digo yo que: incluso si no lo fueran, se podría estar vejando no ya al destinatario, sino al sujeto genérico homosexual que esa palabra en forma despectiva presuntamente designaría. (Si incluso no hubiese una intención despectiva, habría qué preguntar a la comunidad de homosexuales varones su opinión al respecto). Luego, en un reporte de Aristegui Noticias se lee: «El grito se inventó desde hace varios años en las tribunas mexicanas, cuando veían juegos de equipos con una fuerte rivalidad. Ahora, en el Mundial, el grito ya se escucha también en partidos en los que no juega México, pues otras aficiones han adoptado la expresión». Y dice CONAPRED en ese mismo reporte: «El grito de ‘puto’ es expresión de desprecio, de rechazo. No es descripción ni expresión neutra; es calificación negativa, es estigma, es minusvaloración. Homologa la condición homosexual con cobardía, con equívoco, es una forma de equiparar a los rivales con las mujeres, una forma de ridiculizarlas en un espacio deportivo que siempre se ha concebido como casi exclusivamente masculino”, explicó Conapred. Y apuntó: “las expresiones racistas, clasistas, xenofóbicas, machistas y homofóbicas buscan descalificar, intimidar, negar, reducir y anular». 

(Adenda). Nuestras violencias no son solamente verbales pero esperamos aprender de ellas, se arguye; nuestras violencias son físicas y esperamos aprender de ellas, se insiste otra vez. Me produce francamente hastío la puerilidad y la hipocresía de todos los recursos retóricos invertidos en justificar nuestra idiotez. De acuerdo, no debe sustraerse a nadie su libertad de expresarse pero tampoco creo que deba a nadie eximírsele de su responsabilidad, y si nuestro hablar y nuestro actuar violentan al otro creo que irremediablemente generarán de algún modo una respuesta. Si no la respuesta muchas veces abusiva y tonta de la autoridad —que nos molesta cuando nos sentimos anarquistas pero que no evitamos cuando podemos efectivamente serlo—, sí quizá la respuesta del violentado. (Continuaré, supongo, superada de monotonía).

Hasta aquí con la intervención.

(*) Se entiende que pueda haber razones futbolísticas para considerar absurda la pretensión de la FIFA de sancionar (que la FIFA misma aclaró se trata de un rumor) y en el ámbito de esas consideraciones se puede estar de acuerdo con esa apreciación. Pero desde una consideración extrafutbolística me parece innegable que dentro del fútbol —como en otros deportes— hay, sí, expresiones de violencia ha tiempo normalizadas, aceptadas e incluso incuestionables. #TrueStory

Alan Turing, el perdonado de la sociedad*

Hace escasos días el gobierno británico concedió el perdón a Alan Turing después de haberlo obligado a la castración química y haberlo sometido a aislamiento por su homosexualismo; este último hecho es probablemente lo que terminó por moverlo a suicidio hace sesenta años si es que esa hipótesis no es descartable. Alan Turing es quizá una de las figuras más importantes de la computación teórica y de la historia de la computación contemporánea. Esbozó en su «máquina universal de Turing» los principios teóricos, las prescripciones y reglas que debe satisfacer un algoritmo para decidir si es Turing-computable; es decir, para definir cuándo un problema expresable en lenguaje natural es soluble por medios computacionales. Para ello definió una función recursiva que debía probar si un conjunto de entradas llamadas los inputs del sistema eran capaces de generar una solución —llamada el output del sistema— toda vez que fuesen procesados por la máquina universal, bajo el supuesto de que podemos identificar una función recursiva a una máquina de Turing. Ahora bien, la máquina universal de Turing constaba de una banda infinita dividida en celdas susceptibles de almacenar un símbolo y de una cabeza lectora-escritora que avanzaba linealmente por la cinta procesando los símbolos de cada una de las celdas, o bien reescribiéndoles; de este mecanismo elemental se deduce la importancia de esta máquina teórica pues define por otra parte los elementos constitutivos de una computadora. La prueba de Turing aquí descrita define además uno de los teoremas más importantes en teoría de la computación y se le conoce con el nombre de The Halting Problem. Lo que resumo en este pie de página puede consultarse con más detalle en textos como «Teoría de la Computación y Lenguajes formales» de Brookshear o en «Introducción a la teoría de la computación (autómatas y lenguajes formales). Notas de clase» de Elisa Viso. O en fin, en algún manual sobre Teoría de la Computación o en Wikipedia misma.

El perdón a Alan Turing

En esta historia, siento menos estupor ante las acciones discriminatorias del gobierno británico contra Alan Turing hace sesenta años (pues me pregunto si no vale la pena dejarle el género como prejuicio a quienes necesitan asumirlo como algo más que un llano descriptor) que perplejidad ante la simpleza con que un gobierno se limpia de sus errores con sus propios condenados, como en las mejores épocas del fascismo, pero con las técnicas más modernas del tecnofascismo y sus medios electrónicos. Es decir, me pregunto si en esos indultos que otorga la autoridad a sus perdonados —en este caso, en el perdón a Alan Mathison Turing— no hay en el fondo el mismo gesto despótico con que se aprisiona a sus perseguidos. Pues mientras que Turing queda convertido por un lado en el mártir de una sociedad puritana y estúpida, ocurre por el otro que en el registro histórico de la corona británica es ella misma quien se levanta contra sus propios errores y decide reconocerlos con bombo y platillo —porque difícilmente el gobierno británico habría dicho no a la solicitud de una sociedad orgullosa de practicar valores democráticos si, como ocurre, esa sociedad es la sociedad del gobierno británico—, y entonces perdona a Alan Turing por una injusticia pasada. Y quizá nosotros, que no debemos ser críticos sino regocijarnos por todo —porque no se puede ser crítico y regocijarse al mismo tiempo; es más, porque ser crítico supone ya una incapacidad para el regocijo— no nos quede más que gritar ¡albricias! Turing consiguió el perdón. [1]

Por lo demás, simpatizo a plenitud con el gesto político de ese listado de 37 mil personas que incluyen al físico Stephen Hawking y creo que deben sentirse muy complacidos con el edicto. Es una pequeña victoria si se lo ve desde esta perspectiva. No ironizo.

Cierro con una reflexión que probablemente parecerá muy radical pero la deslizo así: como suave reflexión, como acto que invita a pensar:

Perdón y suicidio se identifican en una sociedad que no aprende a aprender sin infligir dolor al otro, en una sociedad —o en un grupo minúsculo de ella, con tristeza— que se arroga la gracia de la indulgencia. El suicidio no es tanto la condición de quien se sabe libre sino el lamento de quien se sabe abandonado. Ningún perdón resucitará a Turing aun si «limpia» su nombre (¿de qué?) y ninguna sociedad debiera someterse al patético espectáculo de solicitar a sus opresores su perdón. En este caso, haríamos más construyendo un memorial a nuestros y nuestras Alan Turing caídos, y reproduciendo sus relatos en nuestros textos, que solicitando perdones o reconocimientos.

Nota: 


[1] Asumiendo la acepción corriente de «crítica» que no necesariamente coincide con su acepción filosófica.

*Publicado en Rebelión.

Nota ínterin, a título muy personal


Tengo la impresión de que en los últimos tiempos en México se enarbolan protestas políticas poco realistas y cuya finalidad última pareciera ser eludir nuestras verdaderos problemas sociales.

Tengo muchos ejemplos y quizá peco de hipercrítica en esto. Ahora bien, ocurre que la mayoría de mis ejemplos se inscriben en un análisis más bien teorético, digamos. Así que no, no los cansaré con uno de estos análisis fríos y elongados que además gozan de poca aceptación pues no nos dicen lo que queremos escuchar. Aunque afortunadamente, no es necesario. No hay que irse tan lejos. Uno puede tomar cualquier hecho aislado de noticiero, cualquier nueva nota escandalosa y analizar su impacto sin mucho esfuerzo teórico ¿correcto? Entonces no me iré muy lejos. Tomo la nota de los 5 minutos de fama del día de hoy, 19 de noviembre.

Un señor que se dice general retirado del ejército (y que supongo habla en calidad de militar y no de ciudadano), aparece repentinamente exigiendo la renuncia de EPN, echando mano en su discurso de aquel mismo ingrediente encandilador que tanto nos complace: sensitivo, ardoroso, patriótico. Y otras dulzuras, otros cantos y emotividades que fascinan. Sin embargo, cuando uno se pregunta, ¿propone este rebelde en ciernes que sale de la nada del youtube algún programa de acción articulado? ¿Hay alguna crítica radical en su discurso? Entonces, entonces la respuesta es NO. No hay nada de eso (aquí se lee la nota en Proceso). Sin embargo, ¿importa realmente esa ausencia? No, no importa, porque lo que en el país se quiere y se busca es la esperanza y no la realidad, el grito y no el análisis sesudo, la identificación emocional de las masas y no el despertar de veras crítico de ellas.

Quitando la desconfianza que me produce este pronunciamiento [pre-20DeNoviembre, curiosamente], no niego que pueda ser legítima la convocatoria de este militar. La suya es una acción legítima (¿y por qué habría de importar la legitimidad aquí?, ¿qué importa esa legitimidad?, como pregunta (legítima) y como pregunta concreta). Pero si yo tuviera que pronunciarme en estos momentos por algún movimiento político en México, ese sería el movimiento magisterial, la inexorable e irrenunciable defensa por el petróleo y las convocatorias a desacato civil como la muy reciente convocatoria a paro nacional pues ocurren en el marco de nuestra realidad política.
 

Yo creo que mientras no se abandone el modelo de producción capitalista, todas nuestras soluciones no pasan de ser provisionales y paliativas. Es más, todos nuestros problemas se convierten en pseudo problemas: problemas específicos de esta sociedad, problemas sintomáticos del problema toral en el origen de su modo de acumulación. Incluso he llegado a concebir que quizá no haya modo de escapar a este modo de sociedad, que este modelo social —de ciudades, edificios, de empleados y empleadores— llegó para quedarse con nosotros y que, como no sea por mor del equilibrio interno de este sistema para el que existe inexorablemente un término, como señalan las leyes de la termodinámica, no habrá otro modo de su cese. —No sé, ojalá que todos estos jaloneos favorezcan a su cese en lugar de postergarlo—. Pero que, amén de una particular forma de esclavitud ligada al modelo de la que no quiero hablar ahora, hay sin embargo modos de ser auténticamente libres a pesar de dicha esclavitud. Es necesario saber cómo funciona el modelo capitalista y la esclavitud que éste impone —sí—, pero quizá sea necio seguir pensando en términos de un cambio radical y abrupto. Quizá apenas nos quede apoyar a quienes propongan caminos de lucha y políticas más o menos realistas, más o menos justas y solidarizarnos con el oprimido toda vez que nos sea posible. Y algo más importante, no renunciar a nuestro pequeño coto de libertad pues es un privilegio y un poder.

Por lo demás, sigo estudiando filosofía política y escribiendo. Son el objeto de mi mala fe.
 
 
*Se hizo una breve modificación de únicamente el primer párrafo el 30/Septiembre/2015

ACTUALIZACIÓN SEGUNDA: Contra el fanatismo — Amos Oz

Voy a intentar ensayar la reseña de un libro en las siguientes líneas; el asunto se torna complicado por abordar el texto un tópico del que ya tengo opinión formada. Comoquiera, trataré de objetivar la narración de su autor cuanto me sea posible, aunque sin dejar de ir acotando (subjetivamente) dichas opiniones y el contenido del texto.

Este texto lo había intentado hacer ya, hace un par de meses —texto de moda del conflicto arabeisraelí por tratarse de un candidato a Nóbel, por lo demás—, pero no pude sino hasta ayer sofocar mis prejuicios y retomarlo después de un primer intento, que había resultado en abandono. [Como en todo, hay libros a los que se les honra más abandonándolos, si uno no está en esa disposición para entenderlos, que leyéndolos con obligación]. Pero justamente el día de ayer, me vino el recuerdo de aquella lectura inconclusa y, con ello, la resaca moral por un libro probablemente víctima de mi incomprensión —pensé—. Sin embargo, aclaro, el conflicto ético por mi abandono resultó tener menos peso que la molestia intelectual-narcisista de saberme con un libro incompleto (yo me voy a ir a la tumba de culpas intelectuales) a la hora de decidir terminarlo.

Hay que en primer lugar decir que este no es un libro para quien quiera informarse sobre el conflicto*; si acaso es un libro para quien busque confirmación de lo que ya cree, si es que eso que cree es: A) Que el derecho de Israel a la conformación de un Estado en tierras palestinas es inobjetable y/o B) Que es el mismo derecho de Palestina. Por lo demás, a esta opinión la llamaré “opinión conservadora” sobre el asunto. Se trata, pues, de la opinión subjetivísima de un literato —la de Amos Oz—, pero, además, de un literato sincero con sus intenciones desde el principio de la lectura, pues no pretende que su opinión sea algo distinto a lo que el producto de sus experiencias vitales y literarias, como israelí, puedan aportar a la discusión. Sobre este punto, Amos Oz lanza una advertencia a lo largo del libro: la visión de los hechos como relativa a las personas, los grupos, las circunstancias, como la necesidad de comprenderlos desde este enfoque topográfico. Tampoco es que el autor pugne por un relativismo férreo, “no estoy predicando un relativismo moral total”, dice, pero sin duda la reivindicación es muy explícita: fue por un baño de relativismo, como él le llama, que el autor habría finalmente de abandonar el  fanatismo chovinista-sionista de su primera infancia
y de su época.

¿Por qué abandoné la lectura del libro hace un par de meses? En primer lugar, porque me parecía que su caracterización del fanático era incorrecta; en segundo, por reducir un conflicto de magnitudes políticas a uno de magnitudes psicológicas y, en tercero, porque el recurso a la historia en la narración era precisamente eso, relativista dolorosamente. En mi opinión, una componente primordial de la llamada experiencia religiosa
que yo misma desconozco es la fe; y esta misma componente trasladada a psicología de masas, se convierte en fanatismo: fe ciega, obnubilación, tabú y dogma. De manera que, sin tener la totalidad del libro para mí digerida, mi primer veredicto a priori del mismo fue: se vuelve a simplificar el conflicto, vuelvo a toparme con la misma visión que niega las variables históricas, políticas (y bien actuales) por las que hoy día contamos con un ghetto en Gaza. Estaba muy molesta con el autor y, entonces, lo abandoné. Sin embargo, quiero ser puntual con algo esta vez: Amos Oz niega que se trate de un conflicto religioso, para él es un conflicto de dos derechos enfrentados, y cimentados en la Historia, de los pueblos palestino e israelí: “Volvamos ahora al sombrío papel de los fanáticos y el fanatismo entre Israel y Palestina, entre Israel y gran parte del mundo árabe. El choque entre israelíes y palestinos no es, en esencia, una guerra civil entre dos segmentos de la misma población, del mismo pueblo, de la misma cultura. No es un conflicto interno sino internacional. Afortunadamente. Porque los conflictos internacionales son más fáciles de resolver que los internos, que las guerras religiosas, que las luchas de clases, que las guerras de valores. He dicho más fácil, no fácil. En esencia, la batalla entre judíos israelíes y árabes palestinos no es una guerra religiosa. Aunque los fanáticos de ambos bandos hagan lo imposible por convertirlo en guerra religiosa. Fundamentalmente, no es más que un conflicto territorial sobre la dolorosa cuestión «¿De quién es la tierra?». Es fundamentalmente un conflicto entre derecho y derecho, entre dos reivindicaciones muy convincentes, muy poderosas, sobre el mismo pequeño país”. Termina la cita. ¿Por qué me importa hacer explicita la distinción que Amos Oz también comparte? Porque como había expresado en mi cuenta Twitter (aquí y aquí) en noviembre pasado (cuando ocurre la última invasión cruenta israelí contra territorios asentados), es poco más que ingenuo pretender que sea esta una guerra religiosa para sus orquestadores aun si claramente lo sea para varios de sus protagonistas y damnificados: éste no es un conflicto de religiones. De modo que, y en tanto que afecta a la filosofía política y al análisis político, la conclusión que Oz repentinamente presentaba resultó para mí probatoria de al menos el deseo de Oz de dirimir el conflicto: de ponerlo patas para arriba, diseccionarlo para descubrir qué hay allí dentro y, en suma, ser capaz de verlo con una nueva mirada, una quizá encaminada a su solución. Fue esto lo que me determinó finalmente a continuar con su lectura.

Hecha esta aclaración, paso a reseñar las dos partes principales en que se divide temáticamente el libro: el fanatismo y el conflicto árabe israelí. (Hay una tercera parte, sobre todo rica para quienes se dedican o quieran dedicarse a la escritura, pues dicha sección está destinada a contar la experiencia, la dichosa experiencia del autor en tanto hacedor de fantasías por la escritura y cómo le ha servido de purgante para la asimilación de su conformación jerosolimitana).

I. EL FANATISMO

El del fanatismo es un tema clásico y objeto de ingentes discusiones. En el fondo, todos más o menos tenemos una definición del concepto, con el agravante de que suele utilizarse más como forma exprés y descalificatoria de cualquier disertación adversaria, que como medida de nuestras propias asunciones en política. Y aunque, en mi opinión, se trata de un fenómeno psicológico y subjetivo, es al mismo tiempo un hecho objetivamente determinado. Por eso precisamente, es que me resulta incomprensible la opinión de Oz en este punto. Porque él sabe muy bien qué es ser fanático, pero pareciera que se le escaparan —o no quisiera afrontarlas— todas las causas del fanatismo. El fanatismo está ineludiblemente ligado al poder y al miedo. No hay fanáticos allí donde no hay ni temor ni una voluntad de poder o bien oprimida, o bien en ascenso. Las religiones monoteístas, judía y cristiana, no habrían significado la revuelta que significaron de hecho en el mundo antiguo, de no haberse constituido en espacios políticos. En su ensayo Moisés y la Religión monoteísta, Sigmund Freud conjetura sobre el posible origen egipcio de la doctrina mosaica 
continuación de la primera religión monoteísta importante del mundo antiguo del dios Ikhanaton y, al margen de haberla concebido como expresión neurótica de los hijos del padre de la primera horda, debida a los traumas infligidos por éste, allá en la protohistoria y su totemización, etcétera, hay al tiempo el reconocimiento de una conformación nacional israelí, inseparable de su religión. Toda religión es una expresión política y cuantos más fanáticos tengamos de nuestro culto, mayor será el blindaje de nuestros intereses por dicha religión reconocidos. A pesar de ello, el fanático en Amos Oz, pareciera ser una criatura salida de la noche, cocida al calor de la imaginación humana, libre de necesidades y a la que, por tanto, hay que erradicar. Ya no hay que preguntarnos por qué el fanático existe —existe y punto—, ahora, hay que luchar unidos contra su existencia. “Desgraciadamente —dice Amos Oz— el fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera”. Pero esto es parcialmente cierto: la componente existe, pero no surge ex nihilo; la componente existe, pero no con esa fatalidad. La Intifada judía y el fanatismo por Jerusalén, con los que es muy crítico el autor, alcanzan su punto álgido a fines del XIX, con el surgimiento del movimiento nacional sionista. Es decir, por causa de un movimiento político, resurge una convicción fanática olvidada.

En esta misma sección, Amos Oz también formula lo que él llama la típica reivindicación fanática: “si pienso que algo es malo, lo aniquilo junto a todo lo que le rodea”. Y es aquí donde pienso que Amos Oz se equivoca, porque yo diría: no si pienso que algo sea malo, sino si pienso que algo es, y precisamente a causa de esa manera relativista de contemplar al mundo. La del fanático, es justamente la expresión exacerbada del relativista, aquella postura defendida por nuestro autor. Al fanático lo tienen sin cuidado la maldad o bondad objetivamente fundadas, el criterio ético de sus opiniones es, sencillamente, el criterio ético favorecedor de sus creencias. Él mismo lo dice, contamos con hordas ingentes de fanáticos del antifanatismo, por ejemplo.

Sin embargo, como manual del fanatismo, creo que su libro abunda en señalamientos muy atinados. Inevitablemente, por ejemplo, me llevó a recordar a la nueva casta de sacerdotes del Pacto por México en la siguiente cita y a la siempre perenne y renovable casta de cualquier clase de dogmas que en forma permanente nos convierte a todos en sus potenciales miembros. Dice Oz: “El fanático es un gran altruista. A menudo, está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere salvar tu alma, redimirte. Liberarte del pecado, del error, de fumar. De tu fe o de tu carencia de fe”, etcétera. Una caracterización peligrosa, ¿cómo objetivamente aplicarla? La respuesta de Oz es: con el acuerdo, con la negociación. No, no vamos a combatir las verdades relativas de cada uno, vamos a hacerlas conciliar con las de los demás; es decir, vamos a tener que aceptar, dice el autor, lo que (desde mi punto de vista), es la verdadera causa del fanatismo: el relativismo, el todo se vale.  Y, acoto, amén de que me desagrade su solución, admito que no por eso deja de ser una solución absolutamente.

Cierro esta parte de la reseña, con esta reflexión final de esa misma parte del libro (es bella):

“Ningún hombre es una isla, dice John Donne. Me atrevo humildemente a añadir a esta maravillosa sentencia que ningún hombre ni ninguna mujer es una isla, pero que cada uno de nosotros es una península, con una mitad unidad a tierra firme y la otra mirando al océano. Una mitad conectada a la familia, a los amigos, a la cultura, a la tradición, al país, a la nación, al sexo, y al lenguaje y a muchos otros vínculos. Y la otra mitad deseando que la dejen sola contemplando al océano. Pienso que nos deberían dejar ser penínsulas. Todo sistema político y social que nos convierte a cada uno de nosotros en una isla darwiniana y al resto de la humanidad en enemigo o rival, es una monstruosidad. Pero al mismo tiempo, todo sistema ideológico, político y social que quiere convertirnos sólo en moléculas del continente también lo es. La condición de península constituye la propia condición humana”.

Me pregunto, ¿Amos Oz, alcanzará a vislumbrar que las naciones capitalistas-imperialistas —Israel, entre una de ellas— vedan selectivamente la condición de penínsulas a varios, obligándolos a ser moléculas indiferenciadas del continente?

II. EL CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ

La propuesta central de Amos Oz al conflicto es: renunciar a ser partidario de alguno de los bandos en disputa y, como si de esto emanara mágicamente un ‘ergo’, encaminarse a la paz. Sí, como si la neutralidad, como si el olvido y la desmemoria —de los hechos acaecidos a partir de 1947, que no de la historia antigua de Israel y Palestina— trajera la paz instantáneamente. Como si solo valiera olvidar la historia de horror de que tiene registro nuestro escritor —porque es su memoria, porque es su testimonio, porque él lo sabe y lo ha vivido— y ninguna otra cosa pudiera borrarse. Israel, que se ha negado en definitiva a abandonar la memoria del Holocausto pide, sin embargo, olvidar la ilegal ocupación de tierras palestinas, y esta petición parece ser la de Amos Oz también, la petición (relativista) de un literato ora sí memorioso, ora no.

Como historia personal, como subjetividad, su petición es legítima y la comprendo; no así en la historia de ambos pueblos. La gente honesta israelí no se puede merecer este engaño. Si el que la conexión histórica de un pueblo con una tierra de la que se exilió hace varios años, tiene por fundamento un mito bíblico, es ya la causa de un nacionalismo fundamentalista inadmisible —en parte, la causa del sionismo—, el que el pueblo israelí lleve siglos de persecución en Europa, víctima de los pogromos recientemente, y que haya sido expulsado de aquel continente por el fascismo, etcétera. El que todo ello haya ocurrido, ¿cómo podría, pregunto, justificar el confinamiento de un pueblo, su hambre, su destierro, su persecución, su desesperanza? ¿No es ésta, en el fondo, la razón que azuza al fanatismo palestino? ¿No es ésta la razón que los convoca a enarbolar esperanzas sobrehumanas?, ¿míticas?, ¿fanáticas? E
l relativismo es un fanatismo.

Termino. 


Hay más qué decir del libro, por ejemplo, sobre lo que parece ser un conocimiento parcial por parte del autor de la historia reciente del hemisferio occidental del mundo (sobre este punto habrá que decir sucintamente: parece que Amos Oz es bastante y comprensiblemente menos sensible a las trapacerías del orden occidental del mundo que de otros órdenes, etcétera), pero creo que ahora estoy cansada para seguir escribiendo; apenas quiero apuntar aquí esta pequeña certidumbre que nos regala el autor en alguna parte de la lectura:  

“Traición no es lo contrario de amor; es una de sus opciones”

*Un libro que a mí me sirvió, muy neutral y sobreabundante en datos sobre la región (a veces al punto de hacerlo algo abstruso), se llama Historia de Palestina de Gudrun Krämer por editorial Siglo XXl, quizá lo recomendaría más para empaparse sobre el conflicto sin tanto sesgo. Acá, una vieja entrada del blog a donde ya había tratado el tema.

(Sigo con poetas).

I

Cuando la Luftwaffe bombardeaba Londres, Elías Canetti apuntaba: «Si, pese a todo, yo sobrevivo, se lo deberé a Goethe».

Desde luego pensé intensamente en su drama y en la desgracia de Londres durante los años de preguerra, postguerra y de guerra en sí (también pensé en Goethe y en la lengua alemana que es la lengua con la que Canetti decidió pasearse por el mundo disolviendo el rencor que cualquier judío pudiese naturalmente sentir durante aquellos años por el fascismo del Tercer Reich; hombre sabio, en mi opinión). Pero como no tengo costumbre de quedarme en el puro mundo inteligible, aterricé a mi mundo sensible y material en mi meditación.

Pensé entonces en los bombardeos en Oriente Medio, ¿qué poetas salvarán a aquellas gentes: palestinos, sirios, libios, malienses?

Pensé en Omar Khayyam, aunque seguro ahora se lean otras cosas: mi conocimiento de la poesía de aquellos lugares es reducido por no decir inexistente. Me fastidia un poco pensar que en unos años nos llegarán historias conmovedoras de las plumas de sus sobrevivientes (lo que autorice a publicar prensa occidental). Ante la desgracia nos ha quedado estetizar el horror. Los poetas también cantan al fuego y a la guerra. Las mejores épicas y rapsodias mortuorias pertenecen a poetas.

La poesía puede salvarnos del hambre, del pesar, de la soledad e incluso del tedio ¿nos salvará de la muerte la poesía? No, nos arroja a ella.

II

¿Qué tiene que ver un bombardeo* hoy en Siria con los bombardeos ayer en Londres o en Alemania misma o sobre Nagasaki? Tiene que ver todo. Pero tiene que ver principalmente --ahora que hablamos de poetas y sus creaciones-- con un hecho manifiesto: la poesía ha perdido mucho de su fuerza redentora (una redención carnal, no psíquica). Lo mismo que el arte en general. No nada más es la acción filantrópica que salva al otro; es la propia salvación. (Desespero creyendo que evadimos responsabilidades).

No hay disyuntiva: ver el mal con la intención de extirparle. Pero sí, en contraste, una contradicción (teórica al menos) que yo creo advertir: no poder extirparle si no verle antes o si negarse a reconocer que existe. Me es insostenible la posición relativista (y casi diría platónica), por mucho que sea con relación a mí que pondero las cosas del mundo, como de hecho sé.

Hay una componente autoritaria en mi disquisición: Querría que todos conocieran la belleza y gozaran de ella. Mis reivindicaciones éticas no están desvinculadas de esta aspiración estética, como apuntaba el otro día.

Pero vamos, ¿no es esa la real tensión entre modernidad y postmodernidad?:  ¿la libertad o la justicia?

(Aunque yo diría: ¿la justicia o esta comprensión beocia que tenemos de la libertad?).

*Los bombardeos son un caso muy genérico de la desgracia, como una especie de sinécdoque invertida. La guerra antinarco calderonista --ahora peñanietista-- son la forma que toman los bombardeos aquí en México (o los feminicidios). No sé o sí. El crimen parece extenderse por el orbe multiforme.
La revolución bolivariana consiste en transitar de un capitalismo salvaje (neoliberalismo) hacia un socialismo del siglo XXI. Con el epíteto “socialismo del siglo XXI”, lo que se pretende es fijar distancia con otros socialismos, distinguir a este socialismo de los socialismos del siglo XX, algunos de los cuales habrían de degenerar en socialismos totalitaristas o, simplemente, ver derruidos sus sueños y aspiraciones ante el imparable impulso capitalista. 

Una cualidad muy interesante de este socialismo del siglo XXI es que su oposición al capitalismo no es, lógicamente, una oposición al mercado en general. Este socialismo entiende bien que la existencia de mercados como práctica es necesaria a la actividad comercial en general, actividad a la que necesariamente ha tendido el hombre tanto en civilizaciones antiguas como modernas. 

Otra cualidad interesante es que adopta al sistema democrático como sistema e instrumento para la elección de sus representantes populares; es decir, conserva e importa el ideal democrático propio de los liberalismos. En ese sentido, este socialismo del siglo XXI es socialdemócrata.

Hasta aquí, no constituye en apariencia una ruptura tajante con modelos ya conocidos. ¿En qué radica entonces su veta revolucionaria?, ¿en qué medida podemos afirmar que es revolucionario este proceso? Podemos afirmar que es revolucionario al introducir un cambio que es más bien un retorno: vuelve a depositar en manos del estado el control de sus recursos energéticos, el recurso mismo de su actividad comercial y, fundamentalmente, sustraer de manos privadas la función social de dotar a sus soberanos de los servicios básicos en sanidad, educación, vivienda; tiene semejanzas en esto con la función del Estado benefactor de la primera mitad del siglo XX, suscriptor —como era— de un pacto social con sus soberanos. 

Si me es más natural parangonarlo con el estado benefactor del capitalismo es porque, a diferencia de los estados socialistas del siglo XX que igualmente suscribían este pacto, el socialismo del siglo XXI no nombra a un sóviet o poder centralizado para la ejecución operativa de su gobierno, sino que conserva la figura de un primer mandatario elegido democráticamente. Por otra lado —como ya mencioné—, no liquida la actividad comercial en general, sólo la regula.

¿Por qué, sin embargo, a pesar de conservar importantes semejanzas con las liberaldemocracias se trata de un proceso tan vilipendiado, cuanto revolucionario? En mi opinión, esto sucede porque ha sido tal el desgaste de recursos y la competencia rapaz entre los monopolistas, —los magnates capitalistas del mundo— que la pérdida de cualquier mercado, el proteccionismo de fronteras sobre recursos estratégicos (el petróleo venezolano por ejemplo) constituye ya un golpe letal a estos rapaces. Hay, además, importante factores geopolíticos que hacen de Venezuela, con su revolución bolivariana, una amenaza en el hemisferio. Me refiero específicamente a su comercio con países del ridículamente llamado eje del mal (el eje del bien dixit); Irán, por ejemplo, China. Pero, sobre todo, me refiero al proceso de integración-regionalización cristalizado con el surgimiento de la CELAC y de la UNASUR durante los últimos años.

Es increíble cómo, la decisión soberana de una nación de reservar para sí la administración de sus recursos, los derroteros de su gobierno, etcétera, puede alterar en tal forma a los artífices del statu quo del sistema-mundo* capitalista. 

Pero además, la más revolucionaria de las acciones del gobierno chavista ha consistido en meter al orden a la clase empresarial venezolana que, hasta antes de ’98, mantenía hambriento y expoliado al pueblo; y luego, tomar las decisiones de gobierno con arreglo a los intereses de la nación en su conjunto y no nada más supeditarlos a los de un grupo o élite; en eso ha consistido propiamente la revolución bolivariana. Y por supuesto, escucharemos a los medios-chacha de la periferia aullar lastimeros los vilipendios, cosas como que el proceso bolivariano es dictatorial, veremos a sus ideólogos vociferar las consignas manufacturadas desde sus think tanks y enarbolar, idealistas, los principios más nobles del liberalismo, que no han pasado de ser lindas aspiraciones en nuestros países supuestamente sí democráticos.

Nadie dice que en Venezuela se viva como Alice in Wonderland, o que no haya por qué ser críticos con las decisiones de aquel gobierno. Lo que simplemente se está diciendo es que: 1) Seamos críticos en todo momento; no nada más unos ratos sí y otros no y 2) Justo por el punto anterior, con el mismo rigor que los analistas chachos de Occidente miran el proceso bolivariano, exigirles miren los procesos de los gobiernos de que ellos son lacayos. Pero como esto es pedir demasiado, con que lo hagamos nosotros, ya habrá habido algún avance.

Comparto este artículo que compartiera primero Camila Vallejo desde su cuenta Twitter.

*La idea de los sistemas-mundo fue acuñada por Braudel y popularizada por Immanuel Wallerstein, de quien la tomo prestada.

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