-Eleutheria
Lekona (Consejera
Corresponsal)
1. Alicia
en el país de las maravillas y Alicia a través del Espejo de Lewis
Carroll. Los considero un solo libro, porque –de hecho- vienen en combo;
compras uno y ya tienes el otro. Es un libro estupendo en la tradición del nonsense
inglés, repleto de argumentos absurdos en una lógica impecable que, además, nos
remite al amable mundo de los niños.
2. Ariel de Sylvia Plath. En los cantos de Sylvia Plath encuentro ecos
de mi propia voz. Celestial voz femenina, personal mirada de concebir el mundo,
de matizarlo y hacerlo inmensamente singular y, al mismo tiempo hermoso a pesar
de la acechante muerte. Eso es Sylvia Plath.
3. Boquitas Pintadas. Manuel Puig. Creo que este es un libro fascinante
de entre la literatura argentina. El título en sí mismo es digno de aparecer en
cualquier Biblioteca Virtual.
4. La Broma, Milan Kundera. Este libro para mí fue un descubrimiento:
como literatura, como pensamiento absoluto que se yergue frente al mío todavía
inexperto, como el encuentro con lo europeo y el encuentro con la nostalgia,
con la música, con el indiscutible arte literario.
5. Cartas a un joven poeta, Rainer Maria Rilke. Lo incluyo porque nadie
como Rilke para, pretextando poesía, abarcar lo que le es esencial al hombre en
un texto tan corto.
6. Las Ciudades Invisibles de Italo Calvino. No sólo porque es esencial
a los arquitectos, sino a todos aquellos que amamos las más exóticas y
laberínticas formas capaces de ser imaginadas. Definitivamente, de no haber
escrito Calvino este texto, algún otro loco lo hubiera escrito y –me atrevería
a decir- con un abanico de ciudades aún más variado.
7. La Condesa Sangrienta, Alejandra Pizarnik. Además de que cuenta con
epigramas estupendos, es un extracto de la tradición literaria que engloba
tanto a Samuel Taylor Coleridge, Joseph Sheridan Le Fanu con su Carmilla,
Lautremont, Gautier, Stoker, Valentine Penrose, Sade y todo cuanto amante del
sadismo y de la perversión hay en el mundo. Un libro exquisito.
8. Crimen y Castigo, Fiódor Dostoyevski. Por el Raskolnikov que todos
llevamos dentro aun cuando, incluso, algunos lo ignoran. Yo a Raskolnikov le
reconocí de inmediato, como reflejo mío y de una sociedad absolutamente
tanatoide.
9. Cuentos, crónicas y ensayos, de Manuel Gutiérrez Nájera. Otro pequeño
cruel. Relatos amargos y románticos, atisbando siempre presagios y precisas
maneras de decir las cosas. Y todo eso lo hace aún más magnificente cuando
descubres que se trata del universo de un mexicano del siglo XIX hundido hasta
las cachas en un romanticismo finisecular tardío.
10. Ejercicios de Admiración y otros textos, Emil Mihal Cioran. Cada uno
de los textos anunciados en el título constituye un delirante encuentro con lo
más lúcido de la mente de un hombre que lo fue siempre. Allí, incluso, yace el
texto más lírico que haya escrito este hombre del que siempre se sospechó amor.
11. Eureka, Edgar Allan Poe. A veces, quizá en medio de la euforia, me
he atrevido a pensar que no ha habido hombre más erudito que Edgar Allan Poe
sobre la faz de la Tierra. Ni siquiera Borges logra escudriñar la sucesión de
las cosas como este miserable hombre que, sin embargo, nos legó historias
fantásticas entretejidas con verdades ineludibles. Eureka recoge bastante del
pensamiento científico-racional de aquella época: esa sed del hombre por lograr
asertos. Un tratado a la vez gnoseológico y cosmológico a través de un recorrido
en la evolución del conocimiento como actitud y aptitud en el hombre; empezando
con los griegos y su simbolismo-misticismo, pasando por Euclides, Kepler hasta
llegar al positivismo, esa verbalización del pensamiento científico.
12. Las Flores del Mal, Charles Baudelaire. Tal vez porque es el poeta
de lo que, con él, se nos ha insistido en llamar malditos (sin quitarle
créditos a Verlaine).
13. Frankenstein, Mary Shelley. Este libro es una obra que expone con
una terrible y devastadora humildad las grandes contradicciones de la
naturaleza humana. Más allá de lo inocentes que puedan ser algunas situaciones
–como que Víctor Frankenstein deje a la recién consorte sola y disponible al
monstruo infernal- las cavilaciones del monstruo junto con las descripciones de
los paisajes son dignas de páginas inmortales en mi mente.
14. Lestat, Anne Rice. Aun a sabiendas de que la inclusión de este
título en mi lista, resta mis probabilidades de ser ganadora de uno de tus
tesoros, lo incluyo sin miramientos porque es mi best seller favorito.
15. El Lobo estepario, Hermman Hesse. Hallazgo capital que dejó en mí,
en simiente, la conciencia de que la existencia, aun siendo ruinosa, encuentra
bríos y satisfacción en tal ruindad. El relato de Hesse es un viejo risco del
cual es posible saltar al fondo del mar. Para mí, es una obra fundamental en la
tradición del existencialismo.
16. Matemáticas e Imaginación, Vols. I y II, Kesner, Newman. Si no hay
un libro de matemáticas en una biblioteca, se corre el riesgo de que cuando se
acabe el mundo y lleguen los extraterrestres no se sepa de qué éramos capaces
los humanos ;-) Ya en serio, recoge varios de los tópicos más apasionantes de
las Matemáticas: topología, curvas fractales, geometrías no euclidianas,
números trascendentes (π, e, etc.), cambio y mutabilidad
(cálculo para los colegas) y la más hermosa de todas las teorías abstractas:
los números transfinitos de Georg Cantor y con ello, el arribo de una teoría
que le vino a dar, de una vez por todos, rigor a todo aparato matemático, sí,
la teoría de conjuntos.
17. Mihailo, Dolores Palá. El sucedáneo obligado de Cumbres
borrascosas de E. Brönte cuando el mundo se me antoja lejano, gris,
mutable. Entonces tomo esa novela que es de amor y tras la lectura, el mundo se
me confirma como algo lejano, gris, mutable.
18. Mujer que sabe latín, Rosario Castellanos. Porque si de ensayistas
se trata, coloco a esta escritora junto a Paz, Revueltas, Sontag, Montaigne,
Heidegger y todo cuanto filósofo me pongan enfrente. Si como dice el prólogo al
libro de Elizondo, el ensayo tiene como implícita misión el suministrarnos de
concepciones inteligentes, basta con estos ensayos para comprender qué es la
inteligencia.
19. El Origen de la Tragedia, F. W. Nietzsche. No me he cansado de
decirlo, todo el desarrollo posterior de la filosofía Nietzscheana se atisba,
en embrión, en este texto y qué mejor forma de anunciarla que a través del
arte.
20. El Principito. Antoine de Saint-Exúpery. Oh, el más bello de todos
los libros. Porque en él, es cierto, yace el ser de un niño.
21. Religión
y Ciencia, Bertrand Russell. De entrada, en mi biblioteca personal no puede
faltar una obra de uno que es uno de mis grandes personajes: Bertrand Russell,
filósofo y matemático, egresado de Cambridge y perteneciente al círculo vienés,
amante de la heráldica, el mar y las matemáticas (¿puede uno amar algo más en
esta vida?) y, por si fuera poco, heredero de la tradición ensayista inglesa;
me refiero a John Locke y David Hume. Poseedor de una mente absolutamente
lógica y racional como para exponer argumentos a prueba de la antítesis más
férrea. Y este ensayo, “Religión y Ciencia”, buena falta le hace a las
generaciones actuales que, ávidas de espiritualidad y fe, andan queriendo
casarse con las falaces doctrinas de las corrientes nuevarenses. Hace falta
abogar por el juicio racional y entender la evolución e historia de la religión
frente a la ciencia y, viceversa.
22. El Silmarillion, Tolkien. Después de todo, le agradezco a Peter
Jackson popularizar un hallazgo que, de hecho, le pertenece a este hombre sin
mote, llamado Jorge Luis Borges. Narraciones etéreas de una mente reservada.
23. Sobre la teoría de la relatividad especial y general, Albert
Einstein. Es una obra capital del pensamiento. Se trata de entender, en
palabras de Albert Einstein, que su teoría de la relatividad general –sí, esa
que se vale de las geometrías no euclidianas- demuestra que el espacio es
curvo. ¡¡¡Nos está diciendo cuál es la forma de nuestro Universo!!!
24. El Tambor de Hojalata, Günter Grass. La novela contemporánea, el
personaje enrarecido, la prosa soberbia, la historia alemana, el tono
sardónico. Óscar Matzerath Bronski, inmortal entre los inmortales.
25. Werther (y no "Las cuitas del joven Werther", a fin de que
no se quede sola la W), J. W. Goethe. Por Dios, éste es todo el romanticismo
expuesto por una de los pocos espíritus no dionisíacos; el romanticismo que
algún día destiló la pluma clasicista de Goethe en una narración que le
pertenece indiscutiblemente.
Publicado en Nueva República de Babel el 23 de abril de 2008