Ombudsman en los ejércitos e insurgencia

Hace unos tres años, cuando preparaba mi examen de ingreso a la maestría, sintonizaba por las noches el programa “México de mis amores”* que conducía Alicia Muñoz y que era transmitido por “ABC Radio”. En un par de sus emisiones, Alicia Muñoz invitó al General brigadier Gallardo quien, a causa de haber sugerido la creación de un ombudsman al interior del ejército mexicano, fue preso de conciencia, por algunos años, en alguna cárcel del país hacia la década de los noventas. Desde luego, escuchar aquella charla dejó una fuerte impresión en mí, pues no es usual que un militar exhiba un pensamiento tan liberal –en el buen sentido- y que, además, se atreva a cuestionar y contrariar no sólo los procedimientos e ideologías de un gobierno o de un presidente, sino al funcionamiento mismo de instituciones y relaciones de poder dentro de dicho gobierno. Aquí y aquí pueda indagarse mejor sobre este punto.

¿Y a qué se debe que sea poco común –al menos en México- que un militar formule propuestas de este tipo y, más aún, que -en general- las haga? O, dicho de otro modo, ¿qué puede ser lo que lleva a grupos completos de hombres -enrolados en un ejército- a ejecutar, a pie juntillas, todas las órdenes que les son dadas?.

Me limitaré a emitir mi propio punto de vista y no a centrarme tanto en el asunto de qué puede llevar a un hombre a tal sumisión (ejecutar órdenes a pie juntillas sin detenerse a pensar sobre la conveniencia o no de dicha obediencia, sin contemplar elegir el desacato si no hay tal conveniencia –y, en cambio, sí, perjuicio-, etcétera, es, llanamente, un acto de sumisión).

Y si no voy a centrarme mucho en este punto es porque aquí -en este blog- he perorado largamente, abundantemente sobre cómo el ser humano de nuestro tiempo ha perdido paulatinamente y, quizá sin darse cuenta, autonomía ante sus propias decisiones, ante el derrotero que sí quiere él para su vida y no tanto el que exteriormente le viene impuesto. Sobre lo que quiero acotar es, entonces, sobre 1) Los criterios de conformación de los ejércitos alrededor del mundo que, como fácilmente puede deducirse, vienen determinados por los fines por los que dichos ejércitos son conformados y 2) ¿Cómo en particular son los miembros del ejército mexicano? (bueno, esta pregunta es una pregunta mía con respuesta obvia. Basta ver todos los abusos que ha cometido el ejército mexicano en el marco de la llamada lucha anti narco, para darse una idea).

1) La mayoría de los ejércitos de alrededor del mundo, salvo casos contados, están diseñados –o eso argumentan- para defender a la patria de posibles ataques provenientes de otras naciones. Entonces, una cosa a que debe estar dispuesto un miembro del ejército, en caso de guerra, es a defender a la patria de sus invasores. Pero “defender a la patria” podría significar, en algunos casos, ofender, atacar o, incluso, asesinar (no sería raro para mí oír decir a algún miembro del ejército una cosa como: “toda táctica defensiva ha de integrar una táctica ofensiva”). No es pues extraño que, adherido a la idea de defender a su nación –e incluso creyendo que así lo hace- un hombre pueda estar dispuesto a matar a otro hombre (si se piensa, es aberrante tal disposición).

La gran bronca de todo esto estriba en que no siempre un hombre que mata a otro o da la vida propia en aras de salvaguardar la soberanía de su país lo hace -en realidad- salvaguardándola, sino, muy posiblemente, infringiendo la soberanía de otro país como ocurre con la mayoría de los países imperiales. Así que, al final, la mayoría de los hombres que sirven a un ejército creyendo que sirven a la patria, sirven a fines aviesos, oscuros, incluso incomprensibles para ellos mismos. Pero estos fines aviesos para los que ellos sirven no serían tan eficazmente ejecutados si no ocurre que estos hombres sean –como de hecho son- hombres poco proclives a reflexionar sobre el asunto, a preguntarse con cierta mínima dosis de sentido común si -en verdad- el fin detrás de todo esto es uno de esencia noble. Si no ocurriera, sencillamente –como ocurre- que la mayoría de hombres que sirven para un ejército son hombres alienados (y alienado puede significar: un hombre esclavo, una persona con escasa instrucción, un potencial neocom o un neocom en su fuero interno declarado. Al final, estamos frente a hombres que han perdido su libertad y, sobre todo, aquello por lo que libremente hacen el siguiente tipo de elecciones: aquellas que no provocan –al menos no de manera consciente- algún daño a terceros. Y éstas se hacen pensando).

De modo que, si a una persona en una charla de amigos se le oye decir algo como: “los ejércitos están hechos para obedecer”, no se piense que se trata de un individuo con prejuicios, seguro lo dice porque ha analizado ya el asunto. Aunque lo que diga un individuo en una charla de amigos no es tan relevante como los criterios de selección de personal dentro de un ejército: no se puede ser tan tonto como para no comprender que el criterio de selección de personal de la mayoría de los ejércitos del mundo es, por lo menos, de dos tipos: 1) Buscando reclutar a hombres dóciles, de baja instrucción escolar, que poco propendan al pensamiento 2) Buscando reclutar ni a hombres dóciles ni a hombres de baja instrucción, pero sí hombres cuya ética ponga por encima de la vida humana intereses de otro tipo (a mí me cuesta mucho trabajo aceptar que, como resultado del pensar, no se llegue a una Ética y a una ética humanistas).

Insurgencia

Dicho esto anterior y siguiendo ese hilo, no es difícil que llegue uno a simpatizar con la idea de insurgencia al interior de los ejércitos o con la existencia de insurgencia al interior de ellos. No hablo con ligereza. En primer lugar, no estoy pensando en hombres apertrechados, dispuestos al combate, a la violencia, como si sus vidas no importasen y sus muertes menos. Cuando hablo de insurgencia hablo de hombres que posean independencia de pensamiento, que conozcan su historia –la de sus pueblos- y el historial de vejaciones a las que los estamentos populares han sido sometidos por siglos. Hombres proclives a empatía para con las necesidades de los sectores desprotegidos, hombres no fáciles de cooptar, pero –sobre todo- hombres que no van nunca a tornarse en contra de su propio pueblo. Hablar de insurgencia dentro de un ejército implique, quizá, contradicción. No la implicaría si abandonamos la concepción occidental, neocolonialista de lo que un ejército debe ser y la permutamos, entonces, por una nueva concepción. En esta nueva concepción, los ejércitos tendrían por funciones tareas más nobles que las de la guerra. Por ejemplo, brindar ayuda tras alguna catástrofe ambiental, llevar asistencia –de algún tipo- a comunidades rurales de difícil acceso, cuidar la flora y la fauna de ecosistemas dañados, etcétera. Y esta alocución gana fuerza si –como sucede- goza de un buen correlato empírico. Me refiero al caso concreto de la República Bolivariana de Venezuela.

De todos es conocido –al menos para quienes no nada más se informan vía prensa alineada- el papel fundamental que ha tenido el ejército de aquella nación dentro de su proceso de emancipación (Hugo Chávez lo comprendió poco después de “el Caracazo” o acaso antes). Si hoy en Venezuela se puede hablar de un firme crecimiento económico, de la creación de las universidades bolivarianas a lo ancho de todo el país, de acceso a servicios de salud y viviendas dignas para sus habitantes, pero –sobre todo- si se puede hablar de la autonomía del gobierno venezolano a la hora de tomar decisiones(completamente al margen de la voluntad del gran hegemón, EUA) es porque la derecha venezolana fracasó -en 2002- en la intentona de golpe de estado en contra el gobierno de aquel país. Y ese fracaso –como se sabe- es resultado de la lealtad que las filas del ejército le prodigaran a Hugo Chávez Frías en horas que fueron decisivas para contrarrestar el ataque (no puedo evitar pensar en lo bien que le hubiese sentado a Allende una situación similar, por ejemplo).

Pienso que lo que sucede en Venezuela con Hugo Chávez o en Bolivia con Evo Morales o en Argentina con los Kischner o en Cuba con los Castro o en todos estos regímenes disonantes a los dictados de Washington, es una buena prueba de que es posible vivir al margen del capitalismo económico, que es posible construir otras alternativas de producción y de relaciones de producción entre las personas de modo que haya una derrama más equitativa entre los sujetos que protagonizan dichas relaciones. Esto no significa que todos los países del mundo tengan que, necesariamente, arribar a estos modelos. Sólo creo que ni el capitalismo, ni el neoliberalismo (su versión plus) ni el globalismo económico son –como pontifican sus paladines- los únicos sistemas posibles a los que ha de llegar la humanidad (y, menos, “naturalmente”, como ellos dicen).

Cierro este punto con la siguiente reflexión. Hay ejemplos en la Historia de que no todo lo que sale de los ejércitos ha de poseer, por necesidad, visos de violencia o derivar en totalitarismos (el neoliberalismo es un totalitarismo y la mayoría de los presidentes que siguen este modelo se asumen como grandes demócratas). Referiré el caso específico de un militar de impresionante altura de miras que una vez tuvimos en México, Lázaro Cárdenas.

Lázaro Cárdenas fue un presidente nacionalista, un hombre con ideario humanista, un gobernante justo, quien al final de su vida, incluso, no mostró ningún rubor en admitir sus simpatías hacia la revolución cubana. Hombre que devolviera -aprovechando la coyuntura de vulnerabilidad que sufría EUA a causa de la SGM- el petróleo a México  después de años y años de problemas por la tenencia de éste a manos de extranjeros (como la invasión a Veracruz en 1914), que creara el IPN (Instituto Politécnico Nacional), que proveyera a muchísimos campesinos de tierras a través de la figura del ejido, que recibiera a buen número de españoles expulsados de su patria tras la guerra civil del ’36, que se negó a permitir –pero esto ya como Secretario de Defensa del gobierno avilacamachista- la injerencia y violación de nuestra soberanía por parte de EUA cuando, éste, debido al hundimiento de los buques “Faja de Oro” y “Potrero del Llano”, contara con el pretexto idóneo para hacer de México su aliado vía aquél enflaquecido “Escuadrón 201”. Una de las pocas cosas que puedan objetársele es el apoyo que brindó a Manuel Ávila Camacho -y no a Francisco J. Múgica- con rumbo a la sucesión presidencial. Creo con honestidad que Cárdenas ha sido el mejor presidente que ha tenido este país después de la Revolución Mexicana.

2) La mayoría de los hombres que conforman al ejército mexicano son hombres lo suficientemente zafios, pedestres como para salir a las calles a protagonizar la guerra absurda que protagonizan. O puede ser también que sean hombres temerosos. En cualquier caso, son hombres que no creen en la fuerza de su organización. Quizá como ellos -mucho más que cualquier civil- mantienen contacto directo con “la autoridad”, sus estamentos, jerarquía y funcionamiento, sean, ergo, mucho más realistas en relación a las consecuencias de un posible desacato. Yo no sé si sea factible la creación de insurgencia al interior del ejército mexicano, no creo tampoco que, con EUA al Norte, sea fácil aquí un golpe militar. Sí creo que los soldados de dicho ejército –como ya dije- han sido reclutados de acuerdo a los criterios que mencioné puntos arriba pues, de otro modo, el desacato ya tendría que haber ocurrido. No es posible que la guerra absurda de Calderón siga avante. Pero esto tampoco es posible si no se cuenta –como se cuenta- con la colaboración de los miembros del ejército mexicano (¿su insurgencia, en dónde está?, ¿en la cárcel?, ¿como alguna vez lo estuvo el general Gallardo?, ¿habrá manera ahora -ante la cruel sujeción del ejército mexicano a los intereses de EUA- de crearla?).

Nota: Dejo este esclarecedor texto del general Gallardo. En éste explica él con grandes lucidez y elocuencia –y muy buenos fundamentos- lo que significa el ingreso de México a la ASPAN (otra forma de entender esta absurda guerra).

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Una noticia feliz, buen sabor de boca para media semana:

El próximo 8 de marzo José Narro reinaugurará –después de labores de remodelación- el que vendría a ser el más reciente museo universitario, el Museo de la mujer.

Potencialmente creyente

Yo podría un día –quizá- abrazar el concepto de Dios. Sintiéndome sola, vieja, cercana a la muerte, precisar de la noción de trascendencia, proveerme de la ilusión según la cual tiene que haber algo más grande que esto que mis ojos ven. O -caso distinto- ser blanco de un hecho tan controvertido, tan peculiar en mi vida, que me arroje éste a reconocer a Dios (comprendo que pueda haber situaciones de la vida que animen a muchos humanos a tal reconversión). Ese devaneo –comprendo- es uno al que no es fácil sustraerse. No sé si llegado el momento, cuente con la suficiente congruencia intelectual como para -en efecto- sustraerme a tal posibilidad (o quizá, ni siquiera tenga que ver con “congruencia intelectual”, sino con lo que mis circunstancias hayan hecho de mí llegado ese día). Lo que sí sé -y sobre eso no tengo ninguna duda- es que, jamás, jamás podré abrazar ninguna doctrina religiosa, ningún corpus de conocimiento de cariz eclesiástico a partir del cual pueda aceptar yo nociones divinas. A menos que, como sospecho y como muchos antropólogos confirman, la idea de lo divino no sea sino una extensión –exaltada- de nosotros mismos sobre algún símbolo, sobre alguna entidad cuya existencia nos confiera de paz, de sosiego, de asidero frente a la soledad. A mí una vida sencilla, arrimarme al calor del fuego rodeada de seres amados dispuestos a la palabra –cobijados bajo el cielo- es una vida que no sólo podría vivir, sino que deseo vivir algún día. La comunión con humanos, prescindir del vacío que te inflige vivir en estas urbes en donde la amabilidad se toma como sospecha (quizá formes parte de alguna banda de secuestradores), la vida de oficina, envejecer en el trabajo es algo que ni por necesidad, ni por ninguna cosa anhelo. La vida en la ciudad, vivir en la capital de mi país es resultado de un azar y de una afiliación, un amor a la academia. Nada más. Pero llegado el momento, abandonaré la ciudad, emigraré al campo, a algún pueblo en mi país o a algún pueblo de otra parte del mundo (no me importa, en realidad).

Toda esta búsqueda enorme, incesante, no satisfecha aún que tengo yo por el encuentro con mis semejantes –como se estilaba en otros tiempos, en las tribus, en aldeas- es una búsqueda no hacia la renuncia de mi ser, sino al encuentro más genuino con mi origen. En los orígenes del mundo, justo allí, nace la idea de Dios. Anhelo el encuentro con mis orígenes, con mi humanidad, sin la idea de Dios. Sea ello, tal vez -y no otra cosa- lo que la posmodernidad tuvo a bien legarme (a mí y posiblemente a muchos). Seremos un nuevo tipo de humanos, aquellos que tuvieron que ser blanco de la masificación y mercantilización que hizo de ellos el capitalismo para, al final, abrazar –huérfanos, ya en la intemperie- lo que de más humanos hay en ellos mismos, pelear incluso con ferocidad por recobrar lo que el capitalismo les arrebató. Pero también habremos de ser los humanos que, educados bajo los dictados de la razón científico-técnica, aquellos que tuvieron noticias sobre la muerte de Dios, no vuelvan, nunca más vuelvan a requerir de éste. ¿Será la fe en Dios condición necesaria para la fe en lo humano?, ¿no acaso Dios es una expresión de nuestro deseo por perdurar en esta tierra lejos de la bruma, de las neblinas, del caos? Yo ya no puedo pensar así, han transcurrido un par de miles de años desde que este tipo de pensamiento fluyera en nosotros. La Historia nos ha arrojado a la lucha contra el tiempo, pero en medio de esa lucha tiene que haber, también, algo recuperable. Mientras fuimos esclavos en “las filas del progreso”, no del todo murió nuestro humanismo. Lo humano siempre está allí, incluso como residuo. Con ternura -casi con amor- me asgo a mi ser atávico y, con esa misma convicción, tomo también lo mejor que hemos producido en medio de todo este cataclismo industrial. Yo digo que son la ciencia y el humanismo lo mejor que, hasta ahora, hemos elaborado, nuestros mejores frutos. Yo digo, incluso, que un quehacer no se explica sin el otro y, una actitud, menos. Digo también que podría parecer que dentro de mí yace una infinita soberbia –podría ser-, pero no es eso lo que me mueve a esta clase de aseveraciones.

Yo no lo sé




Yo no sé a dónde llegaremos, si habrá puerto para nosotros o sólo viajar en este velerito a través de una mar inconmensurable, en un viaje que nos aproxima infinitamente, en progresión asintótica. En cualquier caso, yo elijo hacer este viaje, allí, a donde me lleve (aunque en el fondo, ¿te cuento? me gusta imaginar que me lleva hacia a ti, que sobre ti deposito mis denuedos, mi voluntad, mis quimeras).


Amica mea - Ophelia´s Dream





CANCIÓN: Amica mea
INTÉRPRETE: Ophelia´s dream
ÁLBUM: Not a second time
AÑO: 2004


Corto basado en la adaptación gráfica (Mike Konopacki) del libro “A People's History Of The United States” del historiador Howard Zinn.

Carta a un amigo

¿Sabes qué pasa? Que no me había percatado de que tuviste a bien responder al último comentario que hice en "Despierta Libertad". De entrada, te agradezco la intención genuina de reaccionar ante mi estupor-desazón. Puedo palpar que te conmueven este tipo de cosas. Lo que haré ahora es responder a tus palabras, a tu invitación, porque para mí tampoco es posible permanecer indiferente a una reacción humana tan viva, tan cargada de sentido, de interés, como es la tuya. Es bien difícil que cualquier gesto humano –sea muy orgánico-emocional-visceral o muy racional-intelectivo- pase en blanco en mí. Al final, requiero pensarlo todo, repasarlo todo, volver a pensar. Gracias.

Cuando hablo de aceptar que esto somos, es decir, aceptar la naturaleza dual (destructiva-creadora) del hombre, me refiero a no pretender que en nosotros yacen, absolutamente, puras nociones e intenciones, digamos, buenas. En realidad, estoy convencida de que el derrotero que tomemos de adultos (las valoraciones y elecciones morales que vayamos tomando) serán resultado de un amplio conjunto de cosas, entre las cuales destacan la educación, el entorno social, determinadas vivencias personales, etc. El ser humano es como una masa de arcilla a la que se le da forma. La bronca quizá resida en que, por alguna razón, las arcillas que somos los humanos, no siempre tenemos el privilegio de contar con un escultor-formador que inculque en todos nosotros algo elemental para que la vida florezca sin contratiempos: el respeto a ella misma, a la vida (me refiero a la vida humana) y, después, el conocimiento de la naturaleza, cuyo manantial informe, desbordado, implacable, no condicionado es, justamente, uno de los atributos que, a través de un mal uso de la razón, los humanos hemos pretendido aplacar en nosotros mismos y que, como resultado de ello –en algunos casos- se han construido -y aceptado- códigos morales totalmente anti naturales. Muchas concepciones culpígenas y moteadas de "pecaminosas" de la religión católica (quiero decir, usar una palabra (pecado) –después- para una noción que surgió antes (la idea que dicha palabra significa)), por ejemplo, van en contra de todos los instintos más primarios y naturales del hombre. Así, cuando -por ejemplo- se le tilda a una mujer de “puta” por el hecho natural de requerir –sí- constantemente de sexo –lo mismo que el hombre-, pues, bueno, uno se siente indefectiblemente inclinado a soltar una gran carcajada. El sexo es la cosa más natural, inherente a nuestro ser. El sexo es la antesala de la vida humana, el origen, causa, mecanismo por el cual estamos aquí todos. La cópula sexual hombre-mujer (lo mismo que en otras varias especies) es el mecanismo biológico por el cual la vida surge. Dicho mecanismo precede a la mayoría de nuestras construcciones culturales, a todos nuestros códigos morales, al rubor que ahora nos impide salir desnudos a la calle (carne, al fin carne que un día será ceniza o alimento para microorganismos que se hallan en la tierra).

Cultura y moral son, entonces –también- represión. Lo dijeron ya Nietzsche, ya Freud, ya pensadores que hacia el XIX construyeron filosofías críticas de los idealismos que les antecedieron. Pero uno debe tener cuidado con esto y no confundirse. Uno debe advertir qué, de nuestros instintos más vitales, han de resurgir y oponerse con fuerza a las falsas morales (a las moralinas) –gran parte de la moral católica es una moralina-, con el propósito de -resurgidos y renovados- permitirnos vivir más libres, liberados de toda absurda represión. En esta búsqueda, sin embargo, en este determinar qué ya no puede vivir reprimido en nosotros, se llega a caer en tremendos yerros. Los yerros son resultado de olvidar que todas nuestras aspiraciones, nuestras motivaciones, nuestras elecciones han de basarse en un imperativo ético (quizá ya el único que yo exigiría en cualquier moral): el del respeto a la vida humana y, después, el respeto a nuestro hábitat. No diré que a toda la gran naturaleza porque ello implicaría caer en una gran contradicción. Hacer conciliar las leyes humanas con las leyes naturales no siempre es posible. La naturaleza misma no siempre respeta al hombre, muchas veces actúa en contra de él.

Entonces, todo esto parece ser una cuerda siempre en tensión, de la que tenemos que estar tirando constantemente a fin de procurarnos el menor daño posible. Pero aquí, no termina la cosa. Entra en juego la razón, el idealismo del hombre (allí estoy yo parada, allí me paro y lo acepto y creo en la fuerza con la que la vida puede ser perfeccionada a través de nuestra razón, esa facultad tan humana, tan natural –también- en nosotros, aun cuando dicha “naturalidad” sea una adquisición más reciente y, quizá por ello, una manifestación ineluctable de nuestra evolución. Posiblemente, el hecho de que sea reciente, es una prueba de que se trata de una de las mejores cualidades evolutivas de que disponemos). El homicidio, por ejemplo, es potencial en la especie. Podemos asesinar a alguien, hay personas que han dado muerte a otras. Todos hemos tenido noticias de algún homicidio y, no sólo eso, la constante en las guerras son los tremendos genocidios que se perpetran en contra de civiles. Entonces ¿qué?, como somos susceptibles a asesinar, ergo, ¿asesinaremos?, ¿al fin que sí podemos? Aquí justo es en donde entra el pensamiento. No sé hasta qué punto la moral y la religión –la religión como subconjunto de la moral- han tenido que ver con haber desarrollado este tipo de pensamiento, el pensamiento moral. El pensamiento por el cual reparamos en que mientras sigamos destruyéndonos entre sí, ponemos en peligro a la especie entera, nuestra permanencia en el mundo. Yo no me opondría tan ferozmente al relativismo moral si -como ocurre- muchas de dichas concepciones, no justificasen con enorme liviandad, el dolor de muchos. No es que lo justifiquen, en realidad, parecen no verlo. Me niego también a admitir –sería un digresión de mi propio pensar- que las elecciones morales vienen regidas por nuestra pura voluntad, por un gusto, por la congruencia hacia una estética. En la realidad, sucede, pero si escaparan a toda legalidad, en particular, a la del imperativo ético señalado (y el imperativo ético señalado, téngase presente, lejano está de toda metafisiquería: pone en el centro al hombre y su entorno) la vida no tendría ya un sentido, sino sería una pura trayectoria errática de una especie animal que, incapaz de cualificar cosa alguna, se somete, acéfala, al placer o al dolor o a la estupidez.  

Regreso al punto (un idealismo materialismo)

Yo no sé, decía, hasta qué punto la moral y la religión han hecho entrar en escena este tipo de pensamiento, pero sí creo que, más bien, hay una causa anterior a la religión y a la moral (religión y moral, serían, más bien, un resultado –ya razonado- de dicha causa). Se trata de una causa de orden biológico.

Antes de hablar de esta causa biológica, quiero decir que a mí me parece que es indispensable reconocer que la razón se aposentó en el proscenio de nuestra historia (la historia de los humanos) para redirigir su rumbo (un rumbo no siempre halagüeño). La razón es una capacidad que tenemos y, lo mismo, podemos a través de ella hacer elecciones correctas o no hacerlas. Pensar no es la panacea a nuestros problemas. Pero –tal vez- sea con el pensamiento, la forma más cercana que tenemos a hacer buenas decisiones. De modo que no podemos negar que muchos vericuetos a los que nos hemos enfrentado han sido resueltos con la razón. Es innegable el valor de la razón instrumental, la razón como medio para alcanzar otros fines. Pero esta razón como instrumento, es tanto más valiosa cuanto que, además, es una razón cultivada, es decir, una razón que se entrega constante al ejercicio de razonar, aquello por lo cual ella es en sí misma.

Pero, ¿y por qué razonamos? Creo que razonamos como resultado de una adaptación que hubo de hacer la especie a fin de sobrevivir. El órgano de la razón no es un topos metafísico, es algo más que el res cogitans cartesiano. Cuando apelo a la razón, no apelo a una causa trascendente, sino biológica. Así como los primates que, en nuestra cadena evolutiva, hubieron alguna vez de posicionarse erectos a fin de coger los frutos de los árboles y, entonces, tener qué comer y no morir de inanición, asimismo, un día el cerebro humano, resultado de determinadas facultades que ya poseía, hubo de dar un gran salto cualitativo, tras el cual, la facultad de razonar estalló en nosotros.

La gran expectativa que sobre la razón pongo es que, a mí parecer, ha trascendido a su mero ser biológico –que no a su preservación- para atisbar, concebir algo más, mucho más que, por nuestra biología, ahora mismo somos. Pareciera haber una contradicción en esto que digo. Lo que me alienta a pensar que no es así –que no hay contradicción- es que, de otra manera, habría un determinismo, un fin a cuyo destino no habremos de escapar nunca.

Sin duda, nuestra especie, llegará un día a su fin –así, como la conocemos ahora. Sin embargo, en ese ínterin pueden suceder muchas cosas, como, por ejemplo, lograr vivir –por muchas centurias- bajo algún reinado de armonía.

Justo debido a algunas de estas cosas que he explicado, resulta para mí bien consecuente con mi pensamiento aceptar la teoría evolutiva, porque la teoría evolutiva –bien interpretada- me dice una cosa insoslayable: hay hombres más imbéciles que otros; unos nacieron más aptos para el pensamiento, otros no. Los imbéciles que no nacieron aptos para el pensamiento, son los que están llevando hacia la destrucción a nuestro planeta (banqueros, mandatarios corruptos, gerentes de la Coca-Cola, etc.). Pero nosotros seremos tan imbéciles -como ellos- si no hacemos algo –pronto- para evitar que su oligofrenia nos lleve a la destrucción.

Así -me parece- los teóricos del neoliberalismo, seducidos por el fulgor del poder y del dinero, obnubilados de la mente, han hecho una errónea interpretación del darwinismo, y el social darwinismo que propugnan es una auténtica pifia, ésa sí, digna de pena y conmiseración. Los verdaderos inadaptados son ellos, no nosotros. De otra manera, la imbécil sería la naturaleza, procreadora de cientos de miles de taras genéticas.

Me acuerdo ahorita, a propósito, de un conjunto de ideas a las que he englobado con el nombre de “teoría de la destrucción”. Teoría según la cual, nuestro evolucionar nos dirige invariablemente a la destrucción y que me fue inspirada tras la lectura de un texto de orden filosófico, escrito por Egdar Allan Poe, intitulado “Eureka” y que en algún lugar del mismo recita: en la unidad original del ser primero, está contenida la causa secundaria de todos los seres, así como el germen de su inevitable destrucción. Es un conjunto de ideas, largo, inacabado, tortuosos, circular. Lo único que puedo compartir al respecto –lo más rescatable- es lo siguiente: Yo lo que creo es que los humanos nos encaminamos, directo, hacia nuestra propia destrucción. Que todos nuestros atisbos de progreso, no son sino pequeños pasos que nos conducen a nuestro fin. Y esta creencia no tiene nada de extraordinario, sino que está montada sobre un adagio elemental: el de que todo tiene un principio y un fin. Pero una cosa es –claro- que nuestra estancia en el cosmos esté sujeta a cierta caducidad –como el de todas las especies- y otra cosa es que, a instancias de ello, seamos incapaces de producir una sola cosa benéfica. Por otra parte, nuestra fugacidad no debería sumirnos en el pesimismo, sino –tal vez- en un profundo optimismo: el de saber que nos ha tocado vivir en un período intermedio entre nuestro nacimiento y nuestro ocaso y hacer lo mejor -a nuestro alcance- para hacernos la vida más soportable –a nosotros y a los demás. Lo que, sí, tal vez, me arranca profundas iras es pretender que sólo evolucionamos. Hay un trecho en la evolución que es lineal, pero el principio y el fin de ésta, son caóticos y poseen un atractor. Creo que evolucionamos dentro de un cierto margen pero, también, que -llegado el momento- cuando nuestra existencia deje de ser útil o necesaria dentro del cosmos, dejaremos de estar aquí. Vamos, entonces, progresando hacia nuestro cese. A fin de dar un cierto sustento a este conjunto de ideas, he acudido al acercamiento que hace algún tiempo tuviera a los Sistemas Lindenmayer. Pero esa parte es bastante estéril, como árida. Hasta aquí con eso.

Y todo este rollazo, ¿para qué? para decirte que, el hecho consistente en aceptar que en las relaciones humanas hay una carga intrínseca de injusticias no significa –ni nunca- que yo crea que esta aceptación es una resignación, un aceptar sumisa que las cosas tienen que ser así. Y no lo acepto porque dicha carga de injusticia se traduce -en no pocas ocasiones- en un perjuicio directo a la vida de muchos humanos. Pero si tampoco lo acepto, si no lo veo, tampoco, entonces, seré capaz de cambiarlo, de atemperarlo, de intentar dar una solución a ello. Aquí, la palabra “aceptar” la utilicé mal, tenía que haberla contextualizado. Aceptar quiere decir: razonar sobre la naturaleza humana, sobre lo que somos capaces y no somos capaces de hacer –no negar, por ejemplo, la sevicia, la crueldad, el sadismo, el sometimiento, la servidumbre con los que, en determinadas circunstancias, podemos actuar- y, luego, también con la razón, cambiar eso si nos inflige algún daño (lo malo es que la especie parece ser también aficionada al masoquismo).

Hay un gran problema en relación a esto, pero hay también una enorme ventaja. El problema reside en lograr que la mayoría de los humanos hagamos acuerdos sobre esto, llegar a un consenso y, sobre todo, actuar ejecutivamente en aras de dicho consenso. La ventaja, sin embargo, es también fuerte: se trata de un imperativo ético muy simple, muy sencillo y elemental, uno que –yo creo- la mayoría de los seres humanos tendríamos que estar dispuestos a aceptar (el ya mencionado: la preservación de la vida humana y el respeto a nuestro hábitat).

La realidad es, entonces, que detrás de mis palabras, de lo comentado en “Despierta Libertad” y de lo que últimamente estoy y estaré publicando en mi blog, hay ya –por mi parte- una asunción fuerte: ya es necesario actuar radicalmente. De otro modo, la suma de nuestra buenas acciones, por graduales y constantes que sean, terminará siendo opacada por sus acciones antípodas (quizá las leyes de la entropía prefiguran esto o, más bien, sea esto una confirmación a dichas leyes). Creo que tendrá que llegar un punto, y ya no queda lejos, en el que los humanos tendremos que luchar por conservar la vida como ahora la conocemos. Va a ser muy triste que la inacción, el impasse en el que actualmente nos hallamos suspendidos, derive, aún, en más dolor. De ser así, la especie total habrá resultado ser un gran error de la naturaleza. Un mal experimento.


Todo esto, en otras palabras, quiere decir: estoy de acuerdo contigo, hay que hacer cosas, proponer, salir a las calles, tomarlas, hablar, discutir, no permanecer estáticos. 

Nienna

“Más poderosa que Esté es Nienna, hermana de los Féanturi; vive sola. Está familiarizada con el dolor y llora todas las heridas que ha sufrido Arda por obra de Melkor. Tan grande era su pena, mientras la Música se desplegaba, que su canto se convirtió en lamento mucho antes del fin, y los sonidos de duelo se confundieron con los temas del Mundo antes que éste empezase. Pero ella no llora por sí misma; y quienes la escuchan aprenden a tener piedad, y firmeza en la esperanza. Los palacios de Nienna se alzan al oeste del Oeste en los límites del Mundo; y ella rara vez viene a la ciudad de Valimar, donde todo es regocijo. Visita sobre todo los palacios de Mandos, que están cerca de los suyos; y todos los que la esperan en Mandos claman por ella, pues fortalece los espíritus y convierte el dolor en sabiduría. Las ventanas de su casa miran hacia afuera desde los muros del mundo.”
El Silmarillion, Tolkien.

Errores sistémicos (como decir, “daños colaterales”, pero no) y remedio

I.      Errores sistémicos

Apenas estamos en los primeros días del nuevo año y ya pronto tenemos que enfrascarnos en el tren de injusticias, atropellos, trapacerías provenientes de mandatarios, legisladores venales, cuerpos represores, hombres de negocios, leer los muy puntuales y rabiosos anatemas de los criticastros del pensamiento no uniforme. Pareciera que el día primero apenas nos alcanzó para descansar un poco y ordenar nuestras ideas para ya al día siguiente -de inmediato- insertarnos otra vez en la brutedad. Si el final de año me gusta un poco, es por la atmósfera de suspensión y cese de que provee, en esos días pareciera que el mundo se hubiese acabado y tiene su fascinación contemplar las calles vacías e imaginar que, en efecto, se acabó. Pero esto dura veinticuatro horas a lo sumo.

La indignación de la semana, por ejemplo, se debe a la muerte de Susana Chávez, activista pro derechos humanos (quien acuñara la frase “Ni una muerta más” en alusión a los feminicidios en Juárez), cuyo cuerpo -ya inánime- fue hallado faltándole la mano izquierda (un insumo no menor en una mujer que también era poeta) en el centro de su ciudad. De aquí, entonces, surge el asombro de la semana: inverosímil concebir que, después de todo, se hayan aventado a -siempre sí- dar a conocer su muerte.

Ya convendría, quizá, hacerle como recomiendan en un post muy simpático que leí en un algún lugar argentino: saber verle a todo el cariz positivo, el lado bueno a las cosas, todo aquello benévolo, gratis que nos da la vida. De manera que, pensemos, por ejemplo, en que, para la próxima edición de la “Proceso”, ya tendremos variedad: de haberle tocado el turno a Marisela esta semana, pasaremos –ahora- al turno de Susana.


Todo, por ahora, sigue siendo lo mismo: ver, observar, leer, opinar, palpar el dolor de otros a través de la pantalla o de un pedazo de papel. Habituarnos. Cuando mucho, imaginar.

Pues ya va siendo hora de que programemos una fecha para renunciar a seguir alimentando a este leviatán moderno (la globalización económica) y aniquilar también todas sus disfunciones que son, además, de tipo sistémico (creo que es clarísima la consecuencia de esto último).  


II.    Remedio

Me permito en este post copiarle el formato al bloguero de “Año 11 de la Oscuridad”, con el propósito de comentarles de un remedio muy útil y eficaz para estos días de invierno en los que medio mundo anda malo de la tos. A mí me sorprendió muchísimo la funcionalidad del remedio. Además, es muy sencillo.

Tomas una cuchara de ésas soperas y la metes en un bote con miel de modo que la cuchara salga llena –al ras- de la sustancia; luego le pones un ajo –ya pelado- y te metes la cuchara en la boca. Te lo comes, masticas el ajo. Hay personas a las que les da mucho asco el ajo. En lo personal, la mezcla dentro de mi boca me agradó mucho, a mí particularmente me ha gustado siempre el ajo. Si eres de los que no soporta el sabor del ajo, puedes probar una variante. Hierves leche, le agregas miel y un ajo, te tomas la mezcla con el ajo. De la variante, sin embargo, no certifico nada, pues la que yo probé fue la primera mezcla.

Les cuento. Llevaba ya tres días enferma de mi garganta al punto de quedarme casi afónica. No me había tomado ningún medicamento y, claro, empeoraba. No me gusta estar enferma de la garganta y no tenía modo de salir a la calle a ver un médico. Recordé haber escuchado a alguien decir que el ajo es un antibiótico natural muy efectivo (tal vez lo dijo, por la radio, Erick Estrada, doctor en antropología médica por la UNAM). Me dirigí a la cocina y probé la mezcla. Una dosis me la tomé en la mañana, una por la noche. A la mañana siguiente estaba completamente restituida. Se me quitó la afonía, el dolor de garganta, la tos, el combo completo, vaya. Al siguiente día, a fin de reforzar el remedio, volví a tomarme la misma dosis y curé totalmente. Lo que me tiene muy sorprendida es que no precisé de fármacos o antibiótico alguno para curarme, con el remedio alcanzó.

Es importante tomar en cuenta que una misma planta o hierba, puede producir efectos diferentes en las personas y que las propiedades curativas de la planta o hierba  en cuestión, dependen de la calidad mineral de la tierra en la que la hierba o planta ha sido sembrada. Así, por ejemplo, un té de anís proveniente de, por decir, tierras mexicanas que puede resultar muy benéfico para curar cólicos estomacales en un bebé, podría, sin embargo, ser altamente tóxico si la hierba proviene de otras tierras.

Mi abuelo hace algunos años se compró un libro muy grande, blanco, de pastas duras –creo que editado por el F.C.E.- en el que uno puede aprender cosas de la curación con hierbas. Hay personas que se dedican con seriedad a estudiar las propiedades curativas de las plantas en escuelas de alto prestigio como la Universidad de Chapingo. En la maestría, por ejemplo, conocí a un compañero que, además de médico y profesor de la Facultad de Medicina de la UNAM, estaba por terminar su doctorado en Biología. Su tesis de doctorado versaba sobre el control de los niveles de azúcar en pacientes diabéticos a través de una planta recién descubierta en el Norte de México. No recuerdo el nombre de la planta, pero creo recordar que el compañero mencionó que ésta era parecida a una papa. Nos comentaba que una de las partes sustantivas de su estudio se centraba en el proceso de comprobación de la efectividad de la planta en la cura –que es largo- y que, entonces, una de las variables fundamentales a medir era, justamente, el cambio de propiedades en la planta al cambio de tierra.

A sabiendas de los crímenes y tropelías de las grandes industrias farmacéuticas, no está mal acudir -de pronto- a la curación con hierbas si y sólo si estamos frente a enfermedades que, de manera probada, han sido tratadas eficazmente por esta vía o, en general, de enfermedades menores. Considero que cuando se trata de enfermedades delicadas, lo mejor es acudir al médico convencional y seguir -sin tampoco caer en devocionismos- las prescripciones indicadas. Son innegables los avances de la ciencia médica tradicional y los beneficios que han rendido en cientos de miles de humanos. 

Hecatombe

Rius, Alejandro Magallanes, El Fisgón y otros moneros, han echado a andar la campaña “No más sangre” en respuesta a los ya más de treinta mil muertos que van en el sexenio del hombre que ocupa, usurpándola, la presidencia de este maltrecho país, me refiero –claro- a Felipe Calderón. Yo cuando pienso en más de treinta mil muertos, pienso en una hecatombe. No encuentro otro término para designar lo que está ocurriendo (más lo que viene).

Deseo que logremos encontrar la fuerza suficiente (unión), la inteligencia (organización y una articulada defensiva ideológica) a fin de salir airados de la situación, pero no sólo para eso, también para darle fin.

Por supuesto, me uno a la demanda y cuelgo aquí en mi blog el cartelito que anda rolando por las diversas redes sociales (son las formas de protesta a las que se ase el internauta ante la impotencia).

¡Y qué ironía! con la llegada –vía el fraude- de Felipe Calderón al poder, vivir en México se ha convertido en un auténtico peligro para muchos. El peligro para una nación entera, para un grupo de humanos entero, radica en abdicar al pensamiento, a la independencia de criterio, al gusto por el disenso. Por eso hoy –porque eso les sucedió a todos los mexicanos que convalidaron el fraude- vivir en México es un peligro. Tenemos lo que queremos o lo que algunos mexicanos quisieron (personalmente, luché junto a otros mexicanos, para no tener esto). Espero que queramos pronto salir de esta estiercolera.

NOTA: Pedro Miguel, desde su blog “Navegaciones”, hace la siguiente recomendación respecto al cartel: “Difúndelo. Reprodúcelo. Volantéalo. Pégalo en tu coche. Exhíbelo en tu ventana y en tu puerta. Envíalo por correo electrónico y convencional. Tuitéalo y feisbuquéalo. Grítalo. Exígelo. ¡Basta de sangre!”.

O Felix - Azam Ali




 


INTÉRPRETE: Azam Ali
ÁLBUM: Portals of Grace
AÑO: 2002

Clair-obscur

Construyo mi realidad, cada minuto, cada segundo. Soy artífice de mis fantasías y artesana de mis desazones. Amanece, me pregunto qué sentido tendrá que yo siga respirando y hasta qué punto puede mi conciencia seguir soportando la carga de mis cavilaciones. Transcurre el día, la luz solar que desde temprano baña a las plantas de la sala me insta a pensar que tal vez hay un sentido en todo esto, que ya más bien me convendría adherirme a la creencia de un sentido metafísico y así renunciar a la penuria, a la soledad de saber cuánto accidente somos, cuán transitorios, efímeros,  no trascendentes. Yo he renunciado a Dios hace muchísimo tiempo; quizá él haya renunciado a mí primero. Despersonalizarme es una palabrita que encontré en un libro que no he podido concluir (llevo casi dos años intentando leerle). El libro me ha parecido una repetición de otras historias –mil veces mejor contadas- que, en su momento, me infligieran de fuertes sacudidas. Hay dos, tres libros en mi vida que definen la esencia de lo que yo sería después, de mi carácter. Siempre estoy a la espera de otro gran libro, de otra gran historia, de un conjunto magno de palabras que vuelvan a arrobarme, a devolverme el hálito perdido. Quijotilla soy y siempre. Es en el pensamiento, en las palabras, en las ideas en donde siento. Pero decía que hallé esta palabra –la de despersonalizarse-, la de cesar de pensar en mí misma, la de no pensar más sobre mis propios pensamientos y entregarme a la actividad de pensar en los otros, en el afuera. Todo lo que distingue a mi especie es todo lo que odio de ella. Podría decirse que criaturas como yo están destinadas a perecer al no lograr la adaptación. Una definición de inteligencia –no sé por qué me pesa tanto- que recuerdo de mis clases de “Inteligencia artificial” dice: inteligencia es la capacidad de adaptarse al medio. Poseo la suficiente cordura para comprender que es uno quien va proyectando las líneas de su propio zigzaguear, pero también advierto que, en conjunto, se pierde la sincronía porque ya no es una voluntad –sino la unión de varias- intentando marcar el trazo, la nueva singladura, recorrido que a todos habrá de trastocar. Y si hasta hace poco me había confortado con aceptar la gradualidad con que las cosas pueden mejorar –me he reconocido pacifista-, al hacerlo, siempre estuve consciente del costo en vidas, en dolor ajeno, en sufrimiento que tal gradualidad acarrearía; mas me decía -dicotómica: o gradualidad y cambio u otros derroteros y nada. Porque la gradualidad implica pensamiento, pero otros derroteros –si se conciben desde la visceralidad y la estupidez- poco harán para precipitar el cambio. Pero mientras todo ocurre –aunque, en realidad, está ocurriendo ya (no quiero conjurar el cambio a un happy ending siempre a asirse, siempre en el horizonte, siempre como acicate)-, se pueden ganar muchas cosas y perderse otras. Y ¿qué nos garantiza que, al final, el saldo sea positivo y logremos nuestro propósito?, ¿qué nos lo garantiza si -como creo- evolucionar es retroceder?  

Si el dolor, la defección, la mentira, el ultrajar, el destruir es constitutivo de nuestra especie, ¿por qué nos afanamos en lo contrario?, ¿por qué vamos contra natura pretendiendo que con nuestro “pensamiento”, con nuestro “razonar” habremos de subvertir el fluir de nuestro carácter?, ¿y si mejor nos entregamos a la barbarie, a nuestra brutedad y –desaforados- terminamos de asestarnos el último golpe? Todo apunta a la destrucción, al cese. Si es con la razón, terminamos en la aridez, exangües, demasiado “correctos”. Si es con el corazón, devoramos otros o entregamos en sacrificio el nuestro. Y la unión de pensamiento y sentimiento, esa gran simbiosis del ser, ¿en quién existe?, ¿cómo dosificarla?

Tal vez en mí la saciedad llega pronto, tal vez la esperanza en mí es apenas una simiente que comienza a crecer, tal vez me falten convicciones, tal vez mudo de ideas como de calcetas, PERO, sí quiero decir que haría lo que fuera ahora, lo que sea, por ver sufrir a menos personas, por fotografiar más sonrisas con mi memoria, por ver desaparecer la amargura en varios ejemplares de mi especie, por abrazar a quien quiera que se sienta solo y decirle que eso no ha sido nunca cierto.

Diapasón somos de este gran mecanismo autodestructivo. Somos la causa de nuestro cese. Podríamos comenzar a reconstruirnos y no pensar más en que estamos predeterminados por algún destino siniestro o por la herencia o por la historia, sino que somos -cada uno- un yo incondicionado, contingente, susceptible -segundo a segundo- al remozamiento.  

No habrá modo de franquear la frontera que te separa de mí, pero debes saber que detrás de mi muralla estoy yo (anti-mantra).

Hacinamiento (post atrasado 4/15)

Hace varias semanas, en un viaje relámpago a Zumpango, en el que el autobús nos internó en la carretera hacia Pachuca, divisé –en fila- varios de esos fraccionamientos que se pierden entre los vastos páramos que flanquean a la carretera. Hablo de estos fraccionamientos en los que centenares de casas, una al lado de la otra, minúsculas, homogéneas, aparecen cohesionadas por el perímetro de una barda, dando la impresión de que se trata de alguna fortaleza de la que no es posible escapar. Luego, varios cientos de metros de tierra desolada y, otra vez, fraccionamientos, intercalándose. El sentimiento que experimenté fue variopinto porque pasas de comprender la necesidad de las personas, a no entender cómo se permiten vivir así. Mi pensamiento básico fue: uno no debiera permitirse vivir así. Uno no debiera porque no es posible que, siendo habitantes de un territorio tan extenso como es el mexicano, aceptemos un cacho de tierra que, lo que menos tiene, es tierra. Una casucha construida en 60 metros cuadrados, una estancia en la que no sabes si meter la sala o el comedor o cómo hacer para “tapar” la cocina –ni hablar, a comprar cocineta, lucirá menos mal. Un piso segundo con dos recámaras en las que, hasta a la más sana de las mentes, le provocaría claustrofobia. Un patio frontal con un césped allí monón –muy ecológico-, para guardar el coche. E insisto, uno no debiera permitirse vivir así porque a mí me parece que vivir así es aceptar una forma moderna de sometimiento. Es aceptar que un trabajador, después de años y años de estar cotice que cotice en el Infonavit, lo mejor que puede merecer o lo mejor –peor- a lo que puede aspirar es a una de esas viviendas uniformes, despersonalizadas, frías, en las que, me pregunto, ¿podrá crecer una plantita, le llegará la luz del Sol? o, ¿podrá uno tener en esos patios de servicio exiguos, pero –eso sí- “funcionales” un animalito como un perro?

Yo he tenido la particular fortuna de vivir, casi todo lo que llevo de vida, en lugares con un espacio normal o medio –con muchos sacrificios, pero mis padres siempre hicieron ese esfuerzo. Y entiendo perfecto que mi país está repleto de personas muy pobres a las que no les queda más que vivir en alguna ciudad pérdida a orillas de la urbe, bajo una casa de cartón o láminas –desvencijada- cubriendo un área diminuta. Pero tales personas son o pertenecen, por lo regular, a los pobres del mundo, al conjunto de personas que todo en su vivir es arreglárselas para conseguir el pan diario. Y, por tanto, el hambre y miseria que padecen, poco les da para pensar en otras formas de vivir. Estos humanos tan lastimados y marginados por la propia forma en que está configurado el mundo, no cuentan siquiera con un trabajo estable y una paga regular, no tienen seguridad social, poseen poca o nula instrucción, en fin, se trata de humanos totalmente viviendo a la intemperie –en sentidos literal y figurado.

Yo presupongo que la situación de muchas personas en mi país es tan precaria que, ni hablar, no queda más que aceptar la casita que te entreguen allá, en Los Reyes, la Paz, para vivir, lejos, en un huevo. Y lo presupongo porque yo misma no vivo en la bonanza, porque ya sé qué significa ser responsable de un hogar –mi pequeño hogar- y salir a trabajar para cubrir los servicios y tu alquiler, etcétera. A pesar de todo, yo digo -me digo-, uno no debiera permitirse vivir así.

Una vez platicando con un querido amigo, le decía que yo mejor me iba a vivir a la milpa, antes de aceptar vivir en uno de esos departamentos. Hay mucho campo allá afuera, mucha tierra –y mar- para empecinarnos en vivir hacinados alrededor de la ciudad (y lo dice alguien que ama a esta ciudad). Ahora diré una pirada. Mi sueño es terminar con mis intereses académicos acá, y luego irme cerca del mar –cualquier mar, de cualquier parte del mundo-  en donde pueda con un botecito, internarme de pronto en sus aguas.

Ya hace tiempo viví en el estado de Morelos, por dos años, y fue de las mejores cosas que pude tener en mi vida; tengo la perfecta capacidad para vivir lejos de la ciudad. Todavía recuerdo -con mucho cariño- los arroyuelos en los que nos deslizábamos, mis hermanos y yo –especie de tobogán- con el Iztaccíhuatl como fondo.

Vuelvo a decir, uno no debiera permitirse vivir así; mostremos una mínima de indignación, que parezca que por nuestras venas todavía fluye sangre, que no hemos perdido la rebeldía. Rechacemos estas casuchas de unicel, permutémoslas por aire, tierra y un cielo estrellado –uno que pueda admirarse.



El siguiente epigrama que una vez me compartiera un eventual lector de este blog, me provocó el comentario que, al final, coloco:

"El desasosiego conmigo mismo y con lo que me rodea me ha empujado a la abstracción; intento desarrollar la idea de un progreso infinito de la filosofía, intento mostrar que la exigencia inevitable que hay que plantearle a cada sistema, la reunión del sujeto con el objeto en un absoluto ("yo", o como se quiera denominar) es posible estéticamente en la intuición intelectual, pero que teóricamente sólo lo es mediante una aproximación infinita."

Si Hölderlin se hubiera refugiado en las Matemáticas y no en la poesía, tal vez habría muerto de muerte natural. Una de las razones por las que decidí cambiar a la Filosofía por las Matemáticas, fueron las interminables horas que me la pasaba cavilando; casi siempre llegaba a conclusiones existencialistas. Cuando comprendí que todo es nada, sentí un gran susto y deserté.

Bloguear (post atrasado 2/15)

Una de las cosas que me gusta mucho de bloguear es que uno se topa con toda suerte de micro-universos. Me gustan mucho los blogs en donde se exhiben fotos de naturaleza. Una vez me encontré con los blogs de unos biólogos –todos se siguen entre ellos, deben tener su cofradía- en los que muestran fotos de plantas muy exóticas y, al tiempo, bonitas; creo que esos biólogos, si no recuerdo mal, viven en Baja California Sur (hace mucho que hice parada en sus lares y no he vuelto). También me gustan los blogs que reflejan a personas humanas, viviendo su día a día, contándonos de la belleza de sus hallazgos, algo de sus penas y alegrías, pedazos de su pensamiento y de su cotidiano trajinar (en el fondo, son mis blogs favoritos). También los hay de literatura, aquéllos que gustan de coleccionar poemas o extractos de novelas, cuentos qué sé yo. Me gustan los blogs darketos porque todos se parecen mucho: chicas a lo Emilie Autumn, fondo oscuro, literatura depresiva, música que, si es neoclásica, darkwave o ethereal gothic, cae por lo regular bien a mis oídos. En realidad, estos blogs me despiertan mucha ternura; los chicos que suelen refugiarse en la onda dark son siempre almitas ultra sensibles, más bien vulnerables e inofensivas. Como yo siempre he tenido una manifiesta inclinación hacia lo oscuro –sin nunca, en mis años adolescentiles, haber sido dark (menos ahora)-, pues, en el fondo, creo comprender el rollo en el que se clavan: todo un mundo fantasmagórico para hacerse la vida más pasable.

Hay también blogs de personas que escriben muy bien, con gran elocuencia y en los que uno puede aprender muchas cosas (todo depende de la especialidad de la persona). Blogs de outsiders de la cultura, gente que vive en los límites de lo establecido, rebasándolo o eso parece. No pueden faltar los blogs de los anarquistas-marxistas-comunistas-maoístas y las más “radicales” posturas políticas; música de protesta, poesía perdida, nostalgia.

Cada blog parece reflejar mucho de su creador, de sus aficiones, de sus temas recurrentes, sus obsesiones, sus filias y fobias, convicciones. También están los blogs de los filósofos, los lingüistas, los que aman el pensamiento puro, los matemáticos y eso, los que gustan de los símbolos y los lenguajes. No pueden faltar tampoco los blogs de los escépticos que, dicho sea de paso, apenas si logran comprender al otro bando –los pseudocientíficos. Digo el “otro bando” en relación a sus convicciones de tipo epistemológico. Una persona, difícilmente, puede ser catalogada con un par de adjetivos; ya se ha dicho que generalizar, por lo regular, es poco más que estrecho.

Hay tantos blogs como tipos de personas; algunas personas comparten o compartimos ciertas aficiones –de allí surgen las amistades-, el modo de contemplar la vida, de ponderarla. En un esfuerzo de síntesis, podemos intentar clasificar a los diversos tipos de personas que hay en el mundo (alegres, melancólicos, arrojados, despreocupados, etc.). Sabemos, en realidad, que una sola persona puede presentar más de una tendencia, este tipo de abstracciones son, por lo regular, simplistas y se pierde mucha información cuando son hechas. Algo similar pasa con los blogs. Ahora, por ejemplo, me acabo de acordar del chico de las galgas o de este muchacho musulmán que, con todo ahínco, busca explicar que su religión no es ese cúmulo de fanatismos que pinta occidente; o el blog del chico –tamaña crisis de risa me pegó cuando le leí-, haciéndole una oda a la mierda, sí, a la mierda –aunque, en realidad, creo que la oda la tomó de otra parte. También están los nihilistas –ahorita estoy usando la acepción menos completa de la palabra-, los blogs sobre ciencia, sobre moda, los blogs melómanos. En fin, de todo hay.

Bloguear es una actividad que hago con cierta frecuencia últimamente –de un par de años para acá- y en la que me siento muy a gusto. Cuando lo hago, procuro recordar que la vida no se vive a través de una pantalla; bloguear es una forma muy didáctica de conocer a los otros, pero no es una forma directa como, en realidad, prefiero.

I

Hacía poco ella había recibido una opinión de sí misma que, si bien le causó bastante hilaridad, no dejó de producirle cierto ruido en la chaveta. Como es natural en ella, recordó, para sublimar –un ejercicio que tiene sus ventajas- estas palabras de Zweig y, con ello, alcanzar cierta calma:

“Llamaré demoníaca a esa inquietud innata y esencial a todo hombre, que lo separa de sí mismo y lo arrastra hacia lo infinito, hacia lo elemental. Es como si la Naturaleza hubiese dejado una pequeña porción de aquel caos primitivo dentro de cada alma y es a donde salió: a lo ultra humano, a lo abstracto. El demonio es, en nosotros, ese fermento atormentador y convulso que empuja al ser, por lo demás tranquilo, hacia todo lo peligroso, hacia el exceso, al éxtasis, a la renunciación y hasta a la anulación de sí mismo.”

Pero la calma iba que venía, como espumeantes olas que bañan litorales en tardes en las que la marea no se decide a dar tregua. Y sólo pudo ser absoluta hasta que topó con este muchacho centroamericano de sonrisa perenne.

II

Avanzaba ella, concentrada por completo en su pensamiento, con ese gesto típico que le ha marcado este escandaloso surco en la frente. A continuación, muda intempestivamente de este ensimismamiento a la contemplación y, entonces, el surco se esfuma de la frente y estrellas muy pequeñitas parecen brillar desde sus ojos.

III

Caminaba con rumbo al metro de vuelta de uno de sus ya acostumbrados recorridos por ciudad conocimiento. Multitud de aprendices seguían por la misma vereda y, así –rodeada y rodeando- hacia su más cercana parada, se aproximaba. De pronto,  parecióle ver a joven algo sui generis encaramado en la acera. En una mirada rápida y furtiva logra hacer el mapeo completo del rostro del chico. Luego, siente que él la mira como escudriñando, pero, en fracción de segundos, se disuade de que no. A dos metros de llegar a él, ve que el muchacho centroamericano señala con el índice en dirección a ella, esboza franca  sonrisa y entonces proferir lleno de asombro: “Muchacha buena. ¡Desde Centroamérica!”.

Continúa ella su caminata, hasta pasar muy cerca de él y sólo cuando está a punto de rebasarlo comprende que es a ella a quien dirige la exclamación. Entonces -lenta como es en el pensar- avanza unos dos, tres metros y sólo segundos después decide voltear hacia atrás para mirarlo. Él, todavía en su acera, sigue su caminar y la mira con la sonrisa aún dibujada en sus labios. Entonces, volteados, mirándose el uno al otro, ríen, dejando escapar al fulgor de sus ojos. Se despiden con la mirada y el alma.

IV

Muchacha buena. No muchacha inteligente, ni bonita. No muchacha rara, ni densa o evanescente. Tampoco lívida o liviana. No rebelde, no contestataria, no iconoclasta y, menos, obsecuente. Tampoco diva, ni misteriosa. Nada. Sólo buena, como transparente.

V

Muchacho centroamericano vestía de negro: pantalón, suéter y –debajo- blusa blanca; su pelo aparecía sujeto a una cola. Poseía una grande y hermosa cabeza dolicocéfala; sus ojos eran refulgentes, negros y penetrantes. Nariz recta, labios carnosos y el color de su piel, como el de una aceituna. Frente amplia.


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