Errores sistémicos (como decir, “daños colaterales”, pero no) y remedio

I.      Errores sistémicos

Apenas estamos en los primeros días del nuevo año y ya pronto tenemos que enfrascarnos en el tren de injusticias, atropellos, trapacerías provenientes de mandatarios, legisladores venales, cuerpos represores, hombres de negocios, leer los muy puntuales y rabiosos anatemas de los criticastros del pensamiento no uniforme. Pareciera que el día primero apenas nos alcanzó para descansar un poco y ordenar nuestras ideas para ya al día siguiente -de inmediato- insertarnos otra vez en la brutedad. Si el final de año me gusta un poco, es por la atmósfera de suspensión y cese de que provee, en esos días pareciera que el mundo se hubiese acabado y tiene su fascinación contemplar las calles vacías e imaginar que, en efecto, se acabó. Pero esto dura veinticuatro horas a lo sumo.

La indignación de la semana, por ejemplo, se debe a la muerte de Susana Chávez, activista pro derechos humanos (quien acuñara la frase “Ni una muerta más” en alusión a los feminicidios en Juárez), cuyo cuerpo -ya inánime- fue hallado faltándole la mano izquierda (un insumo no menor en una mujer que también era poeta) en el centro de su ciudad. De aquí, entonces, surge el asombro de la semana: inverosímil concebir que, después de todo, se hayan aventado a -siempre sí- dar a conocer su muerte.

Ya convendría, quizá, hacerle como recomiendan en un post muy simpático que leí en un algún lugar argentino: saber verle a todo el cariz positivo, el lado bueno a las cosas, todo aquello benévolo, gratis que nos da la vida. De manera que, pensemos, por ejemplo, en que, para la próxima edición de la “Proceso”, ya tendremos variedad: de haberle tocado el turno a Marisela esta semana, pasaremos –ahora- al turno de Susana.


Todo, por ahora, sigue siendo lo mismo: ver, observar, leer, opinar, palpar el dolor de otros a través de la pantalla o de un pedazo de papel. Habituarnos. Cuando mucho, imaginar.

Pues ya va siendo hora de que programemos una fecha para renunciar a seguir alimentando a este leviatán moderno (la globalización económica) y aniquilar también todas sus disfunciones que son, además, de tipo sistémico (creo que es clarísima la consecuencia de esto último).  


II.    Remedio

Me permito en este post copiarle el formato al bloguero de “Año 11 de la Oscuridad”, con el propósito de comentarles de un remedio muy útil y eficaz para estos días de invierno en los que medio mundo anda malo de la tos. A mí me sorprendió muchísimo la funcionalidad del remedio. Además, es muy sencillo.

Tomas una cuchara de ésas soperas y la metes en un bote con miel de modo que la cuchara salga llena –al ras- de la sustancia; luego le pones un ajo –ya pelado- y te metes la cuchara en la boca. Te lo comes, masticas el ajo. Hay personas a las que les da mucho asco el ajo. En lo personal, la mezcla dentro de mi boca me agradó mucho, a mí particularmente me ha gustado siempre el ajo. Si eres de los que no soporta el sabor del ajo, puedes probar una variante. Hierves leche, le agregas miel y un ajo, te tomas la mezcla con el ajo. De la variante, sin embargo, no certifico nada, pues la que yo probé fue la primera mezcla.

Les cuento. Llevaba ya tres días enferma de mi garganta al punto de quedarme casi afónica. No me había tomado ningún medicamento y, claro, empeoraba. No me gusta estar enferma de la garganta y no tenía modo de salir a la calle a ver un médico. Recordé haber escuchado a alguien decir que el ajo es un antibiótico natural muy efectivo (tal vez lo dijo, por la radio, Erick Estrada, doctor en antropología médica por la UNAM). Me dirigí a la cocina y probé la mezcla. Una dosis me la tomé en la mañana, una por la noche. A la mañana siguiente estaba completamente restituida. Se me quitó la afonía, el dolor de garganta, la tos, el combo completo, vaya. Al siguiente día, a fin de reforzar el remedio, volví a tomarme la misma dosis y curé totalmente. Lo que me tiene muy sorprendida es que no precisé de fármacos o antibiótico alguno para curarme, con el remedio alcanzó.

Es importante tomar en cuenta que una misma planta o hierba, puede producir efectos diferentes en las personas y que las propiedades curativas de la planta o hierba  en cuestión, dependen de la calidad mineral de la tierra en la que la hierba o planta ha sido sembrada. Así, por ejemplo, un té de anís proveniente de, por decir, tierras mexicanas que puede resultar muy benéfico para curar cólicos estomacales en un bebé, podría, sin embargo, ser altamente tóxico si la hierba proviene de otras tierras.

Mi abuelo hace algunos años se compró un libro muy grande, blanco, de pastas duras –creo que editado por el F.C.E.- en el que uno puede aprender cosas de la curación con hierbas. Hay personas que se dedican con seriedad a estudiar las propiedades curativas de las plantas en escuelas de alto prestigio como la Universidad de Chapingo. En la maestría, por ejemplo, conocí a un compañero que, además de médico y profesor de la Facultad de Medicina de la UNAM, estaba por terminar su doctorado en Biología. Su tesis de doctorado versaba sobre el control de los niveles de azúcar en pacientes diabéticos a través de una planta recién descubierta en el Norte de México. No recuerdo el nombre de la planta, pero creo recordar que el compañero mencionó que ésta era parecida a una papa. Nos comentaba que una de las partes sustantivas de su estudio se centraba en el proceso de comprobación de la efectividad de la planta en la cura –que es largo- y que, entonces, una de las variables fundamentales a medir era, justamente, el cambio de propiedades en la planta al cambio de tierra.

A sabiendas de los crímenes y tropelías de las grandes industrias farmacéuticas, no está mal acudir -de pronto- a la curación con hierbas si y sólo si estamos frente a enfermedades que, de manera probada, han sido tratadas eficazmente por esta vía o, en general, de enfermedades menores. Considero que cuando se trata de enfermedades delicadas, lo mejor es acudir al médico convencional y seguir -sin tampoco caer en devocionismos- las prescripciones indicadas. Son innegables los avances de la ciencia médica tradicional y los beneficios que han rendido en cientos de miles de humanos. 

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