jueves, 4 de junio de 2020
by Eleutheria Lekona
Para nadie es un secreto el hecho de que pertenecer a un círculo social determinado, implica adoptar de manera consensuada un conjunto de preceptos sociales que son aceptados tácitamente por las personas en el círculo en cuestión, sin cuestionar demasiado esos preceptos. Lo cual ocurre por la simple fuerza de la costumbre; es decir, porque el círculo ha internalizado de tal forma sus hábitos diarios, que ya ni siquiera se plantea su efectividad. Esto es hasta cierto punto una ventaja porque ayuda a la consolidación de nuestras leyes cuando son necesarias, y nos permite eliminar obstáculos imprevistos ante la nueva ley. Incluso, hay una serie de normas y pautas no tácitas ni escritas pero implícitamente aceptadas que se instrumentan convencionalmente para de algún modo castigar o sancionar a quienes no se ajusten en forma biunívoca a las leyes sociales así establecidas. Esto no debe sorprendernos, ya que todas las sociedades funcionan así, marginando de forma no expresa a quienes no se sometan a su normativa. El lugar más común en el que sucede esto, por ejemplo, es la escuela. Es imposible no recordar cuando eres un niño o un adolescente, y todos tus compañeros de clase te aplicaban la ley del hielo porque no te sometías a sus normas, o porque no adoptabas sus códigos comunicacionales o de convivencia. La verdad es que esto que parece tan infantil tiene un importante peso en nuestra constitución como individuos y tiene un innegable correlato en nuestro pasado antropológico.
Ahora bien, hay muchas maneras de sancionar a alguien socialmente o moralmente antes de incurrir en sanciones de tipo legal, sin embargo, hay también muchas leyes que son simplemente leyes morales cuya violación, por ende, jamás podrían dar pie a una sanción legal.
En realidad, la idea en este escrito es precisamente no hablar de la sanción legal, sino de la sanción moral que te impone socialmente un grupo cuando no te sometes de forma omnímoda a sus mandamientos. La sanción legal, al menos en una visión de no infractor e incluso en mi visión supersometida a la norma legal, estaría indudablemente justificada en cuanto a mi idea de las sanciones en este sentido. Es decir, acepto indudablemente que las sanciones legales a las conductas que rompen con el canon social están más que justificadas, siempre y cuando no haya injusticia. Ese es un hecho incuestionable para mí y creo que es lo que me aleja de la visión de un sociópata, por ejemplo. Pero me aleja también de la idea según la cual el mejor estado en que puede vivir el hombre en sociedad es el estado de anarquía. Dicho esto, comienzo con la brevísima idea que quiero delinear aquí.
La intención es simplemente anotar que hay una tensión entre el fascismo de las mayorías y el individualismo extremo de naturaleza no fascista cuando alguien decide no someterse al conjunto de normativas o reglas que por convención se están adoptando. Aceptando que hay ciertas conductas en masa cuya resultante es una variante del fascismo. La tensión se da en la forma de un castigo o de una sanción moral no explícita que, sin embargo, todo el mundo inflige a aquel que no ha actuado de acuerdo a lo que se esperaba. Es una manera bastante infantil que tienen de actuar las mayorías. Pero supongo que para algunos es la única forma de hacer tangible y operativo el biopoder con el cual han sido dotados. No sé incluso si haya algunos individuos que gocen con esto, no sé si el hecho de que vean su biopoder incrementado socialmente sea lo que los lleve a actuar así, es decir, el simple hecho de sentirse poderosos, aun confundidos entre las mayorías.
Puede ser un fenómeno de naturaleza sociológica, pero puede ser al mismo tiempo un mecanismo de defensa y supervivencia que el individuo masa activa cuando se siente relegado o empequeñecido.
La gran paradoja de la época presente o postmodernidad es que, cuanto más individualistas somos, más masa somos, puesto que cada miembro de las mayorías aspira más a ser único e inconfundible, y tal vez es esto —esta necesidad de destacar—, lo que lleva a los más individualistas de entre todos los individuos en la masa a, irónicamente, actuar de manera más armónica con las mayorías. Más complaciéndolas, más asintiendo con ellas, para poder más recibir su biopoder e incrementar así su propio poderío, el cual, en este caso, no es otra cosa que suma de biopoder.
Por lo tanto, el individuo aislado al que invoqué de manera hipotética al inicio de este párrafo, que no está dispuesto a sacrificar hasta el último reducto de su individualidad para congraciarse con el colectivo, sería en realidad, el menos egoísta en el grupo. Aceptando, por supuesto mi petición de principio, según la cual quienes más interesados están en complacer a la masa, lo hacen para incrementar su biopoder, es decir, en un sentido o con una intención instrumental. Pero aceptando, también, que quien no se somete y no se pasea con sus prendas de vestir en sociedad, es castigado, vapuleado y excomulgado de la misma. Es decir, aceptando que ejercer nuestra individualidad sin cortapisas tiene un precio.
Tal vez lo que intento dar a entender con este planteamiento es que existe una manera de estar en equilibrio con nuestro entorno y con nosotros mismos sin perder de vista nuestra propia seguridad individual ni sin sacrificar nuestro propio bienestar psíquico. Especialmente para aquellos que necesitamos ser fieles a nuestras certidumbres antes de aceptar una idea.
Finalmente, lo que quiero decir es que opino también que en esta época las mayorías están enfermas y que por eso, cuando alguien no se somete a los predicamentos de estas, estas oprimen de manera fascista a los individuos con una efectividad pocas veces vista con anterioridad. Esto en algún sentido tiene relación con lo que planteaba en mi otro escrito, es decir: al la sociedad estar compuesta por individuos enfermos, es natural que la sociedad al mismo tiempo sea una entidad enferma. Sin embargo, la desproporción que hay entre la fuerza que la sociedad aplica actuando como mayoría, para imponer su voluntad, y la fuerza de un individuo aislado actuando sin fuerza numérica alguna, debiera hacernos reconsiderar lo peligroso que resulta en nuestra época confiar en el criterio de las primeras. Y por consecuencia, plantearnos seriamente el papel que las redes sociales, como vehículo de las mayorías, por ejemplo, juegan en todo esto.
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Tal vez yo siento esta necesidad extraordinaria de ser yo misma estos días y atrincherarme en mí misma porque palpo a través de las redes sociales (no solo por el acoso que he vivido, aunque sí en parte por ello) una descomposición muy importante a nivel social y, muy tristemente –que es tal vez la que más me preocupa por mi inclinación a las cuestiones sociales– una descomposición de las estructuras sociales de izquierda, completamente impregnadas, controladas y manipuladas por la agenda globalista. Empero, de esto trataré de no hablar ya porque tampoco se vale que yo transmita mi desencanto a los demás. Mi experiencia no tiene por qué ser la experiencia de los demás y si hay gente allá fuera que de manera genuina lucha por transformar lo fétido de nuestra sociedad, aun en forma manipulada –por el control externo a la izquierda–, tal vez deba ser esa persona por sí misma la que se dé cuenta de que esto está ocurriendo y no que se entere porque yo lo diga.
Ahora bien, otro hecho a subrayar es que yo creo que la izquierda en sus bases sociales como tal, está destrozada, por la simple y sencilla razón de que observo, en términos históricos, que desde la caída del bloque soviético, la disidencia de cualquier tipo en los países occidentales (y países en las periferias si les molesta la etiqueta occidental para Latinoamérica) está controlada por las élites globales a través de ongs, think tanks y agencias de manera muy sutil, tan sutil que solo unas cuantas personas se dan cuento de ello.
Generalmente, cuando la opresión es muy obvia es fácil combatirla y por eso ahora los regímenes totalitaristas –esa categoría de Occidente– son tan fáciles de desmantelar. Atacar a un Trump o a un Bolsonaro es fácil, solo tienes que aplicar los diez puntos de la metodología de Gene Sharp, tener recursos, financiación y agencias de desestabilización a tu alcance, tal y como ocurrió y ha seguido ocurriendo con las llamadas primaveras árabes, para lograrlo. Nunca debería de ser borrado de nuestras cabezas que las llamadas primaveras árabes que ahora tienen hundidos a países que otrora gozaban del índice de desarrollo humano más alto en la región, como Libia en 2011, fueron impulsadas, creadas y concretadas a través de una red social, Twitter en específico. Luego entonces, lo verdaderamente difícil no es desmantelar a los países totalitarios, lo verdaderamente difícil es identificar a las tiranías transparentes, prácticas e invisibles, cuyos tentáculos se extienden hacia nosotros a través de la cultura y las interacciones sociales. Y es justo allí en donde entra esta idea mía de atrincherarme en mi individualidad y alejarme de la inercia que siguen las masas.
Esto es, veo que la sociedad está completamente agitada, revuelta y empapada por esta contaminación. Pero no hay modo de advertirlo a nadie ni es justo, como ya dije, insistir en el asunto. Es injusto, en realidad. Cada quien debe tener derecho a sus propios descubrimientos. No es justo arrastrar a los demás a nuestro caudal de insatisfacción, pero tampoco es justo que los demás nos atraigan al suyo. Y por eso lo reafirmo, no es una cuestión fascista regodearte en tu individualidad, es una cuestión de supervivencia y de amor a la vida. O al mundo, no como lo conoces, sino como lo concibes, como tú lo imaginas y lo deseas.
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No es una cuestión fascista el que a veces desees no estar en sociedad. No hay detrás de este alejamiento una intención de menospreciar a los demás, hay simplemente la intención de ser ti mismo y no estar dispuesto a ceder ante las pretensiones de los otros si estas atentan contra tu propio sentido de seguridad.
Incluso si la sociedad no te acepta en tu individualidad, es mejor alejarse de esa sociedad que cambiar para ser aceptado. Porque a la sociedad, lo que la conforma son individuos y si la sociedad alimenta a esos individuos y está enferma porque está formada de individuos enfermos, entonces estará eternamente fabricando a más y más individuos enfermos. Digamos que en una concepción posmoderna de nuestro ideal de sociedad, la célula de ésta ya no estaría en la familia, sino en el individuo, y si su base está enferma, entonces la sociedad sería al mismo tiempo una entidad enferma. De allí que en nuestra época –digamos de los sesentas a la fecha, que es cuando empieza la posmodernidad– sea tan prioritario atender al individuo en detrimento incluso de la sociedad. Es una mera cuestión social por paradójico que suene, instintiva incluso.
Pero es una cuestión a la que todo individuo debería tener acceso sin menoscabo de sus libertades civiles y sociales, y, sobre todo, sin que ninguna sanción moral le sea infligida por no actuar de acuerdo a lo esperado. La libertad, en nuestra época, ha sido redefinida por nuestra organización social de tal modo que es posible sustraerse a las convenciones sociales sin tener que ser castigados por nuestra conducta. Aunque claro, siempre existe la sanción moral no tácita que hace que en todas las sociedades existan sujetos marginados a instancias de esta falta de apego a sus directrices.
Es verdad que mucho de la belleza de la vida reside en el encuentro con las personas exteriores a ti y en este sentido la unidad social es determinante para nuestra felicidad personal, sin embargo, si la sociedad simplemente pone en jaque tu bienestar por la razón que sea, simplemente debes renunciar sin miramientos a ese aspecto de la sociedad que te está incomodando. Pues de nada le sirve a la sociedad un individuo que se encuentra indispuesto o incómodo.
Y no, es importante decirlo, no es una cuestión fascista, es una cuestión de mera supervivencia.
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