La Pasión árabe según J. S. Bach




MELODÍA: Jesum von Nazareth
INTÉRPRETE: Sarband/Fadia El-Hage/Modern String Quartet/V. Ivanoff
ÁLBUM: The Arabian Passion according to J.S. Bach



Estaba seriamente dudando subir música esta semana. Varios acontecimientos lamentables se han sucedido uno tras otro con apenas tiempo para terminar de asimilarlos (bueno, si de eso se tratara, ya tendría que vivir en eterno duelo y vestir de negro como señal de mi postración).

Todo mundo –quiero decir, la prensa alineada- tiene los reflectores puestos sobre Libia –con la archi consabida satanización a Gaddafi- y, en contraste, apenas si se ha mencionado algo sobre los dos bombardeos que la OTAN realizó sobre población civil afgana durante las dos últimas semanas. En el primero, fueron muertos algo más de 60 civiles; en el segundo, 9 niños. La OTAN balbuceó algo como: “fue un error, nos equivocamos”. Por otra parte, Israel ha estado atacando –hiriendo y matando- a civiles en Gaza y, también, ni pío (y –claro- no por ese hecho Israel será expulsado de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU como en cambio Libia –por un bombardeo inexistente (aquí)- sí lo fue ya).

Es repulsiva la moral veleidosa con que Occidente –sus gobiernos y sus chachos, los media- pondera eventos similares. El dictamen queda siempre supeditado a asuntos financieros, económicos, “de seguridad”. En fin, la misma miasma que eyectan siempre. Creo que ellos son el “Alien” que con su baba tóxica lo destruye todo.

No queda ahora más que tener los ojos bien puestos sobre Libia, sobre todo por la amenaza real de invasión al país por parte de la OTAN (aquí y aquí). Yo de verdad espero –es la lectura que le doy al evento- que no pase de ser una amenaza o un modo más de presionar -una vez que lo han desestabilizado- al actual gobierno libio y que las tales naciones que se autodenominan democráticas y que son las mismas que están contemplando y aprobando la invasión dejen que sea dicho pueblo quien decida su destino. En cualquier caso, de algo estoy plenamente segura, de consumarse el afán injerencista, lo que venga para Libia no será mejor que lo que tienen ahora.

...Y esto es la globalización (léase, el gobierno de las corporaciones multinacionales con la venia y subordinación del Estado que pasó de ser benefactor de los pueblos a peón de dichas corporaciones)...

Pues bien, no pudiendo prescindir de esta inhesión a la música y mucho pensando en los pueblos árabes, decidí poner ésta de la región (una interpretación de Sarband a “las pasiones” de Bach).


Familia Reyes Salazar (desenlace)

Apenas ayer escribía un post sobre la familia Reyes Salazar en buena parte motivada por una entrada que "Año 11 de la Oscuridad" puso recién en su espacio. Hace un par de horas acabo de enterarme por "Radio AMLO" que han sido hallados los cuerpos de los tres miembros de esta familia que fueron víctimas de un levantón -allá en Chihuahua- hace alrededor de dos semanas.

Cuando me enteré estaba enviando correos diversos por Hotmail a mis contactos. Ya se podrán imaginar, guerra mediática, concienciación o como quieran llamarle (cosa que he hecho -sin problemas- desde 2006, vale decirlo). Pues bueno, llevo el par de horas queriendo enviar -por Hotmail- un correo avisando de la muerte y Hotmail no me deja, aduciendo que he saturado mi número de envíos diarios -había enviado un total de cinco correos. Debe tratarse de meros asuntos técnicos. Como sea, ello me compele, entonces, a dedicar esta brevísima entrada aquí en el blog. Sobra decir cuál es mi estado de ánimo. Lo que sí sé es que creo entender por qué -en ciertos momentos- un pueblo se vuelca a la calle, dispuesto a dar su vida por no estar dispuesto a soportar más el estado de cosas “imperante” (ya no digamos dispuesto a obtener "su libertad"). Debe ser sangre que fluye hirviendo por las venas o algo bastante visceral. Así es como me siento ahora.

Por cierto, apenas ayer me registraba en MORENA (Movimiento Regeneración Nacional). Una cuca agente del cambio soy, en tanto personas continúan muriendo en mi país. 

No debería quejarme, yo todavía puedo inscribirme a MORENA en tanto que, desde ultratumba, quién sabe si pueda hacerse.


Finalizo.


Ahora que me he atrevido a usar la frase "guerra mediática" -lapidaria como todo cliché-, aprovecho para dejar este link a un artículo de Jenaro Villamil sobre la discusión que legisladores mexicanos, en el senado, llevan a cabo en torno al asunto de ACTA (un asunto que podría atentar contra la libre distribución de información en Internet). Aquí

La familia Reyes Salazar y otros hechos

Voy a parafrasearme. Ocurría el cese a Carmen Aristegui cuando se difundía a través de los medios alternativos de siempre el levantón a los Reyes Salazar, allá, en el Norte del país.

Se trata de un hecho –uno más- que abona en el clima de inseguridad y terror que afanosamente EUA, con el permiso y colaboración de la tecnocracia mexicana, ha venido aplicando en México desde hace poco más de cuatro años*. Y si abona es porque, precisamente, logra su cometido: horrorizar a la población. Por ejemplo, mientras leía la noticia, mi mente comenzaba a urdir el evento. Qué tenebrosa sensación se apoderó de mí y qué impotencia.

Coloco aquí un vínculo en donde muy detalladamente se expone la situación de esta familia. Dejo también este vínculo que el propio “Indio Cacama” coloca en su blog. Es Granados Chapa que en su emisión matutina entrevista a Sara Salazar. Aquí.

A propósito, Granados Chapa trata también lo que está ocurriendo en Libia dando lectura a un artículo publicado por la BBC; conviene mencionar que lo comentado allí es bastante disímbolo -y, a mí parecer, sesgado- a lo que se dice en trincheras alternativas como “Antimperialista” o “Telesur” –esta última que ha desmentido el rumor diseminado por las agencias internacionales sobre un supuesto bombardeo a la población civil por parte del régimen libio- o a las propias declaraciones que ha hecho ya Fidel Castro sobre el asunto.

Les decía hace unos días a mis contactos de correo electrónico a quienes enviaba un correo muy sobre asuntos similares en Medio Oriente, que una especulación conformista consiste en suponer que la verdad sobre aquellos países se halla a medio camino entre lo que nos dicen los tabloides oficiales y lo que nos dicen los medios más combativos y radicales. No siendo ni complaciente ni conformista en cuanto a verdad y conocimientos se refiere, mi reflexión más inmediata sería: tomemos los libros, desbaratemos la Historia y sepamos. Ahora que, si se trata de personalmente fijar una postura, la mía es irrecusable: yo me informo a través de medios combativos y radicales. A estos, les creo; a los otros, no.

BBC, CNN, Televisa, Tv Azteca y toda esa gran y muy reputada retahíla, no solamente es productora de distractores embrutecedores de sociedades, no sólo teatraliza la verdad, sino que distorsiona también los hechos, los oculta y, aun, se dedica a la manufactura de mentiras.

En la obtención de tales fines acuden a todo tipo de tretas: editorialización de la noticia –manipuelo- con la colaboración de comunicadores que son o muy estólidos o muy inescrupulosos o ambas cosas, llevar a confusión a las personas aprovechando la superabundancia de información que se genera en la llamada aldea global, uso de la noticia exprés que en cuestión de minutos magnifica un evento para darle muerte horas más tarde y mandarlo, así, al cementerio de la Historia, o –llanamente- mintiendo deliberadamente, engañando al telespectador sin que éste, ni remotamente, pueda suponerlo.

Del último proceder –uno muy regular-, referiré sólo tres casos:


1) La detención de Florence Cassez en 2005, fue parte de un montaje televisivo –confesión de García Luna- hecho a petición de los medios. La supuesta detención de estos supuestos secuestradores habría ocurrido antes de ser televisada. Carmen Aristegui informaba sobre este asunto hace unas semanas. Pínchese aquí.  


2) En el intento de golpe de Estado a Hugo Chávez Frías hacia 2002, actitudes violentas atribuidas al gobierno chavista –por los media de siempre- provenían, en realidad, de la derecha golpista. En este documental, “Teledictadura”, se ofrecen evidencias que respaldan tal afirmación. Aquí.


3) Las imágenes de las fosas de Timisoara, Rumanía, imputadas al régimen de Nicolae Ceausescu y difundidas vastamente por televisoras europeas y estadounidenses en el año de 1990 resultaron ser, en realidad, parte de un montaje cuya utilería se extrajo de morgues y cementerios. Todo esto, por ejemplo, se documenta bastante bien en los siguientes libros: “Patas arriba. El mundo al revés” de Eduardo Galeano, “La Tiranía de la Comunicación” de Ignacio Ramonet y “Guerra Imperial y Desinformación” de Carlos Fazio citando, a su vez, a Ramonet (mi más grande conspiranoia consiste no en declarar todo lo aquí dicho, sino en creer que cuando lo diga tengo siempre que citar “mis fuentes”). La razón que dio origen a este hoax o bulo parece ser una muy obvia: precipitar la caída de los últimos regímenes socialistas de la Europa oriental y desviar la atención de un evento de sustantiva envergadura acaecido también por aquellos días: EUA invadiendo a Panamá por enésima vez.

Un libro que comienzo a leer, abre con la siguiente inscripción:

Desgraciados los tiempos
en los que hay que explicar lo obvio.
FRASE ATRIBUIDA AL CHÉ GUEVARA.

* Que hay otros factores que explican esto, los hay -eso sin duda- y se relacionan con la imposición frenética de una economía de libre mercado.

Sistema o de una epistemología hecha a la medida (borrador)

I

¿Tengo que, por fuerza, mantenerme siempre en una misma postura, prescindir de mis claras bipolaridades que me catapultan del pesimismo a la esperanza, de la esperanza a la tristeza, de la tristeza a la euforia?

Para defender o combatir una idea es menester hacer muchísimas asunciones, asunciones que no siempre se verifican. Me avergüenza pensar que tomo por ciertas cosas que no siempre lo son. Caigo en un relativismo del que intento huir. Tiene tiempo que sé que debo tomar una decisión, cuyo aplazamiento –por cierto- resta fuerza a mis convicciones. Quizá por eso termino apuntalando ciertas opiniones mías sobre andamios morales. Y tampoco es que sea más fácil hacer eso. Finalmente, toda asunción moral lleva dentro de sí un absoluto, esa cosa que se toma como anatema. Y no me atrevo a refutar o adoptar una teoría en su totalidad –no porque esto sea un imperativo-, pero sí me atrevo, en cambio, a tildar de “malo” a todo aquello que daña a la vida o al hábitat que contiene a esa vida. A lo mejor son los pequeños axiomas, los básicos morales sobre los cuales poder erigir cualquier moral. No, no cualquier moral. En muchas morales, la vida carece de valor. Entonces diré que son los básicos morales de morales humanistas.

Pero, una moral humanista, ¿qué es? Una moral que toma como máxima o axioma el respeto a la vida, no susceptible de cuestionamiento.

Pareciera que estos axiomas son verdades a priori, pero yo creo que no lo son. La experiencia es la que hace rechazar a los humanos el dolor. Si uno sabe que mueren personas en una guerra, uno no quiere que subsista esa guerra porque previamente hemos visto sufrir a alguien a causa de algún tipo de daño de los que pueden ocasionarse en guerras. Y ésta es, obviamente, una elección hecha con la mente, combinándose ideas. Una mente que, a propósito, puede o no saber de silogismos.

¿Tendrá que ser mi mente, una mente psicópata para, en vez de rechazar una guerra, entusiasmarme con su ocurrencia? No necesariamente. Me atreveré, entonces, a decir una cosa muy escandalosa. Cuando un humano –que no es un psicópata- opta por la celebración al dolor  en vez de su condena, ha actuado la voluntad de ese humano en tal elección. Cuando el humano rechaza el dolor o la violencia, ha actuado en él la razón. En donde se hacen elecciones no contrarias a nuestros básicos morales o axiomas morales, actúa la razón. En otro caso, puede o no actuar la razón, puede, por ejemplo, actuar la voluntad. La voluntad que muchas veces se somete al pathos.

Seré un poco más flexible y específica; cuando se opta por el respeto a la vida, en dicha elección opera una voluntad que se supedita a la razón –una razón moral que no es trascendente al hombre, sino manifiestamente inmanente a él; en caso contrario, actúa una voluntad que no se ciñe a ella.

Quizá, allá –no muy lejos-, mi mentada razón moral, sea mero instinto, mera preservación de la vida; como animales.

Es más, tal vez la dicotomía entre razón y voluntad sea sólo accesoria; al final, una requiere de la otra, anticipándosele o sucediéndole. Y creo que dicha dualidad existe en nosotros como tradición, de suyo, no la hay. Nuestra razón pensando y decidiendo y nuestro ser total ejecutando, conforman todo lo que somos, nuestro cuerpo. No hay una mente en un topos trascendente deliberando y un cuerpo terrenal e inmanente haciendo. Somos ambas cosas a la vez y ambas se someten a meras necesidades, unas coyunturales, otras, sempiternas.

En lo personal, no quiero darle preeminencia a la razón sólo porque se ajuste más a lo que soy yo misma –equivaldría a demostrarla, combatiéndola. Quiero dársela –si se la doy- porque una razón a mí trascendente, pero no metafísica, así lo avale. No deseo que mi sistema de creencias –mi filosofía- sea un amor a mi propia sabiduría -nietzscheana. Creo declaradamente en una legalidad en el funcionamiento de las cosas en cuya razón se aloja el sentido mismo del funcionamiento de las cosas, su subsistencia, la garantía misma de la vida.

II

Buscan los físicos una teoría del campo unificado que explique el misterio de la vida; buscan los que peroran una psicología que explique nuestras motivaciones. Leyes universales en las que quepan todas las explicaciones posibles, ¿habrá eso? Es inevitable sucumbir a la idea de un todo coherente –universal- que ordena las cosas y su ocurrencia; pero parte constitutiva del orden es también el caos y el orden es sólo una noción de linealidad determinada por nuestras intuiciones que, siendo necesarias pero limitadas, pocas veces son capaces de concebir la no linealidad de los eventos del mundo. El caos también es orden, un orden apenas advertido. De modo que toda fenomenología es un asunto recursivo: los fenómenos que se explican a sí mismos, que se explican a sí mismos, que se explican a sí mismos y, más todavía, las explicaciones que usan las explicaciones, que usan las explicaciones, que usan las explicaciones… Como decir, la experiencia valida al método científico y el método científico que valida a la experiencia.

Ninguna ocurrencia de mi modelo en la realidad me satisface -por mucho que sea la confirmación de alguna lógica- si dicho modelo se contradice con un sentir mío del deber. Pero esto no me devuelve a dualismo alguno, ni me mantiene atrapada en un bucle infinito si –como ya expliqué- este deber toma por único imperativo una actuación que no vaya nunca en contra de la vida lo cual, desde luego, exige una conciencia.

Hago decisiones haciendo valoraciones que se expresan en argumentos; tomo decisiones con mi voluntad, eligiendo. Si hago a mi voluntad someterse a mi razón, mis elecciones no van en contra de mis argumentos. Si no, sí y, entonces, al final, la cadena de mis razonamientos pareciera haber sido creación inútil. Digo “pareciera” porque, quizá, el contraste de nuestra voluntad con nuestra razón sea lo que, finalmente, nos lleve a elegir. Hago elecciones racionales cuando las hago y, cuando no, no las hago.

¿El que mis elecciones se sometan a mi razón o no se sometan es resultado de un razonar o de un elegir? Toda voluntad es resultado de un razonamiento, sea éste o no “moral”, sea éste o no “correcto”. Para tener una voluntad, requiero primero pensar. Incluso una elección que vaya en contra de algún precepto, ha sido resultado de algún ejercicio del pensamiento. Entonces, quizá mi maraña sea resultado de una imprecisión en el lenguaje y convenga distinguir entre “elecciones racionales” y “elecciones razonadas”.

Las elecciones racionales se someten a alguna legalidad y pueden, en verdad, no ser en lo absoluto racionales (como cuando se someten a legislaciones autoritarias o irrazonables). En otros casos, pueden hacer honor a su nombre –autológicas- y, entonces, hallarnos frente al tipo de “elecciones racionales” que son las elecciones racionales de mi interés (las ya enunciadas, las elecciones vitales que se hacen a favor de la vida misma, de su preservación).

Las elecciones racionales de mi interés poseen dos cualidades: 1) Se sujetan a alguna legalidad 2) Dicha legalidad es una legalidad de la naturaleza, aquel orden natural por el cual somos lo que somos y no otra cosa. Entonces, las elecciones racionales de mi interés son aquellas que se subordinan o, más bien, emanan de una legalidad intrínseca a la naturaleza no determinada por nosotros y, menos, por algún dios. Por supuesto, obrar racionalmente y hacer elecciones racionales implica hacerlo no en contra de la naturaleza, pero tampoco necesariamente a su favor. La necesidad es no actuar en contra de ella, pero actuar así no es suficiente –no lo ha sido- para que la vida humana sea, hoy, como es. Y, posiblemente, muchas de las grandes y hermosas cosas de que somos herederos han sido hechas no a favor de la naturaleza, sino de una razón que va –ya- más allá de la naturaleza. Esa razón también me gusta porque se me antoja especie de razón de la razón, una metarazón. La razón de la razón que, sin lastimar a natura ni a la vida, nos permite ser algo más de lo que natura ha reservado para nosotros. La razón de la razón que le permite al hombre escapar a determinismos naturalistas y, en todo caso, someterse a su libertad y, como sea, él elegir. Habrá quien sostenga que esta libertad y las posibilidades que nos brinda, es también resultado de un evolucionar natural en el hombre, parte constitutiva del hombre, de lo que somos; yo no sabría qué decir ante esto, es uno de los clásicos enunciados en la polémica de la libertad. Aceptar eso, tiene su lógica, pero también implicaría aceptar un cierto “determinismo” que uno no desea aceptar: ¿estaremos ante un problema indecidible? Si lo acepto es porque soy libre de elegir y escapo a determinismos, entonces, ¿en dónde queda el determinismo? Mas, con independencia de que acepte o no acepte que esta libertad es resultado de un inherente proceso evolutivo en el hombre –y no de una metarazón-, tal cosa –la que es susceptible de ser aceptada o no- es un hecho o no lo es.

Las “elecciones razonadas”, por otra parte, son aquellas que sin necesariamente ser racionales, son también hechas pensando y combinando ideas e impresiones de la realidad en nuestras cabezas. La voluntad, por ejemplo, opera sobre este tipo de elecciones.      

La razón que se adecúa a las necesidades

Mi razón, mi pensamiento, funciona de tal modo que parece naturalmente adaptarse o decidir en función a la preservación de mi naturaleza y de la naturaleza que me circunda. De inicio, ésta pueda ser una adaptación evolutiva que hizo el hombre a fuerza de sobrevivir. Pasado el tiempo y prescindiendo de la adaptación a la naturaleza, la especie ha ejercitado de tal modo la capacidad de razonar que, muchas veces, siendo incluso prescindible a la hora de hacer decisiones y, aun cuando estas decisiones devengan tras impecables razonamientos, puedan ser éstas tomadas a contra natura que es por lo que, originalmente, comenzó a funcionar mi razón. Y así, entonces, actuar por voluntad.

Lo que debe quedar claro es que si la razón o capacidad de pensar emergió en nosotros como un cambio evolutivo, entonces, esa capacidad seguramente continúa su curso evolutivo (aunque parece que, en algunos, dicho curso es más regular y, en otros, bastante esporádico).

Lamentablemente, la razón como argumento de autoridad –sobre todo en ámbitos religiosos- ha causado tales estragos en personas, que tales personas, buscando desacralizarla, cometen algunas importantes omisiones. A veces, tales omisiones actúan en contra de ellas mismas o de los demás. Otro tanto ocurre –supongo- cuando se halla uno en una situación antípoda. Sobran razones que expliquen por qué propendemos a dañarnos unos a otros.

Como quiera que sea, celebro también que nuestra voluntad escape a ratos a la razón, así es como en muchos casos ha florecido el arte. 

Mentira en la mentira

“Si en la jerarquía de las mentiras la vida ocupa el primer puesto, el amor le sucede inmediatamente, mentira en la mentira. Expresión de nuestra posición híbrida, se rodea de un aparato de beatitudes y de tormentos gracias al cual encontramos en otro un sustituto de nosotros mismos. ¿Merced a qué superchería dos ojos nos apartan de nuestra soledad? ¿Hay quiebra más humillante para el espíritu? El amor adormece el conocimiento; el conocimiento despierto mata al amor. La irrealidad no puede triunfar indefinidamente, ni siquiera disfrazada con la apariencia de la más exaltante mentira. Y, por otra parte, ¿quién tendría una ilusión tan firme como para encontrar en otro lo que ha buscado vanamente en sí mismo? ¿Un retortijón de tripas nos dará lo que el Universo entero no ha sabido ofrecernos? Y, sin embargo, ése es el fundamento de esa anomalía corriente y sobrenatural: resolver entre dos –o más bien, suspender- todos los enigmas, a favor de una impostura, olvidar esta ficción en que flota la vida; con un doble arrullo llenar la vacuidad general; y –parodia del éxtasis- ahogarse, finalmente, en el sudor de un cómplice cualquiera…”

Emil Mihal Cioran, Breviario de Podredumbre.


Aprovecho también para dejarles, algo tardíamente, esta invitación: AQUÍ

Naturaleza indeterminada

Nomporta cuánto tiempo pase, la a que fui, que soy, sigue allí, latente. Así es como ves transformar un rumor de mar en acantilado. Es más, hablemos con profusión de este rumor de mar.

Nace el rumor de mar de entre las olas, con y sin tu aquiescencia a tu vida se aproxima, merodea, anda allí por doquier mientras tú, en tu sala de estar, meditabundo, te pierdes en toda suerte de consideraciones. Hace combustión el viento en rededor tuyo en cuanto te toca, agua a raudales que de tu cetro emerge. Y el rumor de mar, autónomo, ya está allí. Se aposentó. Sólo eso. Como si fuera poco. Y puedes, taciturno, sorber de tu taza de café lo mismo que ver ascender el humo de tu cigarrillo. Y el rumor de mar que ya existe y que un día vio nacer de sí un acantilado, ¿qué más podía obsequiarte tu rumor de mar, sino esta cima, este Olimpo en que te encaramas a contemplar el paso de los que son sólo mortales?

Y tú crees que tu rumor de mar está vivo, como una hormiga especial.

Quien sabe de la belleza de hormigas y otros bichos, esperemos que no termine siendo un ilota, tan palurdo el elemental, maniatado por las cadenas que su libertad le impone. Y frente al espejo o debajo de la regadera o en posición fetal cuando resuellas o petrificado cuando las lágrimas te salinizan, allí, allí va tu rumor de mar que, ¿sabes?, no tiene nada de tuyo. Y en esa ausencia de parentesco, postiza (eres un a), consista tu condición de a. Postiza para ti que ves el parentesco –no lo edificas- y tranquilamente intuir a tu rumor de mar. Y tu rumor de mar que no intuido te circunvala.

Todo viene hacia a mí, el viento. Todo huye de mí, el día. Y mi yo en relación a los objetos, se pierde. Las cosas –danzarines- a las que me adhiero.

Rumor de mar, te invoco y te veo en medio de la tempestad, de procelosos paisajes, de nubarrones, de piedras que nacen de la arena, de océanos que son grises, de una poca de espuma, de un ebúrneo imaginario que viene detrás de un rayo de luz que no existe y que he creado -paisaje de naturalista- como herramienta de mi reconstrucción, como en la guerra cuando de entre los cascotes le eriges algún palacio al viento. El viento que hoy hace remolinos sobre la mar. El viento que enreda hoy tu acrecentado pelo sobre tu rostro. El viento que un día se separó del agua.

Viento que recibe es una advocación de viento que entrega dádivas.

Lejos, muy lejos de ti el rumor de mar ruge. Y aunque te mires las manos y contemples un rostro que era tuyo en el tuyo y musites en solitario y un pequeño sismo te posea y una memoria enclenque refute viejos dogmas y pase que no pasa, entonces el rumor de mar, a lo lejos, ábrego, a ti se dirige y persiste más allá de tu propia habilidad para admitirlo. Rumor de mar que es, que llama, que alitera cuando tú estás ausente, que por ti habla.

Una columnata natural te dio a ti este rumor de mar. Vas. Contemplas. Oyes aún. Captas toda la luz. Faldón a rastras. Incorporado estás. Ningún lamento triste. Proverbial imperturbable. Te ciñe. Siempre has afirmado con una leve sonrisa. Sueltas. Ya hay este reconocimiento. ¡La imagen es mucho más vasta! Metáforas varias de la inmensidad. Aparece y todo, que está allí.  

Un par de verdades

  1. La Conferencia de Aristegui en “Casa Lamm”, explicando el suceso de su despedida.

Sólo al inicio el audio no es muy claro y no es posible todo el tiempo apreciar el vídeo con toda la fluidez deseada; fuera de esos detalles técnicos puede apreciarse bastante bien y -sobre cualquier cosa- vale la pena oír y razonar el discurso de Aristegui.


Si se prefiere, aquí está el audio –lo recomiendo más:



2.  2. Una intervención de Noroña en la cámara, llenita toda de realidades; aunque, eso sí, que poco puede contentar a todos.

Habría podido escribir un circunloquio que explicara por qué en muchísimas ocasiones es menos relevante forma que fondo –como en ésta. Podría incluso escribir un largo tratado sobre en qué ámbitos y antes cuáles fines la forma se hace parte del fondo. Y esto no sería difícil para mí -malqueriente de formulismos- porque no sólo soy afecta a conferir de validez a mis propias convicciones, sino que intento de veras descartar que otras –opuestas a las mías- no la tengan –si es que no la tienen. Pienso, sin embargo, una cosa, en este caso particular me parecería una nimiedad, una chocantería, una estupidez no aceptar que el discurso de Noroña es razonable por –en vez de ello- fijarme en sus modos o notar que cuando habla sobre la libertad de expresión de los legisladores en la cámara –consagrada en la constitución- omite decir que, siendo legislador o no, se trata de una libertad dada –por la constitución- a todos los ciudadanos de este país. El hombre, por supuesto, está intentando defender su derecho –frente a legisladores idólatras de la mordaza- de hablar con libertad en la cámara. Creo que es eso lo que lo hace apelar, de entrada, a uno que, en apariencia, podría parecer un argumento de autoridad. Por lo demás, estoy absolutamente de acuerdo con él. ¿Sobre sus formas?, creo incluso que el sujeto es educado.

Carmen



Que por hacer una pregunta de interés nacional, ¿se le destituye a un periodista de su cargo? ¿Aquí? No posible. No posible que la mañana de ayer haya tenido uno que amanecer con tal noticia para luego –lueguito- tener uno que habérselas y, en fá, hacer difundir la patraña ésta vía los medios electrónicos a uno disponibles debido a este nuevo periodismo civil –necesidad- que se hace ahora desde la Web (dicen que el hashtag de Carmen se posicionó como tema de moda mundial –ayer- en Twitter).

Y que ¿por qué, sin embargo, una señora llamada Laura Brozo o Bozzo –o como se llame- traficante de influencias del gobierno peruano de Fujimori, sí ocupa –como testifican los que sí ven tele- un espacio en la caja imbécil? Ah bueno, supongo que porque la caja es imbécil y para estar en ella –o reflejarse- hay que serlo también.

Y que si Felipe Calderón es afecto al alcohol, nos importa muy poco. Que si nos importa es porque el hombre, al usurpar la presidencia del país, toma decisiones que a los miembros de esta nación afectan. De modo que, a los que tenemos una mínima de conciencia cívica, nos brota de la cabeza una pregunta mínima, ¿llegará a tomar decisiones bajo los efectos del alcohol? A juzgar por sus acciones, pareciera que sí. No adelantemos juicio. Averigüemos. Pero, ¿cómo? si cuando se intenta saber, viene en respuesta una andanada represiva (si no me creen, pregúntenle a Carmen Aristegui que no está más conduciendo su noticiero matutino en MVS, el de mayor audiencia de la barra, según he leído).

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Cada día que amanece me hago la pregunta no explícita, ¿será posible, hoy, una ignominia mayor a la vivida, ayer, en este país?

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Con este ínfimo post, me adhiero a la ola de indignación que ha emergido de entre la ciudadanía –vaya, parece que la cuota de indolencia comienza a agotarse o, por lo menos, a presentar algo de variabilidad- a raíz del exceso cometido contra Carmen Aristegui.

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Yo no sé si la pregunta de Carmen pueda tipificarse como una manifestación de las ideas. En mi opinión, estaba haciendo su trabajo y, nada más. No me parece, ni siquiera, que haya estado ella  externando una idea propia, una pregunta personal. Aunque, bueno, supongo que para el constituyente mexicano la noción “idea” no necesariamente implique una expresión personal, una creencia o reflexión propia, sino otras cosas también (algo como las “ideas compuestas” de Hume). Siendo así, quizá sí resulte apropiado traer a colación el artículo sexto constitucional. Aunque –aclaro-, yo, por mi parte, más cercana a negarme a reconocer a estas putrefactas instituciones mexicanas, refiero el tal artículo por una sencilla razón: son ellos quienes, como merolicos, apelan una y otra vez a su mentado “Estado de Derecho”, esa farsa represiva y legitimadora:

ARTICULO 6o.- LA MANIFESTACION DE LAS IDEAS NO SERA OBJETO DE NINGUNA INQUISICION JUDICIAL O ADMINISTRATIVA, SINO EN EL CASO DE QUE ATAQUE A LA MORAL, LOS DERECHOS DE TERCERO, PROVOQUE ALGUN DELITO, O PERTURBE EL ORDEN PUBLICO; EL DERECHO DE REPLICA SERA EJERCIDO EN LOS TERMINOS DISPUESTOS POR LA LEY. EL DERECHO A LA INFORMACION SERA GARANTIZADO POR EL ESTADO.
(REFORMADO MEDIANTE DECRETO PUBLICADO EN EL DIARIO OFICIAL DE LA FEDERACION EL 13 DE NOVIEMBRE DE 2007.)


AVISO: Hoy 8 de febrero, se convoca a mitin, a las 12:00 Hrs., afuera de MVS, sobre Mariano Escobedo.

Álom a szememen*





CANCIÓN: Álom a szememen
INTÉRPRETE: Amaro Suno
ÁLBUM: Álom a szememen 




* No entiendo por qué sale un comercial de cerveza antes de la canción. No he habilitado en mi cuenta de goear el uso de propaganda. En fin, el comercial es cortísimo -segundos- y, por oír la canción -bellísima- aguanta escuchar la publicidad.


Ombudsman en los ejércitos e insurgencia

Hace unos tres años, cuando preparaba mi examen de ingreso a la maestría, sintonizaba por las noches el programa “México de mis amores”* que conducía Alicia Muñoz y que era transmitido por “ABC Radio”. En un par de sus emisiones, Alicia Muñoz invitó al General brigadier Gallardo quien, a causa de haber sugerido la creación de un ombudsman al interior del ejército mexicano, fue preso de conciencia, por algunos años, en alguna cárcel del país hacia la década de los noventas. Desde luego, escuchar aquella charla dejó una fuerte impresión en mí, pues no es usual que un militar exhiba un pensamiento tan liberal –en el buen sentido- y que, además, se atreva a cuestionar y contrariar no sólo los procedimientos e ideologías de un gobierno o de un presidente, sino al funcionamiento mismo de instituciones y relaciones de poder dentro de dicho gobierno. Aquí y aquí pueda indagarse mejor sobre este punto.

¿Y a qué se debe que sea poco común –al menos en México- que un militar formule propuestas de este tipo y, más aún, que -en general- las haga? O, dicho de otro modo, ¿qué puede ser lo que lleva a grupos completos de hombres -enrolados en un ejército- a ejecutar, a pie juntillas, todas las órdenes que les son dadas?.

Me limitaré a emitir mi propio punto de vista y no a centrarme tanto en el asunto de qué puede llevar a un hombre a tal sumisión (ejecutar órdenes a pie juntillas sin detenerse a pensar sobre la conveniencia o no de dicha obediencia, sin contemplar elegir el desacato si no hay tal conveniencia –y, en cambio, sí, perjuicio-, etcétera, es, llanamente, un acto de sumisión).

Y si no voy a centrarme mucho en este punto es porque aquí -en este blog- he perorado largamente, abundantemente sobre cómo el ser humano de nuestro tiempo ha perdido paulatinamente y, quizá sin darse cuenta, autonomía ante sus propias decisiones, ante el derrotero que sí quiere él para su vida y no tanto el que exteriormente le viene impuesto. Sobre lo que quiero acotar es, entonces, sobre 1) Los criterios de conformación de los ejércitos alrededor del mundo que, como fácilmente puede deducirse, vienen determinados por los fines por los que dichos ejércitos son conformados y 2) ¿Cómo en particular son los miembros del ejército mexicano? (bueno, esta pregunta es una pregunta mía con respuesta obvia. Basta ver todos los abusos que ha cometido el ejército mexicano en el marco de la llamada lucha anti narco, para darse una idea).

1) La mayoría de los ejércitos de alrededor del mundo, salvo casos contados, están diseñados –o eso argumentan- para defender a la patria de posibles ataques provenientes de otras naciones. Entonces, una cosa a que debe estar dispuesto un miembro del ejército, en caso de guerra, es a defender a la patria de sus invasores. Pero “defender a la patria” podría significar, en algunos casos, ofender, atacar o, incluso, asesinar (no sería raro para mí oír decir a algún miembro del ejército una cosa como: “toda táctica defensiva ha de integrar una táctica ofensiva”). No es pues extraño que, adherido a la idea de defender a su nación –e incluso creyendo que así lo hace- un hombre pueda estar dispuesto a matar a otro hombre (si se piensa, es aberrante tal disposición).

La gran bronca de todo esto estriba en que no siempre un hombre que mata a otro o da la vida propia en aras de salvaguardar la soberanía de su país lo hace -en realidad- salvaguardándola, sino, muy posiblemente, infringiendo la soberanía de otro país como ocurre con la mayoría de los países imperiales. Así que, al final, la mayoría de los hombres que sirven a un ejército creyendo que sirven a la patria, sirven a fines aviesos, oscuros, incluso incomprensibles para ellos mismos. Pero estos fines aviesos para los que ellos sirven no serían tan eficazmente ejecutados si no ocurre que estos hombres sean –como de hecho son- hombres poco proclives a reflexionar sobre el asunto, a preguntarse con cierta mínima dosis de sentido común si -en verdad- el fin detrás de todo esto es uno de esencia noble. Si no ocurriera, sencillamente –como ocurre- que la mayoría de hombres que sirven para un ejército son hombres alienados (y alienado puede significar: un hombre esclavo, una persona con escasa instrucción, un potencial neocom o un neocom en su fuero interno declarado. Al final, estamos frente a hombres que han perdido su libertad y, sobre todo, aquello por lo que libremente hacen el siguiente tipo de elecciones: aquellas que no provocan –al menos no de manera consciente- algún daño a terceros. Y éstas se hacen pensando).

De modo que, si a una persona en una charla de amigos se le oye decir algo como: “los ejércitos están hechos para obedecer”, no se piense que se trata de un individuo con prejuicios, seguro lo dice porque ha analizado ya el asunto. Aunque lo que diga un individuo en una charla de amigos no es tan relevante como los criterios de selección de personal dentro de un ejército: no se puede ser tan tonto como para no comprender que el criterio de selección de personal de la mayoría de los ejércitos del mundo es, por lo menos, de dos tipos: 1) Buscando reclutar a hombres dóciles, de baja instrucción escolar, que poco propendan al pensamiento 2) Buscando reclutar ni a hombres dóciles ni a hombres de baja instrucción, pero sí hombres cuya ética ponga por encima de la vida humana intereses de otro tipo (a mí me cuesta mucho trabajo aceptar que, como resultado del pensar, no se llegue a una Ética y a una ética humanistas).

Insurgencia

Dicho esto anterior y siguiendo ese hilo, no es difícil que llegue uno a simpatizar con la idea de insurgencia al interior de los ejércitos o con la existencia de insurgencia al interior de ellos. No hablo con ligereza. En primer lugar, no estoy pensando en hombres apertrechados, dispuestos al combate, a la violencia, como si sus vidas no importasen y sus muertes menos. Cuando hablo de insurgencia hablo de hombres que posean independencia de pensamiento, que conozcan su historia –la de sus pueblos- y el historial de vejaciones a las que los estamentos populares han sido sometidos por siglos. Hombres proclives a empatía para con las necesidades de los sectores desprotegidos, hombres no fáciles de cooptar, pero –sobre todo- hombres que no van nunca a tornarse en contra de su propio pueblo. Hablar de insurgencia dentro de un ejército implique, quizá, contradicción. No la implicaría si abandonamos la concepción occidental, neocolonialista de lo que un ejército debe ser y la permutamos, entonces, por una nueva concepción. En esta nueva concepción, los ejércitos tendrían por funciones tareas más nobles que las de la guerra. Por ejemplo, brindar ayuda tras alguna catástrofe ambiental, llevar asistencia –de algún tipo- a comunidades rurales de difícil acceso, cuidar la flora y la fauna de ecosistemas dañados, etcétera. Y esta alocución gana fuerza si –como sucede- goza de un buen correlato empírico. Me refiero al caso concreto de la República Bolivariana de Venezuela.

De todos es conocido –al menos para quienes no nada más se informan vía prensa alineada- el papel fundamental que ha tenido el ejército de aquella nación dentro de su proceso de emancipación (Hugo Chávez lo comprendió poco después de “el Caracazo” o acaso antes). Si hoy en Venezuela se puede hablar de un firme crecimiento económico, de la creación de las universidades bolivarianas a lo ancho de todo el país, de acceso a servicios de salud y viviendas dignas para sus habitantes, pero –sobre todo- si se puede hablar de la autonomía del gobierno venezolano a la hora de tomar decisiones(completamente al margen de la voluntad del gran hegemón, EUA) es porque la derecha venezolana fracasó -en 2002- en la intentona de golpe de estado en contra el gobierno de aquel país. Y ese fracaso –como se sabe- es resultado de la lealtad que las filas del ejército le prodigaran a Hugo Chávez Frías en horas que fueron decisivas para contrarrestar el ataque (no puedo evitar pensar en lo bien que le hubiese sentado a Allende una situación similar, por ejemplo).

Pienso que lo que sucede en Venezuela con Hugo Chávez o en Bolivia con Evo Morales o en Argentina con los Kischner o en Cuba con los Castro o en todos estos regímenes disonantes a los dictados de Washington, es una buena prueba de que es posible vivir al margen del capitalismo económico, que es posible construir otras alternativas de producción y de relaciones de producción entre las personas de modo que haya una derrama más equitativa entre los sujetos que protagonizan dichas relaciones. Esto no significa que todos los países del mundo tengan que, necesariamente, arribar a estos modelos. Sólo creo que ni el capitalismo, ni el neoliberalismo (su versión plus) ni el globalismo económico son –como pontifican sus paladines- los únicos sistemas posibles a los que ha de llegar la humanidad (y, menos, “naturalmente”, como ellos dicen).

Cierro este punto con la siguiente reflexión. Hay ejemplos en la Historia de que no todo lo que sale de los ejércitos ha de poseer, por necesidad, visos de violencia o derivar en totalitarismos (el neoliberalismo es un totalitarismo y la mayoría de los presidentes que siguen este modelo se asumen como grandes demócratas). Referiré el caso específico de un militar de impresionante altura de miras que una vez tuvimos en México, Lázaro Cárdenas.

Lázaro Cárdenas fue un presidente nacionalista, un hombre con ideario humanista, un gobernante justo, quien al final de su vida, incluso, no mostró ningún rubor en admitir sus simpatías hacia la revolución cubana. Hombre que devolviera -aprovechando la coyuntura de vulnerabilidad que sufría EUA a causa de la SGM- el petróleo a México  después de años y años de problemas por la tenencia de éste a manos de extranjeros (como la invasión a Veracruz en 1914), que creara el IPN (Instituto Politécnico Nacional), que proveyera a muchísimos campesinos de tierras a través de la figura del ejido, que recibiera a buen número de españoles expulsados de su patria tras la guerra civil del ’36, que se negó a permitir –pero esto ya como Secretario de Defensa del gobierno avilacamachista- la injerencia y violación de nuestra soberanía por parte de EUA cuando, éste, debido al hundimiento de los buques “Faja de Oro” y “Potrero del Llano”, contara con el pretexto idóneo para hacer de México su aliado vía aquél enflaquecido “Escuadrón 201”. Una de las pocas cosas que puedan objetársele es el apoyo que brindó a Manuel Ávila Camacho -y no a Francisco J. Múgica- con rumbo a la sucesión presidencial. Creo con honestidad que Cárdenas ha sido el mejor presidente que ha tenido este país después de la Revolución Mexicana.

2) La mayoría de los hombres que conforman al ejército mexicano son hombres lo suficientemente zafios, pedestres como para salir a las calles a protagonizar la guerra absurda que protagonizan. O puede ser también que sean hombres temerosos. En cualquier caso, son hombres que no creen en la fuerza de su organización. Quizá como ellos -mucho más que cualquier civil- mantienen contacto directo con “la autoridad”, sus estamentos, jerarquía y funcionamiento, sean, ergo, mucho más realistas en relación a las consecuencias de un posible desacato. Yo no sé si sea factible la creación de insurgencia al interior del ejército mexicano, no creo tampoco que, con EUA al Norte, sea fácil aquí un golpe militar. Sí creo que los soldados de dicho ejército –como ya dije- han sido reclutados de acuerdo a los criterios que mencioné puntos arriba pues, de otro modo, el desacato ya tendría que haber ocurrido. No es posible que la guerra absurda de Calderón siga avante. Pero esto tampoco es posible si no se cuenta –como se cuenta- con la colaboración de los miembros del ejército mexicano (¿su insurgencia, en dónde está?, ¿en la cárcel?, ¿como alguna vez lo estuvo el general Gallardo?, ¿habrá manera ahora -ante la cruel sujeción del ejército mexicano a los intereses de EUA- de crearla?).

Nota: Dejo este esclarecedor texto del general Gallardo. En éste explica él con grandes lucidez y elocuencia –y muy buenos fundamentos- lo que significa el ingreso de México a la ASPAN (otra forma de entender esta absurda guerra).

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Una noticia feliz, buen sabor de boca para media semana:

El próximo 8 de marzo José Narro reinaugurará –después de labores de remodelación- el que vendría a ser el más reciente museo universitario, el Museo de la mujer.

Potencialmente creyente

Yo podría un día –quizá- abrazar el concepto de Dios. Sintiéndome sola, vieja, cercana a la muerte, precisar de la noción de trascendencia, proveerme de la ilusión según la cual tiene que haber algo más grande que esto que mis ojos ven. O -caso distinto- ser blanco de un hecho tan controvertido, tan peculiar en mi vida, que me arroje éste a reconocer a Dios (comprendo que pueda haber situaciones de la vida que animen a muchos humanos a tal reconversión). Ese devaneo –comprendo- es uno al que no es fácil sustraerse. No sé si llegado el momento, cuente con la suficiente congruencia intelectual como para -en efecto- sustraerme a tal posibilidad (o quizá, ni siquiera tenga que ver con “congruencia intelectual”, sino con lo que mis circunstancias hayan hecho de mí llegado ese día). Lo que sí sé -y sobre eso no tengo ninguna duda- es que, jamás, jamás podré abrazar ninguna doctrina religiosa, ningún corpus de conocimiento de cariz eclesiástico a partir del cual pueda aceptar yo nociones divinas. A menos que, como sospecho y como muchos antropólogos confirman, la idea de lo divino no sea sino una extensión –exaltada- de nosotros mismos sobre algún símbolo, sobre alguna entidad cuya existencia nos confiera de paz, de sosiego, de asidero frente a la soledad. A mí una vida sencilla, arrimarme al calor del fuego rodeada de seres amados dispuestos a la palabra –cobijados bajo el cielo- es una vida que no sólo podría vivir, sino que deseo vivir algún día. La comunión con humanos, prescindir del vacío que te inflige vivir en estas urbes en donde la amabilidad se toma como sospecha (quizá formes parte de alguna banda de secuestradores), la vida de oficina, envejecer en el trabajo es algo que ni por necesidad, ni por ninguna cosa anhelo. La vida en la ciudad, vivir en la capital de mi país es resultado de un azar y de una afiliación, un amor a la academia. Nada más. Pero llegado el momento, abandonaré la ciudad, emigraré al campo, a algún pueblo en mi país o a algún pueblo de otra parte del mundo (no me importa, en realidad).

Toda esta búsqueda enorme, incesante, no satisfecha aún que tengo yo por el encuentro con mis semejantes –como se estilaba en otros tiempos, en las tribus, en aldeas- es una búsqueda no hacia la renuncia de mi ser, sino al encuentro más genuino con mi origen. En los orígenes del mundo, justo allí, nace la idea de Dios. Anhelo el encuentro con mis orígenes, con mi humanidad, sin la idea de Dios. Sea ello, tal vez -y no otra cosa- lo que la posmodernidad tuvo a bien legarme (a mí y posiblemente a muchos). Seremos un nuevo tipo de humanos, aquellos que tuvieron que ser blanco de la masificación y mercantilización que hizo de ellos el capitalismo para, al final, abrazar –huérfanos, ya en la intemperie- lo que de más humanos hay en ellos mismos, pelear incluso con ferocidad por recobrar lo que el capitalismo les arrebató. Pero también habremos de ser los humanos que, educados bajo los dictados de la razón científico-técnica, aquellos que tuvieron noticias sobre la muerte de Dios, no vuelvan, nunca más vuelvan a requerir de éste. ¿Será la fe en Dios condición necesaria para la fe en lo humano?, ¿no acaso Dios es una expresión de nuestro deseo por perdurar en esta tierra lejos de la bruma, de las neblinas, del caos? Yo ya no puedo pensar así, han transcurrido un par de miles de años desde que este tipo de pensamiento fluyera en nosotros. La Historia nos ha arrojado a la lucha contra el tiempo, pero en medio de esa lucha tiene que haber, también, algo recuperable. Mientras fuimos esclavos en “las filas del progreso”, no del todo murió nuestro humanismo. Lo humano siempre está allí, incluso como residuo. Con ternura -casi con amor- me asgo a mi ser atávico y, con esa misma convicción, tomo también lo mejor que hemos producido en medio de todo este cataclismo industrial. Yo digo que son la ciencia y el humanismo lo mejor que, hasta ahora, hemos elaborado, nuestros mejores frutos. Yo digo, incluso, que un quehacer no se explica sin el otro y, una actitud, menos. Digo también que podría parecer que dentro de mí yace una infinita soberbia –podría ser-, pero no es eso lo que me mueve a esta clase de aseveraciones.

Yo no lo sé




Yo no sé a dónde llegaremos, si habrá puerto para nosotros o sólo viajar en este velerito a través de una mar inconmensurable, en un viaje que nos aproxima infinitamente, en progresión asintótica. En cualquier caso, yo elijo hacer este viaje, allí, a donde me lleve (aunque en el fondo, ¿te cuento? me gusta imaginar que me lleva hacia a ti, que sobre ti deposito mis denuedos, mi voluntad, mis quimeras).


Amica mea - Ophelia´s Dream





CANCIÓN: Amica mea
INTÉRPRETE: Ophelia´s dream
ÁLBUM: Not a second time
AÑO: 2004


Corto basado en la adaptación gráfica (Mike Konopacki) del libro “A People's History Of The United States” del historiador Howard Zinn.

Carta a un amigo

¿Sabes qué pasa? Que no me había percatado de que tuviste a bien responder al último comentario que hice en "Despierta Libertad". De entrada, te agradezco la intención genuina de reaccionar ante mi estupor-desazón. Puedo palpar que te conmueven este tipo de cosas. Lo que haré ahora es responder a tus palabras, a tu invitación, porque para mí tampoco es posible permanecer indiferente a una reacción humana tan viva, tan cargada de sentido, de interés, como es la tuya. Es bien difícil que cualquier gesto humano –sea muy orgánico-emocional-visceral o muy racional-intelectivo- pase en blanco en mí. Al final, requiero pensarlo todo, repasarlo todo, volver a pensar. Gracias.

Cuando hablo de aceptar que esto somos, es decir, aceptar la naturaleza dual (destructiva-creadora) del hombre, me refiero a no pretender que en nosotros yacen, absolutamente, puras nociones e intenciones, digamos, buenas. En realidad, estoy convencida de que el derrotero que tomemos de adultos (las valoraciones y elecciones morales que vayamos tomando) serán resultado de un amplio conjunto de cosas, entre las cuales destacan la educación, el entorno social, determinadas vivencias personales, etc. El ser humano es como una masa de arcilla a la que se le da forma. La bronca quizá resida en que, por alguna razón, las arcillas que somos los humanos, no siempre tenemos el privilegio de contar con un escultor-formador que inculque en todos nosotros algo elemental para que la vida florezca sin contratiempos: el respeto a ella misma, a la vida (me refiero a la vida humana) y, después, el conocimiento de la naturaleza, cuyo manantial informe, desbordado, implacable, no condicionado es, justamente, uno de los atributos que, a través de un mal uso de la razón, los humanos hemos pretendido aplacar en nosotros mismos y que, como resultado de ello –en algunos casos- se han construido -y aceptado- códigos morales totalmente anti naturales. Muchas concepciones culpígenas y moteadas de "pecaminosas" de la religión católica (quiero decir, usar una palabra (pecado) –después- para una noción que surgió antes (la idea que dicha palabra significa)), por ejemplo, van en contra de todos los instintos más primarios y naturales del hombre. Así, cuando -por ejemplo- se le tilda a una mujer de “puta” por el hecho natural de requerir –sí- constantemente de sexo –lo mismo que el hombre-, pues, bueno, uno se siente indefectiblemente inclinado a soltar una gran carcajada. El sexo es la cosa más natural, inherente a nuestro ser. El sexo es la antesala de la vida humana, el origen, causa, mecanismo por el cual estamos aquí todos. La cópula sexual hombre-mujer (lo mismo que en otras varias especies) es el mecanismo biológico por el cual la vida surge. Dicho mecanismo precede a la mayoría de nuestras construcciones culturales, a todos nuestros códigos morales, al rubor que ahora nos impide salir desnudos a la calle (carne, al fin carne que un día será ceniza o alimento para microorganismos que se hallan en la tierra).

Cultura y moral son, entonces –también- represión. Lo dijeron ya Nietzsche, ya Freud, ya pensadores que hacia el XIX construyeron filosofías críticas de los idealismos que les antecedieron. Pero uno debe tener cuidado con esto y no confundirse. Uno debe advertir qué, de nuestros instintos más vitales, han de resurgir y oponerse con fuerza a las falsas morales (a las moralinas) –gran parte de la moral católica es una moralina-, con el propósito de -resurgidos y renovados- permitirnos vivir más libres, liberados de toda absurda represión. En esta búsqueda, sin embargo, en este determinar qué ya no puede vivir reprimido en nosotros, se llega a caer en tremendos yerros. Los yerros son resultado de olvidar que todas nuestras aspiraciones, nuestras motivaciones, nuestras elecciones han de basarse en un imperativo ético (quizá ya el único que yo exigiría en cualquier moral): el del respeto a la vida humana y, después, el respeto a nuestro hábitat. No diré que a toda la gran naturaleza porque ello implicaría caer en una gran contradicción. Hacer conciliar las leyes humanas con las leyes naturales no siempre es posible. La naturaleza misma no siempre respeta al hombre, muchas veces actúa en contra de él.

Entonces, todo esto parece ser una cuerda siempre en tensión, de la que tenemos que estar tirando constantemente a fin de procurarnos el menor daño posible. Pero aquí, no termina la cosa. Entra en juego la razón, el idealismo del hombre (allí estoy yo parada, allí me paro y lo acepto y creo en la fuerza con la que la vida puede ser perfeccionada a través de nuestra razón, esa facultad tan humana, tan natural –también- en nosotros, aun cuando dicha “naturalidad” sea una adquisición más reciente y, quizá por ello, una manifestación ineluctable de nuestra evolución. Posiblemente, el hecho de que sea reciente, es una prueba de que se trata de una de las mejores cualidades evolutivas de que disponemos). El homicidio, por ejemplo, es potencial en la especie. Podemos asesinar a alguien, hay personas que han dado muerte a otras. Todos hemos tenido noticias de algún homicidio y, no sólo eso, la constante en las guerras son los tremendos genocidios que se perpetran en contra de civiles. Entonces ¿qué?, como somos susceptibles a asesinar, ergo, ¿asesinaremos?, ¿al fin que sí podemos? Aquí justo es en donde entra el pensamiento. No sé hasta qué punto la moral y la religión –la religión como subconjunto de la moral- han tenido que ver con haber desarrollado este tipo de pensamiento, el pensamiento moral. El pensamiento por el cual reparamos en que mientras sigamos destruyéndonos entre sí, ponemos en peligro a la especie entera, nuestra permanencia en el mundo. Yo no me opondría tan ferozmente al relativismo moral si -como ocurre- muchas de dichas concepciones, no justificasen con enorme liviandad, el dolor de muchos. No es que lo justifiquen, en realidad, parecen no verlo. Me niego también a admitir –sería un digresión de mi propio pensar- que las elecciones morales vienen regidas por nuestra pura voluntad, por un gusto, por la congruencia hacia una estética. En la realidad, sucede, pero si escaparan a toda legalidad, en particular, a la del imperativo ético señalado (y el imperativo ético señalado, téngase presente, lejano está de toda metafisiquería: pone en el centro al hombre y su entorno) la vida no tendría ya un sentido, sino sería una pura trayectoria errática de una especie animal que, incapaz de cualificar cosa alguna, se somete, acéfala, al placer o al dolor o a la estupidez.  

Regreso al punto (un idealismo materialismo)

Yo no sé, decía, hasta qué punto la moral y la religión han hecho entrar en escena este tipo de pensamiento, pero sí creo que, más bien, hay una causa anterior a la religión y a la moral (religión y moral, serían, más bien, un resultado –ya razonado- de dicha causa). Se trata de una causa de orden biológico.

Antes de hablar de esta causa biológica, quiero decir que a mí me parece que es indispensable reconocer que la razón se aposentó en el proscenio de nuestra historia (la historia de los humanos) para redirigir su rumbo (un rumbo no siempre halagüeño). La razón es una capacidad que tenemos y, lo mismo, podemos a través de ella hacer elecciones correctas o no hacerlas. Pensar no es la panacea a nuestros problemas. Pero –tal vez- sea con el pensamiento, la forma más cercana que tenemos a hacer buenas decisiones. De modo que no podemos negar que muchos vericuetos a los que nos hemos enfrentado han sido resueltos con la razón. Es innegable el valor de la razón instrumental, la razón como medio para alcanzar otros fines. Pero esta razón como instrumento, es tanto más valiosa cuanto que, además, es una razón cultivada, es decir, una razón que se entrega constante al ejercicio de razonar, aquello por lo cual ella es en sí misma.

Pero, ¿y por qué razonamos? Creo que razonamos como resultado de una adaptación que hubo de hacer la especie a fin de sobrevivir. El órgano de la razón no es un topos metafísico, es algo más que el res cogitans cartesiano. Cuando apelo a la razón, no apelo a una causa trascendente, sino biológica. Así como los primates que, en nuestra cadena evolutiva, hubieron alguna vez de posicionarse erectos a fin de coger los frutos de los árboles y, entonces, tener qué comer y no morir de inanición, asimismo, un día el cerebro humano, resultado de determinadas facultades que ya poseía, hubo de dar un gran salto cualitativo, tras el cual, la facultad de razonar estalló en nosotros.

La gran expectativa que sobre la razón pongo es que, a mí parecer, ha trascendido a su mero ser biológico –que no a su preservación- para atisbar, concebir algo más, mucho más que, por nuestra biología, ahora mismo somos. Pareciera haber una contradicción en esto que digo. Lo que me alienta a pensar que no es así –que no hay contradicción- es que, de otra manera, habría un determinismo, un fin a cuyo destino no habremos de escapar nunca.

Sin duda, nuestra especie, llegará un día a su fin –así, como la conocemos ahora. Sin embargo, en ese ínterin pueden suceder muchas cosas, como, por ejemplo, lograr vivir –por muchas centurias- bajo algún reinado de armonía.

Justo debido a algunas de estas cosas que he explicado, resulta para mí bien consecuente con mi pensamiento aceptar la teoría evolutiva, porque la teoría evolutiva –bien interpretada- me dice una cosa insoslayable: hay hombres más imbéciles que otros; unos nacieron más aptos para el pensamiento, otros no. Los imbéciles que no nacieron aptos para el pensamiento, son los que están llevando hacia la destrucción a nuestro planeta (banqueros, mandatarios corruptos, gerentes de la Coca-Cola, etc.). Pero nosotros seremos tan imbéciles -como ellos- si no hacemos algo –pronto- para evitar que su oligofrenia nos lleve a la destrucción.

Así -me parece- los teóricos del neoliberalismo, seducidos por el fulgor del poder y del dinero, obnubilados de la mente, han hecho una errónea interpretación del darwinismo, y el social darwinismo que propugnan es una auténtica pifia, ésa sí, digna de pena y conmiseración. Los verdaderos inadaptados son ellos, no nosotros. De otra manera, la imbécil sería la naturaleza, procreadora de cientos de miles de taras genéticas.

Me acuerdo ahorita, a propósito, de un conjunto de ideas a las que he englobado con el nombre de “teoría de la destrucción”. Teoría según la cual, nuestro evolucionar nos dirige invariablemente a la destrucción y que me fue inspirada tras la lectura de un texto de orden filosófico, escrito por Egdar Allan Poe, intitulado “Eureka” y que en algún lugar del mismo recita: en la unidad original del ser primero, está contenida la causa secundaria de todos los seres, así como el germen de su inevitable destrucción. Es un conjunto de ideas, largo, inacabado, tortuosos, circular. Lo único que puedo compartir al respecto –lo más rescatable- es lo siguiente: Yo lo que creo es que los humanos nos encaminamos, directo, hacia nuestra propia destrucción. Que todos nuestros atisbos de progreso, no son sino pequeños pasos que nos conducen a nuestro fin. Y esta creencia no tiene nada de extraordinario, sino que está montada sobre un adagio elemental: el de que todo tiene un principio y un fin. Pero una cosa es –claro- que nuestra estancia en el cosmos esté sujeta a cierta caducidad –como el de todas las especies- y otra cosa es que, a instancias de ello, seamos incapaces de producir una sola cosa benéfica. Por otra parte, nuestra fugacidad no debería sumirnos en el pesimismo, sino –tal vez- en un profundo optimismo: el de saber que nos ha tocado vivir en un período intermedio entre nuestro nacimiento y nuestro ocaso y hacer lo mejor -a nuestro alcance- para hacernos la vida más soportable –a nosotros y a los demás. Lo que, sí, tal vez, me arranca profundas iras es pretender que sólo evolucionamos. Hay un trecho en la evolución que es lineal, pero el principio y el fin de ésta, son caóticos y poseen un atractor. Creo que evolucionamos dentro de un cierto margen pero, también, que -llegado el momento- cuando nuestra existencia deje de ser útil o necesaria dentro del cosmos, dejaremos de estar aquí. Vamos, entonces, progresando hacia nuestro cese. A fin de dar un cierto sustento a este conjunto de ideas, he acudido al acercamiento que hace algún tiempo tuviera a los Sistemas Lindenmayer. Pero esa parte es bastante estéril, como árida. Hasta aquí con eso.

Y todo este rollazo, ¿para qué? para decirte que, el hecho consistente en aceptar que en las relaciones humanas hay una carga intrínseca de injusticias no significa –ni nunca- que yo crea que esta aceptación es una resignación, un aceptar sumisa que las cosas tienen que ser así. Y no lo acepto porque dicha carga de injusticia se traduce -en no pocas ocasiones- en un perjuicio directo a la vida de muchos humanos. Pero si tampoco lo acepto, si no lo veo, tampoco, entonces, seré capaz de cambiarlo, de atemperarlo, de intentar dar una solución a ello. Aquí, la palabra “aceptar” la utilicé mal, tenía que haberla contextualizado. Aceptar quiere decir: razonar sobre la naturaleza humana, sobre lo que somos capaces y no somos capaces de hacer –no negar, por ejemplo, la sevicia, la crueldad, el sadismo, el sometimiento, la servidumbre con los que, en determinadas circunstancias, podemos actuar- y, luego, también con la razón, cambiar eso si nos inflige algún daño (lo malo es que la especie parece ser también aficionada al masoquismo).

Hay un gran problema en relación a esto, pero hay también una enorme ventaja. El problema reside en lograr que la mayoría de los humanos hagamos acuerdos sobre esto, llegar a un consenso y, sobre todo, actuar ejecutivamente en aras de dicho consenso. La ventaja, sin embargo, es también fuerte: se trata de un imperativo ético muy simple, muy sencillo y elemental, uno que –yo creo- la mayoría de los seres humanos tendríamos que estar dispuestos a aceptar (el ya mencionado: la preservación de la vida humana y el respeto a nuestro hábitat).

La realidad es, entonces, que detrás de mis palabras, de lo comentado en “Despierta Libertad” y de lo que últimamente estoy y estaré publicando en mi blog, hay ya –por mi parte- una asunción fuerte: ya es necesario actuar radicalmente. De otro modo, la suma de nuestra buenas acciones, por graduales y constantes que sean, terminará siendo opacada por sus acciones antípodas (quizá las leyes de la entropía prefiguran esto o, más bien, sea esto una confirmación a dichas leyes). Creo que tendrá que llegar un punto, y ya no queda lejos, en el que los humanos tendremos que luchar por conservar la vida como ahora la conocemos. Va a ser muy triste que la inacción, el impasse en el que actualmente nos hallamos suspendidos, derive, aún, en más dolor. De ser así, la especie total habrá resultado ser un gran error de la naturaleza. Un mal experimento.


Todo esto, en otras palabras, quiere decir: estoy de acuerdo contigo, hay que hacer cosas, proponer, salir a las calles, tomarlas, hablar, discutir, no permanecer estáticos. 

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