Evgen Bavcar, la Belleza y el golpe militar
martes, 30 de junio de 2009 by Eleutheria Lekona
Hacia el año de
Por supuesto, conocer tan precozmente a Bavcar abonaba en mis atisbos megalómanos y me hacía sentir sumamente especial: mientras mis coetáneos se desgañitaban por ir a un concierto de Madonna, yo –reclusa en mis aposentos- me contentaba con el regocijo de lo inédito (afortunadamente, esas “impresiones” quedaron confinadas a mi adolescencia y, aunque con los años no cesa el sentido de unicidad que se le exacerba al humano en aquel período, uno termina –finalmente- por racionalizar y temperar aquellas poses; en mí caso, más de lo que quisiera, lo suficiente para lamentarlo).
El ejemplar dejé de tenerlo, pasó a ser acervo de un atesorado amigo –ya no sé si más que la revista-, pero en mi memoria personal yace como uno de esos pequeños episodios –uno de tantos- que me vinculan con los noventas y mis años adolescentes (¿estoy comenzando también a hacer arqueología personal?).
Bavcar ha venido a mi memoria por dos cosas:
1) La búsqueda frenética e irreflexiva de imágenes sobre lo que está ocurriendo en Honduras –como si la imagen fuera realidad última de las cosas- y, por asociación de ideas:
2) ¿Nos estaremos volviendo dependientes de la imagen? ¿Hemos olvidado nuestros demás sentidos a la hora de comunicar un asombro, una tristeza? ¿Una taza de café humeante –su fotografía quiero decir- es más contundente que el olor del café de olla con canela para asirme de ese objeto? ¿Existe un medio, más efectivo que la imagen –a través del Internet- que logre el efecto de comunicación deseado? ¿Y qué hacen los que no ven? ¿Cómo ven? ¿A través de qué? ¿Somos, finalmente, producto de nuestro contexto histórico? ¿Somos, particularmente, producto de la multimedia? ¿Nuestra venganza es, supeditar a las generaciones venideras al momento histórico que hayamos construido para ellas?
Vayamos con la primera pregunta.
En el mero centro del huracán mediático ha estado el pueblo hondureño en estos días. En mi afán por solidarizarme con su situación –de las causas de ese afán prefiero no polemizar porque podría quedar reducido a la nada- me puse a revisar varios blogs de oriundos de aquel país: tratar de entender con conocimiento de causa lo que estaba ocurriendo y no, nada más, adherirme a tontas y locas a las protestas que, mis vecinos de blog, echaban desde sus escaparates. Más o menos pude conocer el sentir de algunos hondureños, pero –honestamente- sería sesgado decir que el sentir generalizado es ese; por mucho, los blogs que visité quedan lejos de ser una muestra estadísticamente significativa del pensar hondureño en relación a esta coyuntura. Después, seleccioné aquello que me pareció más congruente con la realidad –o quizá, con la realidad que yo percibo del asunto- y decidí postearlo. Sin embargo, el problema vino cuando –como ya se me está haciendo costumbre- me dí a la tarea de buscar una imagen que acompañara a mi post. Realmente lo que encontré en el buscador del google era repetición de lo mismo; después, se me iluminó el cerebro y me fui a buscar en diarios on-line hondureños. Finalmente, terminé por “tomar prestadas” las imágenes que mis vecinos de “Café y Petróleo” habían posteado junto con su reporte de la situación.
Me dí cuenta de una cosa: sentí una urgencia –casi metafísica- por encontrar la imagen que con mayor fuerza y contundencia –según yo- explicara lo que estaba sucediendo y –peor aún- convenciera del oprobio cometido a quien se paseara por aquí.
Pareciera que el acontecer de las cosas, quedara reducido así, a la imagen; y vienen a mi mente docenas de imágenes: el episodio de influenza en México, los aciagos días de la guardería ABC con la consecuente muerte de cuarenta y tantos niños de maternal, la muerte de Michael Jackson, el fraude a Clara Brugada, el golpe militar en Honduras, etcétera.
Luego, me pregunto, ¿siendo que los ojos, el sentido de la vista, es una de nuestras herramientas básicas para recolectar y “conocer” aquello que “sucede afuera de nosotros”, es posible que ocurra de otra forma? En realidad, no es ello lo que en sí me preocupa. Sé que, antaño, eran el periódico, la radio, etc. los modos en que el humano se allegaba de información. Lo que me preocupa es pensar que la imagen, con todo y su contundencia, libere, demasiado, a cualquiera de nuestras otras facultades: oír, pensar, ver, etc. de una revisión crítica de lo que ocurre alrededor de nosotros. En particular, me hace ruido pensar que la aflicción que nos provoca el malestar que otros padecen visto a través de la imagen, sea una aflicción catártica (bueno, de hecho lo es) para que luego, estemos dispuestos a recibir, a través de la imagen, nuestra última y renovada carga de aflicción.
Sin duda, estamos habituados a la violencia y sus horrores como consecuencia del efecto mediático y resulte quizá baladí que me ponga a escribir de esto. Sin embargo –y aquí esbozo una sonrisa- hacerlo también es catarsis (aquí no es la imagen, sino la escritura).
Bavcar perdió la vista a los 12 de años de edad y, supongo, su origen eslavo le inflige una memoria del conflicto balcánico. Sus fotos, si bien preñadas –algunas de ellas- de cierta nostalgia son, por lo regular, una especie de fantasmagoría de los objetos (la verdad es que siento unas infinitas ganas de preguntarle a Bavcar si los montajes que concibe a ser fotografiados los concibe a partir de sus recuerdos visuales), ¿cómo ha exorcizado él, un fotógrafo eslavo, ciego desde los 12 años, el recuerdo del horror? Sin duda, es fútil que me ponga a lanzar preguntas tan absurdas. He visto –por cierto, explorar otros blogs me lo ha confirmado- que el ser humano tiene diversos modos de desasirse de aquello monstruoso que lo asfixia, de nuestro pequeño Jekyll. Por lo regular, pululan los blogs en donde se escribe poesía, se escribe con sencillez sobre las cosas, se asume una postura bohemia, alegre, humilde frente a la vida. No lanzan todas estas preguntas estériles que, frente al teclado, lanzan espíritus como el mío. La verdad, esa capacidad que tienen varios blogueros me asombra y, bueno, creo que lo mío va por otro lado.
Seguramente Bavcar, como tantos otros artistas, milita en las filas del arte buscando la sublimación y la belleza. Y me quedo pasmada en este segundo y me digo ¿la belleza es la respuesta? (creo ahora entender a aquel bloguero chileno que gusta de recolectar fruta).
Por asociación de ideas respondo: yo me enamoré de la Matemática por su belleza intrínseca y allí he permanecido segura y protegida. Por supuesto que tengo mis devaneos humanistas: gozo de leer, soy una cinéfila en etapa terminal –no creo poder curarme nunca de esta adicción-, me gusta la imagen, la música es mi religión y, bueno a ratos dejo la Matemática y me vuelco a los otros quehaceres. Pero, he de ser sincera, no puedo estar mucho sin la Matemática, no aguanto demasiado sin ella. Ella, su belleza, me ha mantenido anclada, felizmente, a la existencia. La belleza es, entonces, la respuesta (la que viene del viento décadas atrás y se encarnó en flores que parecían haberse marchitado, pero que –tal vez- sólo estaban mutando hacia otra cosa).
Sin embargo, y aquí no puedo evitar decir esto, creo que si se asume la búsqueda de la belleza como afectación o como pose –como lo hacen algunos intelectuales, refugiados en sus creaciones- está uno proclive a caer en el otro extremo: el de la esquizofrenia, el del olvido, el de la omisión. Como reflexionaba en post anteriores, me parece que asumir nuestra naturaleza catastrófica se vuelve también ineludible. Susan Sontag lo dijo, años luz, mejor que yo: “parece un bien en sí mismo reconocer, haber ampliado nuestra noción de cuánto sufrimiento a causa de la perversidad humana hay en un mundo compartido con los demás”.
Por eso, supongo, yo he decidido tomar una posición definida en relación a ciertas cosas que, me parece, infligen dolor a mis congéneres. Por eso, supongo, este blog es también para mí un lugar en donde se habla de política y de golpes militares y de fraudes electorales y de aquello que parece alejarnos de la belleza. Y la imagen y el multimedia son elementos de que me auxilio para tal cometido, pero espero, en verdad, no quedar reducida a ello, es decir, trascender el espacio de la protesta con el propósito de concitar la toma de conciencia.