Una nota sobre la esperanza

No hay un tiempo único para ser sí mismo porque la gente todo el tiempo está siendo sí misma. Si no se es sí mismo de manera espectacular o pornográfica, al menos se es sí mismo como parte de nuestro propio monólogo interior. Entonces, si hay alguien que cree que hay una fecha de caducidad para llevar a cabo una acción o para ser alguien, esa persona expresa en dicho acto una de las diferentes trabas que para actuar se suelen poner los seres humanos a sí mismos.

O más bien, para justificar que no actúan, para justificar su inacción o su falta de acción.

Tal vez porque, en el fondo, el que lo cotidiano fluya sin contratiempos nos justifica y nos hace sentir mejores.

Ser normal es algo así como la aspiración más habitual que todo ser humano posee aun a costa de la propia integridad mental. De hecho, pensar que hay un tiempo debido para actuar es un pensamiento cristiano, que bordea con la conciencia culpígena y nos impone barreras para desempeñarnos; es asimismo un paradigma que nos endilga absurdas, rimbombantes e innecesarias ataduras y un reloj que en sí mismo no debería de existir y que debiera por ende de ser desechado de nuestro marco de pensamiento sin cortapisas.

Siempre hay tiempo para la redención, porque lo que nos importa al redimirnos no es complacer a tal o cual figura.

La redención no tiene que ver con algo que sea éticamente necesario, sino con algo que es espiritualmente impostergable.

La redención, desde mi punto de vista, es algo muy orgánico, algo que nuestros cuerpos piden. Algo, también, que nuestra propia esperanza redentora moldea.

La redención es una producción de la esperanza. La esperanza finalmente es una fuerza. Una fuerza que quienes estamos vivos y que construimos cada día con nuestras pusilánimes acciones — aun en este boscoso valle de lágrimas al que de una u otra manera nos hallamos o nos sentimos unidos — producimos de forma incesante a lo largo de nuestras vidas para proyectar hacia el exterior como parte de nuestras funciones corporales más vitales.

La producción de esperanza es una función fisiológica como cualquier otra que el organismo cumpla. La autorredención lo es también. Se le puede equiparar a la necesidad de abrir los ojos al amanecer para iniciar nuestras actividades o al acto de expulsar una tos si se siente una flema en la garganta o un reflujo.

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