De un bucle


Tránsito en Espiral, 1962.
Empezando el camino de regreso, ese que hace mucho sabías que habrías de transitar algún día, ese en el que contextos no extraños ni desconocidos se unen en un mismo punto o en una misma señalización para ceder lugar a la desolación y a la imperturbabilidad, una suerte de aturdimiento.

¿Y quién habría de saber que ibas a estar tú allí para atestiguarlo?

Nadie, salvo la nada misma. Nadie, más que tú, que lo has sabido siempre y lo has intuido.

¿Y quién te dijo que iba a ser fácil, sencillo o simple? ¿Sin zigzagueos, ni desviaciones ni quimeras no aburridas?

El retorno es siempre nuestro más anhelado proyecto, aunque no lo sospechemos nunca.

Nacemos, morimos y respiramos para él, para su consecución, para la ejecución minuciosa de cada una de las notas en su partitura.

No es que sin él no haya algo, es que su posibilidad es la condición inexpugnable para que lo haya todo. El to-do, ¿me explico?

Pequeños pasquines imaginarios en donde ves las condecoraciones burdas de tu anhelo. Interno, intrínseco a ti, mesmerilado — fusión de dos palabras que se enquistan en tu estómago para dar pie al no silencio — .

Y allí está, justo en tu amanecer, en este nuevo amanecer sin bultos muertos. 

Música, poesía, lenguaje, los seres que amas, cientos de atardeceres y, como lo habrán de imaginar ya todos, tus formalismos. Tus formalismos, tus formalismos, tus formalismos…

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