Un amigo comparte en su cuenta facebook un comentario a partir de otro comentario que a su vez ha hecho un político mexicano sobre el tratamiento mediático en torno al huracán Patricia. De inmediato, me siento intranquila con su post y emito una respuesta. Diverjo con él y creo que vale la pena rescatar parte de la conversación. Aprovecho entonces para compartirla aquí y exponer mi apreciación sobre la manera en que fuimos informados acerca de este desastre.
Subestimas el sensacionalismo con el que los medios informaron sobre el suceso e incurres en reduccionismo cuando quieres leer el comentario de este hombre en clave no política. Está dudando y, sí, dado que su formación científica debe ser limitada, expresa sus dudas con imprecisión, pero a mí me parece que esa imprecisión no invalida que cuestione la ya ancestral desmesura con que los medios informan siempre. Tiene una duda legítima y la expresa. Quizá, en cambio, a ti no te gusten los modos particulares con que lo hace. En mi opinión, hicieron, como hacen con todo, un gran show, un gran espectáculo del desastre. Como si estuviéramos viendo Armageddon en tiempo real y fuera a caérsenos Bruce Willis encima y se fuera a acabar el mundo en ese instante. Dios mío, cuánto show, cuánta laboriosidad. Marketing. Y nula seriedad para informar. La imprecisión, en realidad, inició con presidencia, con ellos inició el rumor que da pie a la teoría conspirativa, con ellos inició el dislate desde el momento mismo en que acuden a una frase hecha para informar y afirmar entonces que estábamos frente al huracán más poderoso del mundo. No, que sea el huracán más intenso hasta ahora registrado en México no nos da derecho a declarar en nuestro micromundo que es el más poderoso del mundo. Es que en mi idea de política la atención más grande de que se tenga registro en México no implica la parafernalia con los globos de neón y las luces. De mi parte, nunca voy a tener suficientes palabras para señalar la necesidad, la imperiosa necesidad, que tiene esta sociedad aletargada, que tenemos, de denunciar las grandes épicas mediáticas que crean los media y gobiernos para informarnos sobre hechos que merecerían cuando menos cierta seriedad, si no ya, precisión. No, no estoy de acuerdo contigo. Perdón, pero no. Celebro, celebro que este hombre cuestione las formas con que nos informan, acaso no estoy de acuerdo con que politice el hecho y diga que se ha manipulado —¿cómo para qué?—. En mi opinión, más que manipular lo que se hace es embrutecer, bloquearle los sentidos al receptor para que no piense la catástrofe. Por lo demás, valoro, eso sí, que señales cómo, ahora, cualquier nadería se eleva a rango de teoría conspirativa. No asimilemos, en cambio, duda, sospecha y pregunta a teoría conspirativa. Al menos no en política.
Luego:
Cuestión de temperamento y de percepción. No veo que sea sensacionalista, veo en cambio que está politizando. Ni tampoco veo que obre contra el sentido común su pregunta. En fin, difiero de tu postura. Nunca es claro en lo que escribes en dónde está la teoría conspirativa. Nunca es claro tampoco por qué debe ser conspirativo por necesidad que la gente dude sobre las formas en que de hecho los gobiernos y la prensa manipulan a las sociedades ante ciertos hechos. Y no, no hablo de chamtrails ni de iluminattis. Hablo, por ejemplo, de cosas tan transparentes —y paradójicamente turbias— como Ayotzinapa. Por lo demás, aunque tu texto no trate sobre sensacionalismo, creo que no estaría mal que integraras la variable en tu análisis. Sugerencia. Y sí, está bien, ya valoré el aspecto positivo de tu crítica. En verdad, valoro lo que haces; por eso, y no por otra cosa, elijo leerte. Pero, en serio, tengo un diferendo legítimo con tu comentario. No, no estoy defendiendo a este hombre, estoy expresando lo que pienso.
Además:
Y no, no es que afirme que tú creas que cuestionar las formas en que los gobiernos eventualmente nos manipulan es, por necesidad, teoría conspirativa. Pero a veces, solo a veces, estás casi a punto de erigir esa sospecha a ley social. Con escasos márgenes de libertad.
Y ya para finalizar:
Yo pienso que tienes razón en muchas cosas y que efectivamente la sociedad de masas tiende a fantasear sobre las intenciones que tienen unas u otras personas para hacer las cosas. De acuerdo hasta allí. No obstante, pienso que tienes un desconocimiento fundamental de cómo funciona el poder y de la clase de gente totalmente trastornada que suele a veces estar interfiriendo o tomando decisiones en esos ámbitos. Te pongo un ejemplo sencillo y a todos asequible: Bush Jr. Piensa en serio en la demencia con la que hablaba —la agitación, la vehemencia, el contenido disociado de su discurso— durante Irak II, por ejemplo. Y sí, el capitalismo por su estructura hace que el capitalista delinca sin proponérselo, pero sería un error pensar entonces que ello exima de preferencias éticas a éste y otros grupos. La gente de ciencia, para finalizar, tendemos a ser más cándidas y más soñadoras con respecto a la sociedad. Por eso en parte creo que haces ostensión de este desconocimiento. O que tienes un conocimiento limitado al respecto. Y, del caso que mencionas, afortunadamente, no estoy enterada y no opinaré.
No obstante me limitaré a decir para resumir que es importante evidenciar y deconstruir los distintos modos en que la ideología opera alienándonos. Creo que el sensacionalismo en prensa es uno de tales modos y creo que volvió nuevamente a verificarse con el tratamiento mediático que se le dio al huracán Patricia. Y no, no estoy suponiendo una intencionalidad necesaria a los mass media; en cambio, estoy describiendo unos modos de operación inherentes a los formatos con los que a menudo se difumina la noticia y se nos informa.
Admito que mi estilo escritural y mis metáforas dentro del texto pueden ser el equivalente gramatical al sensacionalismo en prensa que cuestiono. Solamente me excuso diciendo que mi forma de escribir es en general esencial a mi escritura —sobre todo porque en este caso intentaba ser muy descriptiva y muy gŕafica, puesto que quería ilustrar dicho sensacionalismo—, que no afecta a nadie, que mi texto no lo estoy transmitiendo en cadena nacional, y que de la veracidad o exactitud de dicho texto no pende la integridad ni la salud mental de nadie, salvo, si acaso, la mía.