El entusiasmo que ha poco manifestó por Hölderlin un lector de “Eleutheria” me ha llevado a desempolvar algunos de los textos que yacen entre mis archivos literarios. Sucedieron dos cosas: 1) Me acordé de mí misma cuando, errante por la biblioteca de Acatlán, fugándome momentáneamente de las lecturas a libros de Cálculo, Autómatas, Lenguaje C, etc., me dejaba llevar –apenas sin advertirlo- a los pasillos que albergan el acervo humanístico; más precisamente, a los pasillos en donde se concentran los textos filosóficos y literarios (en mí, sin duda, siempre han vivido, por lo menos, dos mujeres: una mujer que ama las creaciones humanas, el arte, la lírica, la plástica, la música y otra mujer, más evanescente, lejana e impenetrable que ama del pensamiento abstracto, que se siente inimaginablemente cómoda leyendo teoremas y sus demostraciones; porque, además, la belleza –y el gozo, sí- que el pensamiento y el quehacer matemático me confieren, no tienen rival. De esto anterior se colige, claramente, que soy una esteta). Así que, de cuando en cuando –tras mis inquisiciones- tenía a bien fotocopiar uno que otro texto que versara sobre uno de los temas de mi interés y, así, hacer crecer la pila de fotocopias que anidan en mis haberes –pilas que algún día se convertirán en papel de reuso o en material para producir fuego. Fue así justamente, en una de dichas expediciones, que pude adquirir este material -poquitas poesías y alusiones a su ser- del poeta alemán. 2) Me encontré con esta serie maravillosa de textos escritos por diversos poetas, filósofos, literatos dedicada toda a la persona de Hölderlin (en mi inventario mental, que siempre llevo a donde voy recordaba, vagamente, el acervo de estos textos). Escriben sobre él Gottfried Benn, Jorge Luis Borges, Olga Votsi (aunque en mi texto su apellido está escrito con B), Paul Celan, Julio Cortázar, Johannes Bobrowski, Rolf Dieter Brinkmann, Álvaro Cunqueiro, Hermann Hesse, Stefan Zweig, Rainer Maria Rilke y Friedrich Nietzsche.
Voy a poner aquí –tecleados desde mi computadora- dos de dichos textos. Elijo estos dos textos porque encuentro que son ellos los que proyectan con mayor nitidez la esencia del alma de Hölderlin –si se me permite la expresión.
TEXTO 1.
A Hölderlin
(Olga Votsi)
¡Qué hermosamente te adormeciste
en las aguas silenciosas de la locura,
pájaro sagrado, tú, amigo de los dioses,
y desapareciste en la lejana
belleza por ti siempre deseada!
TEXTO 2.
Carta a un amigo, en la que le recomiendo la lectura de mi poeta preferido
(Friedrich Nietzsche)
Pforta, 19 de noviembre de 1861
¡Querido amigo!
Algunas exposiciones de tu última carta acerca de Hölderlin me han sorprendido mucho, y me siento movido a entrar en liza contra ti en defensa de este mi poeta preferido. Voy a recordarte tus duras, más aún, injustas palabras; acaso abrigues ya ahora una opinión distinta: “Me resulta completamente inexplicable que Hölderlin pueda ser tu poeta preferido. A mí, al menos, esos sonidos nebulosos, medio dementes, de un alma desgarrada, rota, me han producido únicamente una impresión triste y a veces repulsiva. Oscura palabrería, a veces pensamiento de locos, violentos arrebatos contra Alemania, endiosamiento del mundo pagano, unas veces naturalismo, otras panteísmo, otras politeísmo, en resuelta confusión; todo esto se halla impreso en sus poesías, aunque, eso sí, en bien logrados metros griegos.” ¡En bien logrados metros griegos! ¡Dios mío! ¿Ése es tu único elogio? Esos versos (para hablar únicamente de la forma externa) han brotado de una alma purísima, delicadísima, esos versos, que con su naturalidad y originariedad oscurecen el arte y la elegancia formal de Platen, esos versos que a veces se ondulan con un sublime aliento de odas, y a veces se pierden en los más delicados sonidos de la melancolía, ¿tú no puedes elogiar esos versos con otra palabra que con la insípida y ordinaria de “bien logrados”? Y, desde luego, no es ésta tu mayor injusticia. ¡Oscura palabrería y a veces pensamientos de loco! Estas desdeñosas palabras me hacen ver, primero, que eres víctima de un insulso prejuicio contra Hölderlin, y en segundo lugar, sobre todo, que para ti los versos de ese poeta son oscuras fantasías nada más que porque tú ni sus poesías ni sus otras creaciones. Pareces estar en la creencia de que Hölderlin ha escrito únicamente poesías. Así, pues, no conoces el Empédocles, ese fragmento dramático tan importante, en cuyos melancólicos sonidos se transparenta el futuro del desgraciado poeta, la tumba de una demencia que duró años, pero no, como tú opinas, con una oscura palabrería, sino con el más puro lenguaje sofocleo y con una riqueza infinita de hondísimos pensamientos. Tampoco conoces el Hiperion, que, con el armonioso movimiento de su prosa, con la sublimidad y la belleza de las figuras que en él aparecen, me produce una impresión semejante al oleaje del mar agitado. De hecho, esa prosa es música, dulces sonidos blandos, interrumpidos por disonancias dolorosas, y que acaban en un suspiro de sombrías, inquietantes canciones sepulcrales. Pero lo dicho concernía principalmente a la forma externa; permíteme que añada ahora algunas palabras sobre la riqueza de pensamientos de Hölderlin, que tú pareces considerar como confusión y oscuridad. Si bien tu reproche puede aplicarse en verdad a algunas poesías de la época de su locura, e incluso en las anteriores la profundidad del sentido se debate a veces con la inminente noche de la demencia, sin embargo, la inmensa mayoría de esos poemas son perlas puras, preciosas, de nuestro arte poético. Te remito únicamente a poesías como “Retorno a la patria”, “El río encadenado”, “Puesta de sol”, “El cantor ciego”; voy a aducir incluso las últimas estrofas de “Fantasía vespertina”, poema en el cual se expresan la más profunda melancolía y más hondo anhelo de sosiego.
En el cielo vespertino florece una primavera;
Innumerables brotan las rosas, y tranquilo parece
El mundo de oro; oh, ¡llevadme hacia allá,
Nubes de púrpura! ¡Y que allí arriba
En luz y aire se desvanezcan el amor y la pena!
Pero, como ahuyentado por una loca súplica, huye
El encanto. Comienza a oscurecer, y solitario
Bajo el cielo, como siempre, me encuentro.
¡Ven tú, sueño suave! ¡Demasiadas cosas
Anhela el corazón, y por fin, tú, juventud, te extingues!
¡Tú inquieta, soñadora!
¡Pacífica y jovial es entonces mi vejez!
En otras poesías, como especialmente en “Conmemoración” y en “Peregrinación”, el poeta nos alza hasta la idealidad más elevada, y nosotros sentimos con él que esa identidad era su elemento patrio. Finalmente, es notable toda una serie de poesías, en las que Hölderlin dice amargas verdades a los alemanes, verdades que, con frecuencia, están más que justificadas. También en el Hiperión lanza agudas y cortantes palabras contra la “barbarie” alemana. Sin embargo, este aborrecimiento de la realidad es conciliable con el máximo amor a la patria, que Hölderlin poseyó también realmente en alto grado. Pero en el alemán, odiaba al mero especialista, al filisteo.
En la inacabada tragedia, Empédocles, el poeta nos despliega su naturaleza propia. La muerte de Empédocles es una muerte nacida de un orgullo divino, de un desprecio hacia los hombres, de un estar harto de la tierra, y de un panteísmo. La obra entera, siempre que la he leído, me ha conmovido de manera muy especial; una majestad divina alienta en ese Empédocles. En el Hiperion, en cambio, aunque parece estar bañado asimismo en una luminosidad transfiguradora, todo es insatisfactorio e imperfecto; las figuras que el poeta evoca con “imágenes de aire que, despertando nostalgias, nos rodean con sus sonidos, nos embelesan, pero también suscitan un anhelo insatisfecho.” Mas en ningún otro lugar se revela con sonidos más puros que aquí la nostalgia de Grecia; en ningún otro tampoco destaca con mayor claridad que aquí la afinidad anímica de Hölderlin con Schiller y con Hegel, su amigo íntimo.
Muy pocos son los puntos que he podido tocar, pero a tu discreción, querido amigo, he de dejar el que, a base de los rasgos aludidos, te formes una imagen del desgraciado poeta. Si no refuto los reproches que le haces por sus contradictorias opiniones religiosas, has de atribuirlo a mi demasiado escaso conocimiento de la filosofía, en cual exige en gran manera un estudio más detenido de ese fenómeno. Acaso tú te tomes alguna vez la molestia de penetrar con más detalle en ese punto, y con la iluminación del mismo, arrojar algo de luz sobre las causas de su perturbación mental, las cuales, de todos modos, es difícil que tengan ahí sus únicas raíces.
Me perdonarás seguramente el que, en mi entusiasmo, haya empleado a veces palabras duras contra ti; lo único que deseo –y ésta es la finalidad que doy a mi carta- es que, mediante ella, te sientas movido a adquirir un conocimiento y a tener una estimación imparcial de ese poeta que la mayoría del pueblo apenas conoce ni de nombre.
Tu amigo,
F. W. Nietzsche
Eleutheria:
ResponderEliminarContinuum
Tengo la sensación de ser un observador privilegiado. No sabes hasta que punto leerte a ti y a Hölderlin me parece un continuum (Cantor también sonrie por el guiño). Pienso que para pocos poetas (como para el suabo, un verdadero poeta doctus) filosofía y poesía son una y la misma cosa.
Aún en alemán Hölderlin ha sido profundamente incomprendido; baste traducir aquí un fragmento de la reseña aparecida en la revista de crítica literaria "Neue allgemeine deutsche Bibliothek" (1798) con motivo de la aparición de "Hyperion, oder der Eremit in Griechenland": "...un colorido bordado de sentimientos, pensamientos, fantasías y sueños; a veces un poco más, a veces un poco menos comprensibles".
Pero dejaré que sea el propio Hölderlin quien revele, hasta qué punto la urgencia (la necesidad, la búsqueda) es la misma:
"El desasosiego conmigo mismo y con lo que me rodea me ha empujado a la abstracción; intento desarrollar la idea de un progreso infinito de la filosofía, intento mostrar que la exigencia inevitable que hay que plantearle a cada sistema, la reunión del sujeto con el objeto en un absoluto ("yo", o como se quiera denominar) es posible estéticamente
en la intuición intelectual, pero que teóricamente sólo lo es mediante una aproximación infinita."
Con un abrazo,
Arturo A. Peña