Fin de la vacuidad.
sábado, 24 de octubre de 2009 by Eleutheria Lekona
"No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo..."
Ha sido una semana extraña. De repente, me sentí perder el rumbo y ese sentimiento que continuamente me embarga últimamente volvió a hacer presa de mí: vacuidad.
Un vacío que se expande desde las puntas de mis pies hasta el culmen de mi cabeza, un vacío que me hace sentir y pensar que no soy yo quien ocupa este cuerpo, un vacío que me hace despertar cada mañana perpleja ante la comprensión de mi vida y de la vida que me rodea. Un vacío que se traduce en imposibilidad. Me dejé perder, entonces, unos cuantos días, navegué sin rumbo por los mares de mi propia extrañeza y perdí la brújula. Encantada por las estrellas y su resplandor, pude, sin embargo, hallar el camino de regreso. Pero el camino fue largo y parece como si hubiese durado eternidades. Comparo la duración de mis días de tristeza con la duración de cada uno de los días en que Dios tardó en construir el mundo. Eones.
Mis rabietas se terminan en mis cavilaciones, pero éstas se aglutinan dentro de mi cuerpo y el dolor de los costados se intensifica.
Yo creo firmemente que podría clavar mis pies en la arena y quedarme para siempre mirando el mar. Amo las matemáticas, la filosofía y la ciencia, pero no soy uno de esos investigadores que pueden abstraerse de todo cuanto les rodea a fin de encontrar la demostración de un teorema. No las 24 horas del día las dedico a mis ganas de aprender: me es imposible dedicarme sólo a mis doctos afanes, mientras el mundo se desmorona allá afuera. He estado pensando en buscar un doctorado fueras, hallé algo en España, pero sólo de pensar que no veré a Paola –mi querida hermana- por tres años, la idea pierde su encanto. Entonces hago juegos mentales: de alguna manera me las arreglo y llevo a cabo todos los preparativos para que Paola parta conmigo hacia España. Nos embarcamos en un viaje exhaustivo y nos instalamos allá: todos los demás pueden prescindir de mí, Paola es frágil como una libélula.
Hubo algo bueno esta semana: el texto de Peter Bieri que leímos en la clase de Didáctica de la Matemática. Me pregunto si el Dr. Michael Barot alcanza a atisbar los alcances y significación de ese texto; como quiera que sea, ha sido estupendo que lo haya hecho llegar a mis manos. Mientras lo leíamos, sentí que varias de mis más profundas convicciones habían sido plasmadas en papel por aquel escritor suizo (si bien no estuve de acuerdo, en particular, con su posición relativista). Luego, me metí al Google a buscar más información de él y resulta que trabaja también bajo el pseudónimo de Pascal Mercier (algo nos comentó de esto el Dr. Barot en la clase), pero lo que más me ha cautivado es que este hombre ha escrito una novela intitulada “Tren Nocturno a Lisboa” cuya inspiración le vino a partir de su pasión por el poeta Fernando Pessoa (uno de esos poetas que yo también amo). No sé si Portugal está de moda; yo, en cambio, gozo hasta el estremecimiento del fado que se canta en aquel país (Mísia, Madredeus, Amalia Rodrígues, Mariza, Teresa Salguerio, etc.) y de toda la saudade que campea en su lírica. Conocer el texto de Peter Bieri ha sido, entonces, algo que yo adjetivo con la palabra serendipia. Paola está tomando clases de portugués y me ha prometido prestarme sus textos, libros y diccionario en cuanto termine su curso.
Por cierto, este semestre intenté meter alemán en el CELE y fui rechazada (las vacantes para estudiantes de posgrado se someten a sorteo), de cualquier manera, me felicito por no haber sido aceptada porque el semestre ha sido tan pesado que, prácticamente, no hay tiempo para nada.
Arturo ha comenzado con una tos severa, se me ha perdido mucho en estos días, lo consume el trabajo y sus propios demonios. Yo me creo, por las noches, una Penélope que se sienta a tejer su colcha mientras espera su regreso. Extraño su cercanía, pero sé que, al final, de alguna manera aparece y yo me siento agradecida por su presencia.
Prometo subir en este blog el mentado texto de Peter Bieri, aunque tendré que, primero, pedirle permiso al Dr. Barot (él, junto con otro doctor del IMATE han hecho la traducción del alemán al español).