viernes, 14 de agosto de 2020

Rosario Castellanos, la filósofa

¿Por qué todos sentimos adoración por Rosario Castellanos? Supongo que porque hay violencia y verdad en sus textos. Yo la leía por primera vez mucho antes incluso de ingresar a la universidad y fue a través del seno materno que tuve contacto con esta autora. Sin embargo, mi encuentro más contundente con ella lo tuve cuando tuve entre mis manos Mujer que sabe latín, por un lado, y una edición en pastas blancas de Poesía no eres tú, por el otro. Mi lectura de sus textos no era la de una iniciada, era obsesiva. Pero la obsesión no me venía a instancias de algo definible en su prosa ni en su biografía. La obsesión radicaba en la cualidad racional que hay en sus escritos, en el análisis que hay en sus textos, en la contundente filósofa que habla incluso para escribir poesía. En Rosario Castellanos hay inteligencia y hay lamentos, pero no un lamento que se deja llevar por un gusto por lo irracional, sino todo lo contrario, un lamento que renuncia a no ser racionalizado y en ese sentido puede entenderse por qué algunas veces hemos adivinado la vena masoquista en la autora. Las cartas a Ricardo son una muestra irrefutable de dicha predilección. Pero, entonces, ¿qué es la poesía en esta autora? La poesía, diría yo, es dolor, pero de un dolor que se destila depurado, de un dolor que no se regocija en su propia impasibilidad para exorcizarse. Si hay catarsis, esta necesita ser pulverizada antes de alcanzar su estado poético y es pulverizada a través del lenguaje, en un doble ejercicio de autosublimación metafísica y creación poético-literaria. La poesía, en este sentido, se lleva el tiempo, el viento y la sombra en su formulación. Refleja en sus contornos la calidad de espejo que hay en las letras y las torna imágenes. No es extraño por dicha razón que la poesía de Rosario Castellanos le parezca a mucha gente una poesía llena de tristeza, pues como han razonado los más profundos filósofos, en el pensamiento hay tristeza y no solo hay acción y no siempre hay fuerza para catapultar la praxis transformadora. La poesía de Rosarios Castellanos, su literatura y su filosofía, deberían erguirse en un futuro no muy lejano como grandes monumentos a la capacidad de pensar, esa que estamos perdiendo.

Es verdad, también, no hay ni cómo negarlo, que Rosario Castellanos representó un papel y supo enfundarse una máscara al rostro. Es verdad que no es la misma después de los existencialistas franceses. ¿Pero quién no ha necesitado de grandes espíritus para acrisolarse? Ella, como el gran espíritu que fue, reconoció en sus letras y en sus ensayos sus influencias, no le regateó al tiempo ni al arte una sola de sus palabras.

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