Hay, creo yo, un marco para las palabras en nuestros cerebros. En unos, dicho marco tiene un sostén, existe y se reproduce y ese marco es evidente. En otros, ese andamio no existe y en su lugar las palabras fluyen desordenadamente hacia cualquier parte sin que nada las sostenga. En el caso de estos últimos, esto puede constituir una desventaja, pues parece que hubiera una falta de estructura, pero si se observa con detenimiento es más bien un superávit de estructura, solamente que de una estructura muy elástica que puede tomar la forma que quiera. Las palabras en este caso fluyen muy desordenadamente y tienen la capacidad de acoplarse a cualquier molde, cadencia, circunstancia o formato. También dicho flujo es adaptable al tiempo y adaptable al lugar. Hay sin embargo un peligro con este tipo de estructuras que hay que prever para prevenir: me refiero por supuesto a la volatilización. Es decir, al peligro que entraña el hecho de que este flujo de palabras pueda quedarse sin su objeto, puesto que en sí mismo carece de forma aunque tenga un propósito. Los flujos de palabras volátiles en este caso pueden sufrir de duros percances. Puede ser que a lo largo de sus vidas hayan estado siempre bien acoplados y bien adoptados a la forma artificial a la que de alguna manera se ceñían, sin ni siquiera ser conscientes de su flexibilidad ni de lo provisorio de su caparazón, pero puede ocurrir que inesperadamente, precisamente por esta falta de conciencia, algún fatídico hecho pase, se acomode en sus vidas y produzca la desambiguación. En este caso, al haber perdido el hilo que daba coherencia a todos sus relatos y que, primordialmente, les otorgaba unidad, las palabras entrarán en una fase a la que podríamos caracterizar como un sistema complejo que ha sido atrapado por su atractor y que ya no es capaz de obedecer leyes uniformes que puedan predecir su estado siguiente —es decir, postular qué ocurrirá en el momento siguiente a partir del estado actual. En este caso, estaremos ante un sistema que ha pasado de su estado estable y determinista, a un estado caótico y no determinista. Ello implica que pasarán por los menos algunos cuantos meses, o hasta tal vez años, antes de que estas palabras vuelvan a encontrar su estructura y a presentar nuevas regularidades que nos permitan establecer con toda seguridad que este flujo de palabras, otra vez, se ha estabilizado.
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