Ni
qué decir que el día de hoy, entre mis contactos, ya identifiqué al
menos tres diferentes cuentas fake de las que se dedican a saquear mis
pefiles para escribir aquí. Ni qué decir tampoco de todos los patrones
discursivos que ya desbloqueé en lo que va del día en los que he
identificado cómo, como diría Chomsy, se manufactura el consenso. Ni qué
decir tampoco que no me van a creer porque no gozo del prestigio que
solo suele dar lo que se produce desde los medios mismos que los
manipulan. ¿Por qué? Porque la gente no soporta que una persona
ordinaria y cotidiana sea quien pueda desafiar al orden establecido. Y
no porque yo sea especial, ni única, sino porque creo que las personas y
ciudadanos de a pie son justamente los únicos plenamente capacitados
para desafiar dicho orden. Lo somos, de hecho. Sin embargo, para
lograrlo, necesitan primero desancantarse del orden. Lo cual, además de
difícil es doloroso, algo que conscientemente muy pocos están dispuestos
a soportar y, por lo cual, se busca inconscientemente mantenerse
enchufado al estado actual de cosas. De hecho, sostengo que nadie en su
sano juicio podría vivir esta realidad sin ese encantamiento o sin esa
dosis de encantamiento. Hasta la gente que más se pronuncia como
anarquista, necesita de dicho orden para poder creer, porque es de hecho
de dicho orden de donde abrevan para crear sus propias narrativas sin
deconstruirlas, lastimeramente. Todos tenemos una cota, supongo, que una
vez alcanzada se torna en ese punto de retorno imposible al
desencentamiento.
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