Hay páginas colectivas en las que las personas se sueltan a escribir, una después de otra, sin cese. La obligación es no dejar ningún registro o huella de tu nombre. El mínimo rastro es visto con recelo. La gente se avergüenza de que haya habido una época de la humanidad en la que se había conceptualizado a un ente metafísico llamado yo, en la que se hablaba sobre un sujeto y sobre individuos ailados y no adheridos al colectivo que vivían al margen de toda comunidad.
El superyó y el ello son comprensibles, porque, de hecho, son el único estado posible en el cual pueden expresarse nuestras interrelaciones más profundas que se dan de manera colectiva. Una categoría retrata la esencia de lo social y su capacidad coercitiva y disciplinante, capacidad que nos permite ser más felices, la otra, denota el estado anterior a nuestra constitución como entes sociales, es decir, nuestro estado de barbarie. Por fortuna, en estos momentos nos hallamos en el estadio intermedio y por esa razón es posible que escribamos las presentes notas sin faltar con ello a la prohibición que nos impide hablar en primera persona, ya sea del singular o del plural.
Se deja como muestra de nuestro estado presente, la siguiente estampa que relata la historia de una edificación en la que se escuchan muchos ruidos a sus alrededores porque se encuentra en el ojo de un carnaval de mercadería -un mercado sobre ruedas- en el que concurren en este paraje nada atractivo los seres humanos a realizar sus compras.
Aguas van que se escuchan por todas partes caer, personan no hay ni en la retaguardia ni en el frente de la edificación que no perciban esto. El edificio sigue intacto a pesar de la algazara que lo rodea.
Biblioteca breve de los sucesos extraordinarios que aquejaron a la humanidad durante la era del petróleo. 2714 – 2950, Tomo ii, fragmento.
Modificado brevemente el 8 de novimebre a partir de mi comentario, La vida en todo su esplendor.
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