domingo, 17 de abril de 2011

Ideas para la disolución de un chat (variatio)

Yo no sabría decir si las estrellas y los planetas emitan algo similar a las vibraciones de la música –la llamada “música de las esferas”-, aunque quizá no sea extraño que a lo largo de la Historia muchos humanos hayan supuesto tal posibilidad ni que descubrimientos recientes apunten a la existencia de vibraciones de los cuerpos celestes cuya descripción es aproximable a través de la impresión de la música.

Pero quisiera –quiero- intentar aclarar el sentido de mis palabras, el uso de esta especie de figura retórica. Adelanto que en medio de esta disertación emergió inevitable la cita de que haces mención de uno de tus libros favoritos.

Inicio.

Lo que más bien quería significar con mi comentario es una idea que nos es mucho más recurrente, más vulgar vaya. Que somos tan roca del universo como cualquier otro aerolito serpenteando la galaxia, tan materia estelar como cualquier otro objeto que lo pueble y que, quizá, nuestras pretensiones de singularidad no son sino resultado de un exacerbado narcisismo que nos gobierna y, más generalmente, resultado de la comprensión del mundo que tiene el hombre inseparable de sí mismo.

¿Pretender explicar al Universo a partir de lo que somos –y conocemos- o suponer que en nosotros se explica el Universo porque somos también una porción de él?

Si estamos algo asqueados de antropocentrismos rechazaremos la segunda opción con virulencia omitiendo –quizá- que el enunciado no entraña una implicación doble: escudriñar la parte del Universo –y sólo ésa- que por nosotros se explica o nuestra ventana óptica –esta primera parte me encanta- y que, por supuesto, infinitas parcelas del Universo no podrían ser explicadas a partir de lo que somos y conocemos. Y si elegimos la primera opción es ciertamente incidir en antropocentrismo. Algo muy natural si encontramos medianamente factible ser una suerte de mapeo a semejanza del cosmos.

Si aquellos que hemos sido educados en la tradición occidental no somos capaces de admitir que el método científico es un método válido de adquisición de conocimiento, me resulta complicado hacer la discusión de estas cosas (por lo general, eso me predispone a gran parte del tiempo guardarme mis opiniones sobre estos asuntos). Si la gente se conforta con suponer que no tiene por qué ser el único método –lo cual, por su puesto admito- y que de ello se siga dar lugar a enunciados metafísicos, o arbitrariamente llamar a experiencias personales físicas como de naturaleza mística, bueno, no sé qué decir, pero pienso, ¿quién podrá negar que un ateo no haya vivido una experiencia exactamente igual a las nominadas como experiencias místicas o experiencias de revelación de la existencia de Dios? Una que el ateo no tildará, sin embargo, de experiencia mística.

¿Qué nos predispone a nombrar de cierta forma a nuestras muy diversas sensibilidades? Al momento, no contamos con formas de objetivar nuestras sensaciones o con métodos para cuantificarlas, no podemos saber cuáles intensidades son más dignas de una categoría que de otra. No sería, entonces, inexacto declarar que sobre multitud de ignorancias montamos cualquier clase de creencias (debe entenderse aquí que decir “creencias” no está dicho en el ánimo de peyorar): no sabemos si en el futuro –por alguna alquimia del tiempo- nuestras creencias muten a existencia incontrovertible (sea lo que sea la existencia y habiendo evolucionado como espero habrá de evolucionar nuestra noción de “existir” y los métodos por los que nos contentemos admitir que algo existe).

De modo que, sostengo lo siguiente. La gente vive sensaciones extáticas y quiere llamar Dios a esas sensaciones o explicarlas a partir de algún propósito que incluye algún programa preestablecido que sitúe al hombre en algún lugar especial. Pero a mí esto me causa cierta reacción pues, por ejemplo, he llegado a experimentar con la música algunos vértigos a los que llamaré, por simplicidad, “orgasmos del alma” y no sé si dicha vivencia se equipare o sea incluso igual a aquella por la que creyentes afirman ser portadores de la veracidad de Dios, ¿hay un grado de intensidad en nuestra emociones, alguna condición para motear a experiencias de místicas?, ¿es eso Dios? Cantidad de personas dirán que sí. Yo digo que mi lógica no entiende por qué limitarse a una sola explicación cuando podríamos elaborar multitudes. Justo por esto es que me confieso ateísta y prescindo, por tanto, de la idea de Dios.

Por otra parte, creer o no creer es adentrarse en juegos lingüísticos. Creer o no creer en Dios, con independencia de que exista o no exista, es cosa de la voluntad. Quien quiere –o lo necesita- cree, quien no, no. Interesante la discusión como juego mental, condicionada a que otras discusiones nos acometan con mayor vigor.

Y ya no me parece extraño ni anti intuitivo que sea entonces la lógica la que nos predisponga a entender que con lenguaje creamos universo, porque, si digo P = “Dios existe” y supongo que con eso he creado a Dios y si luego por decir ̴P –su negación- suponer que implícitamente lo he reconocido, no he hecho sino construir un andamiaje autocomplaciente para la satisfacción de una creencia: es esto justamente parte de lo que hacemos con el lenguaje y la lógica se encarga de la corrección de nuestros pensamientos expresables en lenguaje.

Así que de esto no acuso sólo a los creyentes, nos acuso a todos nosotros. Lo mismo nos inventamos silogismos para demostrar la existencia de Dios que silogismos que demuestran que dichos silogismos no necesariamente tendrían por qué derivar en esa conclusión [y aquí Dios la hace de variable].  En el fondo, siempre he sentido profundo respeto por los creyentes. Admiro esa fe que tienen en el lenguaje y siendo aficionada a la poesía no me atrevería nunca a escamotearles su fe. Creer en Dios es un acto poético singularísimo. Me contenta pensar –para mí- que no es el único acto poético posible. Que existen otras formas de acceder a la poesía. Y creo que una persona que ha llegado a la asunción de Dios tras alguna especie de búsqueda interior, de hallazgo de la razón del ser por algo más que el azar, es una persona, en efecto, poseedora de enormes profundidades. Me gusta la gente que piensa sus pensamientos, que piensa lo que cree, que lo cuestiona y lo va formando. Es por esta razón que no tengo líos con oír a alguien decir cosas como: “Mientras se mueve entre las diversas experiencias cotidianas, a menudo surge el momento en que se pregunta a sí mismo, «¿Cuál es el fin de todo esto?»... Entonces las cosas efímeras de esta vida no le satisfacen y se vuelve escéptico respecto a los valores comunes que hasta ese momento había aceptado sin dudar... En el momento de tal divina desesperación, el hombre decide descubrir y comprender el sentido de la vida. Así pues, inicia la verdadera búsqueda de los valores duraderos.", pues la idea de valores duraderos -sea lo que sea que esta idea exprese- es no sólo asidero para el hombre, sino motivo para ir él mejorando. En mi caso particular, la yuxtaposición de mis pensamientos trabaja sobre aseveraciones en extremo básicas y simples, de modo que me es casi inevitable requerir de evidencias sin por ello dejar de estimar enormemente la poesía puesta en la fe –la coloco en el campo de las ficciones- y volverme –amateur- a otras escaparates mentales por los que una convicción que poseo se mantiene más o menos intacta: que más allá de nuestras subjetividades y del problema consistente en aprehender la realidad a nosotros objetiva, quizá con ciencia podamos poco a poco ir accediendo a dicha realidad, como creo que ya lo hemos venido haciendo (tema para otro soliloquio).

Por otra parte, difícil es sustraerse a la duda metafísica. Ésas, todo el tiempo bordearán nuestros pensamientos. Habrá quiénes prioricen elaborar las respuestas, habrá quiénes no.

4 comentarios:

  1. He disfrutado mucho el post.

    Tener una creencia, puede combinarse con la de los objetivos personales y también puede trastornarse con la codicia.

    En cierta medida, caí en la cuenta de que encontrar a Dios era un objetivo que me hacía sentir vacío, entonces tropecé con la belleza del silencio y como consecuencia: el arte con la que lo envuelve la música.

    Para mí, solo eso puede ser Dios. Algo que con su ausencia resulta caos-ruido.

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  2. Hola fre, gracias por tu comentario en el que, por cierto, quedan muy manifiestos tus amores de melómano.

    A propósito, ayer que me paseaba por tu blog me pareció muy sabia la decisión de Dr. House de hacerse ateo en estos días de tumultos y empellones.

    Y tú, ¿vacacionarás?, ¿vives en la ciudad?

    Por cierto, ¿sabes si todavía transmiten por TV aquellas películas de la pasión? Prácticamente no veo TV, pero seguro al rato la enciendo, tengo curiosidad de ver si continúan pasando estas películas que, en muchos sentidos, de niña definieron varias de mis inclinaciones compasivas. Y, sin embargo, agradezco que el catolicismo televisivo semanosantero que practiqué de niña haya acicateado en mí únicamente esas inclinaciones y no esas otras ideas culpinógenas adornadas de la noción del pecado (tomo como mi parangón a Emile Sinclair en Demian).

    Qué intrascendente amanecí esta mañana. Sí y también estoy muy contenta (son días de vacación y posible vagueación).

    Te saludo.

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  3. Amiga blogger:

    Realmente no salgo de vacaciones, en un principio fue por mi marcada formación católica; después de dejarla de lado, se me hizo costumbre evitar las estampidas humanas/automovilísticas.

    Dependiendo de mis asuntos y quehaceres atrasados, ocupo estos días (simplemente me quedo en casa).

    En TV abierta (que ya no he visto desde hace 3 años), solían pasar la miniserie "Jesús de Nazareth" de Franco Zeffirelli(creo que de miercoles para viernes); Rey de reyes, Los 10 mandamientos y el orgullo gore de Mel Gibson: La Pasión.

    El trabajo de Zeffirelli me gusta bastante y por accidente vi una llamada "Matthew" (hace como 10 años), que me atrajo porque era la primera película que proyectaba a un mesías que sonreía y no parecía un cuadro ambulante.

    Te devuelvo el saludo.

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  4. Amigo blogger:

    Gracias por tan orientadora crónica sobre los cristos que nos presentaban en TV abierta hace alrededor de tres años.

    Creo, por cierto, haber visto la versión referida de Zeffirelli.

    La que dices del cristo sonriente no, pero así como lo describes (lo de que no parece cuadro), creo que me gustaría verla con el propósito de averiguar si llego a tal apreciación. A ver si la cacho por allí.

    Gracias.

    Un saludo.

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