Mientras empresarios –y no filósofos*- dirijan a la SEP, poco habrá que nos pueda hacer repuntar frente a PISA. La mentalidad de administrador, de gerente –arrear a personas como si fuesen ganado a fin de extraer la mayor de las ganancias- no es el tipo de mentalidad que dé a la Educación su valor exacto. Mientras esta sociedad –llena de licenciados, curioso- le dé a la educación un valor monetario (tienes un título, tienes lana), la educación seguirá siendo la bazofia que hoy es. En México –no en su generalidad, lo aclaro- se acostumbra a estudiar para aspirar a un mejor salario o a un estúpido estatus social. La gente todavía es pasante y ya se presenta como licenciado. Dislate, si uno no se llama “licenciado”, uno es quién es y, esto, para toda la vida. Ni un máster, ni un doctorado, ni diplomados patito ni ninguna de esas cosas –a menos que se deposite en ellas un valor algo más que instrumental- te darán algo que sólo te puede dar una aspiración menos superficial de la vida, menos frívola y que poco tiene qué ver con títulos o diplomas, me refiero a una visión humanista de la vida; una en donde uno no estudia –no nada más, ni como fin inmediato- para al rato traer un auto o para escuchar a una horda de licenciados llamarte “licenciado”, sino una en donde uno estudia para: 1) A través de tu conocimiento darle algo a tu comunidad, 2) Ser una persona más o menos diestra o especializada en una cierta parcela del conocimiento y así: a) haber satisfecho un genuino anhelo personal de conocimiento, b) poder vivir con decoro de tus conocimientos (y esto incluye el auto) c) Etcétera. 3) Sublimar el espíritu, habiendo –se supone- estudiado con ojos críticos e inquisitivos aquello que te tocó estudiar, habiéndote aventurado a cuestionar aquello transmitido por tus maestros o aquello asentado en los libros, 4) Motivos variables, dependiendo de la persona.
La escuela, la academia tiene un valor social, comunitario, pero éste se ha perdido en el transcurso de las últimas décadas: décadas en las que –ya sé que sonará a perogrullada- comienzan a permear ciertos “valores” o, más bien, arquetipos culturales que -desde los mass-mierda (parafraseo a un bloguero que leo)- y acicateados por el neoliberalismo, son impuestos al grueso de las sociedades.
Entiendo que durante el siglo XX el cúmulo de conocimientos, nuestra enciclopedia, creció en formas desmesuradas (enhorabuena) debido, en parte a los avances tecno-científicos que arribaron con la revolución industrial y al cambio de paradigma productivo; avances que, desde entonces, no han parado. Así entendido, no voy a aspirar al retorno a una sociedad renacentista. Es decir, los hombres instruidos de nuestra época difícilmente llegarán a ser como los hombres instruidos de aquélla. No es humanamente posible abarcar todo el conocimiento hasta ahora producido por la especie, nos haría falta vivir varias vidas. Sin embargo, a pesar de esta imposibilidad, sí que creo –soy de la idea- que podríamos ser humanos un poco más conscientes de esta situación e intentar hacernos de una cultura general –como lo dicho por Bieri en “¿Qué tal sería ser culto?”-, de una cultura mínima que nos permita saber, aquí y ahora, en dónde estamos parados como humanos, qué hemos hecho, cuáles son nuestros logros y ver qué sigue, hacer, en suma, un balance, un inventario. Si hacemos esto, si exigimos que nuestro saber no tenga un carácter meramente utilitarista, sino un carácter humanizante o un carácter civilizante, entonces, el conocimiento nos dará algo más, mucho más de lo que nos ha dado hasta ahora (coches, títulos, grados, estatus, etc.) y esto pueda ser –quizá- conciencia de nuestro ser, de nuestra humanidad.
Hay algo más que quiero decir. Educación no es nada más instrucción o no puede serlo. Uno puede estar muy instruido, saber mucho y ser un perfecto pelele sin criterio, incapaz de tomar decisiones adecuadas o –peor- ser una persona completamente ajena, insensible a lo que le sucede al otro. Yo he visto que personas -en apariencia zafias- son, sin embargo, más sabias que una instruida. Pero yo creo que allí falta honestidad, uno debe hacerse a un lado cuando uno no sepa cosas. Uno debe reconocer sus limitaciones (también, claro, intentar disminuirlas, aprendiendo, pero ése es otro tema). Hay cosas que yo podré hacer mejor que tú; pero otras las podrás hacer mejor que yo. Por ejemplo, yo siempre fui de mucha torpeza motriz y no voy a pretender que voy a desempeñarme mejor en una coreografía de baile que una bailarina. No, zapatero a tus zapatos.
Pensándolo, me doy cuenta de una cosa, no sólo falta honestidad, falta también conciencia y, más concretamente, autoconciencia (la palabreja no me gusta mucho porque suena a literatura light, en fin, la tomo).
Quizá convendría hacer como hacían los griegos, que distinguían entre educación e instrucción y que, para cada fin, contaban con diferente personal. Voy más allá. Cuenta mucho en la formación de una persona el amor que haya recibido de pequeña; por muchas cuentas y planas y conjugaciones de los verbos que haya aprendido de chica, si no recibió amor pleno, amor sano, va a tener muchos descalabros después y, peor, los va a andar reproduciendo por doquier y haciendo daño a terceros. Cuando pienso en secuestradores y asesinos y esas cosas, pienso en personas que recibieron poco amor de niños –además de poca guía ética- y pienso que era bien natural que desembocaran en lo que desembocaron. Yo creo que, así como se enseña a hablar, a contar, etcétera, es menester que se nos enseñe a amar, a querer y este conocimiento –me temo- no sé si se enseñe tan bien en los libros como con acciones. Aunque, bueno, creo que PISA no cataloga “el amor a otros” como competencia para la vida (no estoy siendo justa, recordemos que la “actitudinal” es una de las tres componentes que debe poseer toda competencia).
Ya tuve mi digresión kitsch, regreso al punto.
La educación, antes de formar a los ciudadanos que estas sociedades “democráticas” requieren (domesticados, serviles, competentes dentro de un mundo globalizado), debe –primero- formar humanos. Cuando tienes humanos, tienes frente a ti gente que decide sola, gente autónoma en su ser, en su hacer y en su pensar, gente independiente, gente crítica, gente autodidacta, gente que puede sentir empatía por lo que le pasa al otro, gente que se hace la metacognición tanto en lo individual como en lo colectivo, gente sentipensante, en una palabra. Cuando el conjunto de personas que habita al mundo sea así, es porque o el sistema actual ya no funcionará o porque habrá dejado de funcionar desde antes; en cualquier caso, no es esto lo que la OCDE y organismos internacionales comparsa quieren.
Termino mi post diciendo algo que he dicho muchas veces por aquí: la necedad de varios de los gobiernos mexicanos de querer siempre importar ideologías o políticas provenientes de otros lados, en lugar de gestar unas ad hoc a nuestras circunstancias.
* Filósofo en su sentido etimológico, persona que ama el conocimiento.
Oye amiga, he aqui un excelente ejemplo de lo que podrías poner en despierta libertad si lo quisieses...por lo mientras me lo llevo para intentando la utopía.
ResponderEliminarEstoy TOTALMENTE de acuerdo contigo en las observaciones de amor y humanismo como base de toda educación.
En mi sentir, no tenemos que aceptar el modelo o sistema competitivo y de jerarquización de la educación.
Saludos
Hola Koan, te comento lo que pienso sobre este asunto.
ResponderEliminarPor una parte, la educación por competencias (lo muy trendy , lo que rulea ahorita) se sitúa demasiado en el punto de educar a personas buscando satisfacer –más- necesidades externas a la persona –las impuestas por los esbirros del globalismo y el globalismo mismo- que aquello que es inmanente a la persona, al humano. Y, claro, ello deriva en una sociedad compuesta de individuos que constantemente están compitiendo en aras de obtener un trabajo, un ascenso, de ser aceptados en alguna universidad, de ser –en suma y en cierto pequeño ámbito- el mejor (aunque todavía no nos quede claro qué es esto de “el mejor”). A veces, cuando nos centramos demasiado en la consecución de fines y los medios para alcanzarlos, el fin se pierde o deja de tener sentido porque resulta que nos perdemos demasiado tiempo en los medios –porque es necesario- y, sólo -mucho después- llegar al fin. En realidad, fines y objetivos y metas y esas cosas, son sólo el subterfugio para estar aquí, para anclarnos al mundo. Es como cuando obtienes un grado académico. El grado, el papelito, sabe bien, pero quizá no te llegue a saber tan bien como las desveladas, las clases, las conferencias, tareas, exposiciones que preparaste a lo largo de todos tus estudios para, después, tener el papelito –y, hasta aquí, está bien. La bronca es que si trasladamos esto mismo a las relaciones de producción que se establecen entre humanos vía el capitalismo –que es el modelo productivo imperante- pues, sí, los resultados pueden llegar a ser auténticamente inicuos, ¿por qué? porque a fin de alcanzar las cuestiones básicas (alimentación, vivienda, vestido y otras cosas) para vivir –y, en algunos casos, sólo sobrevivir- de acuerdo a como funciona ahora el mundo tienes que, en muchos casos, enajenarte: tu tiempo, tu vida, otros potenciales que tú tengas, otros proyectos, tus afanes más humanos, y entonces, parece –pareciera- que el mundo queda reducido a poquísimas opciones, determinadas, supeditadas a lo que tienes qué hacer para, primero, “vivir”. Así le sucede a mucha gente en sus trabajos. Esto, además, exige contar con la sabiduría para entender que en varios trabajos se estila operar bajo la idea de jerarquías y organigramas y que esto no debería, sin embargo, significar gran cosa pues, lo que es de más valor en una persona, no viene por necesidad determinado por el nivel que ocupa dentro del organigrama. Ahora que, habría qué aceptar que lo de ser competitivo le viene al humano desde mucho antes de la globalización y los neoliberalismos y sea quizá esa antigüedad –la de tal adscripción- la que nos hizo derivar en esto. Por otra parte, querer ser “el mejor” o querer ser competitivo –que no competente, eso es otra cosa- me parece que está bien si tenemos una definición aceptable –propia o no, pero sí razonada- de lo que es ser “mejor” o “competitivo” y que ese ser mejor o competitivo ocurre sólo en un ámbito muy reducido pues, de no vislumbrarlo así, corres el riesgo de dejar de mirar hacia arriba (como la tontería del programa de “calidad total”. No existe la calidad total, uno no puede nunca llegar a ser totalmente el mejor, eso no existe, siempre te estás superando, te largas de este mundo lleno de objetivos incumplidos). El punto es que el asunto de la competitividad parece tornarse en paradoja, cuanto más competitivo quieres ser, más susceptible te vuelves a la mediocridad: acotas tu horizonte con tal de alcanzar tu objetivo. Ah, yo a veces quisiera tener también ojos en la nuca, vista estereográfica.
Te envío un abrazo de fin de año y, por cierto, te deseo que tengas una buena cena.
Estoy de acuerdo contigo amiga, lo único es que soy partidario de que lo que haces por interes, curiosidad, amor y voluntad propia, genera su propia carga de excelencia, sin ni siquiera pensar en la competencia.
ResponderEliminarEl problema para mi es que en la sociedad actual no importa que ames o te interese, sino que importa que le sirva a el mercado y a los intereses de terceros...es un buen tema para platicar, ojalá algún dia podamos hacerlo en persona.
P.D.
Estoy pensando seriamente en hacer una reunión con varia gente para charlar hasta decir basta...
Saludos
Sí Koan, su propia carga de excelencia, como por añadidura.
ResponderEliminarEn cuanto a charlar hasta decir basta, me hace recordar cuánto me encanta -mucho- la idea del ágora griega y no sé si sea irrecuperable, pero tal vez podamos tener nuestra versión actualizada.