Los libros son ensueños cristalinos del canto del cisne en que la peripecia dorada de una colcha de odas se restriega contra el cuerpo muerto de un esqueleto raquítico que todavía canta. Por eso el cisne es imitación, pero también es permanencia y, sobre todo, fuente y origen. El cisne no puede ser más que el canto evaporado de un Darío que ahora habla mil idiomas y repite mil atardeceres en sus cantos sin eructarlos. Es simbolismo pero también es tradición. Es hedonismo pero también es absurdo. Es agua de mar pero también es posibilidad gravitatoria. Es nihilismo pero es testarudez. Es razón pero es ración. Es lucha en un espejo lacustre de faz serena y rosada pero también es ajada opalina. Es eyección y propulsión y disrupción respiratoria que jala y eructa y hace cuac y jadea. Es el relativismo de las cosas del mundo que lo envuelve todo y las vuelve discutibles. Es miasma universal. Es por supuesto y nunca. Es esperar pronto. Es devolver jamás. Es jalar con el diafragma esa parte del cuerpo que se jala con él, que orgánicamente sube de las piernas al equilibrio del universo y genera una calidez expansiva en la que se baña el calor de los atardeceres neutros y neutrales del detritus de plasma junto a materia tóxica que aplasta y come y disimula sus desencuentros. Es la lengua universal. Es el lenguaje muerto. Soy yo. Soy tú. Eres yo. Eres tú. Somos. Nos hablamos y nos sometemos a este derruido encuentro, de piezas oxidadas, de obsidiana fluorescente. Llegas a mí y acometes la destrucción y aunque no se podría decir que eres mi canto, te asemejas a él en mil formas y en mil modos posibles. Es que es más que sensación, ritmo y aroma. No hay una señora única. El encuentro es imposible. Pero alguien lo sabe, alguien lo sabe, y estos dedos lo escriben.
No hay comentarios:
Publicar un comentario