viernes, 21 de febrero de 2020

Ensayo sobre Educación y Política en torno a una lectura de Freire, Oakeshott y Espino


Política y Educación
Paulo Freire
[Resumen]

La Educación permanente y las ciudades Educativas

En este brevísimo ensayo, Paulo Freire establece dos cosas: 1. El porqué de la permanencia de la educación y 2. La relación entre la educación y la ciudad.

En cuanto al primer punto, Freire señala que la educación es inseparable de la vida misma pues da información en relación a los usos de la sociedad en los demás ámbitos de su existencia: no sólo la posición pedagógica; también la opción política, la inteligencia de la vida en la ciudad, el sueño en torno a esta vida, etc. El proceso de enseñar y aprender es de carácter ontológico por ser parte de la existencia de una sociedad y éste ha sido posible –señala Freire– gracias a la posibilidad del hombre de decir, de comunicarse, gracias al lenguaje. La educación es permanente desde el momento en que el hombre se hace consciente de su finitud y de su necesidad de aprender y extender sus horizontes con la finalidad de trascender durante su corta estancia en la Tierra. Así, la educación del hombre se ha construido a lo largo de la Historia y ha constituido varios afanes: el de aprender, el de enseñar, el de conocer. Mas, si bien, la necesidad de saber es de carácter universal, la respuesta a esta necesidad ha sido, en cambio, de orden político. Desde esta perspectiva, Freire se sitúa en una posición posmodernista progresiva que, a diferencia de las llamadas corrientes de izquierda y derecha, se trata de una posición incluyente, por tolerar las diferencias y que no ve en su propia verdad la única verdad admisible. Es justo en este punto en donde entra la ciudad, como el lugar que recoge a los habitantes que construyen, entre otras cosas, la educación de quienes la habitan. He aquí que la ciudad debe ser pensada como un lugar en donde exista verdaderamente la democracia, en donde las escuelas de élite desaparezcan y se dé cabida a una escuela universalista que eduque a ricos y pobres, negros y blancos, judíos y árabes, homosexuales y no. A fin de lograr esto anterior, es necesario también que el Estado se responsabilice plenamente del ámbito educativo, no pueden los pobres permitir –arguye Freire– que el Estado se desentienda de ese gran compromiso que es educar a sus miembros. Finalmente, una de las más importantes gestiones de la ciudad en tanto herramienta educadora, es aquella que consiste en educar al habitante para la vida cívica y política y, esencialmente, con la manera en que los ciudadanos –en tanto colectividad– ejercemos el poder en la ciudad.

Educación y Calidad

En este ensayo, Paulo Freire deja asentado que pensar en educación y calidad, es también pensar en calidad de la educación y la incidencia de la educación en la calidad de la vida. Lo primero que debe de aclararse en aras de esclarecer estos conceptos es que calidad en la educación significa tomar una postura ética que, como tal no puede negar que el educador asume siempre una postura política y sueños propios que deben ser compartidos –pero no impuestos– al educando. La calidad, exige verdad, pero exigen también congruencia. El educador ha de practicar lo que pregona. Pero ¿qué es la calidad en la educación? Se trata de las cualidades que nosotros, en tanto sociedad, atribuimos a las cualidades innatas (no atribuidas por nosotros) a la educación, es decir, de aquellos objetivos que trazamos para la educación, de lo que soñamos que sea la educación. Ahora bien, educación para la calidad es, entonces, educar a nuestras sociedades para aquello que se considera como ideal. Por supuesto que surge ante esta definición una clara realidad: existe no una, sino diversas calidades y cada una de dichas calidades va variando de país a país, de sociedad en sociedad. Pero no sólo eso, sino que dentro de un mismo país o sociedad existen diversos puntos de vista en torno a la calidad. Es por ello que la calidad de la educación es también una variante y se perfila a un contexto muy específico, lo mismo que la educación y calidad de vida. Cada una de estas concepciones exige, entonces, como se dijo al inicio del ensayo, la toma de una postura desde donde mirar al mundo y desde donde, también, definir calidades a los objetos de nuestra aspiración.

La alfabetización como elemento de formación de la ciudadanía

Con el propósito de determinar hasta qué punto la alfabetización educa a las personas para la vida en la ciudad (y el ejercicio de los deberes y obligaciones de dicha vida), se hace necesario definir los límites de la educación y de la alfabetización como parte de la primera y ello implica también una toma de postura política, asumir contra qué y para qué se ejerce la práctica educativa; tener claro, en tanto educador, qué tipo de sociedad se sueña y en busca de esa sociedad ejercer la educación. Ello significa también conocer las clases sociales que existen al interior de la sociedad y, en concreto, conocer a las clases más bajas –analfabetas, en muchos aspectos; no sólo analfabetas lingüísticos– con la finalidad de alfabetizarlas e incorporarlas a la sociedad que las acoge, pero incorporarlas de acuerdo a las demandas de dicha sociedad. Esta tarea no es fácil pues las clases sociales populares han resistido de diversas formas al dominio de las clases dominantes y, para lograrlo, han creado sus propios códigos lingüísticos y culturales; es menester, pues, conocer “sus mundos” para hacer posible la alfabetización; en concreto, si bien debe conocerse y saberse hablar el lenguaje popular, es necesario también educar a las clases populares al uso del lenguaje culto, esto último les dará una herramienta más para desafanarse de la clase dominante. Es menester saber que las clases populares han perdido la esperanza del mañana, han sido destituidas de su identidad, de su yo, de su más esencial dignidad y, al saber esto, el educador debe comprometerse ¿a qué? a –dice Freire– la conquista de la identidad de las personas, a restituirles su yo; un educador progresista a eso debe tender. La escuela debe buscar también despojar a la realidad de la ideología de los dominantes, no servir únicamente a los intereses de ésta. El educador progresista tiene que luchar, entonces, incansablemente por la escuela pública y por lograr que los contenidos educativos desvelen los fines opresores de las clases que dominan. La lucha del profesor, en consecuencia, ha de ser radical y valerosa, atreverse –con valor– a aspirar a mejores condiciones salariales, a una práctica educativa digna.

Educación y Responsabilidad

Toda práctica profesional o de algún oficio exige responsabilidad. Responsabilidad es ejercer nuestra práctica cumpliendo deberes y haciendo operativos nuestros derechos.

El clima que permea a nuestras sociedades, en contrapartida, es un clima de irresponsabilidad e impunidad. Todo ello tiene que ser contrarrestado no con discursos y propuestas moralistas, sino con rigor ético. Desde esta perspectiva, a  Freire le parece ingenua la dicotomía que se da entre educación para la responsabilidad y educación para la liberación como si –sostiene- la segunda fuese irresponsable. El verdadero antagonismo debe verse entre la educación libertadora y la educación autoritaria, en donde, esta última, no es que carezca de responsabilidad, sino que su responsabilidad sirve a intereses de grupo. El educador que sirve a la educación autoritaria puede que sea o no responsable, sencillamente, no es libre, y educa para domesticar. El educador progresista educa para emancipar, pero puede también ser responsable o no serlo. Aunque eso sí, el educador progresista educa esencialmente para la libertad y ello es, inexorablemente, un quehacer responsable.  Cito, por último, textualmente lo siguiente porque me parece revelador: “El educador progresista no puede aceptar ninguna explicación determinista de la historia. Para el educador progresista el mañana es algo inexorable: es algo que debe ser hecho por la acción consciente de las mujeres y de los hombres en cuanto individuos y en cuanto clases sociales. La liberación no vendrá porque la ciencia  preestableció que vendrá. La liberación se da en la historia y se realiza como proceso en que la conciencia de las mujeres y de los hombres es un sine qua non.”

Escuela pública y Educación popular

En este ensayo Freire intenta bocetear el lugar de acción de la educación popular: la escuela pública o fuera de la escuela. Para ello, explica que no es posible una visión ingenua de la educación que ve en ésta la solución a todos los problemas, pero que tampoco es posible una visión pesimista según la cual la educación sólo es resultado de las transformaciones. La visión que mejor nos ayudará a discernir sobre el lugar de la educación popular es aquella que ve a la Historia como posibilidad pues, en oposición a las posturas mecanicistas y deterministas, considera que el sujeto si bien es condicionado por la educación no es, en cambio, determinado por ésta porque su subjetividad todo el tiempo está presente. El educador progresista, incluyente, que pugna por la unidad en la diversidad, que no se desentiende de la realidad que rodea a los contenidos educativos, es quien habrá de reconocer en la existencia de las clases populares una condición necesaria para la educación pública progresista: su permanencia al interior de la escuela pública. Dicho así, la práctica educativa neutra preconizada por la derecha es insostenible.

La Educación Política
Michael Oakeshott
[Resumen]

Para saber qué es la educación política es necesario, dice el autor, más que definir la política, conocer sus actividades y la clase de educación que estas actividades implican. De acuerdo a esto, la actividad política no puede ser únicamente entendida como una actividad empírica que busca atender a los arreglos y deseos de una sociedad y hacer en función de éstos. La política entendida únicamente como una actividad empírica, despoja a ésta de su sustancia, de sus objetivos, de sus fines y de su actividad concreta. Luego entonces, un entendimiento más profundo de la política requiere necesariamente de la sustancia de ésta y ello en buena medida puede lograrse cuando se hace política teniendo como eje rector un principio ideológico. Dicho principio ideológico no sólo atenderá a los deseos de la sociedad, sino a los deberes de la misma. Además, dicho principio es un enunciado abstracto –como libertad o igualdad- que le imprimirá a la actividad política una razón de ser. Desde luego que, si bien el principio ideológico confiere de un sustrato ético (el qué debe hacerse), no necesariamente indica cómo debe hacer (esto le compete, propiamente dicho, a la actividad política, a la parte empírica de la política). La ideología entonces nos da el qué, los objetivos, mas –al hacerlo- nos impele también a acarrearnos otra clase de conocimientos: conocer la economía, la psicología, la cultura de la sociedad; conociendo estos elementos podrán trazarse los objetivos. Queda así clara una cosa: antes de atender al deseo de la sociedad, el quehacer político tiene que conocer varios elementos de la misma. Aquí es en donde entra el elemento educación; la educación se implementa con la idea de educar para la ideología que persigue el fin político y, mejor aún, la educación que se necesita no es sólo la que permita defender, exponer o pugnar por determinada ideología, sino también aquella que nos permite inventar una nueva ideología, una adecuada a fines más elevados (aunque esto es por supuesto parte de la utopía). Después de esto asentado, el autor revira y decide que no, que la ideología política no puede ir antes de la actividad política, ya que toda ideología política nace –si bien con factura abstracta- después de la observación de las sociedades y nace buscando sentar principios que mejoren o mejor conduzcan la actuación hasta ese momento de las sociedades. Ocurre entonces que la política no puede ser sólo entendida como actividad encauzada al cumplimiento de un deseo, pero tampoco puede ser entendido sólo a través del principio ideológico que la sustenta; en realidad, ambos elementos son inseparables y co dependientes. Dicho así, la política es resultado de toda una tradición que guía a la sociedad y bien ejercida, será capaz de hacer enmiendas a dicha tradición. Cuando la sociedad integra dichas enmiendas en un cuerpo teórico abstracto habrá generado un conjunto de principios generales. Sin embargo, la educación política, el aprendizaje de una tradición de comportamiento político no se hace a través del conocimiento de estos principios generales, en realidad, la educación política se va logrando en el tiempo, cada individuo, cada ciudadano aprende y aprehende la política vigente viviendo en su polis; este aprendizaje será mejor en la medida en que la tradición política que nos precede sea una tradición rica y vigorosa, en la medida en que –quienes nos educan- estén bien educados políticamente. Pero una buena educación política también debe comprometer el estudio histórico de la tradición política de que se trate, pero no sólo el estudio de sus ideas, sino también de los prejuicios que las sociedades pasadas se hacían en torno a la política que les dirigía; la educación política debe también incorporar el estudio de los sistemas políticos de las sociedades contemporáneas. Finalmente, la educación política debe incluir una reflexión del quehacer político, un estudio filosófico de la política y de los errores y contradicciones que han permeado al pensamiento político.

Educación, Instituciones y Mercados
José Ayala Espino
[Resumen]

Los países del mundo actual, han caído en la cuenta de que la educación es indispensable para el desarrollo y el progreso de sus economías. La educación permite a los miembros de diversas sociedades acceder a mejores oportunidades de empleo y al ensanchamiento de su productividad, a mejorar sus condiciones de vida y a una participación ciudadana más activa y que, en consecuencia, robustece a la democracia; todo esto se traduce en bienestar social, un bienestar que termina reflejándose en  los mercados mundiales. Así, los diferentes países que conforman al mapa geopolítico actual, implementan políticas públicas para la mejoría de la educación. Ya que la buena educación de una sociedad incide positivamente en lo económico, lo político, lo social y en la vida diaria de las personas.

Las economías mundiales, por otro lado, se han percatado de que no basta con entrar al libre mercado y mejorar su macroeconomía para lograr pleno desarrollo; es menester también mejorar sus condiciones educativas (ojalá nuestros gobiernos de derecha, refractarios al bienestar social, repararan en ello). Sin embargo, también es cierto que ninguna política educativa será fructífera si no se prepara a sus agentes promotores (maestros, alumnos, padres de familia, organismos sociales, partidos políticos, funcionarios públicos, etc.) para echarla a andar. Serían las instituciones educativas –sugiere el autor– quienes deberían de encargarse de garantizar la correcta aplicación de sus políticas educativas (en mi país –lástima- del interior de las propias instituciones nace la corrupción y el vicio). Entre los problemas más ostensibles de la actividad educativa se hallan:

Ø  Recursos ineficientes
Ø  Estructura educativa centralizada y burocrática
Ø  No existen claros indicadores sobre el desempeño escolar
Ø  La sociedad poco se involucra con la toma de decisiones en materia educativa
Ø  Los agentes educativos (profesores, secretarios de educación, directores, etc) son refractarios a cambios educativos profundos.
Ø  Etc.


COMENTARIOS

En general, todos los textos me parecieron útiles. En particular, el pensamiento de Freire me pareció clarividente y, sobre todo, de un humanismo anonadante. Expone con rotunda claridad y sin vicios lingüísticos toda la asimetría con la que se vive en la actualidad y cómo ello incide en el desarrollo cultural de las personas. Su texto me enriqueció verdaderamente, tiene una posición filosófica profunda, ve a la educación y sus alcances en sus exactas dimensiones y esboza, sin reticencias, todo lo que un educador debe comprometer en su labor. El texto sobre “La educación política” me pareció –en cambio– muy redundante en lo que quería expresar y escasamente novedoso, lo que allí se dice es, sí, valioso dada la especificidad con que se dice, pero es algo que más o menos ya se sabe: la educación política ha de atender a la historia de la política, al estudio comparado de la política y a la reflexión de la política. Aunque, eso sí, el texto es novedoso en la forma en la que dice lo que dice; supongo que para mí es novedoso porque está dicho al estilo inglés, es decir, con un enfoque harto pragmático. Finalmente, el último texto es muy alineado, contiene verdades irrenunciables, preconizadas desde los grandes organismos internacionales, el Banco Mundial por ejemplo. Organismos que, paradójicamente, hacen recomendaciones cuya aplicación no hacen sino dañar la estructura educativa y el mejoramiento del nivel de vida de los ciudadanos de los países “menos desarrollados”. Hacen extensos tratados sobre lo que se debe mejorar en ciertos países, pero –por otro lado– fuerzan a los mismos a aplicar políticas que impiden dicho desarrollo. No entiendo esta disociación; sin embargo, no por ello puedo declarar que la lectura de este texto (“Educación, Instituciones y Mercados”) no me fue útil.
 
Hago un análisis del ensayo con mis palabras e invito a mis lectores a debatirlo. En realidad, mi ensayo es un ensayo sobre el ensayo de Freire. Más que un resumen, es un ensayo en sí en el que problematizo lo que Freire plantea.
 
Ensayo entregado en la maestría en febrero de 2009 alrededor de las lecturas señaladas. El párrafo señalado en negritas es la única modificación al ensayo original. Por supuesto, este es uno de los múltiples textos que se extrajeron de mi computadora para plagiarlos. El texto recae en la categoría de mis textos no publicados.

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