domingo, 20 de octubre de 2019
Un lateral-abismo
Yo no siento que haya una pared por la que pueda escalar, de hecho, siento un abismo, un abismo, sin embargo, que se extiende a mis lados. No, no un abismo debajo de mis pies al cual yo pueda observar mientras asciendo por alguna torre, sino un abismo lateral que expande de alguna manera mi percepción de las cosas al infinito. Así, el abismo real, estaría cerrado —sería como una pared que me porta— y el abismo irreal (irreal entrecomillas porque en mi mundo es perfectamente real) me acompañaría a todas partes como lentes, o catalejos, o microscopio que hace un zoom al revés y todo lo agranda, a todas partes. Me sería imposible, entonces, acercarme mucho a las personas, habría siempre una vecindad sobre la cual se extiende este abismo por el cual, la gente, tendría que acercarse a mí con formas tubulares para comunicarse conmigo, formas para hacer pasar el sonido y gritar cosas como, ¡¿cómo estás?!, ¡¿todo bien allí?!, aunque no nos comunicamos mucho contigo, nos importas y te vemos y estamos al tanto de ti. Entonces yo los vería con mis ojos agrandados y algo perturbada; no, más bien perpleja y contestaría, sí, todo bien, solo háganme pasar por sus catalejos alguna charola de comida, por favor, que tengo muchísima hambre y los de door dash no me han traído nada en días. Después continuaría con mis trabajos y me habría habituado en tal forma a este abismo lateral que dormiría plácidamente en mi cama, emitiendo quizá hasta un sonido perentorio poco descriptible, sin ni siquiera ser consciente de que en realidad duermo en un abismo. Un abismo que es blanco, por cierto. Un abismo, también, que tiene paredes de vidrio por las que es posible observar las cosas y ser observada. Un abismo que me hace ver lejos y cerca de las personas. Un abismo que es como diez años luz de distancia para recorrerlo o salir de él. Y nada, suena raro, pero yo estoy dentro de este abismo.
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