A
veces el tiempo es una señal de que no hemos perecido, a veces el
tiempo es una señal de el hecho contrario. A veces el tiempo es una
representación convencional, de naturaleza incorpórea, en la que
capturamos una abstracción que nos parece elusiva y que después nosotros
volvemos arbitraria. Una abstracción arbitraria para representar una de
las múltiples formas de la sensibilidad y poder dar sentido así a
nuestras descripciones. Pero, además, a muchas otras cosas más: el
empaque en el que llega envuelto el último libro que hemos encargado, la
hora a la que tenemos que acudir a una conferencia que se ofrece en la
sala de postgrados, el ritual que tiene nuestro vecino de salir a tirar
la basura todas las mañanas, el paso de los días, la hora a la que llega
un autobús a la parada, el momento en el que una estrella cruza esta
bóveda y no otra, el ladrido de los perros, el agua que cae desde las
cáscadas, el inabarcable abismo de un despeñadero, la sombra, la risa, el aire.
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