El Fénix, esa hoguera que a sí mismo se engendra.
Guillaume Apollinaire
Lágrimas que no logran salir se agazapan en lo último vítreo de mis ojos.
Imposibilidad, amor.
La noche devorándonos…
Devorando mis entrañas, lo que queda de mí…
Para alimentar la tierra que te dará de comer…
…cuando yo ya no esté aquí y te tenga sujeto en la atemporalidad.
Y el narcótico de mi recuerdo te impida siquiera andar, zombie.
No sabes, no sabes de qué espantosa manera, fatídica, escabrosa, funesta,
Mi cuerpo está impregnado de ti.
De lo que eres tú en mi tiempo, mi tiempo interno, íntimo, reservado para mí y sólo para ti tras mi muerte: tu pensamiento, tu poesía, lo que ves, lo que escuchas, la forma en que concibes el mundo, cómo me tocas en mi ausencia, quimera.
Y te devoro muerte, y vengo y te estrangulo y bebo ahora yo de ti:
Tu líquido rojo
Y en un frenesí delirante, bacanal de los sentidos, te incrusto a mis costillas y regresas al polvo del que saliste: porque de mis costillas, un dios malhechor, demiurgo, te esculpió a ti.
Eres yo, tú.
Soy tú, yo.
Unidad indisoluble que se atrevió a visitar, separada, esta tierra.
Y llegará mi muerte y retornaré a ti y tú a mí volverás…
Y lanzaré fuego de mi boca, entonces, por si es necesaria la agresión.
Y no habrá más sentido y todas las preguntas serán innecesarias formulaciones de un no entender por qué cargaba con un hueco dentro de mí: eras tú.
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