¿Qué significa ser un escritor hoy?

Normalmente, cuando pensamos en un escritor, pensamos en una persona que no solamente se va a dedicar con amor y pasión a hacer literatura, sino en alguien que además va a poseer una conciencia política por medio de la cual será capaz de ejercer una crítica sin cortapisas ante los sucesos más abominables, más mezquinos o más mediocres que se susciten a su alrededor.
 

Sin embargo, como la propia experiencia nos lo muestra, no necesariamente siempre es el caso. Los escritores no solamente no están siempre capacitados para ejercer esa crítica por más que sepan recitar los mejores poemas de Góngora, o por mucho que posean un bagaje lingüístico sutil, elevado e inclusive preciso, si se llegara a dar el caso, para exponer sus temas, sino que, incluso, muchas de las veces los escritores suelen ser precisamente los más torpes para ejercer esa conciencia y alzarse como voz de una generación necesitada de estandartes.
 

¿Por qué? Porque creo que muchas de las cualidades de las que tiene que estar dotado un escritor para sobrevivir en el mundo de la venta de libros, lo convierten casi necesariamente en un personaje servil, hiperflexible y dispuesto la mayoría de las veces a ceder posiciones ideológicas de radical importancia para su constitución y autonomía como persona, o en un monigote dispuesto a infinidad de cosas con tal de no perder su categoría, sus prebendas y su status de escritor.
 

Hay, por supuesto, algunos contraejemplos que nos demuestran lo contrario, pero esos contraejemplos suelen ser más bien la excepción que confirma la regla.

Excepciones que nos hacen pensar que los escritores suelen ser personas tan comunes, tan llenas de defectos o tan estúpidas como cualquiera de nosotros.

Excepciones que además nos enseñan que los mejores escritores no necesariamente son los más originales, ni los que mejor escriben ni los que mayor conciencia crítica poseen, sino más bien, los que más publican, los que venden más libros o los que más premios ganan, condiciones que desde mi punto de vista son indispensables para sobrevivir como escritor en un mundo inequívocamente corrupto, como suele ser en la actualidad el mundo de las editoriales.

Un ambiente regido, más bien, la mayoría de las veces, por un criterio economicista o de ventas que por un criterio fundamentalmente no mercantilista, no utilitario y mucho menos no pragmático a la hora de elegir sus materiales pero muy pocas veces, en cambio, como idealmente las personas desearíamos, un recinto positivamente centrado en la creatividad, en el arte o en la autosublimación de la individualidad de cada ser humano. Un criterio que obliga, y que permite, que pelafustanes como Arturo Pérez Reverte, por citar un ejemplo, sea hoy considerado un escritor de renombre.

Y es que, obviamente, al editor de Reverte le importa un pepino que este señor sea el rey del facsímil si va a vender millones de libros como, de hecho, este señor vende y si, además, como en este caso sucede, el escritor en cuestión habrá de tener el plus de tener opiniones ideológicas cercanas a los centros de poder que controlan a las editoriales.

He aquí, creo, entonces, en donde encuentro casi siempre abominable que los escritores contemporáneos utilicen el sufrimiento, el dolor, la ética, el hambre o la enfermedad como temas de sus escritos, porque casi ninguno de dichos escritores no es en el fondo alguien que no contribuya con sus acciones a la perpetuación de estos males.

En este sentido, me parece que casi todos los escritores mexicanos de mi generación son personas sumamente hipócritas. No solo por su incapacidad para esconder que les interesa la fama, sino particularmente porque es muy difícil encontrar hoy día a un escritor mexicano de mi generación que no utilice el dolor o los conflictos políticos presentes como material para sus escritos (como un arma utilitaria más bien) pero no porque realmente les interese el dolor, la desgracia o el sufrimiento de sus coetáneos, puesto que, como se demostrará más adelante, cuando tienen voz en los medios y hablan del dolor, o bien implica que su voz es la de un escritor sumamente pragmático, o bien implica que todos sus movimientos y sus razonamientos como escritor están conectados a los de algún grupo de poder que en su momento sabrá sacar provecho de las cualidades de su escritor para llevar agua a su molino, o bien implica que, como en la actualidad está sucediendo con las decenas de escritoras que está fabricando Letras Libres en base a la cultura del fraude, se trata de simples personas que se dedican al facsímil y de quienes, como en el caso particular de Avelina Lésper, estaré hablando en el blog en los próximos días.

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