ACTUALIZACIÓN SEGUNDA: Contra el fanatismo — Amos Oz

Voy a intentar ensayar la reseña de un libro en las siguientes líneas; el asunto se torna complicado por abordar el texto un tópico del que ya tengo opinión formada. Comoquiera, trataré de objetivar la narración de su autor cuanto me sea posible, aunque sin dejar de ir acotando (subjetivamente) dichas opiniones y el contenido del texto.

Este texto lo había intentado hacer ya, hace un par de meses —texto de moda del conflicto arabeisraelí por tratarse de un candidato a Nóbel, por lo demás—, pero no pude sino hasta ayer sofocar mis prejuicios y retomarlo después de un primer intento, que había resultado en abandono. [Como en todo, hay libros a los que se les honra más abandonándolos, si uno no está en esa disposición para entenderlos, que leyéndolos con obligación]. Pero justamente el día de ayer, me vino el recuerdo de aquella lectura inconclusa y, con ello, la resaca moral por un libro probablemente víctima de mi incomprensión —pensé—. Sin embargo, aclaro, el conflicto ético por mi abandono resultó tener menos peso que la molestia intelectual-narcisista de saberme con un libro incompleto (yo me voy a ir a la tumba de culpas intelectuales) a la hora de decidir terminarlo.

Hay que en primer lugar decir que este no es un libro para quien quiera informarse sobre el conflicto*; si acaso es un libro para quien busque confirmación de lo que ya cree, si es que eso que cree es: A) Que el derecho de Israel a la conformación de un Estado en tierras palestinas es inobjetable y/o B) Que es el mismo derecho de Palestina. Por lo demás, a esta opinión la llamaré “opinión conservadora” sobre el asunto. Se trata, pues, de la opinión subjetivísima de un literato —la de Amos Oz—, pero, además, de un literato sincero con sus intenciones desde el principio de la lectura, pues no pretende que su opinión sea algo distinto a lo que el producto de sus experiencias vitales y literarias, como israelí, puedan aportar a la discusión. Sobre este punto, Amos Oz lanza una advertencia a lo largo del libro: la visión de los hechos como relativa a las personas, los grupos, las circunstancias, como la necesidad de comprenderlos desde este enfoque topográfico. Tampoco es que el autor pugne por un relativismo férreo, “no estoy predicando un relativismo moral total”, dice, pero sin duda la reivindicación es muy explícita: fue por un baño de relativismo, como él le llama, que el autor habría finalmente de abandonar el  fanatismo chovinista-sionista de su primera infancia
y de su época.

¿Por qué abandoné la lectura del libro hace un par de meses? En primer lugar, porque me parecía que su caracterización del fanático era incorrecta; en segundo, por reducir un conflicto de magnitudes políticas a uno de magnitudes psicológicas y, en tercero, porque el recurso a la historia en la narración era precisamente eso, relativista dolorosamente. En mi opinión, una componente primordial de la llamada experiencia religiosa
que yo misma desconozco es la fe; y esta misma componente trasladada a psicología de masas, se convierte en fanatismo: fe ciega, obnubilación, tabú y dogma. De manera que, sin tener la totalidad del libro para mí digerida, mi primer veredicto a priori del mismo fue: se vuelve a simplificar el conflicto, vuelvo a toparme con la misma visión que niega las variables históricas, políticas (y bien actuales) por las que hoy día contamos con un ghetto en Gaza. Estaba muy molesta con el autor y, entonces, lo abandoné. Sin embargo, quiero ser puntual con algo esta vez: Amos Oz niega que se trate de un conflicto religioso, para él es un conflicto de dos derechos enfrentados, y cimentados en la Historia, de los pueblos palestino e israelí: “Volvamos ahora al sombrío papel de los fanáticos y el fanatismo entre Israel y Palestina, entre Israel y gran parte del mundo árabe. El choque entre israelíes y palestinos no es, en esencia, una guerra civil entre dos segmentos de la misma población, del mismo pueblo, de la misma cultura. No es un conflicto interno sino internacional. Afortunadamente. Porque los conflictos internacionales son más fáciles de resolver que los internos, que las guerras religiosas, que las luchas de clases, que las guerras de valores. He dicho más fácil, no fácil. En esencia, la batalla entre judíos israelíes y árabes palestinos no es una guerra religiosa. Aunque los fanáticos de ambos bandos hagan lo imposible por convertirlo en guerra religiosa. Fundamentalmente, no es más que un conflicto territorial sobre la dolorosa cuestión «¿De quién es la tierra?». Es fundamentalmente un conflicto entre derecho y derecho, entre dos reivindicaciones muy convincentes, muy poderosas, sobre el mismo pequeño país”. Termina la cita. ¿Por qué me importa hacer explicita la distinción que Amos Oz también comparte? Porque como había expresado en mi cuenta Twitter (aquí y aquí) en noviembre pasado (cuando ocurre la última invasión cruenta israelí contra territorios asentados), es poco más que ingenuo pretender que sea esta una guerra religiosa para sus orquestadores aun si claramente lo sea para varios de sus protagonistas y damnificados: éste no es un conflicto de religiones. De modo que, y en tanto que afecta a la filosofía política y al análisis político, la conclusión que Oz repentinamente presentaba resultó para mí probatoria de al menos el deseo de Oz de dirimir el conflicto: de ponerlo patas para arriba, diseccionarlo para descubrir qué hay allí dentro y, en suma, ser capaz de verlo con una nueva mirada, una quizá encaminada a su solución. Fue esto lo que me determinó finalmente a continuar con su lectura.

Hecha esta aclaración, paso a reseñar las dos partes principales en que se divide temáticamente el libro: el fanatismo y el conflicto árabe israelí. (Hay una tercera parte, sobre todo rica para quienes se dedican o quieran dedicarse a la escritura, pues dicha sección está destinada a contar la experiencia, la dichosa experiencia del autor en tanto hacedor de fantasías por la escritura y cómo le ha servido de purgante para la asimilación de su conformación jerosolimitana).

I. EL FANATISMO

El del fanatismo es un tema clásico y objeto de ingentes discusiones. En el fondo, todos más o menos tenemos una definición del concepto, con el agravante de que suele utilizarse más como forma exprés y descalificatoria de cualquier disertación adversaria, que como medida de nuestras propias asunciones en política. Y aunque, en mi opinión, se trata de un fenómeno psicológico y subjetivo, es al mismo tiempo un hecho objetivamente determinado. Por eso precisamente, es que me resulta incomprensible la opinión de Oz en este punto. Porque él sabe muy bien qué es ser fanático, pero pareciera que se le escaparan —o no quisiera afrontarlas— todas las causas del fanatismo. El fanatismo está ineludiblemente ligado al poder y al miedo. No hay fanáticos allí donde no hay ni temor ni una voluntad de poder o bien oprimida, o bien en ascenso. Las religiones monoteístas, judía y cristiana, no habrían significado la revuelta que significaron de hecho en el mundo antiguo, de no haberse constituido en espacios políticos. En su ensayo Moisés y la Religión monoteísta, Sigmund Freud conjetura sobre el posible origen egipcio de la doctrina mosaica 
continuación de la primera religión monoteísta importante del mundo antiguo del dios Ikhanaton y, al margen de haberla concebido como expresión neurótica de los hijos del padre de la primera horda, debida a los traumas infligidos por éste, allá en la protohistoria y su totemización, etcétera, hay al tiempo el reconocimiento de una conformación nacional israelí, inseparable de su religión. Toda religión es una expresión política y cuantos más fanáticos tengamos de nuestro culto, mayor será el blindaje de nuestros intereses por dicha religión reconocidos. A pesar de ello, el fanático en Amos Oz, pareciera ser una criatura salida de la noche, cocida al calor de la imaginación humana, libre de necesidades y a la que, por tanto, hay que erradicar. Ya no hay que preguntarnos por qué el fanático existe —existe y punto—, ahora, hay que luchar unidos contra su existencia. “Desgraciadamente —dice Amos Oz— el fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera”. Pero esto es parcialmente cierto: la componente existe, pero no surge ex nihilo; la componente existe, pero no con esa fatalidad. La Intifada judía y el fanatismo por Jerusalén, con los que es muy crítico el autor, alcanzan su punto álgido a fines del XIX, con el surgimiento del movimiento nacional sionista. Es decir, por causa de un movimiento político, resurge una convicción fanática olvidada.

En esta misma sección, Amos Oz también formula lo que él llama la típica reivindicación fanática: “si pienso que algo es malo, lo aniquilo junto a todo lo que le rodea”. Y es aquí donde pienso que Amos Oz se equivoca, porque yo diría: no si pienso que algo sea malo, sino si pienso que algo es, y precisamente a causa de esa manera relativista de contemplar al mundo. La del fanático, es justamente la expresión exacerbada del relativista, aquella postura defendida por nuestro autor. Al fanático lo tienen sin cuidado la maldad o bondad objetivamente fundadas, el criterio ético de sus opiniones es, sencillamente, el criterio ético favorecedor de sus creencias. Él mismo lo dice, contamos con hordas ingentes de fanáticos del antifanatismo, por ejemplo.

Sin embargo, como manual del fanatismo, creo que su libro abunda en señalamientos muy atinados. Inevitablemente, por ejemplo, me llevó a recordar a la nueva casta de sacerdotes del Pacto por México en la siguiente cita y a la siempre perenne y renovable casta de cualquier clase de dogmas que en forma permanente nos convierte a todos en sus potenciales miembros. Dice Oz: “El fanático es un gran altruista. A menudo, está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere salvar tu alma, redimirte. Liberarte del pecado, del error, de fumar. De tu fe o de tu carencia de fe”, etcétera. Una caracterización peligrosa, ¿cómo objetivamente aplicarla? La respuesta de Oz es: con el acuerdo, con la negociación. No, no vamos a combatir las verdades relativas de cada uno, vamos a hacerlas conciliar con las de los demás; es decir, vamos a tener que aceptar, dice el autor, lo que (desde mi punto de vista), es la verdadera causa del fanatismo: el relativismo, el todo se vale.  Y, acoto, amén de que me desagrade su solución, admito que no por eso deja de ser una solución absolutamente.

Cierro esta parte de la reseña, con esta reflexión final de esa misma parte del libro (es bella):

“Ningún hombre es una isla, dice John Donne. Me atrevo humildemente a añadir a esta maravillosa sentencia que ningún hombre ni ninguna mujer es una isla, pero que cada uno de nosotros es una península, con una mitad unidad a tierra firme y la otra mirando al océano. Una mitad conectada a la familia, a los amigos, a la cultura, a la tradición, al país, a la nación, al sexo, y al lenguaje y a muchos otros vínculos. Y la otra mitad deseando que la dejen sola contemplando al océano. Pienso que nos deberían dejar ser penínsulas. Todo sistema político y social que nos convierte a cada uno de nosotros en una isla darwiniana y al resto de la humanidad en enemigo o rival, es una monstruosidad. Pero al mismo tiempo, todo sistema ideológico, político y social que quiere convertirnos sólo en moléculas del continente también lo es. La condición de península constituye la propia condición humana”.

Me pregunto, ¿Amos Oz, alcanzará a vislumbrar que las naciones capitalistas-imperialistas —Israel, entre una de ellas— vedan selectivamente la condición de penínsulas a varios, obligándolos a ser moléculas indiferenciadas del continente?

II. EL CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ

La propuesta central de Amos Oz al conflicto es: renunciar a ser partidario de alguno de los bandos en disputa y, como si de esto emanara mágicamente un ‘ergo’, encaminarse a la paz. Sí, como si la neutralidad, como si el olvido y la desmemoria —de los hechos acaecidos a partir de 1947, que no de la historia antigua de Israel y Palestina— trajera la paz instantáneamente. Como si solo valiera olvidar la historia de horror de que tiene registro nuestro escritor —porque es su memoria, porque es su testimonio, porque él lo sabe y lo ha vivido— y ninguna otra cosa pudiera borrarse. Israel, que se ha negado en definitiva a abandonar la memoria del Holocausto pide, sin embargo, olvidar la ilegal ocupación de tierras palestinas, y esta petición parece ser la de Amos Oz también, la petición (relativista) de un literato ora sí memorioso, ora no.

Como historia personal, como subjetividad, su petición es legítima y la comprendo; no así en la historia de ambos pueblos. La gente honesta israelí no se puede merecer este engaño. Si el que la conexión histórica de un pueblo con una tierra de la que se exilió hace varios años, tiene por fundamento un mito bíblico, es ya la causa de un nacionalismo fundamentalista inadmisible —en parte, la causa del sionismo—, el que el pueblo israelí lleve siglos de persecución en Europa, víctima de los pogromos recientemente, y que haya sido expulsado de aquel continente por el fascismo, etcétera. El que todo ello haya ocurrido, ¿cómo podría, pregunto, justificar el confinamiento de un pueblo, su hambre, su destierro, su persecución, su desesperanza? ¿No es ésta, en el fondo, la razón que azuza al fanatismo palestino? ¿No es ésta la razón que los convoca a enarbolar esperanzas sobrehumanas?, ¿míticas?, ¿fanáticas? E
l relativismo es un fanatismo.

Termino. 


Hay más qué decir del libro, por ejemplo, sobre lo que parece ser un conocimiento parcial por parte del autor de la historia reciente del hemisferio occidental del mundo (sobre este punto habrá que decir sucintamente: parece que Amos Oz es bastante y comprensiblemente menos sensible a las trapacerías del orden occidental del mundo que de otros órdenes, etcétera), pero creo que ahora estoy cansada para seguir escribiendo; apenas quiero apuntar aquí esta pequeña certidumbre que nos regala el autor en alguna parte de la lectura:  

“Traición no es lo contrario de amor; es una de sus opciones”

*Un libro que a mí me sirvió, muy neutral y sobreabundante en datos sobre la región (a veces al punto de hacerlo algo abstruso), se llama Historia de Palestina de Gudrun Krämer por editorial Siglo XXl, quizá lo recomendaría más para empaparse sobre el conflicto sin tanto sesgo. Acá, una vieja entrada del blog a donde ya había tratado el tema.

All death is death.


Te llevo a cuestas en este caer.

Política o propaganda (revolución o propaganda)

Esto lo saben, en primer lugar, quienes se dedican a fabricar propaganda y quienes se dedican al terrorismo de masas. Pero hay dichosamente otra clase de sujetos que también lo sabe y que lo hacen valedero en la práctica:

«El carácter performativo de toda nominación es la precondición para toda hegemonía y toda política». 

—Ernesto Laclau

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