(Sigo con poetas).

I

Cuando la Luftwaffe bombardeaba Londres, Elías Canetti apuntaba: «Si, pese a todo, yo sobrevivo, se lo deberé a Goethe».

Desde luego pensé intensamente en su drama y en la desgracia de Londres durante los años de preguerra, postguerra y de guerra en sí (también pensé en Goethe y en la lengua alemana que es la lengua con la que Canetti decidió pasearse por el mundo disolviendo el rencor que cualquier judío pudiese naturalmente sentir durante aquellos años por el fascismo del Tercer Reich; hombre sabio, en mi opinión). Pero como no tengo costumbre de quedarme en el puro mundo inteligible, aterricé a mi mundo sensible y material en mi meditación.

Pensé entonces en los bombardeos en Oriente Medio, ¿qué poetas salvarán a aquellas gentes: palestinos, sirios, libios, malienses?

Pensé en Omar Khayyam, aunque seguro ahora se lean otras cosas: mi conocimiento de la poesía de aquellos lugares es reducido por no decir inexistente. Me fastidia un poco pensar que en unos años nos llegarán historias conmovedoras de las plumas de sus sobrevivientes (lo que autorice a publicar prensa occidental). Ante la desgracia nos ha quedado estetizar el horror. Los poetas también cantan al fuego y a la guerra. Las mejores épicas y rapsodias mortuorias pertenecen a poetas.

La poesía puede salvarnos del hambre, del pesar, de la soledad e incluso del tedio ¿nos salvará de la muerte la poesía? No, nos arroja a ella.

II

¿Qué tiene que ver un bombardeo* hoy en Siria con los bombardeos ayer en Londres o en Alemania misma o sobre Nagasaki? Tiene que ver todo. Pero tiene que ver principalmente --ahora que hablamos de poetas y sus creaciones-- con un hecho manifiesto: la poesía ha perdido mucho de su fuerza redentora (una redención carnal, no psíquica). Lo mismo que el arte en general. No nada más es la acción filantrópica que salva al otro; es la propia salvación. (Desespero creyendo que evadimos responsabilidades).

No hay disyuntiva: ver el mal con la intención de extirparle. Pero sí, en contraste, una contradicción (teórica al menos) que yo creo advertir: no poder extirparle si no verle antes o si negarse a reconocer que existe. Me es insostenible la posición relativista (y casi diría platónica), por mucho que sea con relación a mí que pondero las cosas del mundo, como de hecho sé.

Hay una componente autoritaria en mi disquisición: Querría que todos conocieran la belleza y gozaran de ella. Mis reivindicaciones éticas no están desvinculadas de esta aspiración estética, como apuntaba el otro día.

Pero vamos, ¿no es esa la real tensión entre modernidad y postmodernidad?:  ¿la libertad o la justicia?

(Aunque yo diría: ¿la justicia o esta comprensión beocia que tenemos de la libertad?).

*Los bombardeos son un caso muy genérico de la desgracia, como una especie de sinécdoque invertida. La guerra antinarco calderonista --ahora peñanietista-- son la forma que toman los bombardeos aquí en México (o los feminicidios). No sé o sí. El crimen parece extenderse por el orbe multiforme.

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