A propósito de Ratzinger y toda esa extrañeza incongruente

Mi ateísmo no es un antiteísmo, es un a-teísmo. Y cuando es antiteísta es más bien adverso a toda suerte de mitificaciones. Por ejemplo, los mitos no son siempre de orden sagrado (aunque supongo, un impulso similar los insufla de su dinamismo en estos casos). Vivo en una época —y lo presencio con desagrado— en que el mito secular fluye como onda expansiva. La genta ahora cree en el psicoanálisis, por ejemplo*.

Cuando se identifican los orígenes antropológicos del pensamiento mítico, comprender no quiere decir convalidar (¿y cómo?). Comprender quiere decir exponer las razones —sin la violencia— de por qué es inadmisible vivir anclado a esos mitos y a su propensión. (La propensión a elaborarlos y/o a signarlos).

No sé si haya acto más violento para un ser humano que atreverse a soltar sus mitos. Pero sí creo representa la condición necesaria a toda liberación posible del ser. Si hay mito, hay temor. Si hay temor, hay lugar para el poder y su disputa, pero sobre todo, para el sometimiento. Hay Opus Dei, hay vaticanos, hay papas dimitiendo a sus cargos por escándalos de pederastia con sendas demandas en las cortes de La Haya etcétera, sencillamente porque existe el mito, la fe, la creencia y sus oquedades (sin sustento), la incapacidad humana de vivir sin dioses, de asimilar nuestra finitud y pequeñez en el cosmos y, desde allí (y por eso justamente) vivir la vida con toda su intensidad. Desde luego, no los exculpo a ellos de su inmoralidad; nos señalo a nosotros, de la nuestra doble.

Aunque estuve leyendo unos artículos sobre el tema (más por mero afán informativo que por realmente querer saber (lo que ya sé)), fue leyendo a Simone Weil que me llegaron estas disquisiciones.

«Si Dios quiere el mal, lo hace, porque está escrito: Ha hecho cuanto ha querido. Si no lo quiere, como de todos modos se verifica, hay que decir que Dios es imprevisor, o impotente, o cruel, puesto que no sabe o no puede realizar su voluntad, o no se ocupa de hacerlo.» —LUCILIO VANINI.

*El psicoanálisis es una epistemología de la mente y tiene un gran valor en ese sentido; es también un discurrir filosófico que, entre otras cosas, contribuyó a la desarticulación del mito justamente articulando los diversos estudios sobre el tema que existían desde antes de su surgimiento. Por otra parte, la caracterización del inconsciente propia de Freud, es una continuación del trabajo magnífico que ya había realizado Schopenhauer antes; aunque es desde luego innovador Freud en la elaboración de su teoría. Tanto la escuela psicoanalítica como su hijo putativo, el estructuralismo, son escuelas de pensamiento que a pesar de sus pretensiones cientificistas (nada más cierto que hubiese en Freud la intención de sistematizar, observar, etcétera, el registro de sus estudios sobre la neurosis y otros) se trata, en realidad, de teorías más bien acientíficas. No sé si en un futuro el estudio fisiológico del cerebro vaya a comprobar algunas de las curas psicoanalíticas (para mí, que muchas van a ser desechadas). Pero lo que sí sé es que el psicoanálisis como práctica clínica —como terapia— carece de cualquier estudio concluyente sobre la eficacia de sus métodos precisamente (lo que no quiere decir, claramente, que no brinde alivio a las personas; o que combinado con medicación no ayude de hecho).

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