Representante de casilla


Vengo llegando a casa.

Acabo de recibir mi acreditación como representante de casilla y alguna papelería importante y necesaria para este domingo. 

Estoy muy emocionada y con una suerte de sentimientos diversos entremezclados. En primer lugar, nerviosa porque será mi primera vez como cuidadora de casilla (una decisión que tomé en forma libre y voluntaria, cabe aclararlo). En segundo lugar, contenta porque se trata de una elección pletórica en representantes de casilla por parte de los partidos, 2 millones de representantes aproximadamente (no me parece una exageración afirmar que gente de la izquierda tenga algo de responsabilidad en el número de esta cifra). Por el otro lado, tengo el temor de que ese día se vayan a suscitar actos de violencia contra los representantes ciudadanos de casilla. Aunque mi temor es más bien por la gente de los estados, pues por la estructura geopolítica de la capital, más o menos confío en que aquí las cosas transcurrirán en forma apacible. Lo que en cambio no podría afirmar –aunque lo deseo– es que este mismo escenario se reproduzca en las otras entidades electorales. Todo mi reconocimiento a quienes saldrán a votar, allí, donde está metido el ejército y el narco (esta eclosión desmesurada de cárteles, delincuencia organizada y ejército en las calles propia del sexenio de Calderón). De hecho, en el curso se nos dijo que en algunas zonas de Naucalpan en el Estado de México, en donde hay narcomenudeo, no se meterá a representantes pues es más importante la seguridad de la persona que otra cosa.

Bien. Nos reunió la representante suplente de nuestra sección electoral --a mí y vecinos-- y, antes de entregar papelería se hizo una pequeña charla (ya saben, la gente de izquierda que no es fan de las discusiones).

Entre otras cosas se indagó sobre esta gran pregunta que sigue atosigando a buena parte de la ciudadanía. Es decir, de acuerdo a la ley electoral, ¿cómo debe votarse? y luego, ¿qué es lo mejor para la coalición?

Aunque, por supuesto, hay muchas personas que ya saben esto, yo quiero dar no solamente mi propia explicación, sino mi opinión al respecto.

1) Viabilidad jurídica

La ley electoral* establece que si una coalición está compuesta por n partidos (digamos, los partidos P1,P2,…,Pn), entonces éstos tendrán que aparecer en la boleta postulando al candidato de la coalición y que, ergo, el ciudadano podrá cruzar alguna de todas las combinaciones posibles en que pueda votarse por la coalición. Llamemos --como ya se ha hecho-- n al número de partidos en la coalición y k al número particular de partidos de dicha coalición por los que yo soy simpatizante. Entonces, puede ocurrir que yo simpatice únicamente con k=1 partidos de la coalición, o con k=2 partidos de la coalición o con k=3 partidos de la coalición o, en fin, con todos los partidos de la coalición, es decir, con k=n partidos de la coalición. Por otra parte, el número k de partidos por los que soy simpatizante, determina una o más posibilidades (las llamaremos combinaciones) de tipos de cruce en la boleta. A cada una de estas posibilidades –que se traducen en una combinación posible para emisión del voto– la representaré con el símbolo C(n,k), en donde n me dice cuántos partidos en total tiene mi coalición y k, con cuántos de dichos partidos de la coalición simpatizo yo (la premisa lógica es que simpatizo con al menos uno de ellos). Entonces, existen C(n,k=1) cantidad de formas distintas de escoger combinaciones de un solo partido tomadas de nuestra coalición de n partidos, C(n,k=2) cantidad de formas distintas de escoger combinaciones de dos partidos tomadas de nuestra coalición de n partidos, C(n,k=3) cantidad de formas distintas de escoger combinaciones de tres partidos tomadas de nuestra coalición de n partidos, y así, hasta llegar a C(n,k=n) formas distintas de escoger combinaciones de n partidos tomadas de nuestra coalición de n partidos (el caso de simpatizar con todos los partidos de la coalición). En donde, la suma de todas estas combinaciones, constituye el número total de las combinaciones posibles.

Esto es muy sencillo de comprender. Veámoslo con un ejemplo.

Hagamos n=3 (el número en nuestra coalición).

Combinaciones de 1 partido tomadas de 3, C(3,1): Votar uno solo de los partidos de la coalición (existen 3 combinaciones distintas de hacer esto).
Combinaciones de 2 partidos tomadas de 3, C(3,2): Votar dos de los tres partidos de la coalición (existen 3 combinaciones distintas de hacer esto, ver FIGURA 1).
Combinaciones de 3 partidos tomadas de 3, C(3,3): O sea, votar los tres partidos de la coalición correspondiente (existe una única combinación de hacer esto).


FIGURA 1. Existen 3 formas o combinaciones posibles de votar por 2 partidos de una coalición compuesta por 3.

Entonces, el número total de combinaciones en que puede votarse, suponiendo n=3 partidos en la coalición son: 3+3+1=7; es decir, el votante puede elegir alguna de estas siete formas.

Compliquemos un poco el número; si n=5, tendríamos lo siguiente:

Combinaciones de 1 partido tomadas de 5, o sea C(5,1): Votar uno solo de los partidos de la coalición (existen 5 combinaciones distintas de hacer esto).
Combinaciones de 2 partidos tomadas de 5, o sea C(5,2): Votar dos de los cinco partidos de la coalición (existen 10 combinaciones distintas de hacer esto).
Combinaciones de 3 partidos tomadas de 5, o sea C(5,3): Votar tres de los cinco partidos de la coalición (existen 10 combinaciones distintas para hacer esto).
Combinaciones de 4 partidos tomadas de 5, o sea C(5,4): Votar cuatro de los cinco partidos de la coalición (existen 5 combinaciones o formas distintas de hacer esto).
Combinaciones de 5 partidos tomadas de 5, o sea C(5,5): O votar los cinco partidos de la coalición correspondiente (existe una única combinación de hacer esto).

Entonces, el número total de combinaciones en que puede votarse, suponiendo n=5 partidos en la coalición son: 5+10+10+5+1=31; es decir, el votante puede elegir alguna de estas treinta y un formas.

Existe de hecho, una expresión algebraica muy sencilla de implementar --el coeficiente binomial de k números tomados de un conjunto de n-- por medio de la cual el cálculo de estos números se hace muy sencillo. Basta conocer el número n (número de partidos por coalición) y, después, ir variando k desde 1 hasta n para el cálculo del coeficiente binomial y, al final, hacer la sumatoria de estas cantidades para obtener el total.

FIGURA 2. Cálculo del coeficiente binomial.

Como no es ésta una clase de matemática y como cualquiera puede comprender esto ingresando a Wikipedia –o con el ejemplo–, nos saltamos la notación y nos quedamos con el hecho práctico de entender estas combinaciones. Lo medular del asunto es saber que en términos de ley electoral se puede elegir la combinación que nos plazca (ojo, sea cual sea la combinación de partidos elegida de la coalición, se suma un voto para cada partido constitutivo de la coalición elegida y uno y solamente un voto para el candidato de la coalición). Sin embargo, soy partidaria de que se oponga cierta estrategia en esto o, si se prefiere, metis política a fin de buscar, sobre todo, beneficio para los ciudadanos sin, empero, obstar a los partidos en la mentada tarea de llegar a acuerdos en el Congreso (sus famosos acuerdos que se han vuelto excusa para la postergación de la cantidad del número de necesidades políticas que se nos antoje: recuérdese que mucha de esta gente tiene por quintaesencia de la vida, la emisión de más y más y engorrosas, ilegibles, mamotréticas y abstrusas leyes como paso previo ineludible para gobernar [sé que esto es discutible]).

2) El óptimo

En los círculos de izquierda, hay un pequeño debate sobre la forma de hacerlo. Por ejemplo, en el curso se nos dijo que salvo sí tener el elector inclinación por alguno de los tres partidos, entonces se vote por los tres (teniéndose en cuenta, según se nos dijo en el curos si bien no lo he corroborado, que el primer 6% de los votos se computa al partido de más antigüedad, el segundo 6% al de segunda mayor antigüedad y, así, hasta acabarnos el total de los votos) y que, por supuesto, si se tiene una decisión distinta, se efectúe. 

Una gente dice que a fin de que la cosa del conteo se haga la cosa más simple del mundo –y contrarrestar la posibilidad de que en las cuentas se nos haga el fraude o, más bien, que por la complicación de éstas el fraude se hiciera más facilón– pues, entonces, elijamos uno solo (he visto a Navegaciones recomendar esto en su Twitter, por ejemplo).

De esto no sé mucho qué decir, creo que hay tal vez una componente de subjetividad en la opinión. Finalmente, en el acta de cómputo existe un renglón para contabilizar los votos de todas y cada una de las formas o combinaciones posibles de votar por la coalición de nuestra preferencia y ya allí, con los palitos anotados en cada renglón (al estilo de junta 4 y haz 5 con la diagonal), pues la complicación de las cuentas disminuye. Sin embargo –un sin embargo importante– sí he notado algo en los cursos a los que he estado yendo, de veras a una cantidad no despreciable de gente se le complica esto de hacer las combinaciones. Se atoran, yo pienso, por una cuestión psicológica; lo he visto con mis propios ojos (aprovecho para decirlo muy explícitamente –un poco por si algún despistado ectevista visita mi blog–, la gente que está en esto es gente apartidista, gente muy porfiada en algunos casos, pero muy digna, muy honesta y dispuesta a dar la batalla el 1 y demostrar que se ha entendido que esto de la política se pudre si no hay participación activa ciudadana, o en otras palabras, participación política).

Paso al meollo.

Hemos visto que hay un empoderamiento de los partidos; particularmente de los llamados partidos grandes: PAN, PRI y PRD, en ese orden. Y yo no quisiera, porque además soy una persona no militante, que este empoderamiento continuara. De modo que urge no solamente dar una lección histórica de nuestros progresos en tanto ciudadanos conscientes de su propia ciudadanía –como la gente de Regeneración Nacional lo ha estado haciendo– sino además, como ciudadanos que saben meter en aprietos a los partidos y deciden no obsequiar demasiadas concesiones.

Allá en el curso, cuando intentaba dar mis razones sobre esto, varios de los compañeros mencionaran que no era importante y que estaba bien votar por los tres, que lo importante es que le llegue el voto a AMLO. Por supuesto, yo les dije que no pensaba como ellos y que esto sí era importante. Mi razonamiento es que no puede ser que, dado el sistema actual partidocrático, persista tal sistema. No sé si sea conveniente mudar a una cosa bipartidista; la verdad no lo sé. Lo que sí creo saber es que, dadas las cosas como están, hay que desconcentrar en general el poder de los partidos y, simultáneamente, abrazar la idea de algún día ver desaparecer esperpentos como el verde y, en general, buscar otras formas de acotarle el poder a éstos; (y creo que lo que me insta a este tipo de razonamientos no es que sea yo una apartidista beligerante –que lo soy un poco–, sino la idea de poderes concentrados y pervertidos, avalando, promoviendo y financiando la barbarie humana).

O sea, mi propuesta es votar por uno solo de los partidos de la coalición. Luego, aunque esto ya es enteramente subjetivo y quizá ligado a un breve pero intenso antiperredismo que a veces me posee, votar por uno de los partidos de la coalición a modo de no empoderarlo inexorablemente. La verdad, para mí los mejores legisladores y políticos de la coalición los aglutina el PT (esto también es gusto personal) y así será mi emisión.

Cierro.

Convoco a que ese día hagamos de lado todas nuestras diferencias. Ese día, bien unidos todos. No tiene ningún sentido enarbolar ideal comunitario alguno –aun si fuera por fines egoístas–, si el hacerlo nos impele a ofender a los demás, llamarnos pejezombies (como estoy condenada a ser llamada desde hace aproximadamente un sexenio por el llano hecho de pronunciarme simpatizante de AMLO, por ejemplo) u otras ofensas a causa de la confesión de nuestras ideologías o prácticas políticas (insistiré, los excesos con el lenguaje suelen ser sintomáticos de alguna imposibilidad). Se cae nuestro ideal de progreso cuando nuestros medios para alcanzarlo se fincan en acciones de criatura retrógrada. Se pasa del ideal al fanatismo vacuo y huérfano de autocrítica.

*Artículos 93, 95, 96, 97, 98, 277 y 295 del COFIPE.

Exabrupto

No sé si haya quien piense que ante un potencial arribo de AMLO al poder, entonces todas nuestras calamidades cesarían –yo no lo creo–. Pero conjurar a un alguien que así pensara se llama (otra vez) subestimar la inteligencia de los demás o desconocer fundamentalmente los procesos sociopolítico-históricos detrás de todo cambio social –por la vía revolucionaria, reformista, electoral, u otra– y, luego, proyectar dicha inoperancia sobre los otros.

En un texto...


“Como las grandes obras, los sentimientos profundos declaran siempre más de lo que dicen conscientemente. La constancia de un movimiento o de una repulsión en un alma se vuelve a encontrar en los hábitos de hacer o de pensar y tiene consecuencias que el alma misma ignora. Los grandes sentimientos pasean consigo su universo, espléndido o miserable. Iluminan con su pasión un mundo exclusivo en el que vuelven a encontrar su clima. Hay un universo de la envidia, de la ambición, del egoísmo o de la generosidad. Un universo, es decir, una metafísica y una actitud espiritual. Lo que es cierto de los sentimientos ya especializados lo será todavía más de las emociones tan indeterminadas en su base, a la vez tan confusas y tan "ciertas", tan lejanas y tan "presentes" como pueden ser las que nos produce lo bello o suscita lo absurdo.”

ALBERT CAMUS, El Mito de Sísifo.

Desde la fría mesura


Comienzo este escrito endilgándole al mundo un mínimo de racionalidad –o de insumisión–; de modo que proclamo hartísimo evidente el deseo común consistente en hallar el modo de arribar al mejor puerto posible tras seis años de malestar, al margen de confrontaciones superfluas. O sea, ya no se trata de atacarnos entre sí, o de demostrar que tenemos los mejores argumentos; se trata de encontrarlos, de ubicar su fuente en la experiencia. No en dogmas, ni en fantasías, ni en adscripciones ideológicas.

Parto de una suerte de ley de la historia: la unidad de personas es condición sine qua non previa a toda disminución a un poder concentrado. Luego entonces, siempre que se dan estas luchas es porque se cuenta ya con alguna estructura organizacional –de cualquier naturaleza– que aglutina a los grupos y da cauce a los objetivos; y esto tendrá que ser así toda vez que se aspire a un cambio permanente dirigido. Es decir, no únicamente durante el previo a un cambio de gobierno, sino, –también– una vez consumado el objetivo. Ni siquiera los anarquistas proponían el derrocamiento de esta entidad detentora del poder; proponían su disminución, a través de la desconcentración del poder del Estado, diseminándolo entre el grupo.  

Claramente, en nuestro país se vive hoy una hiperconcentración del poder público en las manos de unos cuantos hombres tecnócratas –empresarios la mitad del día; legisladores, la otra– que lejos de gobernar a favor de los intereses del colectivo, viven ideando cómo engrosar sus cuentas bancarias. Pero lograr esto no ha sido una sinecura para estas gentes. La verdad es que se trata de personas muy esforzadas que han sabido servirse de la estructura estatal y de gobierno para el logro de sus conquistas. Y lo mismo, se han servido de los medios electrónicos, de los partidos políticos, de las leyes y sus reformas, etcétera, que de la buena voluntad del ciudadano, en el propósito de estar siempre alcanzando sus metas.

Hay algo de candidez en todo esto. Los medios electrónicos, los partidos políticos, incluso las leyes han visto nacer su institución al amparo o a la necesidad del sistema económico. Por supuesto, en este último enunciado no tendría por qué haber juicio adicional alguno (negativo) a no ser porque, en los hechos, el sistema económico ha degenerado en esto que se describe al inicio del párrafo anterior. En México, estos empresarios se han enquistado en las distintas instituciones de gobierno por la vía liberal-demócrata y, más específicamente, adhiriéndose a algún partido político a fin ser elegidos por la ciudadanía a través de una boleta electoral que va luego a una urna.

Pero no todos nuestros empresarios son políticos, y tampoco ha sido necesario que lo sean. Muchas veces quienes gobiernan lo hacen a capricho de los empresarios con tal de ser depositarios de sus dádivas. Afortunadamente, poniéndose a leer uno el periódico y cotejando las mentiras distribuidas por la TV contra la realidad diaria, uno puede más o menos reconocer a estos rufianes y decidir si otorgarles o no su simpatía el día del voto electoral (otra cosa es que los votos se cuenten mal).

Ahorita que estamos previos a elecciones, hay la gran disyuntiva entre no votar por los de siempre o anular-abstenerse.

En lo que a mí respecta, quiero exponer una vez más mis razones por las que, a un mes de la elección, estar ya lista para emitir mi voto.

Enuncio un hecho al que no deseo obviar: el voto corporativista es una práctica común en México; este tipo de práctica opera al amparo de causales sociopolíticas más o menos ubicables –y comprensibles–, pero de cuya discusión conviene zafarse en este momento, por no ser ésta una disertación sobre moral. En términos de praxis política, interesa más pensar los medios para disminuir su impacto en los resultados sobre la elección en curso que hacer el recuento histórico de cómo se ha llegado a esto.

Ahora diré por qué creo que, de las dos opciones enunciadas líneas arriba, anular-abstenerse no es la mejor opción para nuestra circunstancia histórica.

A. Abstencionismo

A.1 Por mucho que personas sean altermundistas confesos, antisistema o, en fin, simples eremitas viviendo al margen de los dictados del sistema global-neoliberal, lo cierto es que tales personas son también blanco de todos los yerros, injusticias y equívocos de este sistema. Y la verdad es que, ni siquiera estableciendo un perímetro de neutralidad –como lo hacen las comunidades autónomas– o contándose la historia de ser uno el más libertario de los seres o hallarse en el nirvana o culmen de la evolución social, etcétera, ni siquiera así uno queda exime. Lo cierto es que incluso perteneciendo a esta clase de grupos, el sistema también te pega. Y, el problema nodal de concebirse o hallarse en esta circunstancia, radica en que no hay un canal efectivo de facto, diferente al de la evasión, a través del cual este tipo de sujetos puedan defenderse de los embates del neoliberalismo. Uno puede vivir en la evasión eternamente o eternamente en rebeldía contra el sistema; pero al momento de pasar el sistema factura, la evasión no se vuelve un campo magnético impenetrable.

En lo que sigue de la lectura, téngase bien presente que la lógica del capital, consistente en acumular los centavos producto del trabajo de todos en unas cuantas manos –haciéndonos creer, por cierto, que el trabajo ladrón que ellos generalmente brindan es una bendición, etcétera– cuenta, además, con instrumentos de dominación para la perpetuación de este estado de cosas. Así, los medios electrónicos de difusión de mensajes, el Estado, la existencia de un sistema de elecciones, la democracia, las instituciones de gobierno, etc., al ser constitutivos de dicho sistema –o feedback el uno del otro (como estrellas binarias)– resultan ser las harramientas reales de acción de que provee el sistema.  Y, por supuesto, en este juego, como en muchos otros, quien fija las reglas es el más poderoso de los jugadores; de modo que, entiéndase: los capitalistas harán todo lo posible a su alcance para no sentarse a dialogar, para no sujetarse a los pliegos petitorios de grupos o comunidades marginales. Podremos con acciones marginales restituir a nuestra conciencia de dignidad, pero esto apenas si nos protegerá contra las iniquidades del sistema. Debe buscarse minimizar el impacto de dichas iniquidades.

Ante este panorama, hay dos vías, la que se juega reconociendo las reglas impuestas por el gran capital buscando maximizar el beneficio de todos, o bien –y como ya lo he sugerido en otras entradas– socavando a la gran institución sobre que se finca esta gran dictadura económica en que se vive: la banca. Esto último, por supuesto, implicaría una revolución.

A.2  Hay otro bando de abstencionistas, pero estos me parecen un campo más fértil, pues ellos optan por esta vía no por convicción, sino por mero desconocimiento de la situación. A este grupo, más bien la necesidad les imposibilita a tomar una posición política definida. Soy de la idea de que es una cosa positiva el animarse a dialogar con estos grupos en el propósito de socializar la información de que se disponga.

B. Anulacionismo

Es irrelevante determinar si esta postura es irreflexiva o no lo es. Es claro que favorece al voto corporativista. Si una práctica común de la partidocracia en este país no fuera el corporativismo –este acarreo multitudinario a las urnas con pago en despensas y favores–, habría poco sustento a esta aseveración, pero sabemos que no es así: va a haber gente votando ese día. Por otro lado, ni siquiera en aquellas sociedades que se presumen de democracias consolidadas, el voto nulo pasa de ser una expresión de inconformidad. 

Uno puede oponer respeto ante las ene pretensiones del anulacionista y sus razones; pero creo que aquí el asunto no es de respeto, sino de necesidad histórica. De modo que, mi objetivo no es principalmente impugnar el móvil anulacionista, como hacer ver sus inconveniencias.

Mi planteamiento nuclear es: en una sociedad de partidocracias corporativistas, votar nulo es contribuir –se quiera o no–, a la perpetuación de tales partidocracias. O sea, verlas perpetuarse en el poder, con baja posibilidad de darles una tunda real. ¿Y por qué –se preguntarán de inmediato– votar por algún partido en particular no es también favorecer al sistema de partidos o, particularmente, empoderar a alguno de ellos? Porque si ya se tiene claro que se busca la disminución de su poder, entonces, hacer un voto razonado eligiendo al mejor de ellos, es –ya– un despliegue de poder ciudadano. Por otra parte, no comparto esa visión según la cual todo en los partidos es la podredumbre, todo en la clase política está perdido, todo en todo es malo, etcétera (por sistema, me es imposible suscribir tal tipo de generalizaciones).

La idea es dejar claro a los partidos que su triunfo precisa del voto libre del ciudadano. Que no será ni con la coacción, ni con el soborno, ni con la desinformación con lo que habrán de conquistar nuestros corazones, ni sobre lo que habrán de edificar su permanencia. Esto es tan razonable que también es compartido por los anulacionistas y, de algún modo, es el acicate para su posición, de modo que su argumento más frecuente es argüir que si todos votásemos nulo, entonces, dejaríamos a los partidos a nuestra merced, neutralizados, inoperantes. Correcto –yo les diría–, e inmediatamente me estaría preguntando sobre la acción inmediata a seguir.

Depuesto el sistema de partidos, ¿qué vendría? Respondo. Yo creo que tendría que venir, como mínimo, convocar a un nuevo constituyente a fin de fijar las nuevas reglas de elección y representación popular, de forma de gobierno, etcétera. Ante este panorama yo, sin duda, estaría encantada. Pero, soy realista, no es ésta nuestra coyuntura; no estamos en ese proceso aún. Todo proceso hacia un cambio sociopolítico es paulatino y requiere de etapas. Si en este momento, el mayor grupo opositor al statu quo de nuestra repugnancia estuviera constituido de anulacionistas, yo estaría allí porque 1) Creo en la unidad y 2) En la organización como condiciones necesarias previas a todo cambio social. Pero como ése no es nuestro caso y es claro que el mayor proyecto político articulado opositor al de la oligarquía es el de Regeneración Nacional, entonces, me decanto por ese proyecto. Es una cuestión de estrategia. Ya no de fe, ni de esperanza. La renovación de la vida pública en este país pasa necesariamente por echar de los cargos públicos a quienes los detentas con satrapía o, por lo menos, minimizar el número de este tipo de individuos.

Pero hay más todavía. No por tratarse del mayor movimiento opositor, se trata del mejor movimiento opositor. El criterio del quórum no es necesariamente El Criterio. Sucede que, además, es importante analizar consideraciones empíricas útiles en la tarea de determinar si la opción por la que uno se sesga es, en efecto, la mejor de las opciones.

Yo puedo –pero no quiero– exponer las razones de por qué votaré por AMLO. Y no quiero hacerlo porque sí creo que se trata de una decisión individual a la que cada quien debe llegar desde su propio proceso –supuesto que se llegara–. A cambio de ello, puedo aconsejar que sea a través del contraste de ciertos hechos por lo que nos determinemos por alguna de las opciones (y aquí inevitablemente entrará la ideología de uno); a saber: 1) Contar con evidencias positivas de ausencia de deshonestidades públicas en la persona de quien votaremos. 2) Estudiar la viabilidad del proyecto. 3) Determinar su necesidad.

Hasta aquí la entrada.

“El democratismo ha sido, en todo tiempo, la forma de decadencia de la fuerza organizadora... Para que haya instituciones tiene que haber una especie de voluntad de instinto, de imperativo que sea antiliberal hasta la maldad: una voluntad de tradición, de autoridad, de responsabilidad para con siglos futuros, de ‘solidaridad’ entre cadenas generacionales futuras y pasadas hasta el infinito.”

Federico Nietzsche

Bailar


[Ir de la decadencia a la cadencia]

Quien no entienda del baile, creo que se pierde de esa forma tribal del erotismo y ese afluente de vida, ritmo, posesión orgásmica, olvido, des-individuación.

Bailar es hacer el amor prescindiendo del coito o entregándose a él en cada extremidad; como si todo el ser palpitara de deseo y no nada más lo propiamente erógeno.

La charla con Sicilia


Claro que han sido de un gran desatino las últimas declaraciones de Sicilia. Luego, pensar que por esto vaya alguien a invalidar al conjunto de su proceder es, me parece, subestimar –y mucho– el pensamiento de los demás. Yo no creo que haya alguien que vaya a hacer eso –o que lo hiciera– por el llano hecho de ser bien crítico con esta pifia suya. En cualquier caso, la izquierda nunca ha sido tibia en esto. O desde el principio les simpatizó Sicilia o no les simpatizó.

El pensamiento crítico es adlátere del pensar-pensar. Eso es pensar.

Muérame el día que deje de hacer señalamientos por temor a la censura o a ser blanco de ilogicismos, sofismas e imposturas de mi no pertenencia.


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