Si fuera posmoderna...

Suponiendo que yo aceptara que la revisión de un tema histórico de consecuencias que atañen a cualquiera que posea humanidad ha de supeditarse a un gusto moral, a un despliegue de cortesía o sentido común, o a lo que el canon vigente tilde como de “políticamente correcto”, no veo en qué manera la discusión de un tema contravenga a uno cualquiera de esos criterios porque, además, ¿no se supone que en estas épocas posmodernistas la moral y las buenas costumbres son cosa de apreciación subjetiva? Uno siempre podrá oponer una antítesis a cualquier tesis, pero no por cuestiones de dialéctica, no -qué va a ser-, sino por meras razones de gusto. A mí se me antoja que el Holocausto es discutible; a Juanito Pérez, no. Alegrémonos, ambos tenemos la razón -¿y qué es ésa cosa aparatosa de “la razón”?.

Es por este sólo detalle que he decidido hacerme al posmodernismo. Es más, ya no tendría qué ceñirme a los criterios gramaticales de la RAE. O, bueno, sí, pero elijo –digamos- indiscriminadamente, no a criterio, sino a gusto (por eso a los demostrativos neutros desde hace algún tiempo no les pongo acento y a los otro sí; no hay un logos a seguir, es mera onda del regocijo –o disgusto- para el corazón).

Bueno, después de esta batería de incoherencias, regreso al punto. Como soy posmoderna y creo en la razón –por eso digo que el posmodernismo es completo y autocontenido- y, entonces, soy también una neopositivista, ergo, siempre me tocará dar la serie de razones por las que creo que ni por honrar la verdad histórica me atrevería a ir en contra de la moral, del sentido común y, menos, de lo “políticamente correcto” pero que, como en realidad, uno no va contra esas usanzas cuando se pone a hablar de temas históricos, entonces, los temas se hacen elegibles.

…Pero no todo está perdido y ésta es la parte que más me gusta de ser posmoderna [¿y cómo no podría serlo si mi logos es mi credo?, ser posmodernista no es una cosa de elección ni de gusto: así sucede: el logos es el credo, no hay vuelta de hoja (esperamos que éste sea su único absoluto porque, si no, corremos peligrosamente el riesgo de autoinvalidarnos. Ah no, ya recordé. El posmodernismo se autocontiene, es decir, caben tanto los absolutos como los relativos: ¡todos somos posibles!, ¡todo!, ¡es cuántica la cosa!)]…

Vuelvo.

No todo está perdido porque, siendo posmodernistas hay algo que podemos hacer: conciliar nuestros puntos de vista y aceptarlos a todos por igual. De modo que, existen mínimamente dos posibles ventajas que devienen con las discusiones: una, es cambiar de opinión; la otra, reafirmarse en la que ya se tenía. Más un plus que, como la certeza de las emociones, parece ser siempre constante: es constante que cuando una de estas dos cosas ocurre, uno sale enriquecido o, más precisamente, aumentado. La carga de entropía ya no es la misma –seguro, desde las leyes de la termodinámica, esto se deduce.

Antaño, los hombres no necesitaban ser posmodernos para llegar a acuerdos; quizá sí lo habrían requerido para suponer que todos eran igualmente válidos. Los hombres creían en la razón como una cosa objetiva que no yace en la cabeza de cada uno, ni depende de las distintas percepciones humanas ni se modifica por éstas. La razón era un trascendente. Y la gente discutía a través del diálogo –que es una forma del logos según aprendí alguna vez en alguna aula cerca de unas islas- y oponía razones ardorosamente al momento de sus discusiones. Había quiénes incluso escribían largas cartas –me acuerdo de Sor Juana en su “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”- para presentar sus ideas. El ejercicio de pensar, en ciertos círculos, era la nota distintiva. Por supuesto el vulgo, como sucede ahora, estaba menos preocupado por este ejercicio que la élite de pensantes.

Seas un posmoderno o no lo seas, las discusiones requieren del planteamiento de razones, por eso el lenguaje es ése vehículo en que las transportamos (aunque también podríamos decir que como el lenguaje las transporta, entonces, por eso son razones: mírese la trampa, no dije “transporta razones”, sino “las transporta”). Y seguramente, con lenguaje también transportamos otras cosas (allí están los “chinga a tu madre” a modo de ejemplo).

La vida no se resuelve con el logos, ni tampoco creo que se resuelva sin el logos.

Digamos que hay cosas que se reducen a sentido común y una de ellas es admitir que en una época en que nos reconocemos muy posmodernos, ni las discusiones sobre sucesos históricos, ni las ideas que se expresen sobre dichos sucesos tendrían por qué ser objeto de censura. Si el límite es moral, entonces, es un límite variable –como la moral- y de gustos. ¿Quién podrá decir que es más importante callar sobre el Holocausto porque lastimamos a sus sobrevivientes, pero no callar sobre el Holocausto porque su sobredimensión es parte de lo que justifica los eventos en Gaza? Somos posmodernos y todo está permitido. La verdad es que no lo creo. Personalmente soy de las que piensan que la preservación de la vida le pone cotas a nuestras acciones. No es una razón moral, es una razón natural y quizá very old fashion porque en mis días de oscurantista pienso que la vida humana –si fuéramos honrados- tendría que extinguirse.

1 comentarios:

    Sad but true
    :(

     

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