Apuntito sobre la inclusión lógica

Existe un tópico que constantemente me golpea y que –supongo- inclinada como he estado yo a los asuntos políticos, este tópico me concierne sin elusión. En los debates políticos, en los religiosos, en los filosóficos, en los debates en general está presente. Y una cosa es que mucho del chiste de la comunicación humana consista precisamente en el quehacer de acordar, consensuar, disentir, enriquecernos con puntos de vista adversos –no me parece factible ni deseable que todos pensemos igual- y otra cosa es no ser capaces de establecer acuerdos no a causa del disenso intrínseco a toda discusión, sino a causa de una incapacidad para entendernos, para comprender qué exactamente –desde su lenguaje- quiere comunicar el otro. Por supuesto que además de la razón que voy a exponer –y que de novedoso tiene nada- hay muchas otras razones que la hacen ya no de filtro, sino de pared. Por ejemplo, un emisor ineficiente, un receptor con un bajo nivel perceptual (poco sensible a lo que no se halle en el espectro de sensaciones que ya tenga registradas), etc. No me interesa, sin embargo, situarme en esto último, y no porque me parezca adentrarme en el campo de lo especulativo, pues a nivel humano puedo encontrar gran fruición en tales especulaciones, pero a nivel práctico, para los propósitos de esta entrada, creo que podemos prescindir de ese debate (algún psicólogo cognitivo podrá ofrecernos mejores argumentos).

Bien, en los debates que he sostenido tanto en la Web como fuera de ella con personas, he detectado -como quizá muchos lo han hecho- que una de las formas silogísticas sobre la que más comúnmente se montan confusiones es la forma silogística P--˃Q (la inclusión lógica, vaya). Ahora bien, más que confeccionar un texto con aires academicistas que explique el funcionamiento de esta inclusión (tal vez Wikipedia nos satisfaga en esto -aquí-), quiero citar los párrafos de un librito* de matemáticas divulgativas del argentino Adrián Paenza que explica con suma sencillez y sin meternos en el brete de los símbolos y los tecnicismos, qué exactamente sucede cuando hay una incomprensión de esta forma silogística, cuando –llanamente- llega a ocurrir que olvidamos o no comprendemos que la inclusión o implicación solamente lo es del valor de verdad del antecedente P sobre el consecuente Q y no otra cosa o no necesariamente otra cosa.

Aquí va.

“Es muy común que uno cometa errores de interpretación lógica en la vida cotidiana. Síganme en estos ejemplos.

1. Supongamos que un señor se encuentra en un ascensor con dos señoritas y dice, mirando a una de ellas: “Usted es muy bonita”. La otra mujer, ¿tiene derecho a sentirse menos bonita?

2. Si uno encuentra un cartel en un restaurante que dice: PROHIBIDO FUMAR LOS SÁBADOS, ¿tiene derecho uno a suponer que en todos los otros días, salvo el sábado, se puede fumar?

3. Último ejemplo, pero siempre con la misma idea. Si en un colegio, un maestro dice: “Los lunes hay prueba”, ¿significa esto que ningún otro día hay prueba?

Si uno analiza los tres casos, deduce que la otra mujer no es tan bonita. Y hace eso porque la afirmación “Usted es muy bonita”, cuando hay otra mujer en el ascensor, induce (equivocadamente) a pensar que la otra no lo es. Pero la afirmación tiene como única destinataria a la otra mujer, y nada se dice de la segunda.

De la misma forma, el hecho de que en el cartel se diga que está “Prohibido fumar los sábados”, no dice que está permitido los lunes. Ni los martes. Sólo dice que no se puede fumar los sábados. Cualquier otra conclusión a partir de esta frase es incorrecta.

Y, por último, si el profesor dice que “Los lunes hay prueba”, es obvio que no dice que se va a abstener de examinar a los alumnos cualquier otro día.

Son sólo errores de lógica, inducidos por las costumbres al hablar.”

Hasta aquí con el texto de Paenza que, espero, ilustre bien qué significa asumir cosas que no necesariamente tendrían que ser asumidas.

Pues bueno, éste es un post que venía escribiéndolo desde hace ya un par de años y que en verdad adeudaba, máxime cuando un argumentito que constantemente he sostenido en mis debates con otros blogueros ha sido ése, espetarles y exigirles que se echen un clavado a un texto de lógica a fin de, por favor, entender cómo opera la implicación lógica P--˃Q (bárbara, esa clase de cosas luego digo). Por otra parte, la tensión que me causa reparar en estos constantes olvidos o incomprensiones del debatir por cuanto creo que nos aleja a las personas, quizá encuentre algún escape –y con suerte, alguna utilidad- en el texto compartido.

*FICHA DEL TEXTO DE PAENZA

Paenza Adrián, Matemática, ¿estás ahí?, RBA, España, 2005.

5 comentarios:

    Mi experiencia con las situaciones en que dos personas enfrentan argumentos sin llegar a un mínimo acuerdo es que normalmente los problemas que impiden la comunicación pueden llegar a ser bastante menos sutiles que éste que comentas de la inclusión lógica. Por ejemplo:
    -Rebatir cosas que el otro no ha dicho.
    -Ignorar por completo lo que dice el otro, y no una vez sino varias.. Ejemplo: "Los ladridos de su perro me molestan" "¡Pero si yo no tengo perro!" "Usted debe comprender que esos ladridos son una molestia para los demás." "Insisto: yo no tengo perro." "No se trata de insistir, se trata de que su perro deje de molestar." etc...
    -Considerar que lo que dice X es mentira porque X tiene tal o cual defecto o tal o cual ideología (el llamado argumento ad hominem)

    Y otras cosas por el estilo... Este tipo de "errores" son tan elementales que yo no puedo creer que gente por lo demás inteligente caiga en ellos. Eso me lleva a pensar que, por desgracia, los argumentos no suelen convencer más que a quienes ya estaban dispuestos a ser convencidos, del mismo modo que las flores solo enamorarán a quien ya estaba predispuesto a enamorarse.
    Por eso últimamente he tomado la decisión, en mi blog y en mis relaciones con amigos, de no insistir con argumentos cuando mi interlocutor comete errores de argumentación tan burdos y recurrentes que no es posible suponer que sean fruto de la estupidez o del despiste. Argumentar a quien no quiere ser convencido es tan inútil y desagradable como regalar flores para enamorar a quien te aborrece.

    P.D. Se me había pasado tu interesante post anterior sobre Wikileaks. El vídeo de Petras me parece muy revelador.

    Saludos.

     

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    Hola Dizdira, gracias por tu comentario.

    De estos tres ejemplos que mencionas, uno de ellos (rebatir cosas que el otro no ha dicho) me parece que sí incurre en un mal entendimiento de la inclusión lógica o, más precisamente, de una variante de ella. Justamente, la inclusión lógica funciona bastante adjudicándole al interlocutor algo que no necesariamente habría de implicarse, pero que se le adjudica pensando que se trataría de una probable postura a esperar de él. Ahora que fueron los debates allá en tu blog en torno al asunto de Libia, tuviste a algunos anónimos muy afectos a este comportamiento. En general, en estos debates sobre Libia y las revoluciones coloridas, en esta gran fractura que ha habido de opiniones en una suerte de dos bandos, lo que ha funcionado todo el tiempo en las confrontaciones ha sido un mal entendimiento de la inclusión lógica –una variación de la inclusión lógica en la que, además, se hace de lado el principio del “tercio excluso” (lo raro sería que no se hiciese de lado este principio) y, muy concretamente, el que se te adjudique la defensa de Gadaffi -con o sin razón- por el hecho de exigir un cese no condicionado de la invasión, algo que no necesariamente tendría que implicarse.

    Los otros dos, desde luego no, pero -créeme- son errores de los que he perorado largamente, si no aquí en el blog sí en aquellos correos electrónicos que he enviado por largo tiempo entre mis contactos y mucho en otros blogs que comento. En particular, la falacia ad hominem es una que he combatido enormemente en mi discurrir porque es una falacia infame. Me molesta sobremanera que para destrozar a alguien se apele a las creencias de ese alguien, como si por creer tal o cual cosa, fuera ya inevitable tal pensamiento. Honestamente, la ideología sí que influye en tus haceres, pero no necesariamente tendría por qué determinar tus opiniones… en fin, supongo que por eso es una falacia –cuando así se la usa.

    Por otra parte, la falacia ad hominem tiene también su contra parte y ésta es, en mi opinión, la falacia de autoridad: cuando se hace el listaje no implícito de las linduras de alguien o que, como si zutano que es un connotado, entonces, al decir esto o aquello es seguro que tiene la razón y sigámoslo. Ahora te debo confesar que yo he usado la falacia de autoridad aquí en el blog, pero lo he hecho absolutamente consciente de lo que estoy haciendo y un poco –ligeramente- en sorna; en sorna porque en este país de pronto abunda la gente nice que, bueno, te perdonan bastante tus atisbos revolucionarios –y hasta te dan crédito- porque, bueno, míralo, el fulano sabe, ha leído a tal autor (aunque, la verdad, no me importa mucho con tal que me escuchen). Ya un día te platicaré de mi estrategia para ir ganando gente en el blog con el ideal de hacer llegar información normalmente poco difundida.

     

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    Creo que hay gente con la que nunca vas a poder debatir o llegar a acuerdos porque necesitaría esa gente volver a nacer para que se deshaga de todo su cúmulo de prejuicios, eso es verdad pero, sobre todo, por esa inclinación a ni remotamente contemplar que también puedan equivocarse, esa incapacidad para reconocerse también susceptibles al error (tienes razón, gente que no está dispuesta a ser convencida, no será convencida). Creo, sin embargo que, afortunadamente, son pocas esas personas y que, en general, sí es posible que los humanos lleguemos a establecer acuerdos mínimos. Yo también tengo amigos con los que, de entrada, hay que sobre esforzarse para que no te cuelguen cosas que tú no has dicho y, si bien con esfuerzos, al final hemos podido llegar a alguna comprensión.

    PS, por supuesto que te he leído en todas tus entradas. Ya te iré a comentar -en lo que parece tu última entrega- sobre la enciclopedia que te armaste en relación al asunto de Costa de Marfil. Por cierto, me quedé con mi comentario sobre aquello que escribiste de Ramonet, básicamente lo que pensé es que nos tendremos que esperar unos diez añitos a que Ramonet saque un nuevo libro sobre los vicios de la comunicación y, ahora sí, documentar él todas las mentiras y montajes que se elaboraron para pretextar la invasión a Libia (increíble).

     
    On 6 de mayo de 2011, 6:55 Anónimo dijo...

    En las discusiones no sólo hay que tomar en cuenta el aspecto lógico, sino también (y quizá más profundamente) el emocional. Si introduces un tema de forma que agredes, el otro se pondrá a la defensiva y caerá en cuanta pifia lógica haya en el zoológico de los silogismos y las inferencias.
    Por otro lado, si ya sabemos que, en general, el humano (nuestros amigos, algún conocido con el que dialogamos, etc.) tiende a caer en el error de la inclusión lógica y nosotros estamos concientes de ello y tenemos la más fervorosa intención de construir a través de la palabra y el diálogo, por qué no añadir explícitamente lo que no implica lo que dijimos y que es común que el otro erre infiriendo equivocadamente. Quizá, este pequeño esfuerzo de nuestra parte, salve algunas ocasiones donde la tendencia común nos amarga la experiencia del intercambio de ideas.

     

    En primer lugar, Gustavo, te agradezco que comentes.

    Ahora –debo decirte- tu comentario me ha sublevado ligeramente y lo tomo como pretexto para dar forma escrita a algo que ya pensaba.

    Sí, Gustavo, estoy de acuerdo contigo. Ni la vida, ni las discusiones, se reducen a la lógica. Pero me pregunto, esa sugerencia tuya –notable-, hasta qué punto no se sujeta también a algún género de logos (seguro ya te lo preguntaste, de otro modo, no habrías agregado por allí la partícula “consciente”).

    Lo que quiero decir es que, por lo regular, empezamos nuestras discusiones cargados de buenas intenciones y raras veces conscientes de las omisiones que puedan lastimar al otro; esa conciencia con la que normalmente no iniciamos –esa parte que no incluye nuestro argumento y que normalmente no nos tomamos la molestia en aclarar-, ¿no exigiría –tenerla- el recurso a una lógica que quién sabe si la emoción permita a todos elaborar –si es que es la emoción quien concede esos permisos? La mezcla de un logos emocional precario con un logos de la razón también, lo mismo nos lleva a inferir cosas que no están allí que a no aclarar que nunca lo estuvieron.

    No sé. No te leí –ni escribo- en una de mis horas menos pesimistas.

    Y es el logos. Por eso se permite uno escribir cosas que bien podrían parecer disparate neopositivista en plena era de la racionalidad hermenéutica y chácharas del talante; y, por eso mismo, tú te esperanzas y supones que –ya conscientes- haremos el esfuerzo por formular con exceso de escolios nuestras inclusiones.

    Cierro recordando a uno de mis locos favoritos:

    “¡Cuántas estupideces cometemos con aire de riguroso razonamiento! Claro, razonamos bien, razonamos magníficamente sobre las premisas A, B y C. Sólo que no habíamos tenido en cuenta la premisa D. Y la E, y la F. Y todo el abecedario latino más el ruso.”

    Tal vez alcances a leer este comentario mío. En realidad, no importa.

    Te dejo saludos.

     

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