En la orilla del aire...

Habiendo nacido mujer, todavía no entiendo por qué, además de luchar por la conquista de mis derechos como humano, tendría que luchar por la conquista de mis derechos como mujer (como si ser mujer, no fuera ya, ser humano). Pero esto no lo he entendido nunca, porque cualesquiera que sean mis inclinaciones, yo digo que éstas han sido independientes de mi condición de género. Y, sin embargo, un buen día descubrí que poseer asociado un útero en tu zona pélvica puede hacerte lucir “diferente” ante ciertas personas, objeto –digamos- de algunos prejuicios, como si te fueran vedadas posibilidades e inclinaciones o impuestas facultades por ese accionar biológico a ti inmanente; como si tu ser biológico determinara a tu ser antropológico al que moldea y esculpe.

Sobra decir cuánto me he rebelado ante tal diferenciación y los vericuetos que acarrea tal conducta. A pesar de ello, procuro no clavarme en esa circunstancia, la ignoro. Yo vivo mi vida tal cual y poco me importan prejuicios machistas, misoginias, la reificación que hacen de la mujer las sociedades del consumo (incluso la celebración de este día, tiene algo de impostación), los roles que culturalmente le son asignados, etc.

Y si no me clavo en esto es porque para mí la cosa es bien sencilla: vivo de acuerdo a esas asignaciones y las acepto si quiero, si me place, si supedito mi estima a la aceptación de una cultura denodadamente machista. Pero mi elección no es ésa (claro, el azar la ha favorecido). Soy, hago, digo, pienso sin importarme un ápice mi condición de género. Es más, a pesar de haber sido testigo de infinidad de absurdos ligados a esa circunstancia, ni me siento ni me sentiré nunca incapacitada para cosa alguna, ni –menos- determinada a actuar de tal o cual modo por el hecho de ser mujer. Es decir, pocas veces en mi cabeza se me aparece esa circunstancia; sencillamente, es algo que no me preocupa ni mortecinamente. No me pega, no me produce insomnio, no nada… salvo porque –y aquí es cuando aparece el frijol negro en el arroz- conozco perfectamente cuál es la condición de sometimiento de muchos humanos mujeres a lo ancho del mundo por el llano hecho de ser mujeres. Y mi inclinación a la condena de tal desventura tiene que ver, en general, con mi inclinación a luchar contra cualquier situación injusta y no porque, en particular, se trate de situaciones injustas que acometan a mujeres. No me considero feminista, no lo soy, no enarbolo esa causa. Enarbolo cualquier causa que involucre a humanos y listo.

Hace no mucho, hubo unas ponencias en las que participé, alguna socióloga me preguntó en qué medida la condición de género incide en el aprendizaje de las matemáticas en la mujer. Mi respuesta fue automática cediendo preeminencia a mi interpretación del asunto. Dije: “no, eso no tiene que ver, la mujer lo mismo que el hombre aprende Matemáticas”. Mi respuesta fue tan tajante que, después, alguien me aconsejó  escribir una carta electrónica a la socióloga, para allí ser más gentil y prolija en mi contestación. La pregunta no me molestó, sólo me pareció fuera de lugar. No entiendo por qué eso tendría que ser importante. Conozco –claro- algunos estudios que sobre el aprendizaje en hombres y mujeres hay escritos. Sé que, en general –y sospecho que esto tiene orígenes culturales-, el hombre posee mayores dotes para la abstracción y el pensamiento lógico matemático que las mujeres; lo mismo que, nosotras, más hábiles para el cálculo numérico y la inteligencia verbal, pero ¿por qué asumir como fatalidad lo arrojado por dichos estudios si se trata, además, de una generalidad no de una regla? Suponiendo que, por algo en mi cerebro femenino mis capacidades hipotético-deductivas sean menores que en el hombre, estoy segura que habrá modo de paliar o completamente eliminar ese hecho: me pongo a estudiar, le macheteo.

Uno siempre podrá -si uno lo desea- ir más allá de sus propias facultades (una interpretación filosófica de la propiedad arquimediana de los números reales le confiere cierto sustento a esta creencia mía: existe por lo menos un n que, multiplicado por a, me permitirá trascender a b).

Mi reconocimiento a cualquier humano mujer porque conozco el historial de discriminaciones y el cúmulo de obstáculos a los que habitualmente la mujer suele enfrentarse. Pienso, creo, sé que nada en nuestro ser femenino nos obsta a vencer tales escollos. No más que otros humanos tenemos que luchar por la conquista de nuestros llamados derechos. La historia que nos antecede ha sido distinta en esto; sé de la lucha que mujeres han tenido que librar en este campo, pero pienso que ahora nos hallamos en posibilidad de igualar las circunstancias y que, de aquí pa’lante no queda más que preservar esas conquistas.

Recuerdo los nombres de algunas de mis maestras que han dejado huella en mí: Ana María Martínez de la Escalera, Sara Camacho Cancino, Juliana González Valenzuela, mi maestra Albertina de cuarto de primaria, María del Carmen Villar Patiño, Norma Hernández Hernández, Flor Aceff Sánchez…

En la orilla del aire...

En la orilla del aire
(¿qué decir, qué hacer?)
hay todavía una mujer.

En el monte, extendida
sobre la yerba,
si buscamos bien:
una mujer.

Bajo el agua, en el agua,
abre, enciende los ojos,
mírala bien.

Algas, ramas de peces,
ojo de náufragos,
flautas de té,
le cantan, la miran bien.

En las minas, perdida,
delgada, sombra también,
raíces de plata obscura
le dan de beber.

A tu espalda, en donde estés,
si vuelves rápido a ver
la ves.

En el aire hay siempre oculta
como una hoja en un árbol,
una mujer.

JAIME SABINES*



Esta tríada de vínculos sobre el mismo asunto: 

1, Temas de nuestra Historia, Patricia Galeana (lo tomé de "Año 11 de la Oscuridad").

2, Publicado en "Despierta Libertad" y en "Tiempos Modernos".

3, Accesible desde "Cuestionatelotodo".

* Yo no sé mucho de poesía, pero siento que cuando leo a Sabines, leyera a Efraín Huerta. Creo que los poetas se repiten, pero no una vez como tragedia y otra como farsa. Ellos sólo se repiten.


En un último momento, añado este vínculo, documental sobre Digna Ochoa, y Teresa Forcades que habla sobre teología de la liberación y feminismo. Extraído de "La Poca madre de los poderosos". 

4 comentarios:

    Hola Elutheria:
    Me alegra mucho que coincidamos también en este asunto del "feminismo" -un término que, conforme más lo oigo, más absurdo me parece.
    En mi caso, tengo que soportar una doble ración de tópicos y estupideces en este "día de la mujer" pues, además de mujer, soy musulmana y, por tanto, se supone que doble víctima del machismo. Bonita forma de tomarme por tonta como mujer y por preilustrada como musulmana. No hay nada como salvar la vida a quien no te lo pide.

    El origen del día de la mujer es el asesinato en EE.UU. de 146 mujeres trabajadoras de una fábrica a manos de un honrado empresario del sector textil, que las quemó vivas por hacer huelga. El empresario era un hombre y las trabajadoras mujeres. Es verdad que eso no era mera casualidad. Pero ¿fueron asesinadas por ser mujeres? No, fueron asesinadas -apuesto que impunemente- como las mujeres de Ciudad Juárez, por ser pobres y porque su asesino era rico, no porque era hombre. La responsable principal de los mayores genocidios en curso es una mujer: Hillary Clinton. ¿Voy a desfilar yo con ella, para alegrarme de lo magnífica que es la democracia yankee, que permite a una mujer ser tan genocida como cualquier hombre? ¿Voy a manifestarme por la calle pidiendo acabar con los roles machistas, como tú muy bien señalas, pasándome un rato antes por una tienda de ropa para comprar el modelito más adecuado para el evento?
    El feminismo, como el racismo es solo un síntoma, que no puede ser confundido con la enfermedad. La enfermedad es la injusticia social y el virus que casi siempre la provoca es el capitalismo. Que los gobiernos y los medios de comunicación Incidan en la importancia de los síntomas en vez de en la enfermedad y el virus solo se entiende admitiendo que su intención es precisamente evitar la cura.
    Saludos.

     

    Magnífica entrada, y magnífico comentario de Dizdira. Un gusto leerlas, damas.

     

    Un hombre y una mujer se casan; por alguna cosa la situación fracasa. Pelean, se agreden; el hombre es más fuerte, un buen día termina por asesinar a la mujer (pienso en esos casos y sólo en esos). Resulta así que el uxoricidio es más común que el homicidio –de hombres, no hay doble significación, a manos de mujeres. Pero esto es porque la mujer es más débil físicamente o, dicho de otro modo, porque el hombre es más fuerte que la mujer: en este caso, distintos niveles de testosterona (porque, al juego del sadomasoquismo, lo aceptan ambos).

    Creo que, en general, cuando el ser humano se halla en situación de ventaja, depreda, expolia, ultraja. Hay una proclividad de la especie a este accionar; ya no sé si de origen sociocultural, biológico o qué (ando en mi cabeza resolviendo ese asunto). Pero creo que, fundamentalmente, se trata de un problema liado a nuestra condición de hombres, de humanidad, no de género. Y quizá una mujer asesinada a manos de su cónyuge -de haber contado con más fuerza-, hubiese ella asesinado primero, salvo que imposiciones y disposiciones culturales trabadas a la maternidad se superpongan al mecanismo de autodensa. Hay humanos mujeres, por ejemplo, golpeadores de sus hijos. Y esto es así porque físicamente les aventajan: en este caso, distintos desarrollos de los cuerpos, diferencias en la edad, amén de broncas de índole psicológico que el ser maltratador en cuestión ya traiga.

    Muy palmariamente vuelvo a decirlo: condeno y combato, en general, el maltrato y abuso de cualquier ser humano sobre otro.

    Y que vivamos inmersos en culturas machistas… Ah, claro, eso tiene que ver con atrasos que trae la especie; es reflejo de nuestros atrasos, de hombres y de mujeres, de seres que son humanos. Es una lástima cuando hombres y mujeres nos ofendemos por nuestra condición de género [(¡macho! –ya gritan unos-, ¡mujer castrosa! –otros-, ¿de veras esto tendrá que ver con nuestra condición de género? Y luego, viene la confusión lingüística; usar los términos con inocencia y alguien presuponer que -detrás- hay una carga de género. Puaf, somos estupidérrimos (pero estamos aprendiendo y se admiten los errores como ensayo)].

    Por otro lado, no se niega que en muchas sociedades se asignan roles a la mujer lo mismo que a los hombres; es decir, así como a la mujer por portar útero desde niña nos traen los Reyes Magos jueguitos de té, pues al hombre le traen cochecitos (ya tendrán los hombres su larga lista de asuntos en que son objetos de diferenciación; el ser humano hombre, por ejemplo, suele ser víctima de la madre atosigador, sobre protectora, etc.). Lastimeramente, a veces la diferenciación de que somos objeto, se deja ver también en la vulnerabilidad de la mujer que -siendo más débil físicamente que el hombre-, puede ser también objeto de maltrato físico. Entonces -yo digo- el ser humano hombre tendría que evitar abusar de esa ventaja, si bien probablemente no lo evite más de lo que lo evitaría una mujer, aunque no digo esto -desde luego- por eximirle de su responsabilidad. Resumo: el único feminismo que reconozco –aunque quizá valga más llamarle filantropismo o, meramente, amor a la vida- es aquel que trabaja por la preservación de la vida y bienestar físico de la mujer que, al final del día, es también un ser humano, un bellísimo ser vivo que palpita, respira, rezume secreciones, posee asociada una bioquímica corporal y un habitáculo singularísimo.

    Yo creo Dizdira, que lo nos hace diferentes a hombres y mujeres radica en la belleza que cada uno de nosotros le aporta a la especie: en nuestros rasgos, en nuestra fragilidad, en nuestra fuerza, en nuestras potencias y en nuestros actos.

    Y ya me suponía que coincidíamos en este punto.

    Saludos Dizdira.

    PD. Me encantaron los vídeos que nos dejaste de Zahi Hawass. Y por cierto, me encantó el inglés de ese hombre.

     

    Ego, gracias por tus comentarios que son siempre bienvenidos en este espacio.

    Un gusto leernos.

     

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