Sistema o de una epistemología hecha a la medida (borrador)

I

¿Tengo que, por fuerza, mantenerme siempre en una misma postura, prescindir de mis claras bipolaridades que me catapultan del pesimismo a la esperanza, de la esperanza a la tristeza, de la tristeza a la euforia?

Para defender o combatir una idea es menester hacer muchísimas asunciones, asunciones que no siempre se verifican. Me avergüenza pensar que tomo por ciertas cosas que no siempre lo son. Caigo en un relativismo del que intento huir. Tiene tiempo que sé que debo tomar una decisión, cuyo aplazamiento –por cierto- resta fuerza a mis convicciones. Quizá por eso termino apuntalando ciertas opiniones mías sobre andamios morales. Y tampoco es que sea más fácil hacer eso. Finalmente, toda asunción moral lleva dentro de sí un absoluto, esa cosa que se toma como anatema. Y no me atrevo a refutar o adoptar una teoría en su totalidad –no porque esto sea un imperativo-, pero sí me atrevo, en cambio, a tildar de “malo” a todo aquello que daña a la vida o al hábitat que contiene a esa vida. A lo mejor son los pequeños axiomas, los básicos morales sobre los cuales poder erigir cualquier moral. No, no cualquier moral. En muchas morales, la vida carece de valor. Entonces diré que son los básicos morales de morales humanistas.

Pero, una moral humanista, ¿qué es? Una moral que toma como máxima o axioma el respeto a la vida, no susceptible de cuestionamiento.

Pareciera que estos axiomas son verdades a priori, pero yo creo que no lo son. La experiencia es la que hace rechazar a los humanos el dolor. Si uno sabe que mueren personas en una guerra, uno no quiere que subsista esa guerra porque previamente hemos visto sufrir a alguien a causa de algún tipo de daño de los que pueden ocasionarse en guerras. Y ésta es, obviamente, una elección hecha con la mente, combinándose ideas. Una mente que, a propósito, puede o no saber de silogismos.

¿Tendrá que ser mi mente, una mente psicópata para, en vez de rechazar una guerra, entusiasmarme con su ocurrencia? No necesariamente. Me atreveré, entonces, a decir una cosa muy escandalosa. Cuando un humano –que no es un psicópata- opta por la celebración al dolor  en vez de su condena, ha actuado la voluntad de ese humano en tal elección. Cuando el humano rechaza el dolor o la violencia, ha actuado en él la razón. En donde se hacen elecciones no contrarias a nuestros básicos morales o axiomas morales, actúa la razón. En otro caso, puede o no actuar la razón, puede, por ejemplo, actuar la voluntad. La voluntad que muchas veces se somete al pathos.

Seré un poco más flexible y específica; cuando se opta por el respeto a la vida, en dicha elección opera una voluntad que se supedita a la razón –una razón moral que no es trascendente al hombre, sino manifiestamente inmanente a él; en caso contrario, actúa una voluntad que no se ciñe a ella.

Quizá, allá –no muy lejos-, mi mentada razón moral, sea mero instinto, mera preservación de la vida; como animales.

Es más, tal vez la dicotomía entre razón y voluntad sea sólo accesoria; al final, una requiere de la otra, anticipándosele o sucediéndole. Y creo que dicha dualidad existe en nosotros como tradición, de suyo, no la hay. Nuestra razón pensando y decidiendo y nuestro ser total ejecutando, conforman todo lo que somos, nuestro cuerpo. No hay una mente en un topos trascendente deliberando y un cuerpo terrenal e inmanente haciendo. Somos ambas cosas a la vez y ambas se someten a meras necesidades, unas coyunturales, otras, sempiternas.

En lo personal, no quiero darle preeminencia a la razón sólo porque se ajuste más a lo que soy yo misma –equivaldría a demostrarla, combatiéndola. Quiero dársela –si se la doy- porque una razón a mí trascendente, pero no metafísica, así lo avale. No deseo que mi sistema de creencias –mi filosofía- sea un amor a mi propia sabiduría -nietzscheana. Creo declaradamente en una legalidad en el funcionamiento de las cosas en cuya razón se aloja el sentido mismo del funcionamiento de las cosas, su subsistencia, la garantía misma de la vida.

II

Buscan los físicos una teoría del campo unificado que explique el misterio de la vida; buscan los que peroran una psicología que explique nuestras motivaciones. Leyes universales en las que quepan todas las explicaciones posibles, ¿habrá eso? Es inevitable sucumbir a la idea de un todo coherente –universal- que ordena las cosas y su ocurrencia; pero parte constitutiva del orden es también el caos y el orden es sólo una noción de linealidad determinada por nuestras intuiciones que, siendo necesarias pero limitadas, pocas veces son capaces de concebir la no linealidad de los eventos del mundo. El caos también es orden, un orden apenas advertido. De modo que toda fenomenología es un asunto recursivo: los fenómenos que se explican a sí mismos, que se explican a sí mismos, que se explican a sí mismos y, más todavía, las explicaciones que usan las explicaciones, que usan las explicaciones, que usan las explicaciones… Como decir, la experiencia valida al método científico y el método científico que valida a la experiencia.

Ninguna ocurrencia de mi modelo en la realidad me satisface -por mucho que sea la confirmación de alguna lógica- si dicho modelo se contradice con un sentir mío del deber. Pero esto no me devuelve a dualismo alguno, ni me mantiene atrapada en un bucle infinito si –como ya expliqué- este deber toma por único imperativo una actuación que no vaya nunca en contra de la vida lo cual, desde luego, exige una conciencia.

Hago decisiones haciendo valoraciones que se expresan en argumentos; tomo decisiones con mi voluntad, eligiendo. Si hago a mi voluntad someterse a mi razón, mis elecciones no van en contra de mis argumentos. Si no, sí y, entonces, al final, la cadena de mis razonamientos pareciera haber sido creación inútil. Digo “pareciera” porque, quizá, el contraste de nuestra voluntad con nuestra razón sea lo que, finalmente, nos lleve a elegir. Hago elecciones racionales cuando las hago y, cuando no, no las hago.

¿El que mis elecciones se sometan a mi razón o no se sometan es resultado de un razonar o de un elegir? Toda voluntad es resultado de un razonamiento, sea éste o no “moral”, sea éste o no “correcto”. Para tener una voluntad, requiero primero pensar. Incluso una elección que vaya en contra de algún precepto, ha sido resultado de algún ejercicio del pensamiento. Entonces, quizá mi maraña sea resultado de una imprecisión en el lenguaje y convenga distinguir entre “elecciones racionales” y “elecciones razonadas”.

Las elecciones racionales se someten a alguna legalidad y pueden, en verdad, no ser en lo absoluto racionales (como cuando se someten a legislaciones autoritarias o irrazonables). En otros casos, pueden hacer honor a su nombre –autológicas- y, entonces, hallarnos frente al tipo de “elecciones racionales” que son las elecciones racionales de mi interés (las ya enunciadas, las elecciones vitales que se hacen a favor de la vida misma, de su preservación).

Las elecciones racionales de mi interés poseen dos cualidades: 1) Se sujetan a alguna legalidad 2) Dicha legalidad es una legalidad de la naturaleza, aquel orden natural por el cual somos lo que somos y no otra cosa. Entonces, las elecciones racionales de mi interés son aquellas que se subordinan o, más bien, emanan de una legalidad intrínseca a la naturaleza no determinada por nosotros y, menos, por algún dios. Por supuesto, obrar racionalmente y hacer elecciones racionales implica hacerlo no en contra de la naturaleza, pero tampoco necesariamente a su favor. La necesidad es no actuar en contra de ella, pero actuar así no es suficiente –no lo ha sido- para que la vida humana sea, hoy, como es. Y, posiblemente, muchas de las grandes y hermosas cosas de que somos herederos han sido hechas no a favor de la naturaleza, sino de una razón que va –ya- más allá de la naturaleza. Esa razón también me gusta porque se me antoja especie de razón de la razón, una metarazón. La razón de la razón que, sin lastimar a natura ni a la vida, nos permite ser algo más de lo que natura ha reservado para nosotros. La razón de la razón que le permite al hombre escapar a determinismos naturalistas y, en todo caso, someterse a su libertad y, como sea, él elegir. Habrá quien sostenga que esta libertad y las posibilidades que nos brinda, es también resultado de un evolucionar natural en el hombre, parte constitutiva del hombre, de lo que somos; yo no sabría qué decir ante esto, es uno de los clásicos enunciados en la polémica de la libertad. Aceptar eso, tiene su lógica, pero también implicaría aceptar un cierto “determinismo” que uno no desea aceptar: ¿estaremos ante un problema indecidible? Si lo acepto es porque soy libre de elegir y escapo a determinismos, entonces, ¿en dónde queda el determinismo? Mas, con independencia de que acepte o no acepte que esta libertad es resultado de un inherente proceso evolutivo en el hombre –y no de una metarazón-, tal cosa –la que es susceptible de ser aceptada o no- es un hecho o no lo es.

Las “elecciones razonadas”, por otra parte, son aquellas que sin necesariamente ser racionales, son también hechas pensando y combinando ideas e impresiones de la realidad en nuestras cabezas. La voluntad, por ejemplo, opera sobre este tipo de elecciones.      

La razón que se adecúa a las necesidades

Mi razón, mi pensamiento, funciona de tal modo que parece naturalmente adaptarse o decidir en función a la preservación de mi naturaleza y de la naturaleza que me circunda. De inicio, ésta pueda ser una adaptación evolutiva que hizo el hombre a fuerza de sobrevivir. Pasado el tiempo y prescindiendo de la adaptación a la naturaleza, la especie ha ejercitado de tal modo la capacidad de razonar que, muchas veces, siendo incluso prescindible a la hora de hacer decisiones y, aun cuando estas decisiones devengan tras impecables razonamientos, puedan ser éstas tomadas a contra natura que es por lo que, originalmente, comenzó a funcionar mi razón. Y así, entonces, actuar por voluntad.

Lo que debe quedar claro es que si la razón o capacidad de pensar emergió en nosotros como un cambio evolutivo, entonces, esa capacidad seguramente continúa su curso evolutivo (aunque parece que, en algunos, dicho curso es más regular y, en otros, bastante esporádico).

Lamentablemente, la razón como argumento de autoridad –sobre todo en ámbitos religiosos- ha causado tales estragos en personas, que tales personas, buscando desacralizarla, cometen algunas importantes omisiones. A veces, tales omisiones actúan en contra de ellas mismas o de los demás. Otro tanto ocurre –supongo- cuando se halla uno en una situación antípoda. Sobran razones que expliquen por qué propendemos a dañarnos unos a otros.

Como quiera que sea, celebro también que nuestra voluntad escape a ratos a la razón, así es como en muchos casos ha florecido el arte. 

5 comentarios:

    On 21 de febrero de 2011, 9:00 EL ANGEL CAIDO dijo...

    ASI COMO EL ORDEN Y EL CAOS SE COMPLEMENTAN,
    LA RAZON Y LA SIN RAZON SON EXTREMOS DE UN MISMO FENOMENO.

     

    (1/2)
    IEl problema que planteas seguramente será el más apasionante de toda la historia de la filosofía.
    La clave del problema del libre albedrío está en mi opinión perfectamente formulada por Kant en la tercera antinomia de la Razón Pura.
    La antinomia consiste en:
    -Por un lado, no podemos aceptar que algo (en este caso una decisión nuestra) no tenga una causa, pues algo sin causa repugna a la razón.
    -Por otro lado, si aceptamos que mi decisión tiene una causa -por ejemplo, un determinado proceso bioquímico de mi cerebro- éste debe tener a su vez otra, y éste otra y así hasta el infinito, de modo que nunca podríamos encontrar una primera causa, pues también de esta cabría preguntar por su causa.
    Ante esta antinomia, la solución que me parece más razonable es establecer (no dos mundos), sino dos modos de considerar a un único mundo.

     

    (2/2)
    -Según el primer modo de considerarlo, este mundo es tal y como lo percibe la mente humana: un conjunto de fenómenos físicos trabados por nexos causales. Considerado así, el mundo y nosotros, como parte de él, estamos absolutamente predeterminados por relaciones de causa y efecto: no somos libres.
    -El segundo modo de considerar al mundo es hacerlo tal y como es en sí, con independencia de nuestras estructuras de pensamiento, de cómo lo percibamos. Como la causalidad, el espacio o el tiempo son meras estructuras cognitivas de nuestra mente,en el mundo tal y como es, reina una absoluta libertad.
    Es cuando lo consideramos o percibimos cuando le colocamos esa estructura causal y entonces todo no puede sino ser explicado por ella, del mismo modo que un pensamiento expresado en palabras exige una estructura sintáctica que indefectiblemente convierte al pensamiento en verbos, sustantivos, adjetivos, etc.
    En este sentido creo que científicamente estamos determinados a hacer lo que hacemos, pero metafísicamente somos absolutamente libres.
    Con respecto al papel de la razón, yo no creo que con la razón decidamos nada. La razón solo nos sirve para considerar una variedad mayor de opciones y para justificar o rechazar a posteriori lo que nuestra voluntad ya ha hecho.
    Saludos

     

    Puedo aceptar la segunda interpretación si, en efecto, las relaciones causa-efecto de los fenómenos del mundo existen no per se, sino como resultado de nuestra percepción. Por otro lado, estoy de acuerdo en que, por nuestra percepción, los fenómenos o hechos del mundo se nos aparecen como causales; lo mismo que, por nuestra percepción –y como afirma también Kant- el tiempo es una forma a priori de nuestra sensibilidad, por ejemplo.

    Entendida la causalidad como un esquema cognitivo con el que el hombre concibe el mundo y, además, como una cosa -la causalidad- que la mente humana comprende, ¿no será que pensar en el mundo como lo que es en sí y, posiblemente, sin dicha causalidad es, de todos modos, estar pensando con arreglo a ella –su negación, su ausencia- en el supuesto de que, el mundo, como es en sí, carezca de ella? Y esto me recuerda a cuando en Matemáticas defines algo por lo que no es, como a menudo ocurre en análisis, por ejemplo. Obrar así es, de cualquier manera, explicarnos las cosas como podemos explicárnoslas, por nuestros medios. De tal suerte que yo no sabría decir si somos libres ontológicos o no lo somos. Me gusta, eso sí, pensar que lo somos.

    Así limitados, como parecemos estar frente a la percepción que tenemos del mundo, comienzo a creer que la libertad -como su negación- es charada, y me hundo en un solipsismo imposible.

    En fin, me quedo con la idea de libertad como de hermosa utopía, ¿quién no adora su posibilidad?

    En cuanto a la dicotomía razón/voluntad

    Bueno, yo creo que yo no estoy entendiendo qué es voluntad; traigo con eso o una bronca psicológica, o nominal o de algún tipo.

    Entiendo que con nuestra voluntad tomamos decisiones, vaya, que es nuestra voluntad la que decide. Entiendo que en muchísimos casos es por voluntad -mera voluntad- por lo que elegimos cosas; como cuando, por ejemplo, elijo comer un helado de fresa y no uno de uva o como cuando me gusta más un chico que otro. Situaciones en las que, digamos, priva nuestro instinto o nuestra naturaleza (aunque ya no sé, hasta qué punto, tales decisiones serían realmente hechas a voluntad).

    Por otro lado, en otras decisiones que -al igual que las anteriores- se toman por voluntad hubo, sin embargo, una cadena de pensamientos detrás de la decisión tomada. Es verdad, como bien dices, que la razón actúa muchas veces a posteriori y hay casos, también, en que no ocurre así.

    En fin, sospecho que tendré que hacer largas caminatas por este tema antes de llegar a alguna conclusión –como espero que suceda. Mientras, valoro muchísimo que me compartas tu pensamiento al respecto.

    Dizdira, no tienes idea de lo mucho que me emociona que vengas a este desolado paraje, te intereses por mis peroratas e ilumines el lugar con tu muchísima inteligencia. Muchas gracias.

    Eleutheria.

     

    El ángel caído, dices y no dices cosas. “Orden y caos se complementan” –afirmas-; no tengo modo yo de no estar de acuerdo contigo. Pero, mi pregunta es, ¿cuál es ese mismo fenómeno a cuyos extremos se hallan razón y sin razón? Me agradaría saberlo, intentar conocer más a detalle tus palabras y comprenderte de veras.

    Muy gentilmente te saludo,
    Eleutheria.

     

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