De Dios y las religiones

Yo, por supuesto, no puedo postular la existencia de una entidad metafísica y/o trascendente a partir de la cual se originó este Universo. La exuberante belleza que el Universo exhibe y su aparente perfección no me dan derecho a afirmar que, ergo, tiene que haber detrás de esto un creador, un hacedor. Ése es un argumento que rechazo con toda virulencia, me parece pueril, deshonesto. Ahora que, en honor a esa misma honestidad, tampoco puedo hacer lo contrario, esto es, refutar la existencia de tal hipotético hacedor. La verdad, verdad es que yo no puedo hacer nada al respecto y tampoco es que me interese. Personalmente, me inclino por el no: no sé si haya una lógica universal que lo demuestre; la mía dice que no. Además, ocurre que yo he encontrado muchísimas cosas de gran belleza en mi universo local, en mi microcosmos que demandan de toda mi atención como para meterme en el vericueto –inútil para mí- de demostrar o refutar la existencia de tal entidad. Cierro mi argumento –y ello no quiere decir que sea no rebatible- con las siguientes palabras de Bertrand Russell: “Me parece, fundamentalmente, deshonesto y dañino para la integridad intelectual creer en algo sólo porque te beneficia y porque pienses que es verdad.”

Ahora bien, el que el problema de Dios y las religiones haya dejado de serlo hace mucho tiempo para mí, no significa que sea un tema al que uso eludir. No puedo, ni querría. No puedo por mi inherente tendencia a pensar; no quiero porque con toda claridad –y eso no me exime de tener fallos- he establecido un compromiso ético para con mis semejantes, para con el mundo en el que me desenvuelvo y, sí, consciente de todas las broncas que el tema le ha acarreado al hombre y le sigue acarreando –muchas veces como subterfugio-, tengo, entonces, una opinión, asumo una postura.

El tema es extensísimo y nos reclama de profundo conocimiento. Pero la parte del asunto que voy a abordar aquí no te exige ser un erudito, sólo exige un poco de sentido común y una pizca de inteligencia. Por otra parte, tratados sobre religiones –los de Mircea Eliade, por ejemplo- pululan por doquier en estanterías de bibliotecas y librerías como para, con toda confianza, podamos coger uno de esos y empaparnos mejor del tema (ya un día escribiré mi propio tratado, yo que oso incursionar en todos los temas).

Decía entonces que yo me quiero centrar en un aspecto del asunto que, más o menos todos -sin mayor problema- podemos fácilmente analizar. Quiero hablar de los separatismos que genera entre humanos el que unos crean y otros no; el que unos se hagan llamar creyentes y otros se reconozcan ateos. Quiero hablar, en suma, de la necesidad del hombre de fijar una postura frente al asunto, pero –sobre todo- de la necesidad de hacerle saber al otro dicha postura y –con ello- destilar –a veces, no siempre- una cierta e innecesaria dosis de desprecio.

Como ya dije, las escisiones que se han generado entre naciones, pueblos o sociedades a causa de la religión son, más bien, de tipo político y la religión –como lo puede ser cualquier otro asunto que azuce fanatismos- ha sido un buen pretexto para hacer cuajar dichas rupturas. Pero de lo que yo quiero hablar ahora opera más a nivel, digamos, humano y –seguro- variadas corrientes psicológicas tienen su modo de explicarlo. A mí me vino la necesidad de hablar de esto aquí, tras haber sido testigo de algunas grescas entre humanos a causa del asunto; de cómo es lamentable ver a humanos suspirar constreñidos al sentirse despreciados por o creer o no creer o, más precisamente, por asumir creer o por asumir lo contrario. En realidad, se trata de un problema particular de un caso más general. El caso en que los humanos elegimos algo y creemos que nuestra elección es la correcta o la verdadera y, después, pensamos o creemos que la elección del otro –opuesta a la nuestra- debe no serlo o no lo es y, entonces, no contentos con haber hecho nuestra elección –y apreciar esa libertad- poder llegar a minusvalorar al otro a causa de la suya. Claro que aquí el asunto es delicado porque la elección de creer en un ser al que se le ha llamado Dios es un asunto de fe y, en lo personal, no me parece que la fe sea una vía efectiva o fiable para establecer la factibilidad de algo, la existencia de algo, vaya. Esto, a su vez, me lleva a otro tema complejo, sobre el que he cavilado mucho sin llegar a conclusión alguna, pero sí a comentarios. El tema de cuándo algo es verdad y cuándo no. Y de esto deviene un tema aún más complicado: el de con qué medios podemos establecer la verdad y cuándo y por qué y cómo vamos a decir que algo es verdad o cuándo no.

Bueno, como yo no me siento en posesión de la verdad –porque, además, la verdad no me parece que sea una cosa, sino, a lo sumo, resultado de una convención o un algo sujeto a caducidad- abordaré este último asunto algo tangencialmente y, así, con más tranquilidad, volver después al otro, al tema sustantivo de este post.

Algunos comentarios sobre el tema de “la verdad”

Comenzaré por decir que es bien comprensible que los humanos de hoy día sintamos cierta antipatía ante la mentada “verdad”. Y es que –como se sabe- la historicidad del término –sobre todo, su implicación- está ligada a muchísimos horrores que se han cometido en su nombre. Además, hay muchas confusiones con el concepto. Lo usamos para referirnos a la realidad, a la razón y a la razón moral y muchas veces despotricamos o hablamos a favor, moviéndonos entre estos tres orbitales sin hacer la menor distinción. Antes de aclarar esto hay algo que sí sé y que lamento: lamento que a expensas de las atrocidades que se hayan hecho en su nombre –un intangible, además- se haya optado por los más radicales –y no menos nocivos- relativismos moral y epistemológico. Siento que en este punto hemos perdido el equilibrio y que, en muchos sentidos, este desequilibrio explica mucho de los malestares que hoy padecemos –aunque también de los malestares pasados. Pero, bueno, como bien decía, cuando escucho hablar de “la verdad” o pretendo conocerla, muy lejos de mí se halla la noción de un absoluto o de un inmutable (en posts anteriores he hablado, incluso, de aquello a lo que he llamado “verdades locales”). Cuando yo pienso en “la verdad” pienso en, al menos, dos caminos o formas de establecerla –todavía no conozco otros-, el camino de la razón y el camino de la experiencia y esto para mí no entraña una dicotomía porque creo que “razón” y “experiencia” más bien se complementan, son formas típicas de allegarnos de conocimiento. Pero, también, cuando pienso en “la verdad” pienso en hechos objetivos y verificables y, así, puedo decir cosas como: es verdad que Salvador Allende se quitó la vida o no lo es; es verdad que en el ‘69 llegó un cohete a la Luna o no lo es; es verdad que cualquier persona puede enfermar de cáncer o no lo es; es verdad que en la Segunda Guerra Mundial murieron millones de humanos o no lo es. Luego viene un tema más serio, el de las verdades morales y lo deplorable que es oír decir a alguien, por ejemplo, que una persona es mala porque es gay. Aquí yo quiero decir nada más una cosa. Respeto que haya personas que creyéndose en posesión de un cánon moral trascendente –cuya razón me parece oscurísima, por cierto- o no trascendente, se atrevan a clasificar de buena o mala una cosa; lo que no entiendo es que a causa de dicha clasificación se atrevan a vilipendiar al de al lado. Las opiniones que uno tenga de algo –por muy sustentadas que estén sobre razonamientos lógicos- no tienen por qué derivar en agresión hacia el otro. En lo que a mí concierne, asumo por verdaderos ciertos hechos; también cualifico, hago valoraciones y tomo por ciertos o verdaderos –si a mí me parece que, después de haberlos razonado, lo son y no como sumisión a eso que Fromm llama “Ética autoritaria”- ciertos razonamientos de índole moral a los que se les suele designar con el nombre de preceptos. Dado, entonces, que asumo tener preferencias morales y dado que dichas preferencias son resultado de un ejercicio intelectivo, para mí resulta relativamente natural decir cosas como “asesinar es malo” (salvo que ese asesinar sea en defensa propia o esté razonablemente justificado –habría que discutirlo); también para mí es natural decir cosas como “está mal que personas echen a pelear a perros o gallos para divertirse y/o ganar dinero”  y, en fin, puedo con cierta certidumbre y autoconfianza establecer este tipo de juicios, asumiendo –eso sí- el aluvión de críticas que mis coetáneos, los postmodernos, me hagan y me han hecho ya. ¿Y sobre lo que es bueno? No, allí sí fallo. Yo últimamente ya no sé qué es bueno o qué está bien. Sé qué no debo hacer porque no lo quiero hacer porque mi razón me dice que no lo haga; lamento no saber siempre –en esa misma proporción- que sí quiero hacer, que sí creo que está bien. Este extravío, no sé cuánto me dure, pero así es por ahora. Aunque tengo confianza en una cosa, este pequeño extravío es temporal porque, por encima de muchas cosas, acepto la existencia de una razón humana.

Hay, otra fuente, además de la razón, a través de la cual puede uno aceptar o rechazar como verdaderas ciertas cosas. Se trata de la vía de la experiencia; vía que –no más que la razón- es causa de sospechas. Justo uno de los argumentos clásicos que esgrimen los relativistas para establecer como igualmente válidas las diferentes verdades, apreciaciones y/o valoraciones que hacemos o establecemos las personas, tiene que ver con el grado de distorsión, con el ruido –diría un físico o algún aficionado a las series de Fourier- asociado a la información –recogida de la realidad- que entra a nuestras mentes. Es decir, si con los órganos de los sentidos aprehendo la realidad que me es objetiva, ¿cómo garantizo que asociados a esos sentidos no existe una especie de cedazo sensorial que pasa la información filtrada, incompleta –aunque éste es un relativismo de tipo subjetivista? O, en el caso de las verdades resultado de la razón, trasladar el problema al problema de validar la razón. Por supuesto, no puedo más que divergir con los postulados relativistas; aunque le valoro infinitamente una bondad que no tienen las posturas absolutizantes: el relativismo se desecha a sí mismo o, equivalentemente, el relativismo acepta su antagónico porque, si todas las valoraciones o verdades son igualmente válidas, entonces, la negación de dicho enunciado también lo es. Diré, entonces, que el relativismo es completo.

Hasta aquí con el tema de la verdad, pero antes, quiero recomendar este post y este otro que, sobre el asunto, se publicaran allá en “Escéptica” por los meses de agosto/septiembre. Me gustó mucho lo dicho allá, muy moderado, muy razonable, y mucho más abierto frente a lo que pueda decir yo misma.

Retornando al tema central

Bien, habiendo dicho que acepto por verdadero aquello que resulta de un ejercicio intelectivo –y si no puedo validar a la razón, cualquier alegato es inútil ya o no lo es y, por tanto, prosigo- y habiendo también convenido en aceptar por verdadero aquello que resulta de ciertos ejercicios experimentales (hablo de las verdades de la ciencia, aquellas verdades resultantes de la aplicación del método científico y que se trata, por tanto, de verdades falibles), entonces acepto también que la cuestión de la existencia de un dios, de la verdad de dicha aseveración puede ser zanjada desde ambas perspectivas –y si fuera relativista tendría que aceptar sin problemas que es bien válido decir que Dios existe lo mismo que decir lo contrario.

Desde la perspectiva de la lógica no tengo yo ningún razonamiento que demuestre la existencia de Dios; menos, uno que lo refute (aunque sé de varios que han construido uno y otro argumentos). Desde la perspectiva de la experiencia sensible –allí sí- puedo tranquilamente decir que la afirmación “Dios existe” me parece aventurada, especulativa y carente de todo sustento pues, hasta el momento, el humano no ha podido mostrar experimentalmente su existencia. Claro que –como muchos argumentan- el que hasta ahora no haya podido ser demostrada la existencia de Dios no quiere decir, por necesidad, que no exista y yo, naturalmente, estoy muy de acuerdo en aceptar ese argumento. Que no haya sido demostrada su existencia, hasta ahora, no quiere decir que no exista, pero –con mayor razón- no quiere decir que sí exista. Pero, además, quien hasta ahora me haya seguido tendría que haberse dado cuenta ya que el que yo no acepte por cierto o verdadero el enunciado “Dios Existe” nade dice sobre el valor de verdad que le asigno al enunciado contrario, “Dios no existe”. Como decía al inicio, en honor a una cierta honestidad intelectual a la que yo apelo, no acepto como verdadero ninguno de dichos enunciados y, claro, tampoco los tomo como falsos. Yo ahora no puedo saber. Lo que sí puedo hacer –y lo hago- es anticiparme un poco, tomar los datos que me brinda la experiencia personal, tomar datos científicos, aplicarles mi razón y llegar a una conclusión que, a fin de cuentas, no sería más que de índole especulativo –aunque todavía no entiendo por qué esto se tendría qué resolver en un hipotético futuro y no ahora; por qué Dios anda escondido ahora en el presente y, algún día, en un futuro, se nos aparecerá; tampoco entiendo, si Dios es omnipotente y omnipresente y omnisciente como se pretende, por qué tendrían que ser, entonces, tan sofisticados los aditamentos que nos permitirán un día detectarlo. A lo que es más, yo no entiendo todavía qué sería, qué vendría a ser Dios y, quizá por ello, es un tema que no me causa tanto malestar. Quizá los que nos declaramos ateístas o agnósticos, en realidad, no nos hemos tomado la molestia de entender qué hay detrás de la fe de un creyente, qué es exactamente o cómo es exactamente aquello en lo que creen. Puede ser.

Bueno, como este post ya está muy cansado –yo sí ya me cansé de escribir, que no de divagar- trataré de cerrarlo ya.

Finalmente lo que quiero decir –que ya lo dije-, es que ansío mucho que, más allá de nuestras creencias personales, de si aceptamos o no a un Dios, de si nos concebimos ateos o agnósticos o escépticos, no nos tomemos el atrevimiento de subestimar el intelecto del otro a partir de sus convicciones sobre el asunto. Yo, como declaradamente se ve, rechazo la idea de una entidad metafísica hacedora del Universo, etcétera, etcétera. Yo, una vez, charlé con un amigo muy inteligente –ingeniero- que, además, era o es creyente. Al final de la charla, me sentí como vapuleada. Mi amigo me espetó ostentar una arrogancia y ego colosales que me impedían aceptar con humildad la idea de un ser superior a mí. La verdad, mi amigo se equivocaba; sí que tengo un ego y arrogancia colosales –pero eso sólo es una parte de mí-, pero tengo más -mucho más- el genuino deseo de aprender, de rectificar mis errores, de aceptar que puedo –como lo hago cientos de veces- equivocarme y, sobre todo, tengo el ingente deseo de saber, de conocer. Es ese motivo y no otro el que me ha llevado a reflexionar sobre el tema y a declararme mezcla de agnóstica/atea y, alguna vez –quizá ante la contemplación del mar o del cerúleo- panteísta, pero esto último -más bien- exaltada. Francamente, no me hallo en calidad de saber si existe o no un Dios. Mi razón -la mía- me dice que no. Pero ésa es mi conclusión y todavía no tengo cómo validar que es la mejor conclusión posible. Mi conclusión, por otra parte, jamás me llevaría a rechazar o dejar de ser amiga o tener algún vínculo con quienes sí creen en un Dios. Y la verdad es que yo estoy más bien rodeada de pura gente que sí cree, gente, por cierto, de exquisita catadura. Claro, tengo mi terna de amigos ateos que, dada su cepa, no podría esperarse otra cosa. Gente inteligente, hermosa, con la que me entiendo mejor sobre estos temas y ya.

Termino con las palabras de uno que es uno de mis Russell´s favoritos, el de “Religión y Ciencia”; palabras con las que, fundamentalmente, creo sentirme identificada:

“Si la emoción mística se libera de creencias no garantizadas y no es tan abrumadora que arranque al hombre enteramente de los negocios ordinarios de la vida, puede dar algo de gran valor: la misma cosa, aunque de una forma exaltada, que es dada por la contemplación. El aliento, la calma y la profundidad puede tener su fuente en esta emoción, en la que, por el momento, todo deseo centrado en sí mismo está muerto, y la mente llega a ser un espejo de la vastedad del Universo. Los que han tenido esta experiencia y creen que está vinculada inevitablemente con aserciones sobre la naturaleza del Universo naturalmente se aferran a estas aserciones. Yo creo que las aserciones son inesenciales y que no hay razón para creerlas verdaderas. No puedo admitir ningún método para llegar a la verdad, excepto el de la ciencia, pero en el reino de las emociones no niego el valor de experiencias que han dado nacimiento a la religión. En virtud de su asociación con creencias falsas, han producido tanto mal como bien; libres de esta asociación puede esperarse que solamente quede el bien.” 

Existe

Existe, fuera de ti.

Es criatura áurea y porta un nimbo.
En sus pensamientos lleva algo de los tuyos.
Y también es cierto el estamento inverso.
Existe, fuera de ti,
Pero también dentro.
Y lo de dentro lo administras tú.
Y existe, existe, existe.
Ésa es tu gran conmoción.
Saber que existe.
Y saber cuánto pesa en ti,
cuánto influye, cómo le ponderas.
Más allá de ti, tú sabes.
Pero esto que existe, esto que es para ti tu gran fuerza,
lo que te impulsa, de donde tomas aliento, vigor,
materia para tejer sueños…
Esto que existe, que cobra realidad más allá y dentro de la tuya,
Que hace pasar por tu esófago –ráfaga de fuego- el torrente completo de tu sangre,
Esto que existe, que es por lo que vuelves a tu risco porque has estado allí siempre
divisando su llegada…
Esto que existe, decía, tiene esta cosa dentro que le enferma, que le atrofia algo del alma y le cercena fuerzas.
Pero esto que existe, así, lo quieres tú.
Y no podrás gritarlo a pulmón, ni proferirlo meridianamente, pero sí musitarlo de aquí hasta a la llegada del polvo de las rocas tras el paso incontinente del agua,
Aun cuando no te escuche o sea alterado por el viento en su ondulatorio propagar.
Y lo que va allí es un: “seguiré divisándote, cometa, que viajas por mi cielo para, eventualmente, volver. Y sí, allí estaré –siempre- como el primer día”;
 ¡Qué hermoso que existas y llorar, conmovida, pensando en ti y en cuánto te amo, doquiera que andes!
Ahorita que estoy leyendo “México Bárbaro” de John Kenneth Turner, me pegó fuerte este comentario de Andrés Manuel López.

Pero antes, tres comentarios alusivos a la Revolución Mexicana que yo misma tengo por hacer:

1. 1.  Si bien con la Revolución Mexicana no se alcanzan –aunque con ella empiezan- todas las conquistas sociales que, finalmente, habrían de reivindicar y restituir a los miserables de este país sus más elementales derechos, sí creo que la Revolución Mexicana fue el cauce más natural y decoroso que pudo haber tomado el pueblo mexicano que, acicateado por sus grandes ideólogos (los Flores Magón, Juan Sarabia, Madero, etc.) y por sus caudillos (Zapata, Villa, Felipe Ángeles, etc.), finalmente se entregó a esta lucha. Nada de lo que haya ocurrido después –los separatismos, los cambios de bando, etc.- tendría por qué desvirtuar este hecho. En mi opinión, los más genuinos frutos de la Revolución Mexicana habrían de recogerse varias décadas después, durante el cardenismo, y ello es también una muestra de que las cosas no permanecieron iguales después de ésta; así que yo no soy de la opinión de subestimar los logros que se obtuvieron tras su acontecer (por supuesto, hubo otros logros; pero éste es sólo un pequeño comentario. Leyendo y analizando uno los rastrea).

2. 2. A la luz de una revisión crítica de este acontecimiento, exijo que se estudie a sus figuras insignia en sus tinos y desatinos para con la revolución, que se estudien las causas y consecuencias de las acciones de todos sus protagonistas en relación a cómo impactaron éstas en el devenir de la nación mexicana. El estudio de los personajes en sí mismos –considerados como totalidad humana: sí protagonistas de la revolución, pero también humanos con errores y virtudes- creo que también puede llegar a arrojarnos datos valiosos y la oportunidad de hacer un cuadro más completo de las motivaciones de estos hombres, pero considero que este trabajo hay que dejárselo a quienes hacen biografía novelada o a algún psicoanalista y que, su examen, quede disponible para quien quiera abordarlo. Como miembro de una nación –y eso no excluye que me sienta parte íntegra de mi mundo- sí prefiero la historia crítica y objetiva. Es verdad que muchos aspectos de la vida doméstica de un ser humano te otorgan datos importantísimos sobre quién es ese ser humano, pero un balance honesto sobre el actuar de estos hombres no incluye para mí justificar sus horrores –el caso específico de Porfirio Díaz- parapeteando su infancia o sus glorias pasadas –su desempeño en la Batalla de Puebla, por ejemplo. Díaz fue quien ordenó la deportación de indios yaquis y ópatas a la zona henequera de Yucatán; indios yaquis, ópatas, mayas y algunos chinos vivieron -en la opinión de John Kenneth Turner- en condiciones aún más vejatorias que los de la Siberia rusa -justo cuando leía esta parte del libro, me parecieron casi benignas las historias de Alexander Soljenitsin. Lo ocurrido en Valle Nacional, fue de una magnitud aún más atroz que lo ocurrido en Yucatán; por espacio de varios años, murieron anualmente 15 mil esclavos en esa zona. No sé por qué no se dice con sus cinco letras, pero México tuvo un clarísimo período esclavista que vino a culminar con la Revolución Mexicana.

3. 3. El sistema de opresión en este país aún no cesa del todo (las modernas tiendas de raya son los bancos y, ahora, cientos de mexicanos viven eternamente en deuda pagando sus casas, sus autos, su ropa, comprando todo a crédito). Todavía hay mucho por hacer, mucho por cambiar, mucho por mejorar, mucha injusticia por extinguir. Es cierto que el país está tomado por un puñado de adoradores del ultraliberalismo, que el saqueo de los recursos en México está en su punto álgido, que las condiciones de los trabajadores evidencian un claro retroceso si se comparan sus “prerrogativas” actuales con los logros laborales que –en parte, fruto de la Revolución Mexicana- se habían alcanzado, que la muerte y represión en Copala tiene que ver con el saqueo de nuestros recursos, lo mismo que la extinción del SME y de LyFC, que la oligofrénica lucha contra los cárteles es el subterfugio perfecto sobre el que EUA mantiene control sobre el país –lo cual no sería posible sin el servilismo de Calderón-, que es inverosímil pensar que en lo que va del sexenio espurio han muerto más de treinta mil humanos, que, en fin, el país atraviesa ahora mismo por uno de sus períodos de mayor oscuridad y que, si bien todo esto es cierto, yo sí creo que las cosas pueden cambiar. Unidad, organización y una buena defensiva ideológica que contrarreste el impacto de los media en nuestros hogares, puedan ser un buen inicio; la Revolución Mexicana a mí me sirve de ejemplo y de inspiración y espero la llegada del veinte y la memoria centenaria de los inicios de esta lucha, llena de orgullo.

Y ahora sí, Andrés Manuel:


Tres


I.


Compartir este vídeo que tomé del blog “Crítica Filosófica”; el vídeo trata sobre qué sí es -un análisis hecho por Carlos Fazio- la supuesta lucha anti narco que ahora se libra en México.



II.

Mandar un link a este texto y a este otro, en donde se dan los pormenores de la Nueva Ortografía de la RAE que en breves días será sometida a discusión, es decir, las propuestas aún no son definitivas. Esta Nueva Ortografía se estaría publicando, tentativamente, a finales de 2010. Mi comentario, por lo pronto, es: si bien ya no será necesario tildar el adverbio “sólo” ni los pronombres demostrativos, me parece muy bien que se admita la decisión de quien sí quiera hacerlo (cosa que a mí no me desagrada porque me gustan los acentos).


III.

Espero poder tener pronto una copia del libro de Sandra Lorenzano, “Vestigios”; dejo aquí, como entremés, este maravilloso texto en donde José Gordon habla, justo, sobre este nuevo libro de Sandra. Es tan hermoso lo que dice, me conmovió de veras. Y es cierto: esto que somos, ya no somos. Y yo agregaría, ¿y en dónde está la dimensión en que lo fuimos, en que lo soñamos, en que lo figuramos, en que lo urdimos, lo sentimos, lo bebimos, lo palpamos? -habrá quien quiera responder, habrá quien no quiera preguntar o no pueda. No somos nunca o siempre lo estamos siendo y vamos hacia allá, hacia algún lado, allí donde se alza el punto de fuga de un horizonte que se me antoja inasible, como espejismo. Irónicamente, uno no deja de sentir, allí se me revela la vida (como ayer, que por $ 7.50, pude observar -allí en Madero- la Luna y sus cráteres). Aquí el texto.


Surcos

Mis manos, turgentes de acariciar la nada, dibujan siluetas eólicas que, serpenteantes, cambian de forma una y otra vez; mudando de la flor al rostro, del rostro a la montaña, de la montaña al cielo, del cielo al moscardón, del moscardón al cetáceo. Estoy en mi nadir.

***

Es causa de estupor cómo, temas y asuntos que otrora eran de mi plena dilección, hoy se han convertido en mera fruslería.

***

Yo hay días en que no quiero tener noticias del homo sapiens; días en que me gustaría estar rodeada sólo de árboles, hongos y minerales, es decir, excluida del mundo de los homo sapiens que tanto daño saben hacerse entre sí. Es más, mi progenie es otra; yo provengo de prosapia neanderthal, seguramente.

***

A mí me tiran mis excesivos escrúpulos y sensibilidad, me levantan la inteligencia y el orgullo. La última pareja es superior a la primera. Menos mal.

***

Necesito de un éxodo. Requiero de días y días en donde mis sueños, que se dibujan como dunas en la arena del olvido, se transmuten -al final- en el manto de la noche y un sol nocturno y flamígero, pintado a lo lejos, irrigue un poco de calor sobre mis pensamientos.

***

Traigo en la cabeza un temita al que pienso dedicarle varias horas, el de las verdades analíticas. Verdades que, en un principio, me han parecido muy claras y distintas –y, de facto, lo son. Hay, sin embargo, una pequeña objeción que opongo, pero ésta, de construirla –me parece-, pueda quizá ofrecer un punto de conciliación (es que así lo creo yo) entre las diversas corrientes que teorizan sobre el tema: el logicismo, el intuicionismo, el platonismo, etcétera: todas –tal vez- explican satisfactoriamente una de las parcelas en que queda expresado el quehacer y hacer matemático –su método y su ser mismo-, de tal suerte que la suma de dichas parcelas –y alguna especie de sinergia entre ellas que me atrevo a conjurar- explican su totalidad. Creo tener entonces ya un tema sobre los fundamentos, uno que verdaderamente me está haciendo eyectar ideas. A casi dos meses de vivir prácticamente sola, tenía que venir y contárselo a mi blog.

***

Sus ojos, petrificados, colmados de bondad -dos estrellas grabadas sobre la eternidad- al comenzar la música, dejan de estar muertos y comienzan a enfocar y disparan hacia mí: yo, que les di el hálito en este magín fugaz de que me alimento.

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Veo mi reflejo en el agua y miro una ondina; hidra no soy. No es en el Leteo donde me baño, sino en el más profundo de los océanos.

***

Casi puedo palpar tu lucha, tocar tu dualidad, la guerra interna que libras. Y lo que hago es observar y ofrecerte una dádiva; pero no esto que soy porque apenas está en consecución aquello que no he sido.  

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Yo todavía estoy clavada en debates epistemológicos que se dirimieron hace más de cuatrocientos años. Pero esto tiene sus ventajas –y sus desvantajas. Ventaja: el enorme placer producido cuando alguien te dice: “hablas como un Heidegger” o “hablas como un Hobbes” y, entonces, uno se ríe internamente: no saben que no necesitas leer a todos los filósofos para coincidir con ellos. Ésa es la aventura más grande que me atrevo a vivir: la de producir mi propio conocimiento, mis propias ideas; la de tomar una idea o un debate arcaico y comenzar a tejerlo tú mismo, a recrearlo y ver hasta dónde llegas. Mi mente es simple y opera al margen de sofisticaciones; otrora lo hacía más con imágenes y, hoy, en un sano equilibrio entre palabras e imágenes. Y así voy derivando todos mis pensamientos. Otra ventaja: puede luego uno acudir a los textos y cotejarlos contra las propias ideas y, sí, rectificar. Eso sí, mi pensamiento es lento y pausado. Y cavilo mejor en ausencia de gentes que frente a ellas, pero –entonces- cuando me embarga la timidez y me siento proclive a no decir lo que pienso, escucho otra vez a Kovalevskaya decir: “Di lo que sabes, haz lo que debes, pase lo que pase”.

***


Ésta de Emil Mihal Cioran -que la amo y está en uno de mis predilectos, "De lágrimas y de santos"- porque expresa una de mis tantas convicciones sobre Dios (lo escribo con mayúscula en respeto a la gramática y no en señal de deferencia a un ente metafísico que, justo por eso, nomás ni cómo) y las religiones. Además, sobre Bach y sobre mí: "He dicho que Dios le debe todo a Bach. Sin Bach, Dios sería un personaje de tercera clase. La música de Bach es la única razón para pensar que el Universo no es un desastre total. Con Bach todo es profundo, real, nada es fingido. El compositor nos inspira sentimientos que no nos puede dar la literatura, porque Bach no tiene nada que ver con el lenguaje. Sin Bach yo sería un perfecto nihilista."

***

“Eleutheria”, paulatinamente, muda de ser el lugar en el que vierto mis disquisiciones al lugar en el que mi gran tema soy yo. Bloguerita -idólatra de mí- me siento cómoda ante este nuevo cariz que toma “la ciudad”. Pero lanzo una advertencia: aquí también se construye pensamiento y puedo prescindir de mí y de mi contribución a “la literatura del yo” a modo de incidir en el otro, en mi entorno que -a mí parecer- ofrece mucho más de lo que puedo ofrecer yo misma (he sido mi más grande apologista, pero también mi más grande detractora).

***

No deseo ser un alfeñique.

Tuve una oferta de trabajo que decliné. Se trata -para los amantes de la esclavitud- de un trabajo de esos envidiables: prestaciones de ley, vacaciones, trabajando en una dependencia del gobierno y todo el kit completo. Estuve bastante cercana a aceptarla: decir que vivo en precariedad económica es decir poco y la paga era francamente buena. Por poco, poquísimo, mi yo venal estuvo a poco de caer en la tentación. Pero, al final, ganó mi libertad –ésa que para algunos es apenas visible; mientras que, para otros, es mi nave insignia: cada uno tiene su modo de ser libre o de creer que lo es. Y lo mejor fue el correo-e que envié para hacer el anuncio. No, de verdad, me divertí tanto diciendo lo que pienso; declarando sin ambages que prefiero mil veces mi trabajo de maestra con mala paga –y todo el tiempo libre de que dispongo- que envejecer en una oficina. Sí, eso fue lo que dije. Esa fue la razón que aduje. Eso sí, sigo en la precariedad, casi en la caquexia, pero con una gran sonrisa pintada en mis labios. Como siempre.

***

Ahora debo concluir porque iré a escuchar cantar a esta soprano en el CCU. La entrada es libre, ¿cómo no aprovecharlo? Quizá acuda allí un hatajo de gente –incluida moi. A ver cómo reacciono (ya estoy acostumbrada).


Nietzsche sobre Hölderlin y Olga Votsi

El entusiasmo que ha poco manifestó por Hölderlin un lector de “Eleutheria” me ha llevado a desempolvar algunos de los textos que yacen entre mis archivos literarios. Sucedieron dos cosas: 1) Me acordé de mí misma cuando, errante por la biblioteca de Acatlán, fugándome momentáneamente de las lecturas a libros de Cálculo, Autómatas, Lenguaje C, etc., me dejaba llevar –apenas sin advertirlo- a los pasillos que albergan el acervo humanístico; más precisamente, a los pasillos en donde se concentran los textos filosóficos y literarios (en mí, sin duda, siempre han vivido, por lo menos, dos mujeres: una mujer que ama las creaciones humanas, el arte, la lírica, la plástica, la música y otra mujer, más evanescente, lejana e impenetrable que ama del pensamiento abstracto, que se siente inimaginablemente cómoda leyendo teoremas y sus demostraciones; porque, además, la belleza –y el gozo, sí- que el pensamiento y el quehacer matemático me confieren, no tienen rival. De esto anterior se colige, claramente, que soy una esteta). Así que, de cuando en cuando –tras mis inquisiciones- tenía a bien fotocopiar uno que otro texto que versara sobre uno de los temas de mi interés y, así, hacer crecer la pila de fotocopias que anidan  en mis haberes –pilas que algún día se convertirán en papel de reuso o en material para producir fuego. Fue así justamente, en una de dichas expediciones, que pude adquirir este material -poquitas poesías y alusiones a su ser- del poeta alemán. 2) Me encontré con esta serie maravillosa de textos escritos por diversos poetas, filósofos, literatos dedicada toda a la persona de Hölderlin (en mi inventario mental,  que siempre llevo a donde voy recordaba, vagamente, el acervo de estos textos). Escriben sobre él Gottfried Benn, Jorge Luis Borges, Olga Votsi (aunque en mi texto su apellido está escrito con B), Paul Celan, Julio Cortázar, Johannes Bobrowski, Rolf Dieter Brinkmann, Álvaro Cunqueiro, Hermann Hesse, Stefan Zweig, Rainer Maria Rilke y Friedrich Nietzsche.

Voy a poner aquí –tecleados desde mi computadora- dos de dichos textos. Elijo estos dos textos porque encuentro que son ellos los que proyectan con mayor nitidez la esencia del alma de Hölderlin –si se me permite la expresión.

TEXTO 1.

A Hölderlin
(Olga Votsi)

¡Qué hermosamente te adormeciste
en las aguas silenciosas de la locura,
pájaro sagrado, tú, amigo de los dioses,
y desapareciste en la lejana
belleza por ti siempre deseada!

TEXTO 2.

Carta a un amigo, en la que le recomiendo la lectura de mi poeta preferido
(Friedrich Nietzsche)

Pforta, 19 de noviembre de 1861

¡Querido amigo!

Algunas exposiciones de tu última carta acerca de Hölderlin me han sorprendido mucho, y me siento movido a entrar en liza contra ti en defensa de este mi poeta preferido. Voy a recordarte tus duras, más aún, injustas palabras; acaso abrigues ya ahora una opinión distinta: “Me resulta completamente inexplicable que Hölderlin pueda ser tu poeta preferido. A mí, al menos, esos sonidos nebulosos, medio dementes, de un alma desgarrada, rota, me han producido únicamente una impresión triste y a veces repulsiva. Oscura palabrería, a veces pensamiento de locos, violentos arrebatos contra Alemania, endiosamiento del mundo pagano, unas veces naturalismo, otras panteísmo, otras politeísmo, en resuelta confusión; todo esto se halla impreso en sus poesías, aunque, eso sí, en bien logrados metros griegos.” ¡En bien logrados metros griegos! ¡Dios mío! ¿Ése es tu único elogio? Esos versos (para hablar únicamente de la forma externa) han brotado de una alma purísima, delicadísima, esos versos, que con su naturalidad y originariedad oscurecen el arte y la elegancia formal de Platen, esos versos que a veces se ondulan con un sublime aliento de odas, y a veces se pierden en los más delicados sonidos de la melancolía, ¿tú no puedes elogiar esos versos con otra palabra que con la insípida y ordinaria de “bien logrados”? Y, desde luego, no es ésta tu mayor injusticia. ¡Oscura palabrería y a veces pensamientos de loco! Estas desdeñosas palabras me hacen ver, primero, que eres víctima de un insulso prejuicio contra Hölderlin, y en segundo lugar, sobre todo, que para ti los versos de ese poeta son oscuras fantasías nada más que porque tú ni sus poesías ni sus otras creaciones. Pareces estar en la creencia de que Hölderlin ha escrito únicamente poesías. Así, pues, no conoces el Empédocles, ese fragmento dramático tan importante, en cuyos melancólicos sonidos se transparenta el futuro del desgraciado poeta, la tumba de una demencia que duró años, pero no, como tú opinas, con una oscura palabrería, sino con el más puro lenguaje sofocleo y con una riqueza infinita de hondísimos pensamientos. Tampoco conoces el Hiperion, que, con el armonioso movimiento de su prosa, con la sublimidad y la belleza de las figuras que en él aparecen, me produce una impresión semejante al oleaje del mar agitado. De hecho, esa prosa es música, dulces sonidos blandos, interrumpidos por disonancias dolorosas, y que acaban en un suspiro de sombrías, inquietantes canciones sepulcrales. Pero lo dicho concernía principalmente a la forma externa; permíteme que añada ahora algunas palabras sobre la riqueza de pensamientos de Hölderlin, que tú pareces considerar como confusión y oscuridad. Si bien tu reproche puede aplicarse en verdad a algunas poesías de la época de su locura, e incluso en las anteriores la profundidad del sentido se debate a veces con la inminente noche de la demencia, sin embargo, la inmensa mayoría de esos poemas son perlas puras, preciosas, de nuestro arte poético. Te remito únicamente a poesías como “Retorno a la patria”, “El río encadenado”, “Puesta de sol”, “El cantor ciego”; voy a aducir incluso las últimas estrofas de “Fantasía vespertina”, poema en el cual se expresan la más profunda melancolía y más hondo anhelo de sosiego.

En el cielo vespertino florece una primavera;
Innumerables brotan las rosas, y tranquilo parece
El mundo de oro; oh, ¡llevadme hacia allá,
Nubes de púrpura! ¡Y que allí arriba

En luz y aire se desvanezcan el amor y la pena!
Pero, como ahuyentado por una loca súplica, huye
El encanto. Comienza a oscurecer, y solitario
Bajo el cielo, como siempre, me encuentro.

¡Ven tú, sueño suave! ¡Demasiadas cosas
Anhela el corazón, y por fin, tú, juventud, te extingues!
¡Tú inquieta, soñadora!
¡Pacífica y jovial es entonces mi vejez!

En otras poesías, como especialmente en “Conmemoración” y en “Peregrinación”, el poeta nos alza hasta la idealidad más elevada, y nosotros sentimos con él que esa identidad era su elemento patrio. Finalmente, es notable toda una serie de poesías, en las que Hölderlin dice amargas verdades a los alemanes, verdades que, con frecuencia, están más que justificadas. También en el Hiperión lanza agudas y cortantes palabras contra la “barbarie” alemana. Sin embargo, este aborrecimiento de la realidad es conciliable con el máximo amor a la patria, que Hölderlin poseyó también realmente en alto grado. Pero en el alemán, odiaba al mero especialista, al filisteo.

En la inacabada tragedia, Empédocles, el poeta nos despliega su naturaleza propia. La muerte de Empédocles es una muerte nacida de un orgullo divino, de un desprecio hacia los hombres, de un estar harto de la tierra, y de un panteísmo. La obra entera, siempre que la he leído, me ha conmovido de manera muy especial; una majestad divina alienta en ese Empédocles. En el Hiperion, en cambio, aunque parece estar bañado asimismo en una luminosidad transfiguradora, todo es insatisfactorio e imperfecto; las figuras que el poeta evoca con “imágenes de aire que, despertando nostalgias, nos rodean con sus sonidos, nos embelesan, pero también suscitan un anhelo insatisfecho.” Mas en ningún otro lugar se revela con sonidos más puros que aquí la nostalgia de Grecia; en ningún otro tampoco destaca con mayor claridad que aquí la afinidad anímica de Hölderlin con Schiller y con Hegel, su amigo íntimo.

Muy pocos son los puntos que he podido tocar, pero a tu discreción, querido amigo, he de dejar el que, a base de los rasgos aludidos, te formes una imagen del desgraciado poeta. Si no refuto los reproches que le haces por sus contradictorias opiniones religiosas, has de atribuirlo a mi demasiado escaso conocimiento de la filosofía, en cual exige en gran manera un estudio más detenido de ese fenómeno. Acaso tú te tomes alguna vez la molestia de penetrar con más detalle en ese punto, y con la iluminación del mismo, arrojar algo de luz sobre las causas de su perturbación mental, las cuales, de todos modos, es difícil que tengan ahí sus únicas raíces.

Me perdonarás seguramente el que, en mi entusiasmo, haya empleado a veces palabras duras contra ti; lo único que deseo –y ésta es la finalidad que doy a mi carta- es que, mediante ella, te sientas movido a adquirir un conocimiento y a tener una estimación imparcial de ese poeta que la mayoría del pueblo apenas conoce ni de nombre.

                                 Tu amigo,

     F. W. Nietzsche



Mi gato es atípico. Éste no es independiente y se dice mío. Va a dónde voy yo y si a la ducha me meto, allí mismo me sigue y mete su patita por debajo de ese triángulo que le falta a la puerta del baño -allí- en la parte inferior. Y luego, tiene su advocación en el gato de la noche que persigue hasta a mi sombra a cambio de una digna vianda de Whiskas. Y ya no sé yo quién es quién; si el gato negro es la gata negra o la gata negra es el gato negro. Gato negro voyeur. La gata negra se llama Gigi, el gato negro se llama Odín. Gatos clavicémbalos que cantan músicas con su ronroneo; gatos injerencistas que se asoman por mi ventana para participar de mi vida cual espectáculo de vodevil. Y hete que voy de la sala a la cocina y de la cocina al comedor, acarreando ollas, refractarios de comida, baldes con agua, atareada, pensativa y los gatuchos, chismosos, con sus ojos acuciosos me inspeccionan toda y, con ingeniosa mente, se ponen a barruntar asertos que ofrecen solaz a su inicuo, no saciable intelecto. Pero gatos tiernos también –como yo- y por eso los amo y los acepto en mi Big Bang contraíble-expansible. Estos gatos son aerolitos dentro de mi universo; otros, hasta cometas de mi noche sideral sempiterna y -a veces- hasta a la luz del día se presentan en mi cielo.

Inspirado por un post de Marcelo Munch.


Canción de amor nahua




Canción: Huecanías
Intérprete: Zenaida Vargas
Álbum: No morirán mis cantos
Año de grabación: 1965

Huecanías
hueca hueca tlalli
hunamo nicani, xoxoca tinemis
mo-pampa tica
nia nitemolompa nomiquilis
teuis no yol

Xihuala, xihuala
notlasontsin, noalimantzin
yoloxochitl
ompaqui cuica
cerca nomiquilis
teuis noyol.

Me voy lejos,
a lejanas tierras,
donde yo pueda llorar
mi desventura.
Me voy por ti, donde tú no sepas,
sí corazón.

Amorcito ven,
consentido, consentido.
Corazón, flor,
aquí lo llevo
dentro de mi alma,
sí corazón.


Loa al azar y alegría


Ayer fui a Ciencias y pude ver a alguien a quien no veía hace poco más de un par de meses. Entonces, este brevísimo post quiero dedicarlo a congratularme por todas aquellas charlas que he tenido con ese alguien, quien, con su visión del mundo también ha enriquecido al mío (este Big Bang –mi mundo- que se expande y contrae infinito; el de ese alguien, yo creo que sólo se expande). Y si escribo esta breve nota al respecto es porque estoy muy feliz de ver cómo dicha persona –un ser con alas- ha mejorado notablemente y ser testigo de cómo el azar ha favorecido su recuperación y la de su cuerpo que ahora luce menos debilitado (si la nueva Metafísica -como sugirió Paz- advendrá en una crítica a la ciencia; entonces, si somos críticos, tendremos que aceptar que los que creemos en ella –en la ciencia- elevamos nuestras plegarias en forma de loas al “Azar”, al “Caos” y a la “Entropía”. Claro, uno no cree en la ciencia y menos en el azar como si de deidades se tratase: como se ha visto, también la afectación infecta a mis posts -y las cacofonías-; pero esto último es nada relevante frente a la mejoría del ser alado a quien dedico esta entrada).

Ambivalencias


Se le llamó «escándalo de Bruselas» al que protagonizaran Arthur Rimbaud y Paul Verlaine tras sostener una relación amorosa. Ambos son considerados poetas malditos, mientras que su estética queda inserta dentro del llamado movimiento simbolista.



Lo de “poetas malditos” se generalizó a partir del libro homónimo de Paul Verlaine —tengo la fortuna de poseer en copias una versión español-francés de dicho texto— en el que el mismo Verlaine hace un recorrido por la poesía de diversos poetas de la época. Entre ellos, Stéphane Mallarmé, Arthur Rimbaud y él mismo (Pauvre Lelian, su anagrama). Acá hay un poco más de info sobre este asunto.



En lo que a mí toca, he sido una de esas personas seguidoras del movimiento romántico y, claro, asidua lectora de la poesía maldita y en general de la literatura del mal. Por supuesto, no pocos de mis poemas favoritos han sido escritos por algún poeta maldito (¿hay alguno que no lo sea?). Y sí, la poesía tanto de Rimbaud como de Verlaine está en el conjunto de lo que me arranca estremecimientos (afortunadamente, no estoy anclada sólo allí).



El «escándalo de Bruselas» no llama mi atención por su naturaleza homosexual como por los sentimientos amorosos que soliviantó en ambos poetas, lazo indestructible e imposibilidad cuyas últimas consecuencias se expresan en la muerte y melancolía que atravesó separadamente a Paul Verlaine y a Arthur Rimbaud hasta el final de sus días.

Ahora bien lo que quiero expresar aquí —después de ésta y un poco inútil introducción monográfica— es el conjunto de cismas que me produce la ambivalencia de sentimientos expresada en la literatura de Rimbaud.



Rimbaud fue el poeta que una vez declaró:



“Mi superioridad consiste en no tener corazón.”  /*Me gusta



Pero Rimbaud fue también el poeta que una vez escribiera a Verlaine la siguiente punzante carta de amor (cada que la leo mi ritmo cardíaco se subvierte y una cierta inclinación melancólica se apodera de mí):


A Verlaine, julio de 1873 Londres, viernes por la tarde.



Vuelve, vuelve, querido amigo, único amigo, vuelve. Te juro que seré bueno. Si me he mostrado desagradable contigo, fue tan sólo una broma; me cegué, y me arrepiento de ello más de lo que puedes imaginar. Vuelve, todo estará totalmente olvidado. ¡Que desgracia que hayas tomado en serio esta broma! No paro de llorar desde hace dos días. Vuelve. Sé valiente, querido amigo. Nada está perdido todavía. (…) No me olvidarás ¿verdad? No, tú no puedes olvidarme. Yo te tengo aquí siempre. Di, contesta a tu amigo ¿acaso no volveremos a vivir juntos los dos? Sé valiente, contéstame pronto. No puedo quedarme aquí por más tiempo. Oye sólo lo que te dicte tu buen corazón. Dime pronto si tengo que reunirme contigo.

A ti, para toda la vida. Rimbaud.  

Arthur Rimbaud, l'enfant terrible, sus palabras, su poesía —quizá su vida—, son por otra parte evidencia clara de la coexistencia —en nuestra naturaleza emocional— de una ambivalencia: una que nos hace reconocer, sin recato y a veces con cierto cinismo, nuestra imposibilidad para amar y que, al mismo tiempo, nos hace experimentar la muerte en la lejanía del ser amado, la más plena insatisfacción. Yo creo que esa frialdad es, muchas veces, máscara, caparazón, coraza y ariete. En tanto que el ardor, manifestación de nuestra vulnerabilidad, de eso que se da a cuenta gotas a fuerza de temer su mala utilización. Yo, por mi parte, anhelo la audacia, quien sí provoca a la muerte (aunque la ambivalencia, así manifestada, es de un encanto insuperable y también la acojo).

/*Ésta es mi exégesis (plagada de toda suerte de texturas emocionales). Se admiten otras.

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