Multiplicidades


Cuando era niña, amaba apilar en un solo lugar todos los libros que mi madre tenía de la colección “…sepan cuantos”  de “Editorial Porrúa”.  Y lo hacía porque la idea de que fueran todos libros iguales (en diseño, tamaño, grafías, etc.), salvo por la variación del color, era una idea que me parecía, sencillamente, maravillosa: la posibilidad de tener lo mismo,  repetido muchas veces, salvo por una ligera variante. Recuerdo que me la pasaba horas mirándolos: de frente, de detrás, por dentro y, sobre todo, veía por largas horas ese recuadro en la contraportada que exhibe la fachada –esa entrañable fachada- de lo que parece ser algún edificio del Centro Histórico de la Ciudad.


Entonces tomaba todos los libros, los ponía en fila y miraba por horas, extasiada, cada portada y su contraportada en distintos colores: rojo, verde, morado, rosa, azul, amarillo y, de verdad, me encantaba la idea de tener todos esos libros –a los que consideraba míos- en colores distintos y tan parecidos a la vez (yo fui una de esas típicas niñas mimosas y cursis, que se creía Sandy Bell, que adoraba sus vestidos y que éstos le parecían tanto más hermosos cuanto más coloridos y churriguerescos se presentasen. Por eso -me imagino- el colorido de los libros de “Porrúa” los hacía especialmente atractivos a mi vista). Pero no era nada más el color: para cada balcón –de cada color- inventaba una historia distinta y similar a las otras, casi iguales, salvo por alguna minucia; en cada variante, eso sí, añadía algo que hacía a una historia mucho más estimulante que otra. Eran historias absolutamente bobas con las que me entretenía por horas; ni siquiera permitía a Paola participar en éstas, me encerraba en mi burbuja, me escondía en algún rincón de la recámara de mi mamá, me salía a su balcón, me escondía debajo de su máquina de coser o, en fin, quién sabe a dónde diablos me metía con tal de vivir intensamente mis historias, historias que –lo mismo que los libros- eran casi iguales, salvo por variantes. Era como la misma cosa multiplicada varias veces por sí misma, pero transformada en cada aparición. Los fractales, supongo, me gustan por eso. Pero hay cosas en Matemáticas que me gustan más –muchísimo más- que los fractales y que también exhiben esa cualidad a la que llamo multiplicidad (aparecer muchas veces en distintos lados y, en cada aparición, exhibir una variante –y la variante puede “tomar” cualquier forma). Transformaciones del plano como simetrías, reflexiones o, en general, semejanzas son un buen ejemplo de esa “propiedad” –esas transformaciones y su composición. Por eso, el método clásico de construcción de fractales es el de “Sistemas de Funciones Iteradas” (SFI).


Un buen ejemplo de multiplicidad en Matemáticas es el “Axioma de Elección” de la teoría de conjuntos. Este axioma establece que dado un conjunto A de infinitos conjuntos no vacíos y disjuntos dos a dos, es posible extraer un subconjunto –tomando un elemento de cada conjunto del conjunto A-, de A, sin de antemano saber cuál es el criterio de elección (la propiedad que define a dicho subconjunto). Ahora bien, la magia o carácter de múltiple de este Axioma radica en que afirmaciones importantes en Álgebra Vectorial, en Análisis, Topología, etc. no son sino una variante de este mismo axioma. Por ejemplo, el enunciado según el cual todo espacio vectorial tiene una base, no es sino una variación del Axioma de Elección.


Las multiplicidades -a mi juicio- son una constante, son cosa común entre los objetos matemáticos. Y claro que, esto de las multiplicidades es algo que he venido detectando en todos los ámbitos en que se despliega mi vida y he abrazado este gozo por tal “fenómeno” lo mismo si me lo encuentro en Matemáticas, que si en el lenguaje, en la música, en los libros o en la cotidianeidad misma. Tengo mi modo, ni cómo no decirlo, de ver multiplicidades. Hay multiplicidades débiles, hay otras fuertes; a veces –incluso- quiero ver multiplicidades en donde no las hay.


Ejemplos más de este apego a las multiplicidades lo veo en: 1) Mis atisbos coleccionistas por los sinónimos: la idea de un mismo significado signado por diversos significantes y la propensión a hacer listitas de éstos (cuanto más larga es la listita, es decir, la cantidad de diversos términos para un mismo significado, mejor) 2) También requiero de las multiplicidades cuando investigo temas. Así, por ejemplo, si me interesa saber cosas sobre un equis asunto, entonces, me doy a la tarea de comprar, sacar de la biblioteca, descargar de Internet etc., diversos libros sobre el mismo: la multiplicidad se da al abordar el mismo tema accediendo a las variaciones que, según el tratamiento del autor, uno se va encontrando. 3) Gusto de las multiplicidades en la moda. Si voy y compro mis falditas de colores, entonces procuro llevarme varias iguales fijándome en sólo variar el diseño. 4) Multiplicidades en la música. Por ejemplo, soy bien aficionada a conocer –a tener toda vez que los bolsillos lo permiten- todas las versiones posibles de una misma melodía; claro que hay melodías más propensas a ello. Por ejemplo, las suites de Bach uno las encuentra ejecutadas por diversos chelistas, de diversas épocas, bajo diversos sellos discográficos, etc. Me gusta “Saltarello” con Dead Can Dance, pero también disfruto increíblemente escucharla con “Ophelia´s Dream” y hacer mis comparaciones –a pesar de que mi lenguaje en teoría musical es casi nulo- y expresarlas para mí. Porque en música ocurre que, aunque tú no sepas cuándo un conjunto de notas es un acorde o, en qué escala está cierta nota, que aunque tú no sepas eso, tú te das cuenta cuándo ocurre y hasta uno hace notaciones propias para señalarlo. Es como cuando uno compone canciones –a mí me pasa todo el tiempo- y aunque no sabes la notación musical para escribir tu canción y sabes que no tienes modo ni de escribirla porque en lo que inventas tu notación ya se te olvidó cómo va, sabes –algo dentro de ti- que sí es música y que tu melodía tiene acordes y notas y escalas y tonos y todo eso que hace que una música sea música  5) Las multiplicidades del paisaje. Estar en lugares o ver fotos, o escenas cinematográficas de sitios inmersos en paisajes similares. 6) Las multiplicidades en las fisonomías. Fácilmente encontrar parecidos entre las personas (quizá con miopía para con uno mismo). 7) Multiplicidades literarias. Como coleccionar poesías o fragmentos de textos que aluden a una misma cosa; particularmente, me gusta encontrarme las palabras “Matemáticas” y “Geometría” en el cuerpo de un poema –sea éste en prosa, como los de Francisco Umbral, o en verso 8) Allí en donde se aparezcan.


Yo creo que esto de las multiplicidades puede llegar a ser toda una filia  para cualquiera.


Toda vez que he dicho “multiplicidades” y a lo que me refiero con ello, comprendo que ha podido tratarse de una noción un tanto difusa, pero sé que es algo que las personas, en general, podemos llegar a asir o percibir por una sencilla cosa: las multiplicidades allí están, objetivamente yacen en el mundo.  


De mi cuaderno de notas...




El Fénix, esa hoguera que a sí mismo se engendra
Guillaume Apollinaire

Lágrimas que no logran salir se agazapan en lo último vítreo de mis ojos.
Imposibilidad, amor.
La noche devorándonos…
Devorando mis entrañas, lo que queda de mí…
Para alimentar la tierra que te dará de comer…
…cuando yo ya no esté aquí y te tenga sujeto en la atemporalidad.
Y el narcótico de mi recuerdo te impida siquiera andar, zombie.


No sabes, no sabes de qué espantosa manera, fatídica, escabrosa, funesta,
Mi cuerpo está impregnado de ti.
De lo que eres tú en mi tiempo, mi tiempo interno, íntimo, reservado para mí y sólo para ti tras mi muerte: tu pensamiento, tu poesía, lo que ves, lo que escuchas, la forma en que concibes el mundo, cómo me tocas en mi ausencia, quimera.


Y te devoro muerte, y vengo y te estrangulo y bebo ahora yo de ti:
Tu líquido rojo
Y en un frenesí delirante, bacanal de los sentidos, te incrusto a mis costillas y regresas al polvo del que saliste: porque de mis costillas, un dios malhechor, demiurgo, te esculpió a ti.


Eres yo, tú.
Soy tú, yo.
Unidad indisoluble que se atrevió a visitar, separada, esta tierra.


Y llegará mi muerte y retornaré a ti y tú a mí volverás…
Y lanzaré fuego de mi boca, entonces, por si es necesaria la agresión.


Y no habrá más sentido y todas las preguntas serán innecesarias formulaciones de un no entender por qué cargaba con un hueco dentro de mí: eras tú.


Ventana al mar



 



CANCIÓN: The Carnival is over
INTÉRPRETE: Dead can dance
ÁLBUM: Memento 


Pantalla de televisión plana, de plasma o líquida. Pantalla cinematográfica. La computadora y su pantalla. Y en el ipad y en el celular y en el blackberry. Pantallas por doquier. Pantallas en donde tenues reflejos de rostros sacralizan la importancia de su cometido. Una pantalla omnímoda que devora al horizonte o lo expande. Una pantalla es una ventana y si logras sentir aquí es porque en ella puedes pintar palabras y con palabras exhibes tu universo.


Y échate un clavado en mi pantalla porque yo ya lo he hecho en la tuya y he buceado por un infinito, traslúcido mar.



Y en tu pantalla acuñé neologismos y divisé gaviotas que salen de mi rostro. Y en tu pantalla te abracé y a través de ella te construí, porque pude vivir sin tocarte y sin tocarte otra vez viviré cuando tu pantalla se convierta en tu escudo y en tu escudo me refugie yo.



Y doblo mi pantalla y la meto en mi bolsillo y sólo la saco de allí cuando es necesario disolver algún secreto. 



Luego llego a casa, saco mi pantalla y se hace grande y se vuelve espejo y me sumerjo en ella y, cual Alicia, acudo a mi mundo de las maravillas.



Pero llegará el día en que haré una pira con todas las pantallas del mundo y ya sólo soñaré que puedo tocar a los demás y los tocaré –y especialmente a ti. Y no esperaré a que la pantalla se sienta presta a recoger mis palabras. Y no permitiré hacer emocionar a otros sin que, al hacerlo, puedan mirar mis ojos, fulgentes de amor.



En mi pantalla, te di algo de mí y, a través de la tuya, pude asir algo de ti; pero mi pantalla no es una extensión de mí misma, no es una extremidad, no es una mano, no es –ni siquiera- un pie que sirva para caminar. Mi pantalla no es tampoco mi aposento –bueno, a veces sí-, ni el lugar en el que me salvo. Mi pantalla es mi pizarrón. Allí donde escribo un poco lo que soy y lo que pienso. Mi pantalla es –como la tuya- un escaparate de mí, un escaparate en el que me exhibo cuando estoy sola y puedo hilar, cómodamente, las palabras que necesito decir para decirte a ti y a mí y al mundo y a lo que anhelo y aquello que pienso. El lugar exacto para hilvanar mis argumentos (claro, porque también pienso y diverjo y me gusta preguntar).



Es en mi soledad cuando yo soy. Y a todo lo que aspiro es a hallar el suficiente confort para vivir mi soledad cuando estoy contigo. Y así seré, y allí -como ahora-, estaré frente a ti o a tu lado, siendo esto que soy -ventana al mar-… si tú lo quieres.



Chico Buarque


Una amiga que vive en Berlín -aunque no sé si estaba en Berlín o aquí en México cuando lo envió- me hizo llegar este correo. Yo, la verdad, no lo conocía. Y en cuanto lo leí quise subirlo a "Eleutheria" (por supuesto que lo reenvié a todos mis contactos de inmediato), pero no quise hacerlo sin antes verificar cuándo había sido publicado por el "New York Times", "Washington Post" y los diarios referidos. Me he dado ya a la tarea -por fin me abrí un tiempito- de hacer las verificaciones y, bueno, no he podido rastrear o encontrar el momento en que fuera publicado este texto en los susodichos diarios. Lo que sí, es que encontré muchos sitios virtuales en donde se le ha dado difusión y que, incluso, en lugares como "Kaos en la Red" fue publicado en su momento. El evento data del año 2000 (diez años después llega a mi caja de correos) y ahora me dispongo a ofrecerle un pequeño sitio aquí en "Eleutheria" porque lo allí señalado va mucho en la tónica de lo que aquí en "Eleutheria" se piensa sobre la globalización de la economía, sobre el neoliberalismo y, en suma, sobre ese querer hacer de, hasta la tierra, hasta los ríos, hasta los majestuosos árboles, un objeto de consumo, una pieza de mercado.


El correo que me envió mi amiga, llevaba por título "¡¡¡Educadísima bofeta a EUA!!!"; en otros sitios se difundió bajo el título "Sobre la internacionalización de la Amazonia, una visión humanista".


Tal cual, copio el cuerpo del correo-e recibido:


Educadísima Bofetada a los EEUU ....!!


DECLARACIONES DE BUARQUE,

MINISTRO DE EDUCACIÓN DE BRASIL.


No todos los días un brasileño les da una buena y educadísima bofetada a los estadounidenses.


Durante un debate en una universidad de Estados Unidos, le preguntaron al ex gobernador del Distrito Federal y actual Ministro de Educación de Brasil, CRISTOVÃO CHICO BUARQUE, qué pensaba sobre la internacionalización de la Amazonia. Un estadounidense en las Naciones Unidas introdujo su pregunta, diciendo que esperaba la respuesta de un humanista y no de un brasileño.


Ésta fue la respuesta del Sr. Cristóvão Buarque:


Realmente, como brasileño, sólo hablaría en contra de la internacionalización de la Amazonia. Por más que nuestros gobiernos no cuiden debidamente ese patrimonio, él es nuestro.


Como humanista, sintiendo el riesgo de la degradación ambiental que sufre la Amazonia, puedo imaginar su internacionalización, como también de todo lo demás, que es de suma importancia para la humanidad.


Si la Amazonia, desde una ética humanista, debe ser internacionalizada, internacionalicemos también las reservas de petróleo del mundo entero.


El petróleo es tan importante para el bienestar de la humanidad como la Amazonia para nuestro futuro. A pesar de eso, los dueños de las reservas creen tener el derecho de aumentar o disminuir la extracción de petróleo y subir o no su precio.


De la misma forma, el capital financiero de los países ricos debería ser internacionalizado. Si la Amazonia es una reserva para todos los seres humanos, no se debería quemar solamente por la voluntad de un dueño o de un país. Quemar la Amazonia es tan grave como el desempleo provocado por las decisiones arbitrarias de los especuladores globales.


No podemos permitir que las reservas financieras sirvan para quemar países enteros en la voluptuosidad de la especulación.


También, antes que la Amazonia, me gustaría ver la internacionalización de los grandes museos del mundo. El Louvre no debe pertenecer sólo a Francia. Cada museo del mundo es el guardián de las piezas más bellas producidas por el genio humano. No se puede dejar que ese patrimonio cultural, como es el patrimonio natural amazónico, sea manipulado y destruido por el sólo placer de un propietario o de un país.


No hace mucho tiempo, un millonario japonés decidió enterrar, junto con él, un cuadro de un gran maestro. Por el contrario, ese cuadro tendría que haber sido internacionalizado.


Durante este encuentro, las Naciones Unidas están realizando el Foro Del Milenio, pero algunos presidentes de países tuvieron dificultades para participar, debido a situaciones desagradables surgidas en la frontera de los EE.UU. Por eso, creo que Nueva York, como sede de las Naciones Unidas, debe ser internacionalizada. Por lo menos Manhattan debería pertenecer a toda la humanidad. De la misma forma que París, Venecia, Roma, Londres, Río de Janeiro, Brasilia... cada ciudad, con su belleza específica, su historia del mundo, debería pertenecer al mundo entero.


Si EEUU quiere internacionalizar la Amazonia, para no correr el riesgo de dejarla en manos de los brasileños, internacionalicemos todos los arsenales nucleares. Basta pensar que ellos ya demostraron que son capaces de usar esas armas, provocando una destrucción miles de veces mayor que las lamentables quemas realizadas en los bosques de Brasil.


En sus discursos, los actuales candidatos a la presidencia de los Estados Unidos han defendido la idea de internacionalizar las reservas forestales del mundo a cambio de la deuda.


Comencemos usando esa deuda para garantizar que cada niño del mundo tenga la posibilidad de comer y de ir a la escuela. Internacionalicemos a los niños, tratándolos a todos ellos sin importar el país donde nacieron, como patrimonio que merecen los cuidados del mundo entero. Mucho más de lo que se merece la Amazonia. Cuando los dirigentes traten a los niños pobres del mundo como Patrimonio de la Humanidad, no permitirán que trabajen cuando deberían estudiar; que mueran cuando deberían vivir.


Como humanista, acepto defender la internacionalización del mundo; pero, mientras el mundo me trate como brasileño, lucharé para que la Amazonia sea nuestra. ¡Solamente nuestra!


OBSERVACIÓN: Este artículo fue publicado en el NEW YORK TIMES, WASHINGTON POST, USA TODAY y en los mayores diarios de EUROPA y JAPÓN.


En BRASIL y el resto de Latinoamérica, este artículo no fue publicado. Ayúdenos a divulgarlo.



Autor: Marcos Chávez


Hasta 1982, la Comisión Federal de Electricidad (CFE), la Compañía de Luz y Fuerza del Centro (CLFC) y Petróleos Mexicanos (Pemex), entre las empresas paraestatales, eran consideradas como las joyas de la nación, propiedad del pueblo, que tenían que ser resguardadas y desarrolladas por el Estado, como representante constitucional de sus intereses y responsable de las riquezas y los sectores estratégicos del país, a favor de las necesidades del crecimiento mexicano.


Los bienes y servicios ofrecidos a través de esos monopolios públicos, a precios subsidiados, tenían un doble propósito. Por un lado, eran considerados como parte de los instrumentos disponibles para ampliar el acceso de la población a los productos básicos y, con ello, elevar su calidad de vida, sus niveles de bienestar, y mejorar la distribución del ingreso; por otro, para proporcionar y diversificar los insumos requeridos por las empresas que, al abaratar los costos de producción, patrocinaban la acumulación privada de capital y, por añadidura, en la inversión, el crecimiento y el empleo. Era parte del sacrificio social considerado como necesario, financiado con los impuestos de la misma población, que redundaba en el beneficio colectivo. El control de dichas empresas y las bajas tarifas eran una respuesta lógica de una nación que recuperaba la energía eléctrica, los hidrocarburos y sus derivados, cuya explotación, entregada por la dictadura porfirista, había sido subordinada a la maximización de las ganancias de las empresas extranjeras. Bajo ese principio, ellas determinaban el destino de la industria energética: las cotizaciones, los planes de inversión, los mercados que se atenderían, las tecnologías empleadas, las relaciones laborales, los impuestos pagados, la repatriación de las utilidades, con escaso beneficio para México. Imponían el interés privado sobre el interés público. Su recuperación, elevada a rango constitucional, fue resultado de la Revolución Mexicana.


La nacionalización de los recursos energéticos y de las empresas citadas, paradigmáticas para el antiguo régimen autoritario que se calificaba a sí mismo como “nacionalista revolucionario”, fue la manifestación de otros objetivos trascendentales: el ejercicio de la soberanía nacional y la búsqueda de un desarrollo nacional autónomo. Bajo la rectoría del Estado, y los efectos multiplicadores de las obras públicas, se aspiraba que el país superara su condición de subdesarrollado, sometido a la lógica de metrópolis capitalistas, sobre todo al imperialismo estadunidense. Esos principios se sobrepusieron a la ineptitud, la corrupción y el manejo inescrupulosos de sus recursos que a menudo caracterizó a sus directivos y el gobierno. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, a Jorge Díaz Serrano?


Desde hace 28 años que los neoliberales asaltaron el Estado. El sector energético, Pemex, la CFE, la desaparecida CLFC y las obras públicas son el símbolo de la degradación de los gobiernos priistas y panistas, y de los oligarcas hombres de presa que han envilecido a la nación al convertirla en un hediondo botín. Son la alegoría de los impunes abusos de poder cometidos en contra de quienes supuestamente son sus dueños, la población y los trabajadores que carecen de las instituciones que defiendan sus derechos, el manejo arbitrario de las leyes y la ineficiencia oficialmente programada; del manejo turbio del presupuesto y el campo fértil del contratismo y la corrupción descarados.


El reciente escándalo que involucra a las empresas ABB, Ltd, y Lindsey Manufacturing Co –que entre 1997 y 2003 sobornaron a varios funcionarios de la CFE para obtener millonarios contratos, el cual empezó a ser investigado en Estados Unidos porque Alfredo Elías, director de la paraestatal, y la señora Georgina Kessel, secretaria de Energía, duermen el inocente sueño de los justos– no es más que una anécdota de vulgares delincuentes, a menos que los presuntos corrompidos, Arturo Hernández, Néstor Moreno y Salvador Torres, sean las víctimas propiciatorias de algo mayúsculo. Esto si se consideran los multimillonarios contratos en las obras públicas concedidos a los hombres de presa por los poderes Ejecutivo y Legislativo, torciéndole el cuello a la Constitución, y pontificados por el Judicial, y que priistas quieren ampliar hasta 40 años, con ganancias aseguradas, sin preocuparles que el Estado, es decir, los contribuyentes, asuman las pérdidas, con la iniciativa de ley de asociaciones público-privadas enviada por Felipe Calderón al Congreso. Esa propuesta, que todavía no logra el consenso priista-panista-Verde-Nueva Alianza, pero que ya fue aprobada en el Senado, abriría completamente las puertas a los oligarcas para que depreden la seguridad pública, la salud, la educación, la construcción y administración de cárceles, entre otras actividades. Al cabo, las mayorías ya se acostumbraron a aceptar la privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas. Por ejemplo, por la fraudulenta quiebra de los bancos privados y su rescate igualmente fraudulento, les debemos a los banqueros 757.6 mil millones de pesos (MMDP), por los cuales, desde 1995, les hemos pagado 363.6 MMDP por concepto de intereses. Además, en una patológica relación sadomasoquista, aceptan pasivamente su servidumbre ante esos usureros que les cobran intereses y comisiones por, al menos, 300 por ciento más de los que imponen en sus países de origen. Por el rescate de las empresas constructoras, les deben a esos “empresarios” 139.2 MMDP. En total, 896.8 MMDP, el 20 por ciento de los pasivos totales del Estado que, con Calderón, llegaron a 4.5 billones. Al inicio del panismo, en 2000, las deudas sumaban 2 billones.


La CFE, la CLFC y Pemex sintetizan cómo las elites han convertido al patrimonio nacional en su zona privada de saqueo, que sólo comparten con sus socios foráneos. Un año después de la brutal desaparición de Luz y Fuerza del Centro (LFC), son más que evidentes las razones que justificaron la decisión de Calderón. Con la elocuente procacidad que le caracteriza al gran violador de las leyes laborales y experto en el uso del garrote en contra de los trabajadores, especialmente los mineros y los electricistas, Javier Lozano dijo que “el balance es positivo en términos de la prestación del servicio, del costo y del impacto para la economía nacional”, además que “se logró una indemnización voluntaria a 28 mil 42 extrabajadores”. El Consejo Coordinador Empresarial y la Confederación Nacional de Cámaras de Comercio comparten esa opinión. En cambio, Gerardo Gutiérrez, de la Confederación Patronal de la República Mexicana, urge a la CFE superar los rezagos y mejorar la calidad y los precios del servicio y, de paso, señala que “todos los monopolios no son buenos, ya sean públicos o privados”, aunque nunca se han escuchado sus denuestos en contra de Televisa, TV Azteca, Banamex, Cemex, Wal Mart o Telmex.


Con sus descaradas mentiras, Lozano y los empresarios no lograron ocultar los detalles: que los electricistas que aceptaron sus liquidaciones fueron los que traicionaron a sus compañeros por problemas económicos; que, al menos, 20 millones de personas sufren uno de los peores servicios ofrecidos por la “empresa de clase mundial” –cortes de servicios, daños a aparatos, el alza y el cobro arbitrario de los precios– y que, impotentes, no pueden hacer nada porque quienes deben de velar por el estado de derecho son responsables del desastre. Según la Procuraduría Federal del Consumidor, la CFE es la empresa líder en demandas y multas en el último año: 7 mil 619 quejas, 124 procedimientos por infracciones a la ley y sanciones por 901 mil 477 pesos. Supera a otras depredadoras –Wal Mart de México, Telefónica Movistar y Telmex–. El desastre eléctrico recuerda al cometido por Enron, el ejemplo de la depredación capitalista, en California, a principios de esta década.


Las mayorías dejaron de ser dueños de sus empresas. Ahora son víctimas de las tarifas eléctricas, del gas, las gasolinas y otros bienes y servicios públicos, pese a que las siguen manteniendo con sus impuestos.


Los que aplauden son los empresarios beneficiados por las tarifas preferenciales. Televisa-Magacable-Telefónica se apoderaron de más de 21 mil kilómetros de fibra óptica por 20-30 años en una oscura licitación, con un precio de rapacería: 883 millones. Otros favorecidos fueron los inútiles contratistas que realizan los trabajos de LFC y los “productores independientes” (10 empresas, encabezadas por Iberdrola, con el 35 por ciento del total), corresponsables de criminales calamidades de Tabasco que, con contratos igualmente turbios, depredan al sector eléctrico con la anticonstitucional complicidad de Calderón, Elías, Kessel y los contratistas señalados. Estos últimos, que usan gas importado, ya controlan el 23 por ciento de la capacidad generadora de la industria y el 53 por ciento de la electricidad generada, que es vendida a la CFE a precios altos que la descapitalizan, es decir, se quedan con los impuestos de la población que, a cambio, recibe cada bimestre tarifas mayores. Son doblemente saqueados. Por las obras realizadas para la CFE, los proyectos de infraestructura productiva a largo plazo (Pidiregas), se les debe a los contratistas 27 mil millones de pesos. De su deuda total, 9.6 mil millones de dólares, 5.4 mil millones, el 56 por ciento, son por los Pidiregas.


Sin embargo, Pemex es la campeona en la opacidad, la podredumbre y el saqueo. No sólo ha hinchado las fortunas de sus proveedores y los distribuidores del gas, gasolinas y derivados. Según la reportera Nancy Flores, sus directivos han creado 25 empresas “privadas no paraestatales” para esconder de la inútil supervisión del Congreso el movimiento de miles de millones de dólares del dinero público (Contralínea, septiembre de 2010). Nadie los vigila, salvo ellos mismos. ¿Qué pasa con ese dinero? Es más fácil conocer los secretos de El Vaticano que el de esos siniestros personajes encabezados por Juan José Suárez Coppel. Hasta 2008, las obras en Pidiregas sumaron 178 MMDP, el 88 por ciento del total de la inversión de Pemex, por los cuales se les tiene que pagar intereses y amortizaciones. Las fracasadas obras de Chicontepec han sido un nauseabundo negocio para los empresarios y un grave quebranto para Pemex. Entre 1999 y 2008, suman casi 1 billón de pesos. A partir de ese momento, esos pasivos se consolidaron como deuda pública. El pago de impuestos e intereses y amortizaciones de los Pidiregas y otros adeudos explican que, con el panismo, la empresa arroja una pérdida neta acumulada por 387 MMDP y que sus pasivos superen a sus activos. Su deuda total es de casi 45 mil millones de dólares.


Durante el panismo, la inversión pública suma 3.9 billones. De ella, 3 billones corresponden al presupuesto, de los cuales 223 MMDP se destinaron a la amortización de los Pidiregas. Los empresarios invirtieron 1 billón, que tendrán que pagarse. Entre el rescate bancario, de las empresas carreteras y los Pidiregas reconocidos hasta 2010, suman 943 MMDP, el 21 por ciento de los pasivos públicos totales, 4.5 billones. Ese yugo y la hemorragia de recursos presupuestales se extenderá lo que resta del siglo mientras no llegue un gobierno que los desconozca o el pueblo decida tomar en sus manos su destino y arroje del poder a los depredadores y corruptos. Mientras tanto, para pagar los intereses y amortizaciones, será castigado con los recortes en el gasto público, el deterioro de los servicios sociales, el rezago en la infraestructura y las abusivas alzas en los precios de bienes y servicios estatales.


Es un negocio redondo realizado frente a las narices de la sociedad, sin que ella conozca los términos.


En un país sometido al imperio de las leyes, funcionarios como Calderón, Elías, Kessel, Suárez y otros más ya hubieran sido sometidos a juicio político, destituidos y encarcelados, junto con diversos “empresarios”. Se hubiera derrumbado el sistema.


Fuente: Contralínea 205 / 24 de Octubre de 2010


Me gusta Ana Laan, esta canción (y recomendación de última hora).

La escucho y asiento. Estos ritmos-melodías-armonías no son, normalmente, los que más me elevan. Pero, en su conjunto, es una canción realmente linda, muy hermosa. Por otra parte, no me circunscribo a algún sonido. Sí tengo mis géneros favoritos (el gótico y el clásico, por ejemplo), pero ello no es en modo alguno exclusivo.


A mí, el apego al afro, al jazz, al bossa, al son cubano me llegó algo tardíamente, pero creo que en el momento preciso, justo cuando tenía que suceder. Esos ritmos -ahora- están también dentro de la música que amo. Y la disfruto tanto. Como cuando escucho a Buena Vista Social Club (a quienes conocí en 2000 cuando en el cinito de Acatlán me metí a ver la película de Wenders, volándome -lo recuerdo- una clase de Cálculo I).







La canción del vídeo se llama "Para el Dolor" y viene incluida en el álbum "Orégano".


Por cierto, de última hora, aprovecho para recomendar esta entrada: "Benoît Mandelbrot, el hombre fractal" de uno de los tantísimos blogs que sigo.


De cómo la oligarquía se apoltronó en el poder (brevísimo)

Yo entiendo que pueda haber personas para las que las formas de Andrés Manuel López no son las mejores; pero también entiendo -porque esto está consignado en libros y en diarios- que lo que en este vídeo expresa es, en muchos sentidos, cierto. El fondo de su discurso, con independencia de la forma, contiene elementos que merecen la pena ser considerados. He aquí que lo posteo.




Divertido. El título suena a molinitos de viento.


"Realización del cuerpo" (leyendo a Esther Seligson)

Mirar, tocar, cerrar los ojos, separar la mano y permanecer así, en la pura percepción silenciosa, hasta que se amalgaman las sensaciones, reposan y se asientan –tal el vino nuevo- y queda sólo en la superficie la transparencia, un rumor de caracolas que resuena en el hueco de los cuerpos enlazados cuando los muslos se desatan y corre tenue una cascada de semillas, transparencia develada entre los surcos del abrazo, reguero de polen, de torbellinos que han cruzado laberintos en su ida hacia el placer, hacia el colmo de su expansión en las bóvedas torácicas. Recorrer un cuerpo como quien remonta la corriente de un río hasta su origen, hasta las fuentes de su nacimiento: el barro al que la palabra dará forma, el limo donde el verbo imprimirá su huella, la indeleble marca de la vida, fluir incontenible de la voz emitiendo signos que son la piel misma, alientos de caricia, texturas de presencia, giros que van tejiendo ñudos donde el presente detiene su lenguaje no fechado, aquel que transita sin tiempos, aquel que no precisa hablarse, ni siquiera escribirse. Mirar, tocar, escuchar, nombrar: recorrer un cuerpo es realizar un acto de palabras, y que sean ellas, boca, lengua, orejas, mirada y manos, que ellas besen, palpen, gusten, oigan y entreguen, letra a letra, sílaba a sílaba, y remeden en su signo el primigenio acto de habitar el espacio. Un cuerpo es la morada del verbo y en él se lleva a cabo el encuentro con los mundos del sueño y la vigilia, el encuentro con la memoria de los tiempos que en sus alforjas encierra los fragmentos todos del total de imágenes posibles, los trazos todos de la suma de gestos y sonidos necesarios para iniciar la búsqueda y obedecer al llamado. Porque se sale hacia un cuerpo como quien parte de viaje por desconocida ruta, hinchadas las velas por azarosos vientos rumbo a donde la luna no se declina ni el sol se pone, sin más brújula que una estrella guía y la obediencia al sabio instinto que acecha aquellos rumores cuyo sentido develará el encuentro con lo buscado, la gruta del reposo, el puerto donde anclar el deseo para recobrar de nuevo el horizonte y salir de nuevo en su busca, cada vez con mejor mira y mejores aparejos; firme la montura, tenso el cabestro, pronta la rienda para que no desborde cual riada y anegue sin tino, pues no se cruza un cuerpo como un torrente desbocado, se indagan, en cambio, los vados, los claros y llanos, los umbríos descansos, los manantiales que apaguen, siquiera un instante, la sed de infinito. Beber en un cuerpo, navegar en un cuerpo, alzar el vuelo sin apartarse de él, trazando en su ámbito espirales de luz, ascenso, sólo ascenso, intemporalidad vivida en sucesivos despojamientos en sucesivas etapas de rítmicos cambios que abren compuertas y ensanchan canales por donde vendrán a verterse flujos de vida, descargas de ser, sépalos que, juntos, formarán la cáliz de una Flor, el abrazo que arde sin llamas, la comunión del silencio, de ese que sucedió al estruendo de la creación después de apaciguado el caos y ordenados los elementos, el silencio predecesor del nombre, de la voz que designa las cosas y les da su sitio. Nombrar un cuerpo es acusar su nacimiento desde la raíz, desde el origen, articular uno a uno los sonidos con el mismo celo con que da forma un alfarero a su vasija y un herrero alimenta su fragua, con lentitud de granos que giran atraídos y transformados por química energía, desparramados en un círculo preciso que la palabra ha de nutrir, levadura, humedad y fuego, hasta unirlos, imantados por ella, la que gesta y nomina y expulsa del nicho, para su vuelo nupcial, a ese conjunto de cadenas que, nombrado, se hace cuerpo. Palpar un cuerpo es palpar la dimensión de esa ruptura que le da el ser en un juego mortal, juego de preguntas sin respuesta y sin descanso, porque no descansa el espíritu ni descansa la mente, ni se paran los vientos o se arredran las aguas en cuanto se inicia el principio, y un cuerpo también tiene un principio, oscuro oscilar de la materia que aguarda inmóvil el soplo que la impulse, que la tense de pasión transformándola en verso, en presencia, en tránsito. Camino es, en efecto, el cuerpo nombrado, mirado, palpado, camino sin retorno como la palabra ya dicha y la caricia pronunciada, ovillo que escapa al encuentro de otras redes, de otras frases que perforen el tiempo, y caber, en esos huecos de silencio y vacío, ambos, cuerpo que llama y cuerpo llamado, como una sola emisión de voz ajena al desgaste, piedra angular de un posible renacimiento hijo de la fusión del verbo en la carne, de la carne en el verbo, del crepúsculo en la noche, de la noche en el alba. Despertar de un cuerpo en el despertar de otro cuerpo es abrir la herida que los defina y otorgue rostro, una larga grieta de ávidas nostalgias y voraz afán de permanencia: anhelo incumplido es la realización del cuerpo en su encuentro con el Otro, incumplido y no obstante total, única plenitud alcanzable, único pago absoluto a la pérdida original, restañar de la ruptura que provocó la huida del tiempo, el escape de la eternidad hacia lo efímero, de la luz hacia la sombra: sólo en la entrega de un cuerpo a otro cuerpo se restaura el Todo y se remonta el ser a su principio, polvo en los límites de lo no dicho, forma inánime a punto de inflamarse, de nacer a la memoria, al acto de palabras…

Diálogos con el cuerpo, Esther Seligson.


Separándonos (a propósito del Nóbel a Vargas Llosa)

El Nóbel a Mario Vargas Llosa -el leer las enconadas posiciones frente al reconocimiento dado al escritor- me confronta a una coyuntura que, aquí en México, nos es conocida –en toda su radicalidad- desde hace poco más de cuatro años: la partición de la sociedad atendiendo a criterios ideológicos o políticos.


Uso la noción “partición” porque opera mucho como lo hace en Matemáticas: tienes un conjunto y se generan n particiones al interior del mismo, definidas –cada una- por una relación de equivalencia entre sus elementos. Los subconjuntos así generados –las particiones- son mutuamente excluyentes: ningún elemento en mi conjunto pertenece –dado el criterio establecido por la relación de equivalencia- a más de una partición.


Pues bien, parece que así es cómo funciona un poco en nuestra sociedad: la gran sociedad –este gran conjunto- se particiona, se divide en subgrupos sociales atendiendo a un criterio ideológico o a un criterio político –algunas veces reflejado en la extracción socio-económica de los sujetos que conforman al subgrupo, otras no- de tal manera que es bien difícil que los diferentes sujetos en los distintos subgrupos puedan reconocer –podamos- que es posible establecer puntos de coincidencia –lugares en donde intersecamos- justo en esas aristas –una en particular, la misma- desde las que contemplamos el mundo con perspectivas bien diferentes. Porque, de que hay temas de coincidencia los hay, y lo sabemos, pero la bronca no es ésa; la bronca es tratar de establecer-reconocer que allí en donde parecemos dividirnos diametralmente, tal vez no lo hagamos tanto.


A juzgar por las diversas opiniones que he leído en la sección cultural de algunos medios de información (lo comentado en Argenpress es paradigmático en este sentido), resulta asaz manifiesto lo controversial que resulta Vargas Llosa –no el escritor, sí el intelectual- al haber reconocido sin ambages su adscripción al pensamiento liberal. Lo llamativo de esto es que los hay, por un lado, aquellos para los que las críticas de Vargas al pensamiento de izquierda han resultado ser fundamentales en sus vidas (como reveladoras, como portadoras de una confirmación por hacer). Pero los hay también, en el otro lado, aquellos que abominan de sus palabras y de sus omisiones para con los desatinos del neoliberalismo. El quid es que en relación al Nóbel a Vargas, otra vez la sociedad se particiona: los que aprovechan la coyuntura para denostarlo y –de paso- manifestar lo cuestionable que es per se la entrega del premio Nóbel por un conservadurismo achacado a su jurado y, sí –también- aquellos a los que les es proveído su argumento de autoridad (¿hay alguien que no haga eso?): si un Nóbel de literatura simpatiza con el ultra liberalismo, puede –después de todo- que valga la pena considerar al modelo.


Que la polarización, en fin, sobre el asunto parece irreductible y que con ello mis memorias de las época del fraude resurgen renovadas y que aprovecho la cosa para retrotraer el asunto y recordar cómo la polarización de que fue presa mi sociedad, fue una polarización -y eso no hay que permitirnos nunca olvidar- resultado de una campaña mediática y cómo hasta qué punto las personas podemos llegar a ser incapaces de sustraernos a tal manipulación.


Pero antes de seguir con lo de Vargas y dar mi conclusión final sobre el asunto de los separatismos al interior de una sociedad debidos a cuestiones ideológicas, quiero mencionar algunas de las cosas que, en ese justo tenor, sucedieron antes, durante y después del fraude electoral del año 2006.


Uno de los argumentos más fuertes y sutiles que utilizó la derecha en la campaña de desprestigio a Andrés López (aquí hay que acotar que, básicamente, la campaña de Calderón no fue una campaña de promoción a sus propuestas -sus ofertas apenas si se desviaban levemente de las ya tradicionales y muy guarras ofertas electoreras que, sexenio tras sexenio, hemos escuchado balbucear de los diversos partidos-, sino una campaña de denuesto a las propuestas de su adversario, o sea, a las propuestas de López) fue un argumento de clase; un argumento que –someramente- se resume en lo siguiente: aquel que votara por Andrés López lo iba a hacer porque era sin duda una persona con escasa instrucción, una persona –digamos- naca, haragana, afecta al populismo y sus dádivas, etc. De tal suerte que, varias personas, a fin de tener cero qué ver con los nacos que íbamos a votar por López decidieron, llanamente, votar por Calderón (la campaña mediática, en este sentido, fue tan abrumadora y subliminal que, en verdad, muchas personas se llegaron a convencer –lo están todavía- de que todos los que votamos por Obrador somos personas flojas, incultas, con pocos o nulos estudios, esperando nomás el arribo de un ser que venga y nos resuelva la vida, etc.). Esto no quiere decir, claro está, que toda la gente que votó por Calderón lo haya hecho en aras de dicho reconocimiento (que se les reconociera que no formaban parte del grupo de socio-disfuncionales). Pero sí es manifiesto –al menos para mí lo fue- que mucha de la gente perteneciente a estratos sociales no muy altos que votó por Calderón podía ser –curiosamente- fácilmente caracterizada por su baja inclinación al conocimiento, al pensamiento crítico y al acceso a medios alternativos de información. Y esto que digo del argumento de clase es tan nítidamente cierto y tiene tan poco qué ver con un mal resentimiento o algo así que, efectivamente, en 2006 –y esto es sólo un ejemplo- sucedió la difusión de un correo electrónico –que a mí nunca me lo mandaron, pero sí me platicaron de él- que recitaba –palabras más, palabras menos- lo siguiente: Andrés Manuel López Obrador es el Whiskas porque ocho de cada diez gatos lo prefieren (recordar el promocional de Whiskas y la connotación que en mi sociedad –y posiblemente en otras- tiene el enunciado “ser un gato”). Recuerdo también que los días posteriores al fraude se difundió por Televisa (esos fueron los últimos días en que llegué a sintonizar dicha televisora) un ¿reportaje? en donde una señora que estaba por abordar un automóvil más o menos costoso, comenzó a gritar –con un odio colosal, terrible en mi opinión- a gente que se manifestaba con cartulinas y pintas en contra del fraude… comenzó a gritar con un sonido desgarrante, casi onomatopéyico: “Crápulas, son una bola de crápulas, pónganse a trabajar”. Y, bueno, no sé, yo cuando vi eso pensé que los gritos de dicha señora constituían la expresión más abominable de la degradación humana, de cómo un ser humano puede ofender a otro por el ridículo hecho de ostentar un pensamiento ideológicamente divergente y, peor aún, una membresía de clase distinta.


Voy a referir ahora dos hechos que personalmente protagonicé y que son también muestra de cómo los miembros de una sociedad pueden llegar a separarse por cuestiones políticas, por debatirse entre un devenir u otro (creo que así es como empiezan las guerras civiles).


Uno. El día cuatro de julio –el día siguiente a la elección- yo estaba prácticamente paralizada por lo que estaba sucediendo, mi mundo había sido subvertido súbitamente. Yo, la otrora joven que se satisfacía con declararse apolítica (y es claro que me hallaba apenas en el camino de saber bien a bien qué realmente significaba decir eso) se vio intempestivamente confrontada con la más desnuda y descarnada realidad política, una que la colocaba a ella –y a todos los que con ella habían sido blanco del engaño- en una suerte de indefensión (gracias Pettersson), de orfandad todavía hoy difícil de describir: la orfandad de saber que aun cuando se emitieron los votos que daban el triunfo a López y, con ello, su arribo al poder y que ello, además, se había hecho por las mentadas vías institucionales (de haber sabido, nos hubiéramos largado desde el principio a sabotear al elefante blanco llamado IFE)… de saber que aun cuando el triunfo de López había sido perfectamente legal, limpio y abrumador, resulta que no, que al final –de todos modos- la cosa nomás no iba a cuajar. Que nel, que Hildebrando ya había corrido su software o de algún modo metido mano en la UNICOM del IFE, que las tropas magisteriales bajo el comando de Elba Esther ya habían hecho lo propio, que la campaña mediática, que la sujeción de Mitofsky, etcétera, etcétera, etcétera, habrían de colocar, al final, a un usurpador frente al país. Y aquí lo que se desbarató no fue la esperanza del cambio –imposible en un sexenio revertir y sanear todo lo que ha costado varios pares de sexenios destruir-, sino su posibilidad. El punto es que lo ocurrido operó en mí de tal modo, que desde el día mismo de la elección me entregué a la participación política, al actuar cívico, al ejercicio de mi responsabilidad -en la medida en que ello puede hacerse- como parte de un núcleo social. Y hete aquí que al día siguiente de la elección, me puse un pegote en la espalda con la inscripción: “No al fraude” más el moñito tricolor que mucha ciudadanía, por durante varios meses, portamos en son de protesta y rebosantes, además, de orgullo. Yo salía a la calle en una actitud muy enérgica, molesta, polarizada y escandalizada al ver que montón de ciudadanía se entregaba a sus actividades como si la cosa nada hubiera ocurrido. En mi fuero interno me decía: acaba de perpetrarse el fraude más descarado en la historia de las elecciones presidenciales en México (ni siquiera los fraudes hechos a Francisco J. Múgica y a Juan Andreu Almazán fueron tan descomunales; creo que el de 1988 sí se le equipara un poco) y las personas están como si nada. Yo me decía, ¿qué está pasando?, ¿qué le pasa a la gente?, ¿por qué no opina?, ¿por qué no se indigna?, ¿por qué no dice ni hace algo al respecto? En verdad, yo no daba crédito a la impasibilidad con la que se conducían numerosas personas. Lo que sí pasó, en cambio, es que a raíz de los letreritos que me pegaba en la espalda y de los moñitos que orgullosamente vestía, sucedió que fui objeto de variados insultos y mofas. Un día –creo que fue el primer jueves después del fraude- me dirigía al Zócalo (comencé a viajar consuetudinariamente desde Cuautitlán Izcalli al zócalo capitalino a fin de estar informada y participar en las protestas: no pocas veces me subí a uno de los templetes que la sociedad civil –y, supongo, el PRD- habían colocado allí para tal fin. Y yo tomaba el micrófono y hablaba, y hablaba y no paraba el aire de salir de mis pulmones y la timidez que usualmente visto se me quitaba toda) y recuerdo que cuando estaba a punto de pasar por los torniquetes del metro allí en “Cuatro Caminos”, una chava empezó a ofenderme, a burlarse de mí y le decía a su acompañante: “Mira, les ganamos, perdieron, perdieron” y también dijo algo como “son unos nacos” y la verdad es que la chica parecía como muy proclive a andarse gritando cosas con las gentes (cosa que ni me inmutó porque siempre he creído que todo ser es libre de hacer lo que a su pontificia gana le plazca frente a sí mismo). Yo –obvio- la escuché, pero la ignoré; en verdad no quise dar cabida a una confrontación. Recuerdo incluso que cuando llegué al torniquete, su acompañante, muy decente y muy cortés, me ofreció el paso. Yo creo que el chico se avergonzó de lo que hacía la muchacha y creo que se avergonzó particularmente porque mi actitud en lugar de ser beligerante fue –más bien- todo lo contrario, de absoluto respeto al arengar –eso sí es arengar- de una muchacha que –duele decirlo- no tenía ni idea de la magnitud de lo que estaba sucediendo y –menos- de sus palabras. Y, bueno, he allí uno de los tantos momentos en que fui víctima –y digo víctima porque, salvo que sienta MUCHA, MUCHA confianza, tiendo a replegarme frente a la agresión de terceros- del señalamiento de otras personas por yo, simplemente, simpatizar con una determinada ideología política (y eso sí hace víctimas).


Dos. No fueron pocas mis incursiones en espacios virtuales para mantener el debate sobre el fraude. Obvio –dado mi estorboso querer ser bien racional- fui también objeto de insultos, persecuciones, burlas, sarcasmos, etc. Pero aquí sí tengo que ser honesta: yo en este punto no fui lo condescendiente que fui con la fulanita del metro. En el asunto del fraude me documenté bastante y conté con diversos elementos para explicar su ocurrencia (justo el que no se reabrieran los paquetes electorales para un reconteo de votos es lo que impidió a la comunidad científica afirmar categóricamente su existencia; en todo caso, esa imposibilidad responde a una cuestión de método). En esos debates –claro- no perdí oportunidad para sutilmente hacer ver a mis interlocutores que sus opiniones se paraban sobre construcciones oligofrénicas, desinformadas y acríticas y, en fin, poner mi cerro de arena para que continuara la polarización (mea culpa). Visto en retrospectiva –ya pasaron cuatro años- no me siento nada orgullosa de mi comportamiento –aunque fue timorato, muy timorato: nunca fui soez, ni sarcástica- y sí me doy cuenta de que, afortunadamente, en ese punto he podido crecer muchísimo, madurar muchísimas cosas, darme cuenta de que los vislumbres humanistas que he adquirido a través de lecturas, del amor a la ciencia y a las artes y que –espero- pueda continuar depurando al paso del tiempo, de nada valen si no los hago efectivos en mis relaciones con otros humanos.


Y toda esta remembranza para al final decir: el premio otorgado a Vargas Llosa no ha generado, no precisamente, los separatismos que se han vivido y se siguen viviendo en México desde 2006. Pero bien que me recuerdan -por las expresiones tanto de sus detractores como de sus correligionarios- lo ocurrido en aquellas épocas. Porque parece que con Vargas Llosa y su deliberado reconocimiento como hombre liberal hay de dos guisas: o se le repudia sin tregua o se le encomia igual. Separar al hombre de su obra literaria es, sin duda, una abstracción que al menos yo no puedo hacer. No por ello -claro está- la obra se derrumba, afortunadamente, las letras no fenecen, no se derrumba tampoco la confianza en la honestidad intelectual –Llosa no ha tenido empachos en públicamente convalidar ciertos horrores del sistema ultraliberalilsta, lo mismo que en señalar los horrores de los totalitarismo de izquierda. ¿Y qué se derrumba?, ¿nada que no esté derrumbado ya?, ¿nada que no pueda volver a reconstruirse? No lo creo.


¿Y para qué me sirve todo este perorar o a qué viene? –si hago preguntas es porque tiendo a los retruécanos y al retoricismo. Porque, otra vez, comienza en México la difusión de las informaciones polarizantes (la polarización no ha parado), porque otra vez el candidato de la oligarquía quiere ser impuesto a como dé lugar, porque dicho candidato es un nefando, porque la impartición de justicia aquí es una tomada de pelo, porque sigue muriendo muchísima gente en todo el país por la novela del combate al narcotráfico, porque los derechos humanos son objeto de violación todos los días, porque la partidocracia sigue pactando y decidiendo el devenir de todos, pero SOBRE TODO, porque a pesar de que ya no es sostenible este estado de cosas, seguimos inmersos en esta histórica abulia, rumiando para nuestros adentros sin proferir ni un pío al exterior o –peor- absortos de tal forma en la interpretación de nuestro yo psíquico y tan incapaces de dejar de hacer deducciones sobre nuestro ego que, caramba, lo que ocurre allá afuera parece no inmutarnos. Convoco -otra vez- y a través de este desolado medio a la acción, a la toma de conciencia, a la participación política (entendida la política no como el negocio de unos cuantos, sino como la acción más legítima del ciudadano) y, con especial énfasis, a la unidad, a ya no ser blanco de la polarización que nuestra querida mediocracia difumina tan bien desde sus tabloides.


Y yo termino diciendo que, a pesar de mis no pocos accesos de misantropía, me he empeñado racionalmente en creer en el animal llamado hombre, a conceder que de dentro de nosotros emana -en potencia- una especie de flama, de chispa de cepa mágica que nos predispone al amor; esa cosa extraña que la ciencia no termina aún de explicar y cuya fuerza, pujanza o lo que sea, nos ha llevado a concebir y crear todo un mundo de perfección y de belleza. Si la perfección no está en nosotros, si no nos es dable alcanzar ese estado ideal, sí creo -en cambio- que somos capaces de producirla: la he palpado en otros seres, en la poesía, en la música, en las obras pictóricas, en el poema de algún bloguero que vive del otro lado del charco atlántico. No es ésta, desde luego, la primera vez que expreso esta convicción en Eleutheria; lo he hecho a lo largo de mi peregrinar en este espacio virtual y lo haré mientras algo de esa flama aún titile dentro de mí –con o sin alimento.


Me voy, escuchando a Rachmaninov me voy de aquí, creo que está mejor que esta entrada.



Blogger Templates by Blog Forum