Temas


La caminata del caracol: vulnerable y potente caracol, frágil y autónomo, la espiral de su concha como su más entrañable floritura. La instantánea es: lo miro, te vas, sonrío, desfallezco. Tomas de una película aún sin editar. Aunque la memoria pronto comienza a hacer su trabajo.


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De pronto duermes dulcemente y tus brazos se acomodan en tu pecho –pero me gustaría que lo hicieran en el mío.


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La naturaleza de tu ser es -de suyo- tan impredecible que esa cualidad tuya, al final, se hace predecible. Pero no se sabe cuánto, ni cómo ni en qué grado. Sigamos haciendo modelos de tu comportar dinámico y pensemos que tu alta sensibilidad a las condiciones iniciales, terminará por converger hacia algún extraño atractor. Me gustan las formas y las simetrías, es todo.


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Durante la noche encuentro las horas para hablar contigo. La noche y sus sepulcros silenciosos. El viento raspa mis narices.


Nada añadido hay a esto que escribo.


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Pompas de jabón pegajoso venden en el metro. A mí me dan ganas de arrebatárselas al señor y lanzarlas alegremente en el rostro de todos los pasajeros.


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Un peliagudo entresijo por resolver, de eso tiene sed mi cerebro.


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Entregarme a las cavilaciones puras, a las ideas con y sin formalismo. Mi máximo de máximos. De allí que haya escrito pseudo poemas en donde me concibo como “sólo pensamiento vagando por el cosmos de las ideas”. Ajá, cuánto formalismo.


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Ahora que vi “Ágora” –yo siempre me transfiero a mis héroes pasados o actuales- me sentí una Hipatia. Ya no lo soy tanto.


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¿Por qué no o por qué sí ponerle acentos a una locución latina?


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Fan de la buena ortografía y, sin embargo, hay algo de encanto en esos textos escritos sin tildes o en estos otros que inician todas sus oraciones con minúsculas. Pero yo no me atrevo –tendré que crear un pseudónimo para esas “operaciones negras”- y sólo me detengo a admirar tales actos provocadores. Siempre en potencia, a veces en acto.


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Hoy quiero hablar de cómo se comporta el frío que aún no es decembrino: me envuelve toda, me obliga a usar una chamarra y a plancharla antes y a buscar que combine con el atuendo base, me hace esperar –entusiasmada- el frío de dentro de dos meses: ahora sí sentiré que estamos a fin de año y no detestaré al “cambio climático” por endilgarme calor en pleno diciembre.


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No entendí el comportamiento de aquel grupo bajo la influencia de sustancias exteriores: fui espectador, me contuve, intenté alejarme, socavaron mi paciencia, les miré desde mi risco como quien observa algo que sólo está en su entorno, desesperé y esperé; al final, huí. Visto en lontananza, creo que les quiero francamente, pero no me volveré a insertar en sus avatares festivos.


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Cómo me entusiasma que una sola persona haya podido: decir tanto, hacer tanto, crear tanto, amar tanto, vivir tanto, legar tanto, enunciar tanto, inspirar tanto, nadar en contra tanto, mirar tanto, escribir tanto, ser recordada tanto, dar tanto, no temer a ser frágil y exponer su debilidad sin reparos.


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La franja del horizonte como achicada por esas casitas desperdigadas -símbolo de la miseria- en los cerros de los suburbios de una ciudad también miserable. Tonos nacarados en el infinito celeste paralelo, tonos purpúreos, lucecitas diminutas que recuerdan que todavía algo de Sol se proyecta en esa dirección. El Sol dice: quiero ser a ustedes a los últimos que ilumine. Ellos se dejan querer porque también ríen. Yo, desde mi plataforma -recogiendo al frío sin cosecharlo- reciclo el calor que queda en mis pulmones y los primeros albores de la noche -que comienza a inquietarme/aquietarme porque aún extraños felinos danzan en mí rededor- pintan borlas de alegría en mí.


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Un poeta decide levantar la cabeza contra su majestad. Su majestad aprueba las intenciones del osado. El osado le escribe una no-oda, una apologética invertida, el libelo de un libelo de un libelo, una receta para su auto-anulación, diez recomendaciones -especie de decálogo- para no-ser, un texto filantrópico para evidenciar su onanismo mental. El poeta se mira en el espejo, es su majestad.


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Ayer añadí la penúltima raja de canela –de tamaño decoroso, pundonoroso- a una mezcla con café pulverizado –las trazas- que se concentró en la estratósfera de un cierto volumen de agua hirviendo. Comprobé que hago mejor el café que mis amigas: yo sí espero al hervor a fin de preparar la mezcla.


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¿Y si razonar no es, nada más, usar bien el método hipotético-deductivo?, ¿y si razonar no es, nada más, hacer inducciones?, ¿y si razonar no es, nada más, escribir poesía?, ¿y si razonar no es, nada más, hacer elecciones?, ¿y si razonar no es, nada más, hacer silogismos? Uno cuando habla de razonamiento, debería tal vez considerar que no se trata de una mera acción intelectiva separada de un yo emotivo. Todo viene junto, pero a veces –y eso me admira y me hace nombrarla separada- uno puede destilarla y hallarla pura. Para ciertas cosas es útil. Establezcamos a qué clase de razón nos referimos.


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Mi aparatosa pudibundez se agudiza frente a ella misma y entro en un loop.


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Tal vez sea transitorio que otra vez mis costados puncen. Ésto es una contradicción, desde luego.



2 comentarios:

    Poesía en prosa. Excelente.

    Me habías preguntado sobre twitter y facebook, estas son mis cuentas:
    @erne5t0
    Ernesto Vázquez Rivera.

    Por allá te espero.

     

    Va, gracias.

    Un saludo...

     

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